2016년 8월 23일 화요일

Tierras Solares 1

Tierras Solares 1


Tierras Solares
Volumen III de las obras completas
 
 
Author: Rubén Darío
DESPUÉS de algunos años vuelvo a Barcelona, tierra buena. En otra
ocasión os he dicho mis impresiones de este país grato y amable, en
donde la laboriosidad es virtud común y el orgullo innato y el sustento
de las tradiciones defensa contra debilitamientos y decadencias. Salí
de París el día de la primera nevada, que anunciaba la crudez del
próximo invierno. Salí en busca de sol y salud, y aquí, desde que he
llegado, he visto la luz alegre y sana del sol español, un cielo sin
las tristezas parisienses; y una vez más me he asombrado de cómo
Jean Moreas encuentra en París el mismo cielo de Grecia, el cual tan
solamente da todo su gozo en las tierras solares. Bien es cierto que el
poeta se refiere más al ambiente que a la luz, más al respirar que al
mirar. Pero la bondad de este cielo entra principalmente por los ojos y
los poros, abiertos al cálido cariño del inmenso y maravilloso diamante
de vida que nos hace la merced de existir.
 
Cuando os escribí de España fué a raíz de la guerra funesta. Acababa
de pasar la tempestad. Estaba dolorosa y abatida la raza, agonizaba
el país. Y os hablé, sin embargo, de la mina de energía, del vasto
yacimiento de fuerza que hallé en esta provincia de Cataluña, gracias
al carácter de los habitantes, de antaño famosos por empresas arduas
y bien realizadas; y admiré la riqueza y el movimiento productor
de esta Barcelona modernísima, hermana en trabajo de la potente
Bilbao, afortunadas hormigas ambas que no han mirado nunca con buen
mirar a la cortesana cigarra de Castilla. España estaba, por opinión
general, condenada a la perpetua ruina, a la irremediable muerte.
No se veía venir por ninguna parte el caballero esperado, a quien
buscaba en la lejanía del camino la mirada ansiosa de la hermana Ana.
Hubo el aparecimiento de los profetas del mal y la irrupción de los
improvisados salvadores. Todo el mundo era hábil para indicar una
senda propicia; todo el mundo se creía llamado a poner nueva sangre
en el cuerpo agotado. Se dijera un consejo de políticas. Todas las
políticas y todos los politiquistas sabían un secreto con el cual se
iba a hinchar con músculos nuevos el pellejo del maltrecho León. En el
mundo del pensamiento se veían apenas unas cuantas esperanzas entre
el coro de eminencias amojamadas. Apenas los pocos violentos, los
revolucionarios, los iconoclastas, hacían lo posible por encender una
hoguera nueva. Y olía demasiado a podrido en Dinamarca.
 
