2016년 1월 25일 월요일

Letras Obras Completas 15

Letras Obras Completas 15


Como crítico, siempre manifestaba para toda obra extranjera el _parti
pris_, el modo de ver francés. Sus funciones de crítico teatral en el
_Journal_ parisiense fueron arduas. El hijo del judío rico, en sus
últimos años, que debían haber sido de rentas y reposo relativo, tenía
que trabajar como un negro para llenar sus necesidades de gentleman y de
mundano. Porque era poeta con renombre de bohemio, el amigo de Glatigny
y su resurrector, y el cliente del Napolitaine lo era también de Ritz y
comía--como comió la noche de su muerte--en casa del banquero
Openheimer.
 
* * * * *
 
Sobre el movimiento literario contemporáneo francés tuvo ciertas
expansiones, hace algún tiempo, con un escritor que fué a conversar con
él a ese respecto. Creo que Mendès vivía en ese tiempo en la calle
Boccador, frente a la Legación de Nicaragua. El visitante pinta su
gabinete de trabajo, lleno de libros, y en el que resalta, dignamente
enmarcado, un autógrafo de Hugo, «La siesta» de _El arte de ser abuelo_.
Y habla del poeta, que se presenta sonriente y casi joven:
 
«M. Mendès ha visto morir el romanticismo, desenvolverse los destinos
del Parnaso, nacer y morir el simbolismo; pero los años no le pasan,
sobrevive a todos los naufragios alerta y alegre.»
 
Y Mendès da su opinión sobre la literatura francesa contemporánea. Para
él no hay nada nuevo. Por otra parte, que se lea su «Rapport sur la
Poesie». Con justicia se sulfura contra las escuelas. ¿Acaso había antes
escuelas?, dice. «Hugo siempre negó haber fundado una escuela; en todos
sus prefacios se acordó de protestar. El Parnaso no es tampoco una
escuela. Era una agrupación de amigos que se estimaban y que trabajaban
juntos; pero nuestras tendencias eran tan poco comunes, que nada se
parece menos a la obra de Heredia que la de Coppée, a la de
Sully-Prudhomme que la mía...»
 
Y luego:
 
«Cada poeta hace su obra como puede, como lo entiende, lo menos mal
posible. Eso es todo. La escuela simbolista, la escuela romana, la
escuela naturista, grupos sistemáticos y artificiales, ¡qué tontería!
¡Vedlos! Pasan su vida redactando proclamas y olvidan hacer obras.--No
hay nada nuevo después de los prefacios de _Cronwell_ y de _Hernani_.
Todavía viven de eso todos; los comentan, los discuten, los niegan; pero
es alrededor de ellos que se baten.»
 
Y el poeta se expresa poco amable con las técnicas nuevas. Los poetas
jóvenes creen encontrar a cada paso un nuevo camino; pero siempre
siguiendo las huellas de sus antecesores.
 
«Hacen ahora tragedias clásicas. ¿Y por qué? Porque yo he hecho _Medea_.
Así se grita: ¡renacimiento clásico! Pero si yo tenía derecho de hacer
_Medea_ sin ver en ese asunto más que un motivo interesante de teatro.
Entonces, porque he escrito _El hijo de la Estrella_ se deberá clamar:
¡renacimiento bíblico! No. Cada poeta es libre de ir a extraer su
inspiración de donde bien le parezca, sin que se pueda interpretar ese
esfuerzo particular como una tendencia general. Corneille ha hecho
tragedias griegas y tragedias españolas. Todos los asuntos son buenos;
sólo el talento del poeta les da valor.»
 
Y cuenta que un día un amigo de Alejandro Dumas lo invitó a comer,
ofreciendo darle «un excelente asunto para una pieza». Dumas fué a la
comida, y preguntó a su amigo, que quizá sería el mismo Mendès:--¿Y ese
asunto?--Es éste: un joven y una joven quieren casarse; pero el padre no
quiere. En efecto, afirma el poeta, con eso hacéis _El Cid_, sólo que
depende del modo que esté tratado el asunto.
 
Tenía sus admiraciones especiales: Rostand, Madame de Noailles. Con todo
y no creer en los nuevos poetas, siempre estaba pronto a dar buenos
consejos y a alentar a los que a él se acercaban. M. Saint-George de
Bouhelier le debe mucho de su renombre.
 
Y con buenos lustros encima, era un formidable laborioso, pues teniendo
a su cargo la crítica teatral de un diario parisiense, y casi la
dirección literaria del mismo, tenía tiempo para hacer vida social y
escribir dramas, comedias, cuentos, novelas, todo lo imaginable. Su
pegaso estaba enyugado, como el de la poesía de Schiller y el del dibujo
de Retzsche. Pero, de pronto, quedaba libre, y de un solo lírico
impulso se elevaba al azul.
 
* * * * *
 
Con motivo de su muerte se han repetido los ataques que la murmuración,
con razón o sin ella, propagaban en su contra. Hemos quedado en que
nadie es perfecto en la tierra. Los defectos que se le achacan, los
pecados que se le critican, los tienen en el mundo infinitos fulanos,
sólo que en él si existieron, como parece muy probable, resaltan más al
brillo de su talento, al resplandor de su obra, que si no durará ha
tenido su triunfo de belleza. Pero a veces la crítica aparta el
prestigio de los dones singulares y se empeña en medirlo todo con igual
rasero. Poco científico y poco justo. Cartouche no es Benvenuto Cellini,
y Soleilland no es César Borgia.
 
