2016년 4월 1일 금요일

Opiniones 11

Opiniones 11


Yo creo que Coppée tiene razón en ponerse triste. Ante un caso semejante
al de la niña Antonine o la niña Carmen, hay que recordar que los
niños-prodigios, con muy raras excepciones, mantienen las promesas de su
infancia. Los demasiado amados de los dioses mueren brutos... todos
hemos visto a esos maravillosos compañeros de colegio que dejan
asombrados a los profesores; generalmente acaban de modestos
industriales o alcaldes de villa. En la mujer la precocidad es más
peligrosa aún. El fin de una superdespierta de diez años es terrible de
pensar... El _record_ de la precocidad femenina creo que lo ha ganado
cierta niñita que, con motivo de una _enquête_, envió a una gran revista
mundana la carta siguiente: «Señora: Creo que estoy ya en edad de
casarme, y que soy muy capaz de ser una buena madre de familia. Os
confío a vos esto porque estudiais seriamente la cuestión, pero no me
atrevería a decirlo en mi casa. Sé bien que se me respondería: «¡Pero si
no tienes más que doce años!» ¡Como si esto fuese una razón! ¿Acaso no
se puede ser razonable a los doce años y adorar u ocuparse de un hogar y
de sus hijos? La edad no tiene nada que ver con el asunto; y tengo en mi
familia una tía de setenta y siete años a quien papá y mamá llaman «la
vieja loca» porque ha perdido toda su fortuna al juego de los
caballitos. Yo no tengo nada de loca. No creo en el _petit Noël_, ni en
las historias que hacen dormir y que se cuentan a los niños. Y si se me
dejara ponerme _en menage_, y... comprar niños, se haría mucho mejor que
obligarme a jugar todo el día con una muñeca que no puedo amar
verdaderamente «puesto que no sufre». Esa joya los padres podrán
apreciarla. Es un caso que hace pensar en la posibilidad de la
transmigración de las almas... Es un caso de teratología psíquica.
 
He hablado alguna vez de Jacqueline Pascal, la hermana del gran Blas.
Ella también fué un caso de temprana frondosidad mental, y deleitó con
sus lucubraciones primigenarias a las gentes de su tiempo. Tuvo también
algo que no tienen, por lo común, las niñas-prodigios: la belleza.
«Parfaitement belle, et la plus agréable du monde par la gentilesse de
son esprit et de son humeur à six ans elle est deja souhaitée partout»,
dice en su biografía Mme. Perrier. La _petite_ Pascal publicó, como la
_petite_ Coullet de ahora, un volumen de versos. Pero no pensaba lo
mismo que esa mademoiselle de doce años que se quiere casar y comprar
hijos, y que no estima en nada la relación con sus muñecas. Jacqueline,
por el contrario, a pesar de que sabía que los hijos no se compran,
puesto que compuso un epigrama: «Sur le mouvement que la reyne a senti
de son enfant», no desdeñaba los juegos pueriles: «elle était sans cesse
après ses poupées». Se buscan en los primeros intentos las primeras
revelaciones del alma. Le dió la viruela y quedó horrible. Digna hermana
de su profundo hermano, sufrió con paciencia. Doce años tenía cuando
desempeñaba, a pesar de su cara picada, un papel en el _Amour
tyrannique_, de Scudery, y encanta al cardenal Le Richelieu, que decía
de la familia de Blas: «J’en veux faire quelque chose de grand». Luego
se gana en Rouen el premio anual discernido a la mejor composición sobre
la Concepción de la Virgen, y cambia versos nada menos que con
Corneille.
 
