2016년 8월 21일 일요일

Vida de Don Duarte de Meneses 19

Vida de Don Duarte de Meneses 19


(34) Como D. Duarte ſe vió tan deſemparado, determinó de dar cuenta
al Rey por Luys Alvares de Soſa (que era el que havia llegado a aquel
puerto por alentar a los cercados) i con eſto eſcriviò una carta en
Frances (que ſabia eſta lengua màs que medianamente) i atãdola en
una piedra la hizo arrojar de lo alto del muro al baxel; no pudo
ſalvarle, i cayò en el campo; recogiola el enemigo, i con ver lo que
contenia, alegre, i perſuadido, de q̃ ſupueſto la eſtrechura, en que
D. Duarte eſtava, i q̃ confeſſava a ſu Rey, con aquella llaneza, i
encarecimiento, con que un neceſsitado deſcubre miſerias a ſu Principe,
quando las padece por ſu cauſa; qualquier partido eſcucharia; ordenò a
Aboacin, que le eſcrevieſſe en eſta forma.
 
_La clemencia, como virtud digna ſiempre, de que viva en el pecho de
los Principes, obliga al mio (o Duarte) a que por mis ruegos perdone
tu locura. Sabemos el miſerable eſtado, en q̃ estâs, i no te negamos,
que merece muchas alabanças tu valor, i fidelidad. Tengote por eſto
aficcion, i no menos a la memoria de aquel buen viejo tu padre, que
tãto tiempo ſuſtentô a Ceuta. Llevado deſto me perſuado a amoneſtarte,
que te põgas en nueſtras manos. Hará mi Rey contigo, lo que hizo el
tuyo con los nueſtros, quando ganô eſſa plaça. Quiero, que me devas
eſte beneficio, pues es maior el q̃ hazes en ſalvar tu vida, i la de
eſſos miſerables, que te acompañan, que en perderla deſeſperados, por
el furor militar de nueſtra gente; pues incitada de otras offenſas
deſſea hartar ſu colera con tu muerte._
 
(35) Fue incluſo en eſte papel, el que ſe hallò de D. Duarte;
corrieron luego los Chriſtianos a ſaber lo que havia; recelò D.
Duarte, que no ſonaſſe mal la carta a los oydos de los ſuyos; porque
deſcõfiados del ſocorro, i quaſi en la ultima deſeſperacion de la
ſalud, andavan triſtes, i ſin hablar palabra: D. Duarte bolviendoſe
a ellos con el ſemblante màs riſueño, como de coſa nueva, encubrió
las del papel, diziendo por maior, i ſin declararſe, q̃ los enemigos
ivan conociendo el esfuerço de los Portugueſes: que no cayeſſen deſta
opinion, pues baſtava pelear como tales: que de Dios, cuya era aquella
cauſa, eſperava otro ſocorro màs breve, que el que ſu Rey podia
embiarles; aunque no deſconfiaſſen deſte, pues no tardava, ſegun las
preparaciones, que ſe aviſavan; que el cielo bolvia por ellos, pues
enflaquecia los contrarios, i les piſava aquel orgullo, con q̃ entraron
en aquel cerco. Repreſentòles algunas razones, auñq fingidas, de
la carta, que moſtravan miedo en los enemigos, i con eſto encareciò
la fama, que alcançarian, ſaliẽdo victorioſos de aquel ſitio, como
eſperava, i que libres de las fatigas, quan agradable les havia de ſer
la memoria de lo que havian ſufrido por Dios, por ſu Rey, i por ſus
honras.
 
(36) Tomaron mucho brio los Portugueſes con eſtas palabras, i D. Duarte
reſpondio a Moley Aboacin en ſuma, agradecia ſu aficciõ, auñq no
admitia el cõſejo: por̃q notava en ſu gẽte valor para vẽcer exercitos
maiores, que el de ſu Rey: juntaſſe todos los del mundo, quando
deſeaſſe combatir con los Portugueſes; q̃ lo q̃ ſentiã mucho, era no
ver abreviado en aquel cãpo toda Berberia: q̃ no los querian conſumir
del todo, por tener con quien pelear ſiẽpre: q̃ eran de la calidad del
rayo, que moſtrava ſu fuerça en la maior reſiſtencia: q̃ ſe querian ver
eſto por experiencia, no ſe alejaſſen tanto, pues todas aquellas traças
parecian inventadas por el miedo: que a el le dezian, q̃ ſu Rey tratava
de darle aſſalto, q̃ para eſte efecto mandaria arrimar el proprio
las eſcalas al muro, para q̃ con menos trabajo lo pudieſſen ſubir, i
entrar a averſe cõ ellos màs de cerca, q̃ era lo que màs deſſeavan ſus
ſoldados. Amedrentò eſta reſpueſta a los enemigos, i fue cauſa, de ̃q
alçaſſen el cerco. Replicó el Moro, i D. Duarte con maior prudẽcia
mandò tirar una pieſſa al menſſagero, por̃q entendia el daño, q̃ podia
reſultar de ſemejantes platicas, en la poſtrera aflicion de un cerco,
donde todo el partido es conveniẽte.
 
