2016년 4월 1일 금요일

Opiniones 7

Opiniones 7


La Resurrección, la institución de los Sacramentos, la jerarquía de la
Iglesia, todo eso puede ser artículo de fe, si se tiene fe. El cuarto
Evangelio no tiene ningún valor histórico; la resurrección de Lázaro es
un símbolo.» ¡Cómo debe estremecerse, en lo invisible, la sombra de
Torquemada! Con la Nueva Jerusalem swedenborguiana, con las mil y una
sectas del cristianismo yanqui, con el flamante profeta Elías y su
productiva Sión, con tolstoístas y ultraevangelistas, la Iglesia no
tiene nada que temer. Pero el abate Loisy es un dulce y piadoso enemigo
íntimo que, si no se anula pronto, causará trascendentales perjuicios,
y éstos los quiere evitar su eminencia el cardenal Richard, el fuerte
viejecito que quiso confesar a Hugo. Es una nueva aparición de la
incompatibilidad entre el progreso y la fe, entre la religión y la
ciencia, entre la razón terrestre y la razón celeste. León XIII y su
Santo Tomás no dejarán de tener culpa en la valentía del osado abate.
_Lumen in Cœlo_ no quiso iluminar en la ocasión; veremos si _Ignis
ardens_, que aparece tan benigno, quemará, así sea metafóricamente.
 
En verdad, la obra del abate Loisy, con su aspecto moderno y
superescolar, no es nueva. A través del océano del tiempo es un mugrón
del arrianismo, llegado tras el biprincipismo gnóstico. Cristo ha sido
el blanco de famosas herejías: Si Arrio y los suyos niegan su divinidad,
Eutiquio le suprime toda humanidad, aboliendo así la redención, y
Nestorio, estableciendo la división entre la parte divina y humana,
destruía la unidad que constituye teológicamente el Hijo, ¿cuántos
heresiarcas más se han atrevido con el más sagrado de los misterios
cristianos? Sin embargo, entonces se discurría en el terreno de la
filosofía religiosa, de la ciencia divina, de las doctrinas que dieron
nacimiento y desarrollo a la patrología.
 
El abate Loisy es de última hora. Viene con la ciencia de hoy, es
profesor «en Sorbona» y sabe lenguas orientales, arqueología, todo lo
que sabía Renan. «--¡Bah, bah, bah, bah!; no sé hablar--dice el
formidable profeta, y alguien que muy poco tenía de cura, Büchner,
escribe en su libro, no religioso por cierto: «La fe tiene raíces en
indisposiciones del alma inaccesibles a la ciencia.»
 
El cardenal Richard se preocupa grandemente del caso. Lo que debe hallar
más grave su eminencia, y con él todos los católicos, es que el abate no
renuncia a su sacerdocio ni a su título de católico, y cree servir al
«más grande de los hombres», en su calidad sacerdotal y profesoral.
Demás decir, que ha caído multiplicadas veces bajo el anatema de la
Iglesia. El abate Loisy, simplemente, en el concepto católico, es un
excomulgado. En él están contenidos todos los antiguos heresiarcas,
desde Arrio hasta Berenger. Su exegesis renaniana, por el caso de su
ministerio, no puede menos de causar el mayor escándalo entre los
sinceros y firmes creyentes. Y su condenación o absolución por Pío X
será la continuación de la normal doctrina católica, apostólica, romana,
o el krack del Espírito Santo.
 
[Illustration]
 
 
 
