2016년 1월 25일 월요일

Letras Obras Completas 6

Letras Obras Completas 6


Y mérito innegable y siempre digno de reconocimiento será el de los que,
a más de la realización de sus personales ambiciones, han contribuído a
esa especie de confraternidad espiritual internacional que ha sido uno
de los distintivos especiales de la evolución que se inició en Francia
con el nombre de simbolismo y que, alcanzando hasta nosotros después de
otros «ismos», dió por resultado un nuevo triunfo para el arte humano y
el definitivo reconocimiento del poder de la libertad y de la
individualidad.
 
Entre esos propagadores e intermediarios entre las «élites» más o menos
numerosas, no podrá nunca olvidarse a Elysio de Carvalho, en el Brasil;
a Pedro Emilio Coll y Pedro César Dominici, en Venezuela; a Urueta,
Valenzuela, José Juan Tablada y el grupo de la _Revista Azul_ y de la
_Revista Moderna_, en Méjico; a Luis Berisso, Jaimes Freyre y Díaz
Romero, en la Argentina; a Rodó y Pérez Petit, en el Uruguay; a Santiago
Argüello, Mayorga, Turcios, Troyo, Acosta y Ambrogi, en Centro América;
a González y Contreras, en Chile; a Clemente Palma, Román, Albujar y
otros, en el Perú; a Silva, Valencia y Darío Herrera, en Colombia; a dos
o tres buenos poetas en el Ecuador; a Iraizos y Mortajo, en Bolivia; al
culto y noble Gondra, en el Paraguay.
 
Carvalho fué el paladín de la revolución intelectual en la juventud
brasilera. En relación con los _leaders_ de Europa, llevó su entusiasmo
hasta a afiliarse a pequeñas agrupaciones que en el mismo París tuvieron
una efímera vida; tal el mentado naturismo, que no tuvo más razón de ser
en pleno afianzamiento simbolista que el talento impaciente de unos
cuantos. En el Brasil, la aparición de un joven combatiente como
Carvalho llamó la atención de todos, provisto como iba, según el decir
de José Verissimo, «de una rica si bien desordenada y no menos
interesante actividad mental... Todo en él revestía un bello entusiasmo
juvenil, sincero y vigoroso, servido por un talento que aparecía real en
medio de la extravagancia de su precoz literatura, de la anarquía de sus
ideas y de la multiplicidad de sus propagandas estéticas. ¡Curioso! Este
mozo exuberante, franco hasta la prodigalidad, ávido, sin duda, de
surgir, mas con derecho a ello, al cabo ingenuo y bueno, fué, por sus
mismos compañeros de juventud y literatura nueva, discutido, negado,
calumniado.» Bien ha estado al recordar esos comienzos de la labor de
Elysio de Carvalho, ahora que, como comprueba el mismo Verissimo, la
personalidad del autor de «As modernas correntes esthéticas na
literatura brazileira» queda situada definitiva y dignamente en las
letras de su país.
 
* * * * *
 
La producción de Elysio de Carvalho se relaciona, como he dicho, con las
últimas manifestaciones mentales que han conmovido el Arte y la
Filosofía en el mundo europeo y cuyas repercusiones han influído en los
espíritus estudiosos y entusiásticos de todas las naciones.
 
Aparte de sus expansiones de alma, de la revelación de sus íntimos
sueños e ideologías, en versos y prosas de audacia y de elegancia, de
altivez y de ansia moral, como sus «Horas de Febre», su «Alma antiga»,
tradujo admirablemente a su idioma la célebre Balada carcelaria de Osear
Wilde y los «Poemas» de este mismo poeta. Narró el proceso de su
educación filosófica y artística en su «Historia de um cerebro»; se
afilió--más o menos pasajeramente--a lo que aquí se llamó naturismo, en
su «Delenda Carthago». Nietzsche tuvo en él un admirador; Stirner un
apasionado propagandista, comentador y biógrafo. Toda nueva idea, todo
nuevo impulso en el pensamiento contemporáneo halló en él un apoyo y un
entusiasmo. Razones claras me impiden ocuparme de una de sus últimas
producciones: «Rubén Darío», estudio crítico (1906). Mas he de decir que
tal trabajo figura hermosamente entre el magistral aunque fragmentario
estudio sobre el mismo autor, de Rodó y los de González Blanco,
Henríquez Ureña, Pardo Bazán, Martínez Sierra, Alberto Ghiraldo, Ricardo
Rojas y Díaz Romero.
 