Entre los grandes nombres femeninos de la historia no es la precocidad
un común distintivo; sin embargo, para saber en su tiempo lo que una
Oliva Sabuco de Nantes, hay que haber sido un prodigio de estudio y de
comprensión desde muy tierna edad. En Santa Teresa todo es más
intuitivo. En la tradicional cultura italiana hay ejemplos admirables.
Pongo por caso una famosa donna María Gaetana Agnesi, de quien el
canónigo Frisi escribió un entusiástico elogio. Júzguese por estos
datos: A los cinco años hablaba muy bien francés y estudiaba latín. A
los once, conocía perfectamente latín y griego. Escribió en esta lengua
un tratado de mitología y un léxico grecolatino de más de trece mil
voces escogidas. Además sabía el español, el hebreo, el alemán. Como
Cornelia Piscopia era un «oráculo _settilingue_». De Brosses, que la
conoció, escribía a su amigo el presidente Bonhier en una carta estos
párrafos deliciosos que merecen ser citados: «Debo darle noticia, mi
querido presidente, de una especie de fenómeno literario de que acabo de
ser testigo, y que me ha parecido «una cosa piú estupenda», que el Duomo
de Milán... Vengo de casa de la signora Agnesi. Se me ha hecho entrar en
un grande y bello salón, en donde he encontrado treinta personas de
todas las naciones de Europa sentadas en círculo, y la señorita Agnesi
sola con su hermanita en un canapé. Es una niña de diez y ocho a veinte
años, ni fea ni bonita, que tiene el aire muy sencillo y muy dulce. Nos
han traído mucha agua helada, lo que me pareció un preludio de buen
augurio. No esperaba, al ir allí, sino conversar ordinariamente con esa
señorita; en lugar de eso, el conde Belloni, que me llevaba, ha querido
hacer una especie de «acto» público: ha comenzado por dirigir a esa
jovencita una bella arenga en latín, para ser comprendido por todo el
mundo. Ella le ha contestado muy bien; después de lo cual se han puesto
a disputar en la misma lengua sobre el origen de las fuentes y sobre las
causas del flujo y reflujo que, como el mar, tienen algunas. Ella ha
hablado como un ángel sobre estas materias; yo nada he oído sobre eso
que me haya satisfecho tanto. Después, el conde Belloni me rogó que
disertara lo mismo con ella sobre el asunto que quisiese, con tal que
fuese un asunto filosófico o matemático. He quedado estupefacto al ver
que me era preciso arengar de improviso y hablar durante una hora en una
lengua que uso tan poco. Sin embargo, sea lo que sea, le he hecho un
hermoso cumplimiento; después hemos disputado, primero, sobre el modo
con que el alma puede ser impresionada por los objetos corporales, y
cómo éstos se comunican con los órganos del cerebro; y en seguida sobre
la emanación de la luz y sobre los calores primitivos. Loppin ha
disertado con ella sobre la transparencia de los cuerpos y sobre las
propiedades de ciertas curvas geométricas, de lo cual no he comprendido
nada. El le habló en francés y ella le pidió permiso para contestarle en
latín, temiendo que los términos de arte no fuesen fáciles de recordar
en lengua francesa. Habló a maravilla sobre todos esos temas, sobre los
cuales no estaba más prevenida que nosotros. Es muy apegada a la
filosofía de Newton, y es cosa prodigiosa ver a una persona de su edad
comprender tan bien puntos tan abstractos. Pero, por mucho que me haya
asombrado su doctrina, más me asombra oirla hablar latín, lengua que
seguramente no debe usar mucho, con tanta pureza, facilidad y
corrección. Después que le hubo contestado a Loppin, nos levantamos, y
la conversación se hizo general. Cada persona hablaba con ella en su
lengua propia.»
 
