2016년 4월 1일 금요일

Opiniones 22

Opiniones 22


Le temple est en ruine au haut du promontoire...
 
* * * * *
 
Mais l’Homme, indifferent au rêve des aieux
Ecoute sans frémir, du fond des nuits sereines,
La Mer qui se lamente en pleurant les Sirènes.
 
Todo el vasto espectáculo humano, la leyenda y la historia, supo
concretarlo en magníficas cristalizaciones que siempre causarán
admiración a los comprendedores de la virtud artística. Como Hugo, en su
cíclico poema, abarca todas las épocas del mundo: los mitos, los héroes,
los dioses, la vida y el ensueño. En Grecia y Sicilia, he ahí primero la
gran figura de Herakles, ya vencedor del león de Nemea, o cerca del lago
de Estinfalia, «todo sangriento, sonreir al gran cielo azul». He ahí a
Neso, cuyo sueño turba «el caliente olor de las yeguas de Epiro»; la
centauresa que de noche tiembla «à l’appel lontain des ètalons»; la
admirable metopa partenoniana de los centauros y lapitas; la fuga de
centauros que sienten la muerte cerca, «et flairent dans la nuit une
odeur de lion.» O bien Afrodita surge de la sangre de Urano; y Jasón y
Medea aparecen como en un cuadro de Gustave Moreau, en el soneto
dedicado a ese pintor. En el «Termodonte» véis pasar a los potros
blancos, rojos de la sangre de las Vírgenes. En «Artemis», la diosa se
presenta como llena de un primitivo y olímpico sadismo, y luego pasará,
cazadora, saltando entre sus molosos; y la flauta pánica resonará en una
ninfea. Pan surge, «el Caprípede, divino cazador de ninfas desnudas». Su
risa asusta a las ninfas en el baño. He ahí un vaso cincelado, en cuyos
flancos han de encontrar más tarde nuevas visiones poetas como Regnier y
Samain. He ahí, como en la estatua de Clésinger, el león que «en
rugissant d’amour mord les fleurs de son frein». Baco, conquistador,
triunfa a las orillas del Ganges. Las mujeres de Biblos celebran los
funerales de Adonis; Circe siente los perros sagrados que la siguen
aullando. En un soneto dialogado, la «Sphinx», muestra Heredia lo que
habría podido hacer si hubiera escrito tragedias. En otro, «Marsyas»,
hace recordar el Marsyas de mármol del Louvre.
 
Un amor especial tiene para Pegaso, ya «alargue sobre la mar su grande
sombra azul», ya, montado por Perseo, cuando «bat le ciel ebloui de ses
ailes de flamme», o cuando sus alas «aux amants enlacés font un tiède
berceau».
 
En los epigramas y bucólicas es un admirable evocador de la vida
antigua. Cabreros, pastores, términos; inscripciones votivas; clamores
de orgullo, libaciones funerarias, naves que parten; esclavos,
sembradores, viejos chivos propiciatorios; niños muertos en flor; un
corredor como el que en el Luxemburgo tiene fijado su ímpetu de bronce;
un cochero como los que cantan las odas pindáricas; Pegaso de nuevo; o
bien estas palabras que hoy son para dichas por sus propios labios
fríos:
 
Aux yeux se sont fermés à la lumière heureuse,
Et maintenant habite, hélas! A pour jamais,
L’inexorable Erebe et la Nuit Ténébreuse.
 
En «Roma y los bárbaros» saludaréis el bajel de Virgilio. Conoceréis al
discreto Galo, y reencontraréis la flauta griega en labios de un pastor.
El poeta se dirige a Sextius, y hace constar que la vida es breve, como
cantó el otro, y que «no hay primavera en el país frío de las sombras».
He ahí luego cuadros, viñetas, medallas de la vida romana. He ahí una
sonrisa latina, o la soberbia figura de Aníbal, y en los versos a un
triunfador, una frase que se diría dicha a sí propia por el artífice:
 
Grave-les dans la frise et dans les bas-relief
Profondement, de peur que l’avenir te frustre...
 
