2016년 4월 1일 금요일

Opiniones 8

Opiniones 8


LA RABIOSA
 
¡Quiero morder! ¡Retiraos!
¡La noche cae sobre mi memoria
Y la sangre sube a mis ojos locos!
¡Ved! Mi boca, torcida y negra,
Babea a través de mis cabellos rojos.
 
Ya he hecho horribles hoyos
En mis dos pobres manos de marfil,
Y he golpeado mi cabeza a fuertes golpes.
¡Quiero morder!
 
Calmaría mi sed en vuestros cuellos
Si pudiese todavía beber.
¡Oh! Siento en mi mandíbula
Una rabia abominable:
¡Por favor! ¡Atrás! ¡Retiraos!
¡Quiero morder!
 
Se comprende que, después del horroroso desenlace del accidente de que
fué víctima su esposa, y más templada que nunca la sed ardiente de sus
nervios, haya sentido el postrer estallido, y antes que en el suicidio,
que tanto temía, como lo revela en varios de sus viejos versos, antes
que en la muerte, se haya hundido en la locura, haya caído en el
manicomio.
 
Oh! comme je comprends l’amour de Baudelaire
Pour ce grand Ténébreux qu’on lit en frissonnant!
 
dice alguna vez, hablando de Edgar Poe. «Los malos maestros», diría con
razón Jean Carrère. En otra parte escribe:
 
A force de songer, je suis au bout du songe;
Mon pas n’avance plus pour le voyage humain,
Aujurd’hui comme hier, hier comme demain.
Rengaine de tourment, d’horreur et de mensonge!
Il me faut voir sans cesse, où que mon regard plonge,
En tous lieux, se dresser la Peur sur mon chemin,
Satan fausse mes yeux, l’ennui rouille ma main,
Et l’ombre de la Mort devant moi se prolonge.
 
El Miedo y la Muerte, por siempre. Y sus dedicatorias... a Barbey, a
Bloy, a Rops, a Charles Buet, al doctor Julien... Seguramente Rops
pintó su «Bebedora de ajenjo» por los versos que Rollinat dedicara a
aquel médico. Quisiera traduciros el rondel de «La locura»,
profético..., como el «Mal de ojo»... o el «Horóscopo», en que
 
... soudain, de dressant dans la brume
Devant mes pas,
Un long Monsieur coiffé d’un chapeau haut de forme
Me dit tout bas
Ces mots qui s’accordaient avec la perfidie
De son abord:
--Prenez garde; car vous avez la maladie
Dont je suis mort.
 
Pero no dejaré de transcribir íntegro el «Epitafio», que es de una
horrible actualidad y que hará meditar a los reflexivos:
 
Quand on aura fermé ma bière
Comme ma bouche et ma paupière,
Que l’on inscrive sur ma piérre:
--«Ci-git le roi du mauvais sort.
»Ce fou dont le cadavre dort
»L’afreux sommeil de la matière,
»Fremit pendat sa vie entière
»Et ne songea qu’au cimetière.
»Jour et nuit, par toute la terre,
»Il traina son cœur solitaire
»Dans l’epouvante et le mystêre,
»Dans l’angoisse et dans le remord.
»Vive la mort! Vive la mort!
 
Sin embargo, en la última página de su tremendo libro se le escapa, a
pesar de su obsesión malsana, un clamor que pide piedad: _Mon Dieu_...
Dios haya, por fin, en la eternidad, libertado del dolor el alma del que
fué condenado en vida, y salve a los poetas de buena voluntad del
imperio de Las tinieblas enemigas.
 
[Illustration]
 
 
 
 
[Illustration] ALGUNAS NOTAS SOBRE JEAN MOREAS
 
 
En el antiguo teatro de Orange, junto a los viejos muros que el Rey Sol
llamaba los más bellos de su reino, al amparo de las divinidades
antiguas que protegieron la civilización helénicorromana, Jean Moreas,
poeta francés, de sangre griega, hace en estos momentos renacer la
gloria de los ilustres coturnos, renovando en sonoros y soberbios versos
a su antepasado Eurípides, y cumpliendo una vez más, en la fuerza de su
otoño, la promesa armoniosa de antes, por la cual las abejas de Grecia
libarían una miel francesa.
 
* * * * *
 
Hace diez años tuve el honor de hablar por primera vez en nuestra
América del talento y de la obra de Jean Moreas. Llegaba yo a Buenos
Aires, como cónsul general de Colombia, _vía_ París... En este soñado
París había recogido las impresiones espirituales que más tarde fueron
_Los Raros_. Iba con cosecha de ilusiones y amables locuras... Mi
sueño, ver París, sentir París, se había cumplido, y mi iniciación
estética en el seno del simbolismo me enorgullecía y me entusiasmaba...
Juraba por los dioses del nuevo parnaso; había visto al viejo fauno
Verlaine; sabía del misterio de Mallarmé, y era amigo de Moreas. ¡Amigo
de Moreas! Esto me llenaba ampliamente. Porque sabía que el poeta había
nacido en Grecia y solía encontrar en los senderos de los bosques,
adonde iba a soñar, sátiros velludos que remedaban a Hércules, armados
de ramas nudosas. ¡Cómo ignoran todo esto los profesores!
 