El amor de la novedad y de la combatividad, naturalmente despertaron en
unos ya el asombro, ya la voluntad hostil; más también tuvo Carvalho su
cosecha de simpatías y sus conquistas justas. Su puro fervor de Belleza
y su anhelo de verdad, le han colocado entre los excelentes. Pertenece a
esa aristocracia inconfundible de la idea, que no se compadece con la
mediocridad ni con la chatura.
 
Naturalmente, con el tiempo, los primeros fuegos juveniles se han
aminorado, y a la incondicional determinación ha sucedido una manera
reflexiva y serena que no por eso deja de conservar la fuerza y la
sinceridad de antaño.
 
Y es que jamás consideró este hombre de cultura y este artista íntegro,
la facultad de pensar y el don de escribir, sino con toda la seriedad y
la profundidad que requiere tal condición que innegablemente coloca al
ser humano en superior jerarquía. Abominados sean los histriones del
pensamiento y los apaches de la pluma, que prostituyeron la singular
virtud que pudo servirles para propia elevación y bien de almas
hermanas.
 
Los defectos de Carvalho en sus primigenias producciones han sido los
del árbol demasiado copioso de savia y de follaje, defectos de los años
en que, poseídos del brío primaveral, los espíritus tienen asimismo
exuberancia de savia y de follaje. «Una visión extraordinaria y que
engrandezca las cosas vistas, también es un defecto», dice José
Verissimo con su habitual exactitud de juzgar. Elysio de Carvalho, y
como él muchos de los que en la América latina han seguido y proclamado
las nuevas ideas, se señaló por su exageración en el sostenimiento de
sus principios; mas esa exageración ha sido, si se quiere, benéfica y
precisa en los iniciales momentos de la proclamación de los flamantes
credos; y luego, una vez pasadas las agitaciones y violencias de la
lucha, una vez abierto el camino por donde los intelectos habían de
comenzar su viaje al ideal, vino la tranquilidad, la calma de
raciocinio, la posible mesura en la elocuencia--que en determinados
caracteres y medios es a veces difícil de conseguir--y la elevación
serena de criterio que, con gran complacencia de todos los intelectuales
brasileños, sin distinción de escuelas o de preferencias estéticas, se
ha manifestado en «As modernas correntes esthéticas na literatura
brazileira», la reciente obra que motiva estas líneas.
 
 
 
 
LETRAS DOMINICANAS
 
 
Existe una literatura en los momentos actuales, que presenta un carácter
inconfundible en su variedad: la literatura en que expresan su alma, sus
voliciones y sus ensueños, la Joven España y la Joven América española.
Las nuevas ideas han unido en una misma senda a los distintos buscadores
de belleza, mas en tal unión no pierde nada el impulso del individuo ni
la influencia de la tierra, sin contar, por supuesto, en este caso, a
los natos desarraigados en el espacio y en el tiempo. Una de las
ventajas que han tenido nuestras dos últimas generaciones, es la de la
comunicación y mutuo conocimiento. Si aun algo queda que desear, ya no
sucede como antaño, que se ignoren, de nación a nación, los seguidores
de una misma orientación filosófica o estética, los correligionarios de
un mismo culto de arte.
 