Ya se ve que ésta supera a todas nuestras cultilatiniparlas de la
actualidad, estudiantas ibsenianas y feministas marisabidillas, y aun a
nuestras más famosas doctoras y musas contemporáneas. Y el caso de
Gaetana no es único. En 1726 se publicó en Venecia una obra en dos
volúmenes, de la cual he visto un ejemplar en la Biblioteca Nacional,
obra cuyo título es: _Componimenti poetici delle piú illustri rimatrici
d’ogni secolo_, por Luisa Bergalli. En dicha obra se publican trabajos
de 250 poetisas y sus biografías. Luisa Bergalli fué un prodigio,
prosista, autora de versos, traductora de Terencio. «Doctissiman
fœminam Terentianis versionibus celebrem; et comico opere Italicorum
excellentissime»--; dice de ella el entusiasta Barbieri. Eran, sin duda,
tiempos muy diferentes de los nuestros, de cake-walk, flirt y otras
disciplinas semejantes. En nuestra época apenas sin ridículo se le
permite saber chino a Judit Gautier y persa a Madame Dulafoy.
 
* * * * *
 
A creer en lo que afirma un autor inglés, indiscutible humorista, se
pudo leer en Londres, en el siglo antepasado, el anuncio teatral
siguiente: «La semana próxima los personajes de Coroliano y de Enrique
VIII serán representados por Miss Biddy, niñita de cuatro años, que ha
desempeñado los mismos papeles hace diez y ocho meses con tanto éxito en
Dublin, y que no está enteramente curada de su coqueluche.» Aquí la
precocidad toca los límites de lo extraordinario y bufón. Robert de
Montesquiou, al contrario, cuenta de una su amiguita y pariente,
niña-prodigio y deleitable alma primaveral, cosas singulares. Si el caso
particular es verdaderamente raro--dice--, el hecho no lo es en sí. «La
infancia es poeta»--ha dicho Mme. Valmore--. Y Víctor Hugo ha escrito
estos versos, que son una noble explicación del precoz milagro:
 
Il est, ou ne sait quel nuages de figures
Que les enfants, jadis vénérés des augures,
Aperçoirent d’en bas et quis les fait parler,
Ce petit voit peut-être un œil étinceler...
 
La «inspiración» se ejerce entonces en el sentido exacto de su
etimología _in spirat_, y sopla en el virginal y delicado instrumento
como el viento en un arpa eolia. Los «inefables» acentos de la dulce
Marcelina tienen algo de esa infantil inspiración prorrogada, y es a
menudo por eso por lo que nos cautivan. Muchas palabras de niños
contienen ese _infandum_ que nos hace estremecer como algo de no
humanamente expresado que viene de muy alto y cuyo misterioso timbre no
se encuentra sino en algunas revelaciones-espíritus. Mi pequeña poetisa
no sabía escribir. Estaba muy contenta jugando, y lejos en apariencia--y
en realidad--de toda preocupación literaria. De repente se verificaba el
prodigio.
 
Citaré también algunos poemitas de esta asombrosa chiquilla de la
nobleza francesa--hoy ya crecidita y bella como un astro--. Estos, en
prosa, que parecen sacados de antología china:
 
 
LAS TRES PERLAS DEL MAR
 
Tres barcos muy extraordinarios eran, de lejos, como tres perlas.
 
Flotaban muy lindamente. La mar los hacía más bellos, como si los amase.
 
Las montañas parecían flores a los barcos; y los barcos parecían a las
montañas chorros de agua.
 
Los barcos fueron lejos, muy lejos... hasta que ya no se vió nada...
 
 
SOBRE EL AGUA
 
Eleonora deja su anular rozar las aguas cuyo color veía obscurecerse a
través de su esmeralda. El rosa de la carne surgía como un fruto en ese
verde gris; una pequeña cúpula de cristal, levantada por la uña, rodeaba
el dedo, formando un globo a través del cual aparecía como un objeto
precioso.
 
 
EL INSECTO
 
El niño abrió lentamente su pequeña mano. El escarabajito estaba vuelto
de espaldas, como una minúscula tortuga. Después se levantó, se puso a
correr con toda ligereza de sus patas de hilo. Eleonora hizo un puente
con su mano; la coccinela recorrió los dedos, dió vuelta al más chiquito
y subió sobre la perla de un anillo, en donde se quedó un momento.
Luego, extendiendo sus alas que se reflejaron en la perla,
enrojeciéndola, voló».
   

댓글 없음: