2016년 4월 1일 금요일

Opiniones 2

Opiniones 2


Pagué los diez céntimos y leí el papel innoble. Es el más vergonzoso
pasquín contra un muerto, contra un muerto ilustre. No puedo citar nada
de él. Baste decir que conservo entre mis curiosidades otro «testamento
de Zola», publicado en 1898, cuando el proceso, y que el de ahora es más
infame, más estercolario. Y en el antiguo se lee: «Je lègue donc: La
totalité de mes œuvres aux chalets de nécessité qui en feront l’usage
qui naturellement s’indique. A madame de Boulancy un exemplaire de
_Nana_, relié en veau; a Joseph Reinach mon volume sur I’Argent. A Nana,
les petits millions que j’ai gagnés en exploitant la lubricité de mes
contemporains. A mes enfants, la défense absolue de lire mes œuvres.»
Del actual no se puede escribir una línea. Extraña que la policía no
haya impedido la venta de esas deyecciones de sucios cuervos. Y eso no
es todo; hay algo peor, indigno de París, indigno de la Francia culta y
valiente. Diarios, diarios ricos y mundanos como el _Gaulois_,
publicaban ese mismo día crueles epigramas, hirientes suposiciones,
amargas invenciones contra el que no había aún sido depositado en la paz
de la tierra. Zola no había muerto asfixiado; eso era una mentira, una
novela. Zola se había suicidado, entre otras cosas, porque ya no se
leían sus libros y estaba escaso de dinero... ¡Y ha dejado dos millones!
No se leían, no se vendían sus libros después del _affaire_, entre
ciertos grupos políticos franceses; pero en Francia mismo había muchos
lectores de Zola en todas las clases sociales, y en el extranjero, tan
sólo con lo que _La Nación_, en Buenos Aires, y otros periódicos de
Rusia, Inglaterra, Alemania, Italia, España y Estados Unidos pagaban por
el derecho de publicación de sus obras, se suma una cantidad que no
supone la mayor parte de sus detractores. El diario de Drumont apareció
vergonzoso de odio; el de Rochefort ya se calculará cómo, y hojas
menores andaban por ahí impresas con hiel. «Ha muerto asfixiado, decía
una. ¡Así «los» matan en la _fourrière_!...» Estas cosas no se borrarán
hasta el día en que Zola sea conducido del cementerio de Montmartre al
Pantheon por el inmenso pueblo reconocido. Blindado, con esas saetas de
caribe, tuvo que luchar en vida; mitridatizado a esos tósigos tuvo que
resistir su constitución de hércules del pensamiento, de artesano del
deber. Y así no claudicó ni rompió nunca con sus propias ansias nobles y
generosas. Menestral de razón y de conciencia, se mantuvo sin descansar
en la buena tarea que ayudará al progreso de la Francia, su madre, y,
por lo tanto, de la humana estirpe. Otros se habían regodeado en mesa de
príncipes de la fortuna, habrían aprovechado su vigor para subir al
poder civil, habrían dado a sus vanidades toda suerte de pastos. El no
fué ni mundano siquiera. ¡No sabía estar en un salón! No sabía conversar
con las «gentes». Siendo tan grande, era tímido el Adamastor, era poco
_chic_ el Polifemo. Allá en Medan se vestía con traje tosco de campesino
y pesados zuecos; hablaba con los campesinos, amaba a sus perros,
observaba el campo, que dice su misterio en secreto; hacía en una islita
«su Robinsón». Por las noches, leyendo hasta muy tarde, oía pasar los
trenes bajo sus ventanas. Espiaba las horas al vuelo. Trabajaba siempre.
Como su mujer no fué fecunda, tuvo de un amor discreto dos hijos, a
quienes iba a ver, allí cerca, con el consentimiento de la admirable
esposa. Ella sabía que él era bueno, que tenía un gran corazón su grande
hombre sencillo. Y eso lo gritan los sapos como un baldón. Dicen que por
eso, por sólo eso, el ilustre laborioso era un profesor de perversidad,
un corrompido, un hombre cuya vida privada da asco. Madame Emile Zola
estuvo con esos hijos naturales al lado del cadáver.
 
* * * * *
 
Ejemplo de valor moral, ¿cuál mejor que el del desinteresado defensor de
Dreyfus? El caso es reciente y estremeció al mundo. No es aún,
ciertamente, convincentemente sabido que el capitán haya sido un
traidor. El ha asistido al entierro del héroe. Me informan--y hay que
averiguar esto bien--que ha dado para el monumento que se levantará a
Zola trescientos francos... «¡Trescientos francos!» Si esto es verdad,
ese rico israelita, me atrevería a jurarlo, ha sido culpable del crimen
que le llevó a la Isla del Diablo. Mas no se trata de una personalidad
mínima, que fué el pretexto de una gran batalla de justicia. Se trata
del poderoso y magnífico talento doblado de carácter que puso su nombre
ante la iniquidad supuesta como una bandera. «Zola’s name--a barbarous,
explosive name, like an anarchist’s bomb»--escribió un día el agudo
Havelock Ellis. Más que un estallido de bomba, me evoca ese nombre un
flamear de bandera, sobre todo si se pronuncia a la italiana: Zola. Ante
las pasiones rabiosas, ante los intereses del militarismo, esa bandera
flameó por la razón, por el derecho, por la conciencia humana. Estamos
en Roma:
 
Quis numerare queat felics prœmia, Galle,
Militiæ?...................................
................................ quorum
Haud minimum illud erit ne te pulsare togatus
Audeat; immo, et, si pulsetur, dissimulet, nec
Audeat excussos prætori ostendere dentes,
Et nigram in facie tumidis livoribus offam,
Atque oculos, medico nil promittente, relictos.
 
