2016년 4월 1일 금요일

Opiniones 10

Opiniones 10



Sin pretender de ninguna manera sostener la vieja cuestión teológica, yo
no creo en la igualdad espiritual del hombre y de la mujer. Obsérvese
que no hablo de inferioridad, sino de igualdad. La Naturaleza es la
sabia ordenadora y tiene sus leyes absolutas; en este caso la ley se
llama fisiología. No insistiré en el tema, que nos llevaría a puntos
delicados que conocen mis lectores y que han sido y son muy tratados
científica y cómicamente. Creo, sin embargo, en que, así como hay
hombres de alma femenina, hay mujeres de alma e inteligencia masculinas.
 
A decir verdad, no es simpático el tipo de la literata, de la
marisabidilla, de la cultilatiniparla de nuestro tiempo. Ni la de tiempo
alguno. En todo caso, quedémonos con las cortesanas artistas de la
antigüedad, con las sutiles inspiradas de todos los tiempos, pero en
ningún caso con lo que significa la palabra española marimacho. Cuando
se toca de cerca a la cuestión doméstica, seamos más explícitos, y
digamos con el excelente Chrisale:
 
J’aime bien mieux pour moi qu’en épluchant des herbes,
Elle accommode mal les noms avec les verbes,
Et redise cent fois un bas et méchant mot,
Que de brûler ma viande ou saler trop mon pot,
Je vis de bonne soupe et non de beau langage.
 
Sería, es indudable, mucho mejor tener ambas cosas, buen lenguaje y
buena sopa. No sólo de pan vive el hombre. Podría argüirse que las
bellas y honestas damas que se dedican a la literatura están rodeadas de
los esplendores de la fortuna; y, por lo tanto, no tienen nada que ver
con los puntos de media y con las cacerolas. Al contrario, toda
verdadera alta dama de antaño, como de ahora, se conoce en esto; en que
no por el cuidado de su belleza y por la distinción de su jerarquía ha
dejado en abandono el capítulo importante y clásico de los asuntos
caseros, desde la reina Penélope hasta la reina Victoria. Y luego, se
puede escribir el _Heptameron_ y hacer los ricos platos de dulce que
sabía confeccionar la Margarita de las Margaritas. Hay una larga serie
de madamas que han dejado muy buenas obras y que han sido muy
hacendosas. Se habla de la sopa de coles de Mme. Dacier, una sopa
famosa, aunque no tanto como la traducción de Homero de esa misma
señora. La Scudery, la de Deshouillers, la de Genlio, la de Maintenon,
la de Sevigné, la de Staël, muy plausibles mujeres de su casa. Les
faltaría ortografía a algunas; pero orden doméstico, economía y ojo
listo, eso no.
 
* * * * *
 
Lo que no es aceptable son las ridículas impertinentes, las excesivas
Filamintas, las que se deleitan con Trissotin y quieren abrazar a Vadius
por amor del griego. Hoy no hay muchas de éstas, dado que el griego hay
muy pocos Vadius que lo sepan. Pero hay la _snob_, la decadente, la
wagnerista, la partidaria del amor libre, la Eva nueva, la doctora
escandinava ibseniana y la estudiante rusa que tira balazos. Confieso
que prefiero las preciosas, que me quedo con Filaminta, con Belisa y con
Armanda.
 
No hay en Francia la cantidad de _authoresses_ que en Inglaterra y los
Estados Unidos; pero hay una gran cantidad de mujeres que escriben,
autoras de libros científicos, sabias como Clémence Royer, que ha muerto
hace poco, periodistas valientes y ágiles, novelistas, poetisas, fuera
de las grandes damas que hacen política, y conservan los pocos, los
raros salones semejantes a los que antes tuviera una madame de Girardin,
o, más recientemente, Mme. Adam.
 
Unas cuantas personalidades se destacan en el copioso grupo. Cierta
revista muy mundana--_Femina_--ha propuesto como tema de un concurso, a
sus suscriptoras, la elección de una Academia de mujeres francesas,
paralela a la de los cuarenta. Hace algunos años esa misma cuestión fué
actualidad, y se hizo una lista de las que resultaron elegidas en
plebiscito: Mmes. Edmond Adam, Marie-Anne de Bovet, condesa Colonna,
Jeanne Chauvin, Judith Cladel, Alfonso Daudet, Dieulafoy, Judith
Gautier, M. L. Gagneur, Eugène Garcin, Henry Greville, Gyp, Manœel de
Grandfor, Robert Halt, Paulina Kergomard, Leconte de Nouy, Jean
Laurenty, Nelly Lieutier, Daniel Lesueur, Max Lyan, Jeanne Mayrel,
Hector Malot, Michelet, Marni, Luisa Michel, María Mangeret, Mesureur,
Mendès, María L. Néron, de Peyrebrune, Rachilde, Rostand, Clémence
Royer, Ratazzi, G. Rénard, Mary Summer, Séverine, Simonne Arnaux, Marcel
Tinayre, Vincens. Algunas de ellas han muerto, pero los huecos podrían
llenarse. Solamente, si tal Academia llegara a realizarse, sería uno de
los mayores triunfos del ridículo en la historia de las ocurrencias
humanas. Ya hay bastante con el que ha caído durante tanto tiempo sobre
la de «inmortales» varones. Entre todos esos nombres los hay dignos de
la mayor estimación y aun admiración, y los hay medianos y casi
desconocidos. No puede haber parangón alguno entre, por ejemplo, Judith
Gautier y la señora Malot, entre Rachilde y la señora Tinayre. ¡Así
sucede bajo la Cúpula!
 
