2016년 4월 1일 금요일

Opiniones 3

Opiniones 3


Gorki es joven. Desde sus primeros años ha sabido lo que es la lucha por
la vida, por el simple pan, en la tierra de la miseria y de la nieve. Ha
podido observar todos los egoísmos y todas las infamias, y si no se
contaminó, fué por exceso de virtud natural; _virtud_, fuerza, valor. Si
no hubiese sido un intelectual genial, sería un gran bandido. La mano
del diablo de su suerte le puso todos los malos pasos a la vista, todas
las trampas para hacerle caer: necesidad, mal ejemplo, injusticia, medio
corrompido y alcohol... De todo triunfó el arcángel triste que lleva
adentro. Imaginaos un adolescente casi, lleno de sueños, con un enorme
corazón sensitivo y una admirable comprensión de las cosas y de los
hombres, obligado por la más dura pobreza a trabajar en los más ásperos
oficios y a comunicarse tan solamente con obreros esclavizados, con
pobres viciosos; a padecer la crueldad y la malignidad de los capataces
y de los patronos, panadero, herrero, vendedor ambulante, buhonero, y a
encontrarse a cada paso con el crimen, con el asesinato, con el robo; y
al mismo tiempo a comprender cómo la mayor parte de los criminales eran
principalmente obra del medio, víctimas ellos mismos del daño ambiente.
Así creció, así aprendió a leer y a escribir; así surgió de pronto un
colosal revelador de lados desconocidos y profundos del alma eslava, con
un verbo claro y neto, como los hechos, sin afeites de estilo; pero
fotógrafo maravilloso, que deja ver lo interior de las cosas, algo como
los rayos X de la escritura; y desprendiéndose de sus imágenes
sorprendentes un vapor de luz piadosa, un noble amor humano y un respeto
por lo desconocido, por el grave misterio en que vamos a tientas. Dios
aparece, se hace presente, en lo vago, aunque no se nombre a menudo,
como en otras obras rusas en que los ímpetus místicos de esa gigantesca
raza pueril se muestran frecuentemente entre el sufrimiento y el miedo.
Mas surgen a cada paso las que él llama «las grandes y perturbadoras
cuestiones que se abren como abismos ante la razón humana y lo llevan
irresistiblemente hacia las tinieblas». El no asegura «esto es» ni «esto
no es». No tiene necesidad de las enseñanzas del pope, ni hace su
oración ante la panagia; pero sabe, como todo verdadero meditativo, que
en las manifestaciones de la naturaleza, y, sobre todo, en el hombre
mismo, hay oculto un secreto que pugna por demostrarse, y que en la
complicación de la existencia no hay un gesto inútil ni un movimiento
que no tenga su razón. Por esto sus ideas de religión no se hacen
decisivas hacia una afirmación teológica, ni caen en el escepticismo; y
sus ideas de justicia están basadas en una moral superior, que sorprende
en lo inexplicado y fatal la causa de los hechos, de manera que, en
parte, la delincuencia es un mal cuya responsabilidad no recae toda en
quien viene a ser como un grano de trigo bajo la piedra triturante de su
destino. Una parte de la culpa no está entre los hombres.
 
Uno de sus principios es que algo de malo hay en todo hombre bueno, como
algo de bueno hay en todo hombre malo; es la antigua dualidad, que lucha
en el ser humano, elemento. La cordura de Gorki sabe que no debe nunca
ser osado a sobrepasar la lógica categoría. Su temperamento singular
obra adecuado en ese medio de su país, en que una especie de
sonambulismo colectivo parece que se uniese, en las pasivas
muchedumbres, a la oriental resignación de padecimientos seculares.
 
La organización social rusa ha herido con sus durezas y angulosidades la
delicadeza del espíritu superior, nacido para otra existencia que la de
la inacción y la esclavitud. Sus heridas sangran muy vivamente. «Precisa
haber nacido--dice--en una sociedad civilizada para tener la paciencia
de vivir en ella toda la vida y no sentir nunca el deseo de alejarse de
esa esfera de convenciones penosas, de venenosas mentiras consagradas
por el uso, de ambiciones enfermizas, de estrecho sectarismo, de
diversas formas de falta de sinceridad; en una palabra, de toda la
vanidad de vanidades que hiela el corazón, corrompe la inteligencia y
con tan poca razón se llama la vida civilizada. He nacido y me he criado
fuera de esta sociedad, y, por tal motivo, no puedo aceptar su cultura a
fuertes dosis sin experimentar en seguida la necesidad de salir de su
cuadro y olvidar las complicaciones múltiples, los refinamientos
enfermizos de tal existencia.» Estamos lejos del sentimentalismo de
Rousseau. Siguiendo los pasos de Gorki, a la orilla de los mares
natales, o entre las isbas de la campaña, por las calles de las pequeñas
ciudades, como a la entrada de las populosas, vemos, por fin, que entra
en el país Anarquía. Va llevado por amor y por odio, las dos fuerzas que
ritman los latidos de su inmenso corazón.
 