Aparece Cleopatra, en una tarde, «semejante a un gran pájaro de oro que
espía a lo lejos su presa.» Luego el Imperator sangriento; y el célebre
soneto en que Antonio ve en los ojos puntuados de oro de Cleopatra:
 
Toute une mer immense ou fuyaient des galères.
 
Y el «pequeño museo» se engrandece; a los sonetos epigráficos suceden la
Edad Media y el Renacimiento. Y Heredia siempre está en su terreno de
labrador de mármoles, de marfiles y de oros. Y es el vidriero que decora
las catedrales con asuntos de primitivo; y renueva a Benvenuto. En
«l’Estoc» hace recordar el soneto que sobre César Borgia escribió
Verlaine, y en otra medalla, dejaría complacidos los gustos del marqués
de Bradomín.
 
Pasan los recuerdos de dos poetas de su linaje, Petrarca y Ronsard; y es
un lujo de orfebrería, luego, y de esmaltes que contribuyen a la gloria
fraternal de Claudis Popelin.
 
En los conquistadores, puede decirse que se recrea en la gloria del
Antepasado, el fundador de Cartagena de Indias, D. Pedro de Heredia, por
el cual sus últimos descendientes pueden timbrar su escudo con «une
Ville d’argent qu’ombrage un palmier d’or.» En el Oriente y los
Trópicos, se precisa la influencia de Leconte, y, claro que la de Hugo.
Es allí donde, de paso, en un terceto, hay una reminiscencia del origen
cubano del poeta.
 
* * * * *
 
Fuera de su «pequeño museo», quedan de Heredia una traducción de Bernal
Díaz del Castillo, un «Romancero», inferior a lo que en este sentido se
encuentra en la «Leyenda de los Siglos», y «Les Conquérants de l’Or»,
fragmento épico que poca cosa puede agregar a su gloria.
 
Vivirán, pues, las medallas, los bajos relieves, las estatuetas, los
templetes, las logias que construyó con amor y pasión de artista. Y
vivirán, sobre todo, porque puso en ellos su vida y su alma, su
constante esfuerzo y su adoración a la Belleza pura.
 
Por otra parte, él no quiso nunca regenerar la sociedad ni cambiar el
mundo. No se dedicó a la pistonuda carrera de apóstol. Era un cuerdo.
 
[Illustration]
 
 
 
 
[Illustration] NUEVOS POETAS DE ESPAÑA
 
 
Mi distinguido compañero Enrique Gómez Carrillo ha venido a verme, en su
calidad de redactor de la sección de letras españolas en el _Mercure de
France_, y me ha dicho: «Necesitamos que me conteste esta pregunta: ¿Qué
piensa usted sobre el estado actual de la poesía en España?» La pregunta
es compleja, porque no hay una poesía actual española, sino muchos
poetas españoles. Pocos excelentes, algunos buenos, y los demás...
 
Lo que sí se advierte en el primer momento es que la manera de pensar y
de escribir ha cambiado. La liberación de la intelectualidad es un
hecho, y más que la europeización, la universalización del alma
española. En mi «España contemporánea» he hablado del movimiento mental
que por la influencia del simbolismo francés transformó las letras
hispano-americanas. Ese movimiento, aunque tardío, llegó a España, y
dió nueva vida a las letras españolas. Se acabaron el encantamiento, la
sujeción a la ley de lo antiguo académico, la vitola, el patrón que
antaño uniformaba la expresión literaria. Concluyó el hacer versos de
determinada manera, a lo Fray Luis de León, a lo Zorrilla, o a lo
Campoamor, o a lo Núñez de Arce, o a lo Becquer. El individualismo, la
libre manifestación de las ideas, el vuelo poético sin trabas, se
impusieron. Y eso trajo una floración nueva y desconocida. Y el nivel de
los espíritus subió. Hasta hace pocos años, apartando al gran Zorrilla,
los poetas castellanos estaban en segundo o tercer término entre los de
Europa. Ahora, entre los poetas jóvenes de España, los hay que pueden
parangonarse con los de cualquier Parnaso del mundo. La calidad es ya
otra, gracias a la cultura importada, a la puerta abierta en la vieja
muralla feudal. Nombraré algunos de esos nuevos poetas.
 
