2016년 4월 1일 금요일

Opiniones 9

Opiniones 9


Moreas llama a la fatalidad necesidad. Digamos, pues, que es necesario
que haya hombres como Moreas, poetas como Moreas, que vivan en París,
que se parezcan a París y que de repente digan palabras universales,
sentimientos totales, logos substancial, verbo de humanidad: «Hélas! que
le soleil est doux!», clama una de sus heroínas. Y eso que es tan
sencillo, que lo puede decir el primer ciego que pase por la calle, es
en la trágica estrofa acuñado para la relativa eternidad de las letras.
 
Cuando he vuelto a París a establecerme--por siempre--no he procurado
buscar con frecuencia a mi amigo de antaño. Sé lo que tienen de
impertinente la admiración intempestiva y la solicitud irrazonada. Por
otra parte, no busco ni visito a nadie, y esta es una mala condición de
mi carácter en mis tareas. No he sido hecho para la visita ni fabricado
para la _interview_. Tanto peor para mí, que no he gozado de la
familiaridad de los _chers maîtres_. No obstante, a Moreas le he vuelto
a ver. Triste, con su melancolía altiva y con sus canas. Allí, en el
café Napolitaine, junto a Mendes, viejo, junto a Courteline y otros
señores de la literatura y periodistas grandes y pequeños. Y Moreas,
notaba yo, no estaba en su centro. Después, juntos, y con Carrillo--¡un
Carrillo cuán otro!--con Duplessis--¡un Duplessis cuán cambiado!--hemos
solido recordar las horas de hace diez años, cuando pasé para Buenos
Aires, cargado de ilusiones y de sueños, y fuimos a comer almendras
verdes a los mercados, una mañana de Mayo, en que nacía dulce el sol.
 
La _Iphigénie_ actual estaba ya empezada en aquellos días. En tal
ocasión dije que el poeta preparaba una pieza para la Comedia Francesa,
y que, dados sus antecedentes, era dudosa la aceptación. Aquella pieza
es la tragedia actual, que, de seguro, de la antigua memorable escena
del teatro romano de Orange, pasará al primer escenario de Francia.
 
Gloria sea dada al severo ordenador de admirables escenas y al siempre
magnífico rimador de perfectos versos. No creáis que es exageración
deciros que los versos de Moreas--los mejores de Moreas--son superiores
a los de los más inconmovibles clásicos de la literatura francesa. Este
descendiente de los Píndaros y de los Sófocles se expresa con singular
majestad en el verbo de los Racine y de los Chenier, y he aquí también
uno que mamó leche amaltea y dijo en la mejor lengua de Francia el
decoro y la potestad del dios cuyo arco es argentino.
 
Leed estos fragmentos, llenos de majestad verbal y de sabia armonía.
Esto es del coro del quinto acto:
 
Iphigénie, hélas! c’est pour une autre fête
Où couléront des pleurs
Que les Grecs vont mêler les boucles de ta tête
D’un chapelet de fleurs
Telle, en riche apparat, victime couronnée,
Pour désarmer le ciel,
Une pure génisse à la peau tachetée
S’approche de l’autel,
Noble vierge d’Argos, dans la verte prairie
Près des courantes eaux,
Au milieu des bouviers tu ne fus pas nourrie
Au son des chalumeaux.
Tu croissais sage et belle; une reine, ta mère,
Avec un soin jaloux,
T’élevait pour te voir dans le palais prospère
D’un prince ton époux.
Et pourtant, ô malice où le monde s’obstine!
Une brutale main
Avec le fer aigu fera de la poitrine
Jaillir ton sang humain.
Ah! comment l’incarnat qui pare ton visage
D’un charme virginal.
Et la fierté décente et la fleur de ton âge
Sauraient vaincre le mal,
Puisque l’ambition, la fraude et l’impudence,
Le vice injurieux
Ont fait que les mortels sont livrés sans défense
A la haine des dieux!
 
Y esto de Ifigenia al coro:
 
Et vous, femmes, quittant le deuil et le regrets
Vous ferez retentir des chants qui seront dignes
D’Artemis au grand cœur qui lance au loin ses traits
Et parcourt sur un char Claros féconde en vignes.
Où sont les vases d’or et les libations?
Que la flamme à l’autel consume lés offrendes.
O rapide Artemis qui règnes sur les monts,
Je donne sans trembler le sang que tu demandes.
Voici ma chevelure et mon front virginal;
Venez, couronnez-moi de fleurs et de feuillage.
Jeunes femmes, frappez le sol d’un pas égal
En célébrant ma mort comme un heureux présage.
Je triomphe de Troie et fais tomber à bas
Sa forte citadelle et sa muraille antique,
Et pour fixer enfin la chance des combats,
J’efface de mon sang l’oracle prophétique.
O retraites d’Aulis, ô bords, golfe profond,
Je vous devrai la gloire! Argos, ô ma patrie,
Pour un illustre exemple et ce destin, qui sont
Présens des immortels, Argos, tu m’as nourrie?
 
La prensa celebra la victoria de Moreas, los críticos oficiales lo
saludan, su nombre adquiere de pronto popularidad. A la representación
de la obra, a la par de los letrados parisienses que fueron a aplaudir a
Silvain-Agamemnon, a Lambert fils Aquiles, y a la brava Luisa Silvain,
y a la joven y brillante Roch, y a la clamorosa Tessandier, asistieron
campesinas de los contornos, que lloraron de veras, bajo sus cofias
blancas, por las desventuras de la dolorosa Ifigenia.
 
¡Y Moreas, como siempre, solitario soñador de armoniosos sueños, sigue
su camino en la austera melancolía de su vida, sin profanar el don
divino que recibió con la luz en su tierra maternal y gloriosa, poeta,
poeta siempre, señor de los cisnes, dueño del laurel verde!
 
[Illustration]
 
 
 
 
[Illustration] A PROPÓSITO DE Mm. DE NOAILLES
 
 
Acabo de cerrar el libro de versos que ha publicado una alta dama
francesa, la condesa Mathieu de Noailles. Se titula _L’Ombre des jour_,
y viene después de otro: _Cœur innombrable_. Este flordelisado
volumen de cosas bonitas, tiernas, melancólicas, femeninas, es un libro
de mujer moderna con alma antigua. La condesa de Noailles reconcilia con
la literatura de cabellos largos, del sexo vilipendiado intelectualmente
por Schopenhauer. No recuerdo si M. Han Ryner, en su «masacre» de
Amazonas, ha escalpado también esta preciosa cabeza; si lo ha hecho, no
le será perdonado, pues el mismo Barbey, condestable feroz ante una
media azul, encontraría que las que ahora me ocupan son de color de
rosa--a menos que no fuese la fina piel de una ninfa, libre de toda
malla, húmeda aun de su preferida fuente.
 
La condesa de Noailles no es una _basbleu_. Es una bella flor humana
llena de mental esencia, que se exterioriza en formas de armonía. Es
una rara perla perfumada, como las del mar de Ormuz. Es una aparición de
figura poética y legendaria en pleno París del siglo XX. Es una joven
exquisita, de veinte años, divina de frescura y gracia, que demuestra
simplemente que se puede tener un nombre ilustre, un marido, un
automóvil, vestirse en la calle de la Paix y poner su alma cantante y
soñadora en las alas de los versos. Nada tiene que ver esta sacerdotisa
apolínea, o pánica, con los pantalones del feminismo. Ella vaga en los
bosques, comunicando, ronsardizando, como antaño, en la libertad de su
naturaleza:
 
Car dans ce temps, haute et paisible
La Nature, ses bois, ses eaux,
N’avalent pas cette ame sensible
Qui plus tard fit pleurer Rousseau.
 
Lelianiza también; pues no teme acercarse desde su morada heráldica a
coger las flores sinceras y modernísimas del pobre Lelián. ¡Una dama
aristocrática, honorable, adorable, que frecuenta a Verlaine! ¿Qué
dirían entre nosotros, y en otras partes, los que solamente ven del
desdichado fauno la máscara socrática y la repugnante ebriedad? La
condesa de Noailles es verlainiana en su sencilla delicadeza. El encanto
natural, la comunicación secreta e íntima con el Universo, de manera que
el espíritu propio se confunda con el espíritu del mundo, la conciencia
de que nuestra voz es una unidad individual en voz total infinita, y
que nuestro minúsculo espejo interior es en realidad tan vasto que en él
se mira todo lo que existe, hacen que del jardín lírico de esta singular
poetisa vuelen al azul muy maravillosas alondras. Ella canta a Príapo,
dios de los jardines; y la ignorancia tiembla creyendo renovada la oda
de Pirrón. Canta la eternamente nueva canción de las florestas
primaverales, de los frescos verjeles, de las flores recién nacidas, de
los nidos, de la hermosura melodiosa de un momento matutino; y la gloria
y la alegría de amar, razón y triunfo inmenso de la vida. Y se
singulariza en la campaña francesa, en las ciudades y aldeas de su
patria, en donde encuentra una revelación de ensueño o un motivo de
atracción. Y siempre es el alma amante en el cuerpo amoroso, que vibra
al soplo del armonioso viento. Dice todo lo que ve y todo lo que siente.
Se siente amada y lamenta el paso del tiempo, porque con él se irán su
juventud y su sed de amor:
 
Pourtant tu t’en iras un jour de moi, jeunesse,
Tu t’en iras, tenant l’Amour entre tres bras.
Je souffrirai, je pleurerai, tu t’en iras,
Jusqu’à ce que plus rien de toi ne m’apparaisse.
 
Ronsard se consolaba con ser leído _a la chandelle_ por la amada
envejecida; y Ponsard--¡hay distancia!--dijo la misma cosa en un soneto
a la famosa Ratazzi. La musa, cuyos versos celebro, desea «ser amada
después de la muerte», y dice:
   

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