 
[Illustration] LAS TINIEBLAS ENEMIGAS
 
 
Los profesores, los sabios oficiales, los doctores de la ciencia humana
que creen haber asido la verdad con cuatro pinzas y cuatro estadísticas;
los que ven hasta dónde alcanza lo que saben, los explicadores novísimos
del alma, los que han escamoteado a Dios, os podrán hablar largamente y
en términos semigriegos, que complacían ya a Molière, de las causas más
o menos probables que han llevado a una horrible muerte a un poeta
maldito que estaba casi olvidado: Maurice Rollinat. Yo procuraré deciros
sucintamente la pesadilla de su vida y el espanto de su fin. Porque aquí
una vez más se cumple _Talis vita, finis ita_. Todo es uno en el hombre:
existencia, obras, impulsos; la fatalidad, que tiene muchos nombres,
rige la vida, desde el espermatozoario hasta la podredumbre. Y así hay
la fatalidad del bien, como hay fatalidad del mal, fatalidad angélica y
fatalidad demoníaca. Y tal hombre desde la cuna va para el altar, y tal
otro para la batalla, y tal otro para mirar pensativo las entrañas del
mundo. Allí están los instintos y las vocaciones. Vocaciones, es decir,
llamamientos, llamamientos de voces inaudibles que están en lo profundo
del misterio y de la eternidad. Y la eternidad y el misterio estarán
ante las cosas humanas cuando no exista ni el polvo de recuerdo de la
sabiduría de hoy, y como estaban en los tiempos en que se levantó la
Esfinge egipciaca y en que había pensadores y sacerdotes en la Atlántida
y en Palenke.
 
* * * * *
 
Maurice Rollinat fué un poeta de talento, ni mayor, ni menor; en todo
caso, en las antologías entrará como un poeta menor, a causa de ser su
obra casi toda reflejo y eco; reflejo lejano de Poe, eco de Baudelaire.
Su poética no alcanzó al simbolismo ni se quedó completamente en el
Parnaso. Su alma fué la de un romántico puro, exacerbado, pues hasta en
su licantropía tuvo un antecesor en el antiguo batallón huguiano.
 
Apareció su nombre repentinamente y se apagó de pronto, como un fuego
fatuo o de artificio. Era en los tiempos de la impasibilidad parnasiana
por un lado y de la sequedad naturalista por otro. Apenas Richepin había
puesto por un momento agitación con sus _Chansons des Gueux_. El
ambiente era propicio para otra cosa. Rollinat apareció como cultivador
de «flores del mal», rimador y músico macabro. Cantaba en _cabarets_ y
salones versos baudelerianos con música suya, y canciones propias,
aullantes, gimientes, con una voz lúgubre y un aire más lúgubre aún. Era
en los tiempos en que Sarah Bernhardt, entre cuatro cirios, se complacía
en dormir en un ataud... Sarah Bernhardt se encantó con el nuevo lírico,
que tan bien sentaba a sus nervios. Era en los tiempos en que aquel mal
sujeto, que se llamaba Albert Wolf, hacía y deshacía reputaciones en las
primeras columnas de _Le Figaro_, y Albert Wolf dedicó un elogioso
artículo al lírico que agradaba a Sarah Bernhardt, y París reconoció en
seguida que Maurice Rollinat tenía genio. La moda estaba por las
neurosis, verdaderas o falsas. ¿Rollinat era sincero, o era un _poseur_?
 
La tragedia lamentable de sus últimos días, después de tantos años de no
variar de actitud, aun lejos de París y sus literaturas, fuerzan a creer
que el pobre poeta era sincero. Cuando más, podría suceder que el hábito
de estar agitado y la obligación estética de la desesperación le hayan
al fin perturbado el cerebro y acabado por lanzarle en el abismo a que
tantas veces se asomó. Luego los venenos del carácter, los modificadores
del pensamiento, los paraísos artificiales que no son sino infiernos
verdaderos, llámense alcohol, morfina, cloral, le acabaron de empujar en
el reino temeroso de las tinieblas enemigas. Una vez más se hace
palpable la verdad que encierra un decir que se encuentra entre los
principios de la antigua Cábala: «No hay que jugar al fantasma, porque
se llega a serlo.» Ese más allá tan desconocido hoy como en los más
recónditos siglos, contiene todo lo que hay de profundamente misterioso
en el universo, la esencia del pensamiento, el secreto de la locura, la
verdad del ensueño, la razón de la muerte. Claro es que los que tenemos
una creencia religiosa cualquiera, no contamos con la última hipótesis
del último estudioso y con la última suposición del más flamante
descubridor de absoluto. Rollinat en otras épocas habría sido tratado
por el exorcismo y, posiblemente, quemado; por menos se quemó a otros.
Hoy ha muerto en una clínica, gracias a que los antiguos teólogos están
sustituídos por los modernos psiquiatras, lo cual está reconocido como
una ley del progreso.
 
