Cronica de la conquista de granada 13
Entró en Loja desfallecido y consternado; y el caballo cubierto de
polvo y de sudor, jadeando de fatiga y enrojecido por la sangre que
manaban sus heridas, despues de haber sacado á su dueño del peligro,
cayó rendido y espiró en la puerta de la ciudad. Los soldados
que estaban en la puerta se apiñaron en torno del caballero, que
contemplaba silencioso y triste las agonías de su moribundo caballo,
y vieron que era el bizarro Cidi Caleb, sobrino del alfaquí principal
del Albaicin de Granada. Los moradores de Loja, viendo á tan
principal caballero tan solo, tan abatido y demudado, se abandonaron
á los mas tristes recelos y sospechas.
“Caballero, le dijeron, ¿do el Rey y el ejército?” Y él señalando
tristemente la tierra de los cristianos, respondió: “¡allá quedan,
que el cielo cayó sobre ellos, y todos son perdidos ó muertos!”[25]
[25] Cura de los Palacios.
Entonces prorrumpieron todos en exclamaciones de dolor, y fue
excesivo el llanto de las mugeres, pues la flor de la juventud de
Loja habia salido con el ejército. Estaba en la puerta apoyado en su
lanza, un soldado viejo cubierto de cicatrices: “¿Qué es de Aliatar?
preguntó ansiosamente: viviendo él no está perdido el ejército.” “Yo
le ví caer, dijo Cidi Caleb, hendido el turbante por la espada del
cristiano.” Al oir el soldado estas palabras, se golpeó el pecho, y
se echó polvo en la cabeza, pues era uno de los secuaces mas antiguos
de Aliatar.
El noble Cidi Caleb, sin detenerse á tomar descanso, montó otro
caballo, y se apresuró á llevar á Granada tan infáustas nuevas. En su
tránsito por los pueblos, cundió mas y mas la consternacion, pues
lo mejor de sus moradores habia ido á la guerra con el Rey. Cuando,
al llegar á Granada, anunció la pérdida del Rey y del ejército, una
voz de horror se difundió por toda la ciudad. Cada uno ponderaba la
parte que le habia tocado en tan general calamidad: rodearon las
gentes al mensagero de tan fatal anuncio, y el uno le preguntaba por
su padre, el otro por su hermano, algunas por sus amantes, y muchas
madres preguntaron por sus hijos. Las respuestas de Caleb no referian
mas que muertes ó heridas: á este le decia “ví como á tu padre le
atravesaron de una lanzada, estando defendiendo la persona del Rey:”
á aquel, “tu hermano cayó herido entre los pies de los caballos, pero
no hubo lugar de socorrerle, pues ya teniamos encima la caballería de
los cristianos.” Á alguna dijo: “ví el caballo de tu amante, cubierto
de sangre y corriendo por el campo sin su ginete:” á otra, “tu hijo
peleó á mi lado en las orillas del Jenil: acosados por el enemigo nos
arrojamos al agua, y en medio de la corriente le oí invocar á Alá;
llegué á la orilla opuesta, y no le volví mas á ver.”
Dejando á todos en el mayor desconsuelo, pasó Cidi Caleb adelante, y
entrando á galope por la frondosa alameda que conduce á la Alhambra,
se apeó en la puerta de la justicia. Aixa, la madre de Boabdil, y
Moraima, su tierna y amante esposa, estaban esperando ya con ansia
la noticia de su victorioso regreso. ¿Qué palabras bastarán para
pintar su afliccion, al oir la dolorosa narracion de Cidi Caleb? La
sultana Aixa, transida de dolor, apenas habló palabra: de cuando en
cuando lanzaba un profundo suspiro; pero alzando los ojos al cielo,
decia: “es la voluntad de Alá;” y procuraba reprimir las mortales
angustias que agitaban su corazon maternal. No asi la sensible
Moraima, que arrebatada de un acceso de dolor, se arrojó en el suelo,
lamentando á voces la pérdida de su padre y de su marido. Su madre,
la sultana, animada de un espíritu mas elevado, le reprendió esta
debilidad. “Hija mia, le dijo, modera esos extremos; considera que
la magnanimidad debe ser el atributo de los príncipes, y que no les
es permitido publicar con clamores las penas que padecen, á par de
ánimos comunes y vulgares.” Pero Moraima, como débil y tierna muger,
solo sabia sentir y llorar. Encerrada en su aposento, contemplaba
desde un mirador la florida vega y el plácido Jenil, y el camino que
conduce á Loja; objetos que todos le recordaban las causas de su
afliccion. “¡Ah, padre mio! decia entre lágrimas y suspiros, ¡alli
veo correr tan risueño ese rio cuyas aguas cubren tus desfigurados
restos! ¿Quién será el que en tierra de cristianos los recoja, y les
dé honrosa sepultura? ¡Y tu, Boabdil! ¡luz de mis ojos, gloria de
mi corazon, vida de mi vida, en mal dia y en mal hora te alejaste de
estos muros!, el camino por do fuiste queda solitario, y nunca mas se
regocijará con tu vuelta, la montaña que pasaste yace como una nube
en el horizonte, y mas allá todo es oscuridad.”
Convocóse á los músicos de palacio, para que procurasen con su arte
embelesador calmar el sentimiento de la Reina, y entonaron cantares
alegres al compás de sus instrumentos; pero muy pronto prevaleció la
angustia de sus corazones, convirtiendo los cánticos en lamentaciones.
“¡Bellísima Granada! decian, tu gloria está marchita: ya no suena en
la Bivarrambla el pisar de los caballos, ni el sonido de la trompeta;
ya no se junta alli tu juventud lozana, para manifestar sus brios en
las cañas y torneos. ¡Ah!, ¡la flor de tu caballería queda postrada
en tierra extraña!, ya no se oyen en tus silenciosas calles los
dulces acentos del laud, ni los del rabel en la pastoril cabaña, ni
la graciosa zambra alegra los estrados. ¡Deliciosa Alhambra!, ¡cuán
triste y solitaria quedas! en vano el azahar y el mirto espiran sus
olores en tus dorados aposentos; en vano el ruiseñor canta en tus
florestas; en vano es el murmullo arrullador de las claras fuentes
que refrescan tus marmóreos salones, pues ya no resplandece en ellos
el rostro de tu Rey, y la luz que te iluminaba se extinguió para
siempre.”
Tales fueron, dice un coronista árabe, los lamentos que se oian en
Granada: desde el palacio hasta la choza, todo era duelo y llanto; y
todos, con igual sentimiento, deploraban á su jóven Monarca, atajado
asi en la flor de su edad y en los principios de su carrera. Algunos
se temian que iba á cumplirse la prediccion del astrólogo, y