Su procedimiento es absolutamente sencillo. Ha visto, ha padecido, y
cuenta con una lengua desnuda, pero señalada de gestos, de ademanes
indicadores, iniciadores de hechos venideros o que traen reminiscencias
de hechos pasados. Y aunque la humanidad rusa es verdaderamente
especial, los signos son comprensibles y despiertan las correspondencias
en cualquier otra raza o en cualquier otro rincón del mundo, en donde se
sufra, se llore o se sueñe. Gorki no celebra ni levanta a sus labriegos,
obreros pacientes o malignos, o sus vagabundos; pero les cubre con un
velo de lástima, y si no los absuelve, como la naturaleza, indiferente,
tampoco los condena. De pronto suele señalar en el corolario de una
sucesión de acciones o en un hecho aislado los motivos cerebrales, las
perversidades congénitas, y de acuerdo con esto, con la conciencia
moderna, excusa la misma criminalidad. Todo aparece embebido en ese
vapor de vodka que flota sobre el pueblo ruso, ese alcoholismo
alucinante que ayuda a la eclosión de las malas fuerzas secretas en el
silencio de las noches espectrales y llenas de misteriosa complicidad.
 
La naturaleza atrae a este genial intelecto con su encanto y su libertad
salvaje, y sabe leer en ella, comprende más de un jeroglífico, pone el
oído a más de una voz del más allá. Es una especie de Novalis ingenuo
que ha caminado mucho tiempo teniendo hasta el pecho el lodo del camino
de la vida, pero que ha sido sostenido por la gracia demiúrgica y por la
mirada de las estrellas. Siente que las ideas entre las olas y el aire
pierden su acritud y hasta la vida su valor. Ha tomado más de una vez
consejos del ruido del mar, y se ha apaciguado su alma al soplo
infinito. Y ha soportado las lecciones del vivir ayudado por la bondad
del alma universal. Cuando alude a sucesos de su vida, cuando narra
cosas dolorosas de su existencia, las tempestades que han golpeado su
juventud, es de una simple elocuencia dominadora. Hay, entre otras, una
anécdota en uno de sus cuentos que abre una puerta de claridad sobre su
experiencia de bregas, de desconfianzas y de desconsuelos, en que sólo
ha podido triunfar a fuerza de perseverancia, de labor y de valor. Narra
su odisea con un príncipe georgiano, a quien por lástima tuvo que
acompañar y alimentar, él, pobre obrero, en un viaje largo y miserable
hasta Tifflis... «Le daba de comer, le explicaba los bellos sitios que
viera, y recuerdo que una vez, habiéndole de Baktchisarai, le cité
algunos versos de Puchkine. No le produjeron efecto alguno. «--¡Ah,
versos...! Mejores son las canciones. Conocía yo a un georgiano, Mato
Legeava, que sabía cantar... ¡Qué canciones! Gritaba mucho, mucho,
parecía que le clavaran un puñal en la garganta. Mató a un posadero y le
enviaron a Siberia...--» Cada vez que volvíamos a juntarnos perdía un
poco más de su estima, y ni se tomaba la pena de disimularlo. Nuestros
asuntos iban mal. Apenas podía ganar yo un rublo o un rublo y medio por
semana, y esto era poco para dos. Las limosnas que recibía Charko no nos
procuraban grandes ventajas. (El príncipe prefería mendigar a
trabajar...) Su estómago era un abismo que todo lo sorbía: uvas,
melones, pescado salado, pan, fruta seca. El abismo parecía crecer y
exigir mayores ofrendas. Charko (el príncipe) me pedía que nos
marcháramos de Crimea, diciendo que estábamos ya en otoño y que aún nos
quedaba gran trecho que recorrer. Convine en ello. Salimos de Crimea y
nos dirigimos a Teodocia, con objeto de ver si se ganaba algún dinero.
Volvimos a mantenernos de fruta seca y de esperanzas. Veinte verstas más
allá de Aluchta nos detuvimos para pasar la noche. Decidí a Charko a
andar por la playa. El camino era más largo, pero yo quería respirar la
brisa marina. Encendimos una hoguera y nos tendimos junto a ella. La
noche era espléndida. El mar, de un verde obscuro, chocaba contra las
rocas a nuestros pies, y el cielo, estrellado, callaba sobre nuestras
cabezas. A nuestro alrededor suspiraban la maleza y las hojas de los
árboles olorosos. Aparecía la luna. Un pájaro cantaba, y sus trinos
resonaban en el aire, lleno del ruido dulce y acariciador de las ondas,
y cuando este ruido hubo cesado oyóse el agudo chirrido de un insecto.
Brillaba el fuego alegremente, parecido a un gran ramillete de flores
rojas y amarillas. El vasto horizonte del agua estaba desierto, sin
nubes el cielo, y yo, en el borde de la tierra, soñaba con lo
infinito... Embriagado por la majestuosa belleza de la noche, me
desvanecí en una maravillosa armonía de colores, sonidos y perfumes; el
tímido sentimiento de una presencia augusta embargaba mi corazón, que
con fuerza de un júbilo extraño cesó de latir... De repente Charko se
echó a reir. «--¡Já, já! Vaya una cara que pones. ¡Pareces un carnero!
¡Já, Já!--» Me asusté como si un rayo hubiese caído junto a mí. Era
peor. Sí, mucho peor.»
 
