2016년 8월 23일 화요일

Tierras Solares 2

Tierras Solares 2



ESCRIBO a la orilla del mar, sobre una terraza adonde llega el ruido
de la espuma. A pesar de la estación, está alegre y claro el día, y
el cielo limpio, de limpidez mineral, y el aire acariciador. Esta es
la dulce Málaga, llamada la Bella, de donde son las famosas pasas,
las famosas mujeres y el vino preferido para la consagración. Es
justamente una parte de la «tierra de María Santísima», con dos partes
de la tierra de Mahoma. Mas el color local se va perdiendo, a medida
que avanza la universal civilización destructora de poesía y hacedora
de negocios. Hay, en verdad, mucho de lo típico, en los barrios
singulares, como el Perchel, la Trinidad y la escalonada Alcazaba; mas
la ciudad no os ofrecerá mucho que satisfaga a vuestra imaginación,
sobre todo si imagináis a la francesa, y no buscáis sino pandereta,
navaja, mantón y calañés. Hay sí la reja cantada en los versos, y los
ojos espléndidos de las mujeres, y la molicie, y el ambiente de amor.
Hay las callejuelas estrechas y antiguas, y las ventanas adornadas
con los tiestos de albahacas y claveles, como en los cromos; hay
bastante morisco y no poco medioeval. Mas, del lado del mar, surge una
Málaga cosmopolita y nueva, y más que cosmopolita, inglesa, durante
la «season», pues demás está decir que desde que un Mr. Richard Ford
escribió en su «Hand-Book for travellers in Spain» que el clima de
Málaga es «superior a todos los de Italia y España para enfermedades
del pecho» y que «aquí el invierno es desconocido», la invasión
británica estuvo decretada. Los ingleses no han llegado a Andalucía tan
solamente por bien de sus pulmones y bronquios. Y así, como lo hace
observar José Nogales, que es autoridad y que es andaluz: «en las
zonas andaluzas donde se extiende la influencia inglesa--exclusivamente
inglesa--, la vida interior reacciona de un modo maravilloso. Parece
otra gente. Por Málaga, por el campo de Gibraltar y por Huelva, van
entrando los ingleses en mansa y tranquila invasión de intereses que de
día en día ensanchan y afirman. Y el fenómeno por mí observado consiste
en lo bien y rápidamente que se entienden y hermanan el andaluz y el
inglés. A los dos días de llegar, el inglés es «don Guillermo», o «don
Roberto», o «don Jorge». Unos y otros se acomodan bien a sus maneras, y
hay, andando el tiempo, deseos del entruque rara vez desperdiciados. De
ahí va saliendo el núcleo de una raza nueva y vigorosa». El extranjero
ha traído a Andalucía el impulso del trabajo, ha implantado fábricas,
ha dado gran aumento a la exportación de frutas y de vinos. ¿Quién se
acuerda ya del inglés «aborrecido»? El nombre de uno está grabado en
un monumento público, el inglés Robert Boyd, que fué fusilado por la
causa de la libertad, junto con Torrijos. Estas villas floridas, estos
chalets llenos de morenas meridionales y rubias anglo-sajonas, al
lado de la Caleta y el Polo, hacen recordar que por aquí pasó Byron y
afirman que esto es encantador. Sobre todo, no hay ese bullir lujoso
de las ciudades balnearias revueltas por la moda y emponzoñadas por
el casino. Aquí no hay casino, ni moda, ni viene Liane de Pougy, ni
monsieur de Phocas. Aquí hay luz, montes apacibles, el Mediterráneo,
barcas pescadoras. «Larios y boquerones», corrige un andaluz que lee
las últimas palabras que he escrito.
 
¿Larios? En efecto, en la ciudad todo es Larios. La propiedad, la
influencia política, están en poder de ese apellido. Vais por un paseo
y encontráis una estatua del marqués de Larios. La calle principal
de la ciudad, es la calle de Larios; las casas todas que forman esa
calle, pertenecen a los Larios; de los Larios son también otras cuantas
regadas en la población. Hay dos grandes fábricas de hilados, con
unos ocho mil trabajadores, y demás está deciros que esa fábrica es
de los Larios. Hay diez fábricas y refinerías de azúcar, y pertenecen
igualmente a la famosa familia.--¿Y ese gran asilo?--De Larios. Desde
Gibraltar hasta Almería, me dicen, todo es de ellos. Málaga es la
ciudad de los Larios.--¿Y la catedral, también será de ellos?--La
catedral no; pero el reloj de la catedral, ¡sí! Estas son andaluzadas
en serio.
 