Hoy, al pasar, mi impresión es otra. Desde hace algún tiempo se ha
notado un estremecimiento de vida en la península. Cierto que las
políticas y los politiquistas continúan con sus ruidos inútiles y sus
discursos verbosos; cierto que ni los del carlismo renuncian a su
vago soñar, ni los de la república pierden momento para proclamar
que ellos son los dueños del porvenir y de la grandeza nacional,
entre escándalos y rivalidades poco provechosas al verdadero ideal
perseguido; cierto que el clericalismo inquisitorial, por un lado,
y el militarismo montjuichesco, por otro, no han cambiado un ápice
desde los tiempos terribles en que cayó, rojamente, el pobre y grande
conservador D. Antonio Cánovas; cierto que nadie sucede al pobre y
grande liberal Emilio Castelar; cierto que cierta prensa en que los
antiguos baturrillos, tiquismiquis, o dimes y diretes continúan en
una tradicional ignorancia de cultura, aún persiste; cierto que el
hambre del pueblo no mengua; cierto que la pereza general y la inquina
porque sí, del uno contra el otro, se sigue manifestando; cierto que
sigue oliendo a podrido en Dinamarca. Pero, fijáos bien: una fragancia
de juventud en flor llega hasta nosotros. Voces individuales, pero
poderosas y firmes, dicen palabras de bien y de verdad que el país
comienza a escuchar. Hay un rumor. ¿Es una resurrección? No, es un
despertamiento. Se renace. Se vuelve a vivir en un deseo de acción,
que demuestra y anuncia una próxima era de victorias. No tenían razón
los desconsolados, los que juzgaron el daño irremediable. He ahí los
buenos pensadores de la nueva España que piensa; he ahí los buenos
profesores de trabajo; los bravos catedráticos de actos, que enseñan a
las generaciones flamantes la manera de conseguir el logro, de sembrar
para recoger. Los superficiales del pedantismo desaparecieron; los
superficiales del odio inmotivado, de la improductiva palabra, de
las envidias absurdas, esos no existen más que en sí mismos. Existe,
empero, una juventud que ha encontrado su verbo. Existen los nuevos
apóstoles que dicen la doctrina saludable de la regeneración, del gozo
de la existencia; los buenos escritores de desinterés y de ímpetu;
los nuevos poetas que hablan armoniosamente, con sencillez o con
complicación, según sus almas, lo que sienten, lo que juzgan que deben
decir, en amor y sinceridad, con desdén del lodo verbal, de la vulgar
hazaña, del reir injusto. Y eso en toda España, desde entre los vascos
y catalanes activos, hasta entre los vibrantes andaluces y entre los
habitantes de la gárrula corte. La salud será, pues, luego, total.
 
Mas Barcelona me detiene, con su carácter tan propio, y sin embargo,
desde antes tan universalizada más que europeizada. Sus ramblas
floridas hierven de almas, con su paseo de Gracia; las fábricas vecinas
han adquirido mayor empuje. Llegan numerosos los barcos a traer el
material de las industrias y salen cargados de la exportación pingüe
que aumenta la existente riqueza. Se alzan palacios flamantes. La
electricidad ayuda al progreso por todos puntos. La urbe se ensancha
y la población crece. Tan solamente turban la paz activa de producir
las agitaciones que de tanto en tanto siguen manifestándose y tomando
incremento en el elemento obrero. Hay un huevo que empolla desde
hace años la revolución latente, pero de ese huevo no saldrá ni con
mucho la soñada gallina gorda de los socialistas; antes bien, el ave
roja de la anarquía. El obrero aquí no se deja embaucar y va viendo
por sí solo. Los cabecillas pueden de un momento a otro perder su
cabeza. El trabajador aquí se impone, y su imposición se nota. No se
ve un solo establecimiento público que esté vedado a la blusa, y la
blusa hace ostentación de su presencia en todas partes. La cultura
general es también mayor, como ya otra vez lo he hecho notar, que en
otras provincias. El ambiente barcelonés es el de un pequeño París.
Sus artistas y escritores, genuinamente catalanes, están en contacto
con todo el mundo. Esta tierra de hombres de labor material, vasto
nido de menestrales, es también sustentadora de fuertes cerebros, de
aladas almas, de finas y sutiles imaginaciones. En el siglo XIX surge
el marqués de Campo; lo cual no obsta para que nazca después Santiago
Rusiñol. Rusiñol, espíritu encantador, pintor de soñaciones, maestro
de melancolías, y el cual en todas sus obras pone algo de la tristeza
que ha aprendido en las partes dolorosas y misteriosas de la vida. Le
conocí en París, después de ser muy amigos desde lejos. Es la primera
vez en que la persona no me causó decepción por el artista. Personal
e intelectualmente es el mismo. Gracias a Dios que no me ha quitado
aún--¡ni me lo quite nunca!--el don de admirar. Admirar de veras, con
mente sincera, con el corazón o con la cabeza, o con ambas cosas. Me
habló entonces Rusiñol de su drama _L'Heroe_ y de la resonancia del
estreno, pues en la pieza hay dura enseñanza popular dicha, si con
manera de noble artista, con claridad que pone a la vista de todos una
amarga lección de los injustos horrores de la guerra. Los del gobierno,
los del poder y los entorchados, protestaron e iban a provocar grueso
escándalo; las representaciones cesaron por orden de la autoridad, y
el artista dramaturgo tuvo que salir para Francia. Ahora veo en los
carteles anunciada una obra nueva, que por su título juzgo causará, si
cabe, mayores protestas. Se llama _El Mistich_. El soñador hace así
su ofrenda de bien a los oprimidos, ayuda a los de abajo. Como debe
hacerlo: desde arriba.
 