He citado ese pasaje porque encierra en sí mucha enseñanza, porque pone
de manifiesto la imposibilidad de conciliación entre el intelectual y
los elementos que desgraciadamente componen, tanto en Rusia como en el
resto de la tierra, la joven aristocracia. Esto es lo que provoca lo que
llama el Creador de valores nuevos, «la creciente del nihilismo».
 
El porvenir habla ya por mil signos; ese destino se anuncia por todas
partes; para escuchar esa música del porvenir todos los oídos están
atentos. «Nuestra civilización europea toda se agita desde hace largo
tiempo bajo una presión que va hasta la tortura, una tensión que crece
de diez en diez años, como si quisiera provocar una catástrofe:
inquieta, violenta, precipitada; semejante a un río que quiere terminar
su curso, que no refleja ya, que teme reflejar.» La filosofía de Gorki
es un substrátum de experiencia. Su escuela ha sido la desgracia en la
edad de la ilusión y del amor. Por eso él mismo cree y afirma: todos los
hombres que luchan por la vida, que están presos en su lodo, son más
filósofos que Schopenhauer, porque jamás una idea abstracta tomará una
forma tan precisa como la que el dolor arranca de un cerebro. Este
potente candoroso es un extranjero delante de los retóricos, delante de
los arregladores de fórmulas y de palabras. «Estos se
extasían--dice--para sostener su reputación de hombres que comprenden la
belleza, y no porque sientan el encanto sin par de la gran madre, fuente
de toda vida, manantial de fuerza.» En el descanso de los azares de su
vida algunas grandes almas han comunicado con él a través de los libros.
 
No es un letrado, no es un leído, mucho menos un universitario; pero de
cuando en cuando uno conoce, por una cita o por una comparación o
reminiscencia, sus autores favoritos o los que han dejado alguna huella
en su mente. Fuera de la literatura rusa se ve que ha leído a
Shakespeare y a Cervantes, y a este último se nota que le ama, gracias
al maravilloso Caballero, como Heine. Ha leído también a Swift, y debe
haberle sabido áspero y fuerte como un trago de vodka. Mas su libro
principal es mucho más vasto y más repleto de verdades. Hablando de un
ingrato, dice:
 
«Me enseñó muchas cosas que no se hallan en los más abultados libros
escritos por los sabios; porque la sabiduría de la vida es siempre más
profunda y más amplia que la sabiduría de los hombres.»
 
Los libros de Gorki pueden parecer demasiado secos a los lectores de
cosas bonitas, de libritos coquetos y sabrosos, hechos por desahogados
_diletantti_ o por industriales de la literatura; pueden aparecer
inmorales a los hipócritas que se regodean con las peores obscenidades
con tal que vayan disimuladas entre encajes de Francia o decoradas de
estetismo italiano; pueden parecer absurdas a quienes van por el mundo
como dormidos o privados por ingénita estupidez del don de comprensión y
de meditación. _El matrimonio Orloff_ es una obra maestra en todas
partes; los cuentos de Gorki son diamantes en su género. _Los tres_ es
una novela de una fuerza y de un interés tales, que no puede abandonarse
una vez empezada. Es un estudio de fatalidad, una reproducción verídica
de una existencia atormentada y conducida al crimen por la violencia y
la inflexibilidad de la suerte, en un medio cruel y temeroso. La obra
interesa tanto a los sabios que buscan resolver el problema de la
justicia, basados en el estado de la máquina humana y de los medios
sociales, como a los que, espiritualistas esperanzados o convencidos,
juzgan que no se mueve la hoja del árbol sin el influjo de una potencia
suprema y secreta. ¿Le seguiremos llamando Dios, si gustáis?

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