* * * * *
 
«Les damos por armas la forma de la misma ciudad y fortaleza de
Gibralfaro, con el corral de los cautivos en un campo colorado, y por
reverencia y en cada una de sus torres, las imágenes de los patronos de
Málaga, San Ciriaco y Santa Paula, y por honra del puerto las ondas del
mar, y por orladura de las dichas armas, el yugo y las flechas». Así se
expresa la real cédula en que los Reyes Católicos, Don Fernando y Doña
Isabel, concedieron a Málaga el blasón que queda dicho. Gibralfaro es
una ruina, como todo lo que queda recordando el poderío árabe. He visto
la bella puerta de las Atarazanas sirviendo de entrada a un mercado, en
el mismo lugar en que se levantaba una magnífica mezquita en tiempos no
de tanta miseria para el pueblo malagueño. Es la obra de los cristianos
y civilizados vencedores. La labrada piedra contesta: _Le galib ille
Aláh_: El vencedor solo es Dios...
 
Y la herencia arábiga se encuentra por todas partes, en la faz de las
mujeres, en las figuras del pueblo, en las rejas de las casas, en los
guturales gritos de los vendedores ambulantes.
 
Cuando he recorrido la ciudadela de la antigua Alcazaba, he creído
ver revivir ante mis ojos la pasada existencia. Habitan gentes en las
mismas viejas construcciones, casas estrechas y escalonadas en la
altura, desde donde se domina el ancho puerto.
 
En algún punto veis, sobre una columna corintia del tiempo de la
dominación romana, el arco en herradura que vió pasar los albornoces
blancos y los estandartes verdes. He conocido al poeta y novelista
Arturo Reyes, el primero de los portaliras malagueños y bien amado de
sus conterráneos; jamás he visto moro de pintura o de verdad que le
supere en aspecto. ¡Qué modelo para Benjamín Constant! He visto vestida
a la moda de París y en un elegante carruaje, a Zulema; y, con una flor
en la cabeza, comprando pescado, cerca del seco Guadalmedina, a Zoraida.
 
* * * * *
 
Entrando a la realidad de la vida, halláis un pueblo pobre, falto
de sangre y de trabajo. El exceso de población apenas halla salida
escasa en los inmigrantes que atraviesan el Océano. Y la indolencia
nacional... Iba yo recorriendo la ciudad, en un tranvía tirado por
flojos caballos. Allá, en un lugar llamado Puerta Nueva, se encontró
un carro en la vía, en el carro unos cuantos sacos, y el carrero
consiendo uno de ellos. El hombre vió venir el tranvía con una mirada
indiferente, y siguió cosiendo su saco. ¿Pasaríamos? ¿No pasaríamos...?
El conductor descendió a hablar con el carrero; oí vagas palabras,
vi pocos gestos. El hombre seguía consiendo su saco... A los cuatro
minutos, el tranvía pudo pasar, _et pour cause_. El hombre había
acabado de coser su saco...
 
En un lugar de la larga hondonada que forma el lecho del sediento
Guadalmedina, he visto una especie de lamentable mercado al aire libre,
peces y fruta, cestas de pulpos como en Nápoles, y naranjas doradas. Lo
pintoresco no quita la sensación de miseria, entre calles y callejuelas
llenas de malos olores, de charcos pestilenciales, de focos de
enfermedad. Me explico la abundancia de pálidos rostros, de colores
marchitos en las más hermosas facciones.
 
Hoy veo, en un diario, que el número de reses vacunas sacrificadas
es de veinte; y Málaga tiene más de ciento treinta mil habitantes...
¡Y la carne paga una peseta el kilo, de derechos de consumo! Un muy
discreto y activo periodista, a quien he tenido el placer de tratar, el
Sr. Fernández y García, me da los más penosos detalles: «La carestía
de los artículos alimenticios, dice, equivale a un grave motivo de
alarma. La carne, para los pobres, resulta un artículo de lujo. Muchos
enfermos tienen que prescindir de ese alimento necesario para reponer
las fuerzas, porque su precio excesivo no lo pone al alcance más que
de las personas bien acomodadas. La leche es mala y cara. ¿De qué
nos sirve nuestra vecindad con Marruecos, si rara vez disfrutamos
la ventaja de recibir, en cantidad suficiente, huevos y aves a
precios económicos, importados de los terrenos inmediatos a nuestras
posesiones de Africa? El pescado mismo, con excepción de los días de
pesca abundante y extraordinaria, sufre carestía. ¿El bacalao? Si el
gobierno no toma el buen acuerdo de pedir a las Cortes la supresión de
los derechos arancelarios, se venderá tan caro, que, como sucede con la
carne, no estará al alcance de los pobres. Sólo faltaba el aumento en
los precios de los alquileres, y ya es tan difícil encontrar albergue
higiénico y barato, como un avaro con alma. De modo que el malestar se
acentúa para todas esas clases de la sociedad a quienes la lucha por
la existencia resulta penosísima, y que van dejándose la piel en las
zarzas de estos infortunios. Con decir que el remedio no se vislumbra,
se expresa que la desgracia que nos afluye parece mayor porque se vive
sin esperanzas». Hay, pues, necesidad en las clases pobres, hambre en
el pueblo.
 