Entre toda la producción argentina, pongo por caso, de hace unos
veintitantos años, tan solamente los nombres de Andrade, Guido Spano, y
luego Obligado y Oyuela, se impusieron a la atención de las repúblicas
hermanas. Hoy la obra de un Lugones adquiere proporciones continentales;
mas no se ignoran, en el Sur ni en el Centro de América, ni en las
Antillas, los esfuerzos o la obra realizada de otros artistas de la
palabra, de otros hombres de pensamiento, ni la constante virtud de
entusiasmo que anima a los consagrados de la juventud. Hay mayor
intercambio de ideas. Se comunican los propósitos y las aspiraciones. Se
cambian los estímulos. Hay muchas simpatías trocadas y muchas cartas.
Los imbéciles no evitan el afirmar: sociedad de elogios mutuos. No se
hace caso a los imbéciles. Los libros y las cartas se siguen trocando.
No otra cosa se hacía en latín, entre los sabios humanistas del
Renacimiento.
 
Entre los escritores que desde hace algún tiempo se han dado a conocer
está Tulio M. Cestero, originario de la República dominicana. Es joven;
cursa la vida intensa y la gracia del arte. Su florecimiento en Santo
Domingo no es sino propio de un país que ha dado a las bellas letras
hispanoamericanas, desde pasadas épocas, figuras de gran valer. Por
Menéndez Pelayo conocemos algo del período colonial, en que se ufana
gentilmente aquel popular Meso Mónica, de tan fino y autóctono ingenio.
La cesión a Francia, por el Tratado de Basilea, y la ocupación por los
haitinianos, durante veintidós años, de la parte española de la isla,
produjeron la emigración a Venezuela y Cuba de gran número de familias
principales, gloriosas en los líricos y literarios anales; de ahí los
Rojas venezolanos, los Heredia, a que pertenecieron los dos José María,
y cuya casa solariega existía, según tengo entendido, en la capital
dominicana, hasta hace algunos años, frente al cuartel edificado en el
reinado de Carlos III; y los Delmonte, de Cuba. Después de la
proclamación de la república en 1844, las personalidades eminentes, en
las letras, no han sido pocas. Allá en la época romántica hay un Félix
Delmonte, no privado del don de armonía, como su amiga y preferida la
alondra. Apartándose un tanto de la influencia europea, Nicolás Ureña
ameniza el paisaje y las costumbres. Un varón de alma compleja y de
vigor verbal, Meriño, es a un mismo tiempo jefe del estado y de la
iglesia. Luego surge Emiliano Tejera, escritor, investigador, que
escribió su célebre folleto aclarando la verdad sobre los restos de
Colón y sosteniendo que son los que están en Santo Domingo. Aparecen el
historiador García, el polemista Mariano Cestero; y el que es
considerado como el primero en su patria, el novelista Galván. Una musa
es justamente famosa, Salomé Ureña, vigorosa y pindárica, sin perder la
gracia y el encanto de su alma femenina. Pérez, modernizado en los
últimos años, cantó castizamente las leyendas y sufrimientos de los
indios quisqueyanos. Billini, presidente, no desdeña ni los dones
apolíneos ni los atractivos de la novela. Por todos los géneros espiga
el talento de un Henríquez y Carvajal. Penzón vuelve la vista al pasado
y busca la tradición y el tema legendario. Más recientemente aparecen
Gastón Deligne, poeta, que hoy se siente atraído por nuestro movimiento
reformador; Rafael Deligne, poeta, crítico y dramaturgo; Pellerano, que
se distingue por amante del color y de la vida locales; Fabio Fiallo,
espíritu nobilísimo y elevado, que en su «Primavera sentimental»,
celebrada por Díaz Rodríguez, inició sus delicadezas ideológicas y su
culto de la hermosura exquisita. Un hombre potente, de rasgos geniales,
combativo y dominador del verbo, Deschamps. Américo Lugo, docto y
elegante, perito en cosas y leyes de amor y galantería; el poeta Aibar;
los hermanos Henríquez Ureña, de los cuales Max ha escrito páginas de
crítica que yo prefiero y guardo con alto aprecio. Osvaldo Bazil,
gallardo y generoso, en lo florido de su juventud, hoy en Cuba, bajo la
advocación divina de la Lira. Ya véis que hay sus motivos para que Tulio

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