2016년 1월 25일 월요일

Letras Obras Completas 5

Letras Obras Completas 5



Pierre Guisanne, el héroe, a pesar de su dedicación a la medicina,
«n’est pas un savant, c’est un artiste», como pensaban sus camaradas; y
al sentirse tuberculoso ha de haber recordado quizás ciertas palabras de
Thomas de Quincey, en las que se refiere a que «bien podría ser (el
opio), y lo pienso según un hecho absolutamente convincente para mí, el
único remedio que haya, no para curar cuando ya ha estallado, sino para
detener, cuando se halla en estado latente, la tisis pulmonar, ese azote
tan temible en Inglaterra.» Guisanne se deja poseer del espanto de la
muerte inevitable. El opio, o su alcaloide, le libra de la fatal idea
fija, le crea un estado de alma nuevo, le mata el miedo. Ante la
perspectiva del anonadamiento en la tumba, se acelera su deseo de vivir.
Se impone el soplo de la vida ardiente. Él va en un querer frenético al
placer y a la embriaguez que le hace aprovechar la eternidad de los
instantes. La furia del gozo por la inminencia del aniquilamiento.
Recuérdense las admirables páginas de Renan en la _Abadesa de Jouarres_.
Es un «parisiense», una «persona muy parisiense», ese joven deseoso de
todos los goces y que lleva la existencia de París como la más agradable
de las cargas. Su viejo padre vive en provincia, es un sabio discreto.
Él cumple con el programa del buen vividor en la capital de las
capitales: amigos diversos, también «muy parisienses», queridas,
diversiones, elegancias, citas, adulterios, ventajas de soltero. Hay
tipos perfectamente delineados y copiados, seguramente, de lo vivo, de
los conocimientos de M. Daudet; gentes de letras, ridículos y malos,
exquisita canalla; mujercitas, «snobinettes», como dicen en París,
impregnadas de vicio y de vicios; donjuanes vaudevillescos, y, demás
está decirlo, cocotas de fama y clubmen; y también generosas almas,
excelentes corazones, varones de bondad y experiencia, y un lirio de
mujer, la novia salvadora. Cuando de repente, brota la primera sangre
por la boca y el gozador contempla en su imaginación el fantasma de la
tuberculosis, todas las ilusiones se vienen abajo. Alguien turba la
fiesta... El se hace ver por uno de sus profesores, Contrat, hombre de
seso y con conocimiento del mundo. «La voluntad, le dice, es lo
contrario de la preocupación. Ella es un esfuerzo momentáneo, pero
serio, en tanto que la preocupación es una vana y constante «revêrie»...
¿Sois creyente? Guisanne le contesta que es casi indiferente en materia
religiosa. Que ha nacido en la religión católica, que tiene simpatía por
las ideas de libertad que hay en ella y que son un feliz contrapeso al
fanatismo materialista; pero no practica desde la edad de doce años,
desde que perdió a su madre. «Je vous avoue que n’ai pas prié...»--¡Ah,
tanto peor!, dice Contrat. «Contrat se había levantado y venía hacia mí
lentamente, como si hablase a sí mismo en una semimeditación.--«Sí, he
notado que los creyentes resisten más, en ese caso, que los otros. Es
una escalera que hay que volver a subir... y ellos tienen una rampa;
¿comprendéis? Os parecerá divertido que el viejo maestro os hable de
este modo. Ciertamente, yo he sido un famoso escéptico. Pero estoy en
vía de evolucionar. Mi sobrina Blanca es tal vez la causa..., o la
experiencia..., o el trabajo de los abuelos en mí... En todo caso
vuestra sensibilidad ha permanecido cristiana. Sin duda. Y bien, mi
querido hijo, poneos en la actitud moral que corresponde a la esperanza
del milagro lo más a menudo que podáis. Quiero decir, implorad de
vuestra voluntad, de las fuerzas desconocidas, de lo que gustéis, la
curación súbita y radical... Hay un estado de receptividad moral para el
bien como para el mal; eso es lo que es verdad, y los tejidos no son
insensibles a eso. El escepticismo predispone a la ruina.»
 