* * * * *
 
Uno solo de los libros del desventurado os dará una idea de la caja de
Pandora y urna de los demonios que era su pobre cráneo: _Las neurosis_,
dividido en cinco partes: «Las almas», «Las lujurias», «Los espectros» y
«Las tinieblas». Un médico os dirá: «Delirio de la persecución,
lipemanía, parálisis general»; un doctor de la Iglesia os declararía
francamente: «Posesión». Dice ese volumen las torturas de la persecución
del fantasma del crimen, el superaguzado instinto del daño: los vagos
estremecimientos, las alucinaciones, el silencio, las extrañezas de la
música, el alma de Chopin y de Poe, los horrores de la pasión carnal,
las crueldades de la carne, la felicidad femenina, las pesadillas, las
torturas, los gatos, las serpientes, los tísicos, el suicidio, el gusano
de tierra, la «leche de serpiente», los lagartos verdes, el idiota, el
miedo, el amante macabro, la señorita esqueleto, la muerta embalsamada,
el sonámbulo, la bebedora de ajenjo, el ladrón, el bohemio, el enterrado
vivo, el soliloquio de Troppmann, el verdugo monómano, el monstruo, el
loco, la cefalalgia, la mala suerte, la enfermedad, la hipocondríaca, la
quimera, la locura, el mal de ojo, la navaja de barba, la vilanela del
diablo, la rabiosa, los ojos muertos, el abismo, la ruina, las agonías
lentas, el ataud, la Morgue, la putrefacción, el silencio de los
muertos, el infierno, el epitafio, _De profundis_... Todos esos son
títulos o temas de sus poesías, y las poesías corresponden al tema...
Todo eso se recitaba y se sabía de memoria en los salones parisienses...
Platos especiales, versos _faisandès_, complemento del estremecimiento
nuevo traído por el otro maestro infeliz, Baudelaire. Mas en la
suposición de que en Rollinat fuese natural esa manera de mirar la
existencia por su parte obscura, fúnebre y diabólica, en el público no
podía durar lo que era impuesto por la moda, y la moda pasó y no se
volvió a hablar más del féretro de Sarah Bernhardt ni de las canciones
tenebrosas del sombrío melenudo «que se parecía a un lobo».
 
Se dijo que se había ido al campo a llevar una vida de campesino. Otros
libros de versos suyos, en que hasta el sentimiento de la naturaleza
está expresado con su preocupación, con su obsesión eterna, llegaron,
pero ya no tuvieron el éxito que los primeros poemas de sombra, de
noche, de miedo y de sangre. El pintor sueco Allan Osterlind, que fué de
sus íntimos, ha narrado algo de su vida en la campaña. Osterlind
recordaba las largas noches de invierno, en Fresselines, en que el poeta
pasaba al piano, cantando con su voz potente y singular, que iba de bajo
a tenor, las melodías originales inspiradas en sus versos campestres:
«La canción de la perdiz gris», «El cementerio de las violetas», «Los
cuervos». Contaba su vida entre sus perros y gatos, y el gozo del poeta
en recibir a sus amigos, en retenerlos hasta por la mañana a la hora en
que la poción de cloral le procuraba un sueño pesado, surcado de sueños
fantásticos... Casado, en la paz del campo, adonde cuentan que solía
salir con gruesos zuecos, de pesca, de excursión, no pudo, sin embargo,
encontrar la tranquilidad. Frecuentó demasiado las regiones del miedo:
harto provocó el terror en sus libros y en su vida. Solía errar entre
ruinas y lugares sombríos. La enfermedad, llamémosle la enfermedad, le
había agarrado con sus uñas potentes. La vida se vengaba de él
entregándole por completo a lo que está más allá de ella, a los
delirios, a los terrores, al imperio de las tinieblas enemigas.
 
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Veinte años después de su separación de París, ciudad de su éxito y de

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