 
 
 
ANTONIO DE ZAYAS
 
 
He aquí el poeta más español de todos los que escriben versos en España.
De él decía hace algún tiempo: «Poeta diplomático. Es un señor. Continúa
la tradición propia; es de la familia de los viejos poetas hidalgos;
prendados de noblezas, de prestigios, de heroísmo, de ceremonia. Con
todo, su vocabulario, su elegancia decorativa, los saltos libres de su
pegaso, le ponen entre los innovadores. A veces, con pensamientos nuevos
hace versos antiguos, y con pensamientos antiguos hace versos nuevos. El
verso libre en España no ha llegado a la licencia de ciertos
versolibristas franceses, con todo y haber escrito Manuel Machado versos
libérrimos. Los de Antonio de Zayas son voluntariamente sujetos a un
ritmo general que no desentona ni se rompe nunca. En _Paisajes_, los
hay magistrales. Hay una oración por el alma de Felipe II, que en
cualquier literatura honraría a un poeta; pero que en este caso
concentra el alma española, la cristaliza en un diamante verbal
sorprendente. Sus sonetos se resienten de heredianos algunos: los
escritos en alejandrinos. Los otros siguen la influencia gallarda que
nos viene de los grandes sonetistas del siglo de oro: Quevedo y el
admirable Góngora.»
 
A esas afirmaciones, me complazco ahora en agregar otras.
 
Ese aristócrata--Antonio de Zayas pertenece a la nobleza--, ese hombre
de protocolo y ese hombre de mundo, tiene un respeto y una pasión
profunda por la dignidad del pensamiento y por la pureza del Arte. Sabe
que el ciego Homero tuvo templos como los semidioses y que la lira es un
instrumento sagrado aun en la época de los gramófonos y de las pianolas.
Con su dignidad gentilicia trata a las musas, y ellas le corresponden
con dones preciados y envidiables sonrisas. Tributario de la Diplomacia,
peregrino de la Carrera, ha vivido en países extranjeros, en climas
ásperos para el hijo de una tierra armoniosa y solar, y su noble pasión
por las bellas letras le ha consolado, con la juventud y el amor, en sus
horas frígidas y brumosas, pues, como Ovidio, ha podido escribir:
 
Solus ad egressus missus septempticis Istri
Parrhasiae gelido Virginis axe premor.
 
De esas oficiales peregrinaciones ha habido felices consecuencias
poéticas. Los paisajes distintos, las costumbres exóticas, las
evocaciones históricas y los espectáculos pintorescos han inspirado a
nuestro artista de la palabra preciosas preseas, entre las cuales
rítmicos «joyeles bizantinos». Él estuvo en ese Oriente europeo que ha
cambiado de pronto al influjo del tiempo nuevo; alcanzó a ver la vida de
la Turquía misteriosa y un poco miliunanochesca que han europeizado esos
niños y ancianos terribles que se llaman los Jóvenes Turcos. Su saber y
su gusto de poeta le hicieron aprovechar del lado bello y peregrino de
las cosas. Y en armoniosas y bien sonantes estrofas nos regaló con sus
impresiones y sensaciones orientales.
 
Él lleva consigo su luz y su sol nativos. Así os explicaréis cómo, según
nos ha narrado en cierta hermosa página, sus _Paisajes_, esos versos que
se dirían impregnados de llama andaluza y de calor castellano, fueron
acordados «en las inmediaciones del Círculo Polar Ártico, durante el
rigor del invierno, cuando, rodeado de nieve por todas partes y perdida
la mirada en los turbios cristales del Melar, contemplaba en lontananza
como único límite del horizonte, inmóviles ejércitos de abetos, solemnes
como obeliscos funerarios.»
 
De tal modo su espíritu hizo brotar ardientes rosas bajo toldos de
brumas en instantes cimerianos. Sus _Retratos antiguos_, sus _Noches
blancas_, su _Leyenda_, son la prueba del constante ingenio y la
maestría elegante de un artífice que, consciente y vigoroso, ha adornado
su juventud con frescos y bien ganados laureles. Su reciente traducción
de la obra poética de Heredia ha aumentado sus prestigios.
 
Se le ha querido absurdamente afiliar a esta o aquella tendencia
literaria; quiénes le hacen seguidor de los clásicos, quiénes le
declaran parnasiano, quiénes le bautizan con el absurdo epíteto de
modernista. Los primeros se fijan en algunas de sus poesías construídas
según los cánones de la poética ortodoxa castellana; los otros en la
voluntaria ausencia de todo subjetivismo emocional, en la impasibilidad
escultural de tales sonetos; los otros en sus novedades de expresión, en
su virtuosismo rítmico. Él es simplemente un poeta, un artista del
verbo; sincero, de conciencia, y como tal capaz de contradicciones en el
proceso de su evolución mental, y en lo que no ataña a las ideas
primordiales. Es un admirable evocador de figuras y escenarios del
pasado. Hay en él como la herencia de una visión ancestral. Su énfasis
es atávico, así como su buen gusto y sus aptitudes de aristócrata. Y no
es un refinado hasta el límite decadente como el francés
Montesquiou-Fesenzac, sino el descendiente de los viejos poetas
españoles que a un tiempo amaban la lira y las máscaras, el arcabuz y la
espada de Toledo.
 
Viajero y políglota, ha procurado siempre alejarse de toda heterodoxia
de lenguaje, de ser en todo y por todo de su tierra. Y su misma
simpatía por Heredia, tiene de seguro por razón el abolengo intelectual
y familiar del sonetista franco-cubano, que tuvo ascendientes
conquistadores como el bizarro don Pedro, fundador de Cartagena de
Indias.
 
No soy yo amigo de las traducciones en verso. Un poeta es intraducible.
Si el traductor es otro poeta, hará obra propia. El canto del poeta
extranjero no será comprendido sino por los que entienden su música
original. Con todo, alabo la traducción que Antonio de Zayas ha hecho de

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