Esto constituye la base principal de la fabulación, que hay que
considerar como tomada de algún ejemplo viviente, ya que no relacionada
con el más útil, digno y generoso de los casos autobiográficos. Así,
pues, Guisanne, con todo, y su respeto por el profesor, se deja vencer
por el terror inmediato, y antes que recurrir a la fuerza voluntaria o a
la fe religiosa, se intoxica.
 
Un compañero médico le dice: «Yo no me atrevo a aconsejarte el opio
porque es contrario a todas las doctrinas corrientes... y luego es el
diablo para librarse de él...» El enfermo vacila, pero después cae en la
tentación. El opio le engaña, le hace vivir en sus delicias ficticias, y
le aleja la idea de la muerte. Al recurrir al opio en su situación--lo
he dicho,--Guisanne ha debido recordar a Thomas de Quincey. El caso es
casi el mismo, hay demasiada similitud. Y tanto más si se recuerda que
el autor inglés pudo vencer también en absoluto su vicio, nada menos que
después de más de cincuenta años de ser dominado por él. La voluntad
fué seguramente más poderosa al luchar con triple fuerza de hábito y
triple terreno ganado. Es verdad que de Quincey confiesa que la primera
vez empleó el opio para calmar una fuerte e invencible neuralgia dental,
y otra vez, más tarde, por una molestísima dolencia del estómago. Mas en
una parte de las _Confessions of an opium eater_, dice claramente: «Al
principio de mi carrera como comedor de opio, había sido señalado como
una futura víctima de la tisis pulmonar, y me lo habían dicho más de una
vez. Bien que las conveniencias humanas hubiesen hecho acompañar esa
sentencia sobre mi suerte de palabras alentadoras; que se me haya dicho,
por ejemplo, que los temperamentos varían a lo infinito, que nadie podía
fijar límites a los recursos de la medicina o a defecto de los remedios
a las fuerzas curativas de la sola naturaleza, no era menos preciso un
milagro para quitarme la convincción de que era un caso condenado. Tal
era el resultado definitivo de esas comunicaciones agradables; era
bastante alarmante y llegaba a hacer más aun por tres motivos. Primero,
esta opinión era formulada por las autoridades más fidedignas del mundo
cristiano, conviene a saber los médicos de Clifton y de las fuentes
termales de Bristol, que ven más enfermedades pulmonares en un año que
todos sus colegas de Europa en un siglo; esta afección, como he dicho,
era un azote muy propio de la Gran Bretaña, pues depende de los
accidentes locales, del clima y de las variaciones continuas que sufre.
No era, pues, sino en Inglaterra donde podía estudiarse; para
profundizar ese estudio era preciso visitar los alrededores de Bristol,
etc.»
 
Y en otra parte:
 
«El lector sabe que cuando llegamos a los cuarenta años, todos somos
locos o médicos, según el proverbio de nuestros abuelos («fool or
physicien»)... Presumo que ese proverbio significaba esto: que a esa
edad se puede exigir de un hombre que acepte la responsabilidad de su
propia salud. Es, pues, de mi deber ser, en ese sentido, un médico, de
garantizar, en cuanto la previsión humana puede garantizar algo, mi
propia salud corporal. En cuanto a eso, lo he logrado, según testimonios
prácticos y ordinarios. Y agrego solemnemente, que sin el opio no
hubiera logrado eso. ¡Hace treinta y cinco años, sin duda ninguna, que
estaría enterrado!»
 
A Guisanne también le sirvió de mucho el opio o la morfina.
 
Mas, como a Quincey, el exceso le trajo un sinnúmero de penalidades, de
sufrimientos que constituían otra y más terrible enfermedad. «No hay
enfermedad peor que el alcohol», decía Poe. Que la morfina, dicen los
morfinómanos. Y al describir los temerosos efectos del abuso, León
Daudet parece que pone las impresiones de su propio individuo. Así
Santiago Rusiñol, otro victorioso, ha escrito una página alucinante
sobre esos mismos terroríficos efectos.
 