Las cabezas femeninas que más brillan, son, ante todo, las de esas dos
admirables luchadoras que van a la acción, que ponen voluntad y talento
al servicio del bien, la ardorosa Luise Michel, o la pacificadora
_Severine_. Luego vienen las de puro intelecto, las imaginativas y
ultrapensantes; en un exceso de vitalidad y de fuerza, esa rara Mme.
Vallete, o sea _Rachilde_, aparece como el cerebro femenino más
complicado y vigoroso, no sólo de su siglo, sino de todos los siglos.
Hace unos diez años escribía yo de ella un retrato, en que mis
entusiasmos de entonces iban hacia la parte extrañamente diabólica y
misteriosamente pecadora de su obra. Hoy, con mayor reflexión, no veo ya
a la escritora sadista--_Sade toujours_--, a la juglaresa incendiaria,
sino a la sesuda y terrible filósofa, a la formidable destructora, a la
Sybila de la anarquía, cuyas ideas, hoy manifestadas en nuevas novelas,
o en críticas singulares, se puede no seguir, pero no se puede dejar de
admirar.
 
* * * * *
 
Después están las estudiosas, como Lucía Félix Faure; las «maestras»,
como Judith Gautier. Y luego las musas, para coronar el pensamiento
femenino francés. La deliciosa señora del doctor Mardrus, nacida entre
la obra hermética y mágica de Mallarmé y los cuentos árabes que su
marido ha vertido, esas _Mil noches y una noche_, de los que parece
emergida. La señora de Rostand, que dicen que tiene más talento que el
autor de _Cyrano_; la señora de Mendès, bella, que hace versos
hechiceros, y que antes se llamaba Claire Sidoine, y algunas otras que
no nombro. Pero ¿cómo olvidar el talento especial de esa temible _Gyp_?
Hay, por último, una novelista de actualidad, alabada por los
periódicos, y que es bella, muy bella: me refiero a Jeanne de la
Vaudère. Aseguran que sus libros se venden mucho, y que está de moda en
los salones. No hay nada más intencionalmente obsceno, ni más
desprovisto de arte, que las lucubraciones de esta distinguida joven de
letras.
 
[Illustration]
 
 
 
 
[Illustration] NIÑAS-PRODIGIOS...
 
 
Se han descubierto recientemente en Francia algunas niñas-prodigios; dos
de ellas poetisas. Una, Carmen d’Assilva, aun siendo de nombre
«portugais» y aun estando en Francia, da tristeza: tiene diez años, una
carita pálida, de grandes ojeras, y ha escrito cinco volúmenes de
cuentos, un volumen de monólogos y de versos y siete piezas de teatros,
que ha representado ella misma... Es miembro de la «Societé des gens de
lettres» y de la «Societé des auteurs dramatiques» desde los nueve años.
Sardou le escribió: «Sois el autor más joven que se conoce, hija mía; os
felicito y os estimulo a que sigáis produciendo mucho, respetando
también los estatutos de nuestra Sociedad, que os remito.» Es de tenerle
lástima... La otra es Mlle. Antoni Coullet, de diez años también, y de
un talento indudablemente superior al de la anterior, aunque no haya
producido tanto. Coppée está encantado de ella y ha hecho que Lemerre
le publique un tomito de versos, entre los cuales los hay lindos. Citaré
los siguientes, sin traducirlos, para que se pueda apreciar mejor la
facultad poética de esta niña:
 
 
SUR MON PORTRAIT
 
O vous! ne cherchez pas en ces trais la beauté.
Il est des fleurs qui sont moins belles que la rose,
Mais comme un papillon un court instant se pose,
L’espoir des joies d’autruil sur elle est arrêté.
 
He aquí algo muy verlainiano; e indudablemente a la autora no le han de
haber permitido conocer a Verlain:
 
 
VIEUX CARROSSES
 
Aux temps lointains, où vos banquettes de velours,
Frolaient le frais volant des blanches mousselines,
Tandis qu’un chant sereint et doux de mandolines,
Descendait lentament du faîte blanc des tours;
Vous en avez tant vus, de satins et d’atours...!
Le marchepied, usè par la haute bottine,
Caresse, en souvenir, la mante incarnadine
Et fait gémir le sable roux des vieilles cours...!
Quand, au retour du bal, sous la mantille blanche,
Et sous le grand col blanc, la large et plate manche,
Une veine poudrée ouvrait vos rideaux clairs;
Elle jetait au loin son evantail, et lasse,
Fâle, elle s’étendait, noble et pleine de grace,
Posant sur le velours sa main de rose chair.
 
Y este otro soneto:
 
 
A LA JEANNE D’ARC, DE CHAPU
 
Vers quel ange du ciel qui se montre à demi,
Tournes-tu ton regard, dans la plaine boisée...?
Calme et belle, à genoux, dans la fraiche rosée,
Tu vois la France en deuil, vierge de Domrémy!
Mais quelque séraphin ou quelque rêve ami
Te montre, en vision, cette tombe embrasée
Où tu laissas s’enfuir ta colère apaisée,
Où tu mourus sereine, aux yeux de l’ennemi.

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