(37) El enemigo por ultima diligencia llevantò un fuerte de madera
ſuperior a la ciudad de donde la batia ſin ceſſar un punto con muchas
pieſſas de exceſsiva grandeza. Salio Don Duarte de noche, i deshizo
eſta machina, i luego otras, que hizieron de nuevo, i con eſto afloxò
algo la bateria; mas viendoſe perecer de hambre, determinò mandar al
Rey con eſta nueva, a Rodrigo Alonſo, hombre noble, i uno de los màs
valientes fronteros de aquella plaça, lo embarcô en un navio, q̃ tenia
retirado en el rio, defendiẽdolo todo lo poſsible, por̃q el enemigo
no lo quemaſſe, auñq lo procurò hazer con grande fuerça. Divulgòſe
entõces por el real, q̃ los cercados entravan ya a comer los cavallos,
i la eſtrechura era de ſuerte, q̃ entre los nueſtros uvo votos de q̃ lo
hizieſſen. Perô D. Duarte, ya q̃ no tenia otro remedio, por deſmẽtir
eſta fama, ordenô a D. Henrique de Meneſes, ſu hijo maior (moço a
penas de quinze años) que con treinta cavallos eſcogidos, de los màs
hermoſos, i bien penſados, ſalieſſe a deshazer una trinchera, de que
recebian algun daño. Eſto fue tan de repente, q̃ el enemigo admiró
aquella viſta, como de coſa no imaginada. Cargó a defenderla el Alcayde
de Tanjar, por tocarle aquel pueſto; i Don Duarte ſocorriendo al hijo,
i el de Fez a los ſuyos, ſe peleô quaſi de poder a poder i fue eſte
dia tan glorioſo para los nueſtros, q̃ a no eſconder la ocaſion el
roſtro, ſe pudo ſepultar el nõbre deſte barbaro; però no quiſo la
fortuna acabar en una hora el imperio, que con increyble favor havia
levantado en mucho tiempo. Finalmente los Moros acobardados ya con
tantas perdidas, i fatigados de otros accidentes, q̃ no los moleſtavã
menos, por̃q la rigoridad del invierno les offendia de ſuerte, ̃q
muchos, q̃ eſcapavan las vidas de nueſtras manos, las acabavan en la
de ſu aſpereza. Comẽçaron a desãparar el cãpo, i los primeros hizierõ
puente para los demàs, conociẽdo la obſtinaciõ de ſu Rey; el qual tãto
por ira, como por brio, rehuzava eſcuchar los Alcaydes, que a bozes
le pedian deſiſtieſſe de aquel ſitio. Rieſgo corre quien ſe oppone
deſcubiertamente al guſto de un Principe moço ya empeñado en una
empreſa: porque la razon, que es ſolo el juez de los Reyes, anda menos
admitida en los pocos años, por falta de conſideracion, i ſobra del
apetito, las canas por la experiencia, lo advierten; i aunque executan
las coſas con menos prieſſa deliberanſe con maior eſpacio, en que ſuele
conſiſtir mucho del acierto de los ſuceſſos.
 
(38) Continuava el Rey Moro en su porfia, i los Alcaydes temeroſos
de ſu enojo, procuravã màs librarſe de ſu colera, que del impetu de
los contrarios; porque Aboacin no osãdo tampoco a contradezir el amo,
esforçava ſu intento, ſolo por moſtrar a los ſuyos, quã en vano ſe
quexarõ al principio de ſu deſcuido. Perô a lo ultimo viendo, q̃ el
real ſe amotinava, i q̃ los motines ſon cauſa de muchos deſpeñaderos,
principalmente para los validos; bolvio a juſtificar ſu parecer
delante del exercito; i ſiendo todos los que deſſeavan hablar al
Rey libremente con zelo de buenos criados, entre una gran copia de
Alcaydes, i Caciques, q̃ alli aſsiſtiã; uno fue ſolo el q̃ rõpio eſte
ſilẽcio, i aũ no fue poco hallarſe uno; por̃q la comiſsiõ de deſviar
a un Rey de lo q̃ deſea, ſiẽpre es mui aſpera, i peligroſa, por eſtar
ſus oydos tan acoſtũbrados a engaños, q̃ cueſta mucho un deſengaño.
Al fin ſe lo vino a dar el Cadi (tiene entre los Moros el lugar, i
reſpeto, q̃ entre noſotros el Cardenal legado) juntando para eſſo
los Caciques, por autorizar màs el conſejo, i tambien porque ayudaſſe
al cumplimiento lo ſuperſticioſo de la ſecta, entrò al Rey, diziendo;
que «las quexas laſtimoſas de ſus gentes le obligavan, como a voz de
Dios, a quien por oficio competia denunciar ſu voluntad; repreſentar
a ſu Alteza quiſieſse alçar aquel cerco, pues no havia coſa en el,
que no contradixeſse a la razon, i a la milicia: que las iras, i
enojos celeſtes no ſe aplacavan con fuerça, ó deſeſperacion, ſino
con lagrimas, i arrepentimiento: que en eſto conſiſtia el vencer los
contrarios, pues el caer en ſus manos, ſiendo una gente tan ciega, i
poco poderoſa, no era otra coſa, que diſpoſiciõ del gran Propheta,
para que bolvieſſen ſobre ſy con eſta afrenta; que no importava el
poder humano, quando del immenſo ſe derivavan las victorias de nueſtros
enemigos; q̃ el cielo de irritado con ſus offenſas, era el primero,
que los ſujetava a nueſtras manos: que no havia monarchia tan fuerte,
a que conſejeros poco conſiderados no derribaſsen, màs que fuerças
contrarias: que huyeſſe los aduladores, como pernicioſos, i peſte de
la Republica; que menos amor tiene a ſus Principes, i maior a ſus
conveniencias; i eſcuchaſſe los prudentes, i zeloſos, cuyo voto ſe
encaminava ſiempre a la conſervacion publica, ſiendo la coſa, q̃ màs
fortalece los imperios, i ſuſtẽtã los Reynos.» Añadiò, q̃ todo eſto
represẽtava de parte del grã Propheta, por cauſar miedo, i reſpeto
a ſus palabras: porque es ſingular la veneracion, con que aquellos
barbaros attienden a ſemejantes ſuperſticiones.
 
(39) Pareciòle, con eſto, a Aboacin, que eſta practica mirava màs que

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