El héroe de esta novela de Daudet, después de una inaudita brega consigo
mismo, ayudado de buenos consejeros, se resuelve a ir a un sanatorio
alemán, donde un especialista ha de librarle de su fardo infernal de
pesadillas. Allí la ciencia hace lo que puede lograr; mas es el
ejercicio de la voluntad el que, en resumen, realiza el verdadero
milagro. Un alma nueva nace, o más bien, el alma ligada y prisionera
rompe sus hierros y cuerdas.
 
En todo esto hay escenas incidentales de un positivo interés y descritas
de modo magistral. En ciertas partes, no se puede menos que recordar que
el autor tiene una íntima herencia del creador de _Jack_ y de _Petit
Chose_. El hermoso optimismo fundamental no hace sino realzar y dorar
del más bello oro espiritual esta obra bienhechora.
 
El fondo religioso y consolador es tanto más de admirar, cuanto que
viene de un trabajador vigoroso de ideas y de sensaciones, de un hombre
nutrido de ciencia, y de un criterio no por cierto empapado en aguas de
azúcar sentimentales. No es una pluma afeminada y dulce la que ha
escrito cerca de veinte volúmenes, todos masculinos y combativos, o
nutridos de ideas medulares o reveladores de músculo y garra, como
_L’Astre Noir_, _Les Morticoles_, _Le Kamtchatka_ o _Le Voyage de
Shakespeare_.
 
Y no es sino harto conocida su potencia de pugil en los encuentros
periodísticos y entre las apacherías de la política. Su libro reciente
es un libro de bien. Más de un enfermo de la voluntad encontrará alivio
y tal vez curación en esas páginas saludables.
 
 
 
 
EL BRASIL INTELECTUAL
 
 
Alguna vez he hablado de mis impresiones respecto a la intelectualidad
de la República del Brasil. Nunca olvidaré mis días de Río Janeiro,
donde tuve ocasión de conocer un núcleo de escritores y poetas que
despertaron en mí una cordial simpatía y una alta estimación mental. El
gran Machado de Asís, en su vivaz y alerta vejez, respetado y querido
por todos como glorioso patriarca de la patria literatura; José
Verissimo, el maestro cuya crítica es admirada y señalada entre las
labores de valor superior; un perito de ideas que en cualquier centro
europeo estaría en puesto de autoridad considerable; Graça Aranha, el
novelista que ha adquirido por potencia y riqueza ideal y por verbo
admirable una de las más puras glorias en las letras portuguesas en
general, y que, según opiniones como la del célebre conde Prozor, ha
escrito la mejor novela de estos últimos tiempos, su _Canaan_, cuya
versión castellana es obra de Roberto Payró; Olavo Bilac, el poeta, uno
de nuestros más gentiles poetas latinos, cuya prosa es de los más
elevados quilates y cuyo don oratorio cautivó a los que oyeron su
musical y fecunda palabra en la Argentina, y tantos otros que forman en
la capital fluminense una agrupación de activos y productores cerebros
que son la mejor corona de su patria, cuya tradición de cultura, que
viene desde los primeros tiempos imperiales, ha formado, al lado de la
preeminencia social, una aristocracia de la inteligencia, que en su
cohesión y en su intensidad de producción--a pesar de las propias
quejas--lleva la primacía en todo el continente.
 
En el elemento joven pude apreciar más de un vigoroso y lozano talento.
Entre ellos llamó mi atención Elysio de Carvalho, de quien conocía las
primeras obras y el plausible entusiasmo y la pasión artística siempre
sincera.
 
En los últimos movimientos de ideas que se han desarrollado y han
triunfado en el mundo literario, ha habido entre los luchadores quienes
han sido intermediarios entre los grupos pensantes, iniciadores de
relaciones, propagadores, vinculadores, anunciadores, introductores de

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