* * * * *
 
Antonio Machado es quizá el más intenso de todos. La música de su verso
va en su pensamiento. Ha escrito poco y meditado mucho. Su vida es la de
un filósofo estóico. Sabe decir sus ensueños en frases hondas. Se
interna en la existencia de las cosas, en la naturaleza. Tal verso suyo
sobre la tierra habría encantado a Lucrecio. Tiene un orgullo inmenso,
neroniano y diogenesco. Tiene la admiración de la aristocracia
intelectual. Algunos críticos han visto en él un continuador de la
tradición castiza, de la tradición lírica nacional. A mí me parece, al
contrario, uno de los más cosmopolitas, uno de los más generales, por
lo mismo que lo considero uno de los más humanos.
 
Su hermano Manuel, que ha permanecido en París durante varios años, es
muy diferente. Este es fino, ágil y exquisito. Nutrido de la más
flamante savia francesa sus versos parecen escritos en francés, y desde
luego puedo asegurar que son pensados en francés. Es en muchas de sus
poesías--por ejemplo, en «Caprichos», de título goyesco--un verleniano
de la más legítima procedencia. Con los elementos fonéticos del
castellano ha llegado a hacer lo que en francés no han logrado muchos
seguidores del prodigioso Fauno. Sus «arietas» son perfectas. En cuanto
a sus resurrecciones de viejos metros y sus tentativas de versolibrismo,
indican un gran virtuoso y un artista de la palabra.
 
Otro es D. Ramón Pérez de Ayala: Es un poeta asturiano, pero que es
castellano, pero que es cosmopolita; joven, luego rico en primavera,
luego sonriente, luego ágil de pensamiento, luego amador de la libertad,
luego soñador. D. Ramón Pérez de Ayala tiene un nombre que trasciende a
líricas vejeces, a pergaminos venerandos, a flores secas halladas en un
breviario de arcipreste enamorado de las musas. D. Ramón Pérez de Ayala
es un poeta absolutamente del siglo XX, con igual educación estética que
nuestros mejores poetas hispano-americanos actuales, y con una hermosa
independencia de espíritu que le hace decir lo que quiere, cantar de la
manera más sencillamente posible. Mas hay que advertir que la sencillez
es en este caso lo más dificultoso. Ahora todos queremos ser
sencillos... Todos nos comemos nuestro cordero al asador después que lo
hemos tenido encintado en el _hameau_ de Versalles. El Sr. Pérez de
Ayala se expresa a veces con reminiscencias clásicas, arando en el
antiguo y fecundo campo con los apacibles bueyes de Berceo y de Juan
Ruiz; y su arado, de modernísima fábrica, hiere la tierra con igual
virtud que los venerables y rudos hierros viejos. He leído «La paz del
sendero», manifestación primigenia de esta fragante alma. Tiene el autor
demasiado talento para que sonríamos ante la premura de un dolor fatal
apenas entrevisto. Desde esos primaverales años clama una voz de hondo y
meditabundo poeta, animado por el infuso saber, amargo don del destino.
 
Con sayal de amarguras, de la vida romero,
Topé tras luenga andanza con la paz del sendero.
Fenecía del día el resplandor postrero.
En la cima de un álamo sollozaba un jilguero.
 
No hubo en lugar de tierra la paz que allí reinaba.
Parecía que Dios en el campo moraba.
Y los sones del pájaro que en lo verde cantaba,
Morían con la esquila que a lo lejos temblaba.
 
La flor de madreselva, nacida entre bardales,
Vertía en el crepúsculo olores celestiales.
Veíanse blancos brotes de silvestres rosales,
Y en el cielo las copas de los álamos reales.
 
Y como de la esquila iba besando el son
Al canto del jilguero, mi pobre corazón
Sintió como una lluvia buena de la emoción;
Entonces a mi vera vi un hermoso garzón.

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