¿Cómo conocí a Moreas? Gómez Carrillo trabajaba entonces en casa del
temible editor Garnier, y yo lo veía con la frecuencia que deseaba. El
era ya gran conocedor del barrio Latino y muy mezclado a la entonces
hirviente bohemia intelectual de _La Plume_. Conocía a casi todos los
miembros de los cenáculos de la época; sabía yo su intimidad con
Verlaine, Tailhade y otros. Así, cuando un día se me apareció y me dijo:
«Esta noche lo espera Moreas; vendré a buscarlo», se lo agradecí muy
vivamente.
 
Esa noche me esperaba Moreas y Carrillo fué a buscarme. Encontramos al
poeta del _Pelerin Passionné_ en un café del barrio, creo que en el
Vachette. Estaba a su lado su entonces compañero menor y ayudante en sus
líricas campañas, Maurice Duplessis. Y encontré a un Moreas sereno,
sonoro, admirable parlante, amable, noblemente fraternal, sin buscar ni
admitir la familiaridad cara a los irreflexivos y a los insensatos. Y
como le dijese que el holandés Bijvanck acababa de publicar un libro en
que se trataba de la leyenda moreana--vanidad cómica, frases
asustadoras, autolatría--, me dijo simplemente con su voz de bronce, del
profesor de Hilversum: «Ce monsieur est un imbécile!» Hablamos toda esa
noche de arte, de ideal, de belleza--es decir, él habló... Como cerraron
el Vachette, nos fuimos a otra parte, y luego a otra. A las seis de la
mañana estábamos comiendo almendras verdes en los Halles... Todo eso es
el pasado--¡ah!, como mi fresca juventud.
 
Las páginas que publiqué en _La Nación_ sobre Moreas fueron hechas en el
mar, en la travesía. Llevaba mis apuntaciones y mis recuerdos recientes
y la grata sensación de aquella generosa intelectualidad. Confieso que
jamás he encontrado un alma ni más augustamente firme, ni más poseída de
la fuerza de su propio conocimiento, ni más elevada en su concebir la
vida, ni más pura en su humanidad, que el alma límpida, ínclita y
piadosa de Jean Moreas. Es asombroso cómo ha podido conservar su
diafanidad y su excelsitud ese espíritu de excepción en esta ciudad de
las duras intrigas, de las crespas batallas; los roces ásperos no han
hecho más que abrillantar sus facetas, como a las piedras finas. Primero
sonrieron de él la rutina y la inepcia; luego le atacaron la rivalidad y
la envidia. El siguió adelante. Procuró expresarse, manifestarse mejor
siempre. No solicitó el éxito, no cortejó a la _réclame_. Desdeñó cetros
de pasajeros instantes literarios. Dejó pasar los cortejos, las máscaras
que desaparecen... Y modificándose, mejorándose, siempre siendo el
mismo, cultivó su maravilloso jardín, que por un lado confina con la
selva y por el otro con el mar, la selva sagrada, en donde están sus
abejas del Himeto, y la vital Thalassa, por donde pasó la nave Argos. Y
así, con su modestia más orgullosa que el continente de todos los reyes,
fué simplemente, tranquilamente, haciendo de su vida el poema principal
de sus poemas, de la meditación su más sincera inspiradora y de su
íntimo consejo su más bella coraza de oro homérico. Retirado en una casa
que está cerca del campo, ha hecho sus magistrales _Stances_ y ha
concluído su _Iphigénie_, la desde hace tanto tiempo anunciada e
incubada tragedia. El no buscó nunca a nadie, no pidió jamás nada. A su
retiro le fué a buscar, hace más de un año, la Legión de Honor. Y hoy,
con el triunfo de Orange, lejos ya las luchas de escuelas, desaparecidos
en la historia de las letras francesas los buenos combates de los
simbolistas y decadentes, aclarado el campo intelectual, surge
definitiva la figura del lírico resucitador de las hermosuras clásicas,
del admirador de los antiguos coros, de quien nos viene a decir en pleno
siglo de decadencia moral y de derrotas estéticas la palabra de la
Belleza eterna, la lección de virtud y de sacrificio, el canto de
heroísmo y de gracia robusta que la tierra del Arte indestructible ha de
recordar por los siglos de los siglos al agitado espíritu del mundo.
 
Sus victorias actuales no le deben hacer olvidar ni menospreciar sus
primeras victorias. No hay que renegar de la juventud. Las _Syrtes_, el
_Pelerin_, las obras primigenias, inician la obra por venir, la obra
presente. Nuestros primeros actos afirman nuestras decisiones futuras.
Mejorarse no es contradecirse. Simplificarse no es desdecirse. Cada
momento tiene su fórmula, tiene su expresión. Cada estación la
naturaleza es distinta en sus manifestaciones. Y no hay mejor
certificación y aprobación de la espiga dorada que el pan--o la hostia.
 
Paris, je te ressemble; un instant le soleil
Brille dans ton ciel bleu, puis sudain c’est la brume,

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