Otros poetas traducen a los clásicos, y a los modernísimos extranjeros.
Hay un «teatro latino» que equivale a l'Oeuvre, o al Libre de París. Se
publican excelentes revistas de ideas y de arte, y libros de ingenios y
talentos bregadores presentados en formas artísticamente llamativas y
de bella tipografía. Todo ésto en catalán. Pues son raros los que, como
el noble poeta Marquina, prefieren vestir de castellano sus ideas.
 
La juventud--¡brava «joventut»!--cultiva su campo, siembra su
semilla. Alza, construye su torre en el limitado cerco en que se oye
su lengua: pero desde lo alto de su torre, ve todos los horizontes.
Fecundo núcleo de vivaz civilización, la vieja Barcino, la generosa
y gallarda Barcelona de ahora, se afianza en su seguro valor y alza
la cabeza orgullosa coronada de muros, entre la montaña y el mar, que
vió partir en otros siglos los barcos de sus conquistadores. ¿Existe
el catalanismo? ¿Existe el odio que se ha dicho contra el resto de
España? Yo no lo creo ni lo noto ahora. Existe el catalanismo, si
por catalanismo se entiende el deseo de usufructuar el haber propio,
la separación de ese mismo haber para salvarlo de la amenazadora
bancarrota general, el derecho de la hormiga para decir a la cigarra:
«¡baila ahora!»; y la voluntad de mandar en su casa. Mas así como el
ansia de porvenir ha unido a los obreros catalanes con todos los de
la península en una misma mira y un mismo sentimiento, el deseo de
vuelo y expansión comienza a unir a la intelectualidad libre catalana
con la libre intelectualidad española, representada por admirables
personalidades pertenecientes a todas las provincias, ligados así
todos por la solidaridad del pensamiento y el propósito de olvidar
pasados defectos y errores, y colaborar en la misma tarea de bondad
y de gloria. Cierto, repito, que quedan los anquilosados de ayer,
los rezagados de la pacotilla; pero toda la sucia y seca hojarasca
desaparece al brotar la nueva selva, al renovarse la flora del viejo
jardín, a la entrada triunfal de la recién nacida primavera. La
América española ha mandado también sus embajadores, y poco a poco se
va formando más íntima relación entre ambos continentes, gracias a la
fuerza íntima de la idea, y a la internacional potencia del arte y
de la palabra. Pues hasta, por mayor decoro, la vida comercial misma
ha sacado ventajas, ayudada por los predicadores de las letras y
misioneros del periodismo. La unión mental será más y más fundamental
cada día que pase, conservando cada país su personalidad y su manera
de expresión. Se cambiarán con mayor frecuencia las delegaciones de
los intereses y las delegaciones de las ideas. Seremos, entonces
sí, la más grande España, antes de que avance el yanqui haciendo
Panamaes. Que cada región tenga y conserve su egoísmo altivo, pues de
la conjunción de todos esos egoísmos se forma la común grandeza; cada
grande árbol crece y se fortifica solo y todos forman la floresta. Esto
me hace pensar la Barcelona de las rojas barretinas y de las compañías
de vapores, la Barcelona de Rusiñol y de Gual, y la de las copiosas
fábricas y nutridos almacenes; la que hace oro, labra hierro, cultiva
flores y se fecunda a sí misma, entre los montes altos, silenciosos y
las inmensas aguas que hablan.

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