La antigua religiosidad ha mermado mucho, y, en sus sufrimientos, ya
no se vuelven los necesitados a la Divinidad, ya no se ruega a Dios...
Se siente una invasión de protestas anárquicas, que va de la ciudad a
la campiña, a pesar de las congregaciones religiosas que luchan por
conservar su influencia, a pesar de las vírgenes que podéis ver en
algunos sitios, a la entrada de algunas casas, adornadas de flores
artificiales, y ante las cuales arde una pálida lamparilla de devoción
tradicional.
 
* * * * *
 
Hoy, 11 de Diciembre, aniversario del fusilamiento de Torrijos y
sus compañeros, he ido a ver el monumento levantado en memoria del
espantoso sacrificio... No vi coronas profusas, flores de recuerdo.
Por calles sucias, entre baches y pedregales, llegué, por el barrio
del Perchel, a la iglesia del Carmen, donde estaba el antiguo
convento. Por el camino, un compañero me recuerda la página sangrienta
que inmortalizó artísticamente un célebre pincel. Encontrábanse en
Gibraltar unos cincuenta desterrados a causa de sus ideas liberales,
y fueron llamados secretamente por el gobernador de Málaga, Moreno,
proponiéndoles pronunciarse con ellos en favor de las libertades
de la Constitución, como se decía entonces. Salieron de Gibraltar
cincuenta y un hombres. En camino, pasaron la noche en el cortijo de
la Alquería, y allí fueron copados por las tropas que mandó con ese
objeto el mismo gobernador de Málaga. Lograron escapar dos ingleses,
de tres que venían en la expedición. Llegaron los presos por la mañana
del 10 de Diciembre, y al día siguiente, a pesar de ser día domingo,
con el permiso episcopal, fueron fusilados. La capilla la pasaron en
una iglesia del entonces convento carmelita. La ejecución empezó a
las siete de la mañana y duró media hora. El último que mataron fué
el inglés Boyd. «Mi abuelo, me dice la persona que me acompaña, oyó
los tiros desde el vecino matadero de reses. Calcula que se tirarían
mil tiros... De lo que no hay que asombrarse, teniendo en cuenta que
entonces se usaban fusiles de chispa, que estaba lloviendo y que se
mojaba la pólvora de las cazoletas, por lo que fallaban muchos tiros.
Los quejidos de las víctimas y el estado nervioso de los mismos
soldados de la ejecución aumentaban el horror de tal manera, que el
fraile que confesó y ayudó a bien morir a las víctimas se volvió
loco...»
 
Al llegar a la iglesia, un chicuelo zaparrastroso me sale al paso.
 
--¿Qué quiere usted?
 
--Visitar la iglesia.
 
--Venga.
 
--Dime: ¿en dónde estuvieron encerrados Torrijos y sus compañeros?
 
El chico me mira asombrado. No halla qué contestar. Le explico más. Se
trata de unos que mataron hace tiempo... Por fin cae en la cuenta.
 
--Venga usted. Ya sé. Aquí está el confesonario en donde los confesaron.
 
En efecto: en una capilla que está al lado derecho del altar mayor, y
cuya entrada aún conserva la gruesa reja que sirvió de cárcel de una
noche a los sacrificados, logré ver entre la obscuridad, aislado, un
confesonario viejo y polvoroso. Luego salgo con mi amigo acompañante a
buscar el lugar en que fueron ultimados. Lo encontramos, preguntando,
en una callejuela inmunda. Hay una base gastada, de mármol, sobre la
que reposa una tosca cruz de hierro. Hay una inscripción borrada,
ilegible. Ni una flor. Hay comadres conversando en las puertas de las
casuchas vecinas, y muchachos mugrientos jugando a pleno cielo, y un
perro soñoliento hacia el lado por donde se va al mar azul.

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