Vagelio fué poco cuerdo para Juvenal al exponerse ante los zapatos
ferrados de la milicia. Zola sabe con quién han de combatir y no es
Vagelio. El se presenta, ha abandonado su retiro de productor pensante
para entrar a la acción. Ir a la acción es el deber del verdadero
pensador de nuestro tiempo; ir a la acción por las sanas causas y servir
a su fe y a su convicción a riesgo de todo. Otros irían a los capones y
perdices, al gozo del capital adquirido, a cuidar lo que se ha acaparado
y a velar por el chorro de luises que viene de casa del editor
Charpentier. Zola lo arrostró todo; expuso, en efecto, su fortuna, su
nombre, antes infamado tan solamente por los peones de la literatura--y
por algunos maestros excomulgados--, lo fué por los sicarios de la
política. Mas él no tuvo vacilaciones en frente de ningún peligro. Hasta
con la muerte se le amenazó. Su bella sangre italiana, griega y
francesa, hirvió con vivo hervir latino. La marea popular subió en
contra suya. No se comprendió su misión. No se tuvo en cuenta su
magnífica valentía, su heroísmo, su respetabilidad intelectual, su
soberano quijotismo. Los yangüeses quisieron apalearle, apedrearle. Así
le ha pintado Henry de Groux en una tela dantesca. Mas ese quijotismo
estaba armado de potente lógica, de decisión, de fortaleza. Entre los
soldados y el populacho resistió, sosteniendo la verdad, la que él creía
la verdad. Todas las naciones de la tierra, desde el Japón hasta la
América del Sur; todos los pueblos de la tierra, de San Petersburgo a
Buenos Aires, de Nueva York a Benares, de Santiago a Roma, desde las más
populosas ciudades hasta los más humildes villorrios, fueron conmovidos
por la actitud brava del capitán civil frente a los capitanes de la
espada. Su nombre se vió entonces como una bandera, representación y
signo de lo justo, de lo verdadero y de lo bueno. No fué su acción de un
instante, pues ella desencadenó una tormenta en la patria francesa, que
todavía se presenta con más negros augurios. El porvenir de este gran
país será en mucha parte obra de la influencia del evangelista. Sus
palabras han sido alimento del pueblo. El también ha dejado su gran saco
de harina, el «saco de harina» de que habla en una de sus arengas
nuestro general. Los mismos que hoy le insultan mañana le celebrarán
mañana, cuando se haya destruído la miseria pasional de ahora, la
locura de las opiniones transitorias, la ceguedad de las masas vendadas.
Ese ejemplo de valor será saludable a las generaciones. Todo ello
entrará en la leyenda que es historia y será vestido de belleza por los
glorificadores que vienen. La gloria verdadera aguarda a quien poco se
preocupó de la gloriola. La gloria de los serenos combatientes de los
sublimes combates. La gloriola acaba con la persona; la gloria es del
alma y va a la inmortalidad. Esto será cuando el estupendo novelador
esté al lado del estupendo poeta, en el Pantheon.
 
No os extrañéis que junte a esas dos figuras gigantescas. Si Hugo fué
Genio, Zola fué Hombre. No, no fué genio el creador de los Rougon
Maquart, porque el genio está sobre la razón, sobre la lógica, sobre la
realidad. El genio es intuición, y Zola, con ser tan soberbio poeta, fué
un metódico, un inductivo, un matemático. El obró con la razón, con la
verdad cognoscible. El fué el esplendoroso idealista de sus últimas
novelas-poemas, por haber llegado ya hasta el territorio de Utopía,
después de compulsar el millón de documentos que afirmaron la exactitud
de su creación anterior. Creía en la perfectibilidad de la máquina
social. Iba hacia el oriente de su sueño con la fe invencible en la
Canaán venidera. Los pueblos tienen necesidad de los genios, pero quizá
más de los verdaderos hombres.
 
Grabada en mi mente quedará la ceremonia fúnebre en que vi pasar el
carro negro en que iba aquel que resucitó en nuestra época, llenos de
nueva vida, al león, al águila, al buey... A Lucas, a Marcos, a Mateo.
Sobre su tumba, en el cementerio, hablaron los letrados y el gobierno.
Los hombres que llevaban eglantinas rojas desfilaron. Las arrojaron
sobre el gran compañero muerto... Y parecía que había brotado de
repente, «vivo como la sangre», ¡un plantío de amapolas!
 
[Illustration]
 
 
 
 
[Illustration] GORKI
 
 
He aquí un autor cuya boga es ciertamente justa; este ruso que viene
después de Gogol, después de Turgueneff, después de Tolstoï, después de
Dostoieuski. Su nombre, recién descubierto, resuena y va hoy por toda la
tierra civilizada, de otro modo que las recientes importaciones polacas,
ya en baja en la moda y en las librerías. Este autor es un exótico y un
sincero. Los críticos franceses se quejan del imperio del exotismo, del
triunfo de tantos nombres extranjeros en el público francés. La razón de
la preferencia por tantas obras de otras naciones, es clara. El público
de Francia está sujeto desde hace mucho tiempo a una alimentación
intelectual especial, que equivale a la cocina nacional; platos
exquisitos, demasiado bien hechos, muy pimentados y perfumados de la
trufa gala; pastelería de gastados o de gentes de demasiado alegre
vivir, en que se llega hasta el _gateaux_ a base de kola. Es el reino
de lo artificial. Cuando se importa un buen plato fortificante y
natural--las gentes del Norte los tienen muy buenos--, los consumidores
se regocijan y agotan el artículo. Así los _beefsteacks_ de reno de
Ibsen, o los _rostbeefs_ de oso de Tolstoï. Otra cosa son las en extremo
comerciales ensaladas de Sienckiewicz y compañía.
 
Siguiendo en comparaciones suculentas, diré que lo que trae Máximo Gorki
es alimento fuerte y nutritivo; solamente semejante a una olorosa
barbacoa, o a una carne con cuero, o asado al asador--tanto la estepa
está en correspondencia fraternal con la Pampa--. La estepa sería la
hermana pálida.
 
Gorki es una voz que clama en la estepa; y el mundo le escucha porque ha
tenido la suerte de llegar en buena hora. Gorki es lengua de pueblo, y
se hace oir con el aliento de todo un vasto pueblo; y como es hondamente
humano, su palabra es comprendida por toda la pensativa humanidad. Es
vasto pensador brotado entre las muchedumbres como un alto pino en una
floresta. Observa en el mundo que ha rozado gestos y enigmas. Su
espíritu es el espejo baconiano: _speculumm quoddam incaotatum plenum
spectris et visionibus_. Su obra, que está repleta de vida, se siente,
por lo tanto, llena de misterio. Es uno de esos autores, muy raros por
cierto, que hacen comprender la divina afirmación de Shakespeare sobre
las muchas cosas que hay en la tierra y en el cielo incomprensibles para
nuestra filosofía. Es una alma inmensa que ha recogido y anotado los
gritos, las violencias y los sueños de sus hermanos que sufren y caen.
Es el San Juan de Dios de los malditos. Con todo esto, naturalmente,
comprenderéis que no se trata de un literato. No es «el distinguido
escritor», ni «el eminente novelista», ni «el célebre hombre de letras».
En efecto, se trata de un _atorrante_.
 
Entendámonos. Un atorrante argentino, un _tramp_ inglés o
norteamericano, un _gueux_ francés; es el feliz filósofo del arroyo, el
príncipe de la miseria, el hermano de los perros, el abandonado que
abandona, el ser a quien nada preocupa y nada estorba. Gorki no ha sido,
pues, un atorrante; pero ha vivido la vida de un atorrante, de los
tristes, de los pobres, de los hambrientos que en la horrible miseria
rusa mascan tinieblas y beben aguardiente, el veneno nacional; luego, la
vida de los obreros, peor por otros motivos que la de los vagabundos; y
en esa enorme nación, cuasi oriental, en que ha nacido y sufrido, ha
sentido las palpitaciones y los suspiros de las masas pasivas, las
manifestaciones de esa enigmática alma rusa, tan propicia a la visión y
al misticismo, entre las labradas arquitecturas, sobre el país
extensísimo y frío, y bajo la opresión de un Gobierno semiteocrático, y
de una vida social abrumadora, extraña a la piedad, en un ambiente de
fatalismo. Gorki trata asuntos que otros escritores rusos han tratado, y
tiene algunas veces semejanza con ellos, con Korolenko, por ejemplo, o
con Tolstoï; pero tiene más verdad que todos, puesto que extrae de su
propia carne, de su propia experiencia; ha escrito «con sangre», como
diría el gran loco del Zarathustra. En cuanto a Tolstoï, un escritor de
la penetración de Rachilde, dice con razón: «El conde Tolstoï es un gran
señor incapaz de juzgar las cosas de otra manera que desde lo alto.
Gorki, que casualmente ha visto de cerca la existencia misma de ciertos
rusos, dice verdades, pero no echa su maldición a nadie... porque los
verdaderos filósofos saben que es inútil maldecir o bendecir. Tolstoï
puede muy bien ser un loco. Gorki es ciertamente un cuerdo, y, sobre
todo, un poeta ebrio de la naturaleza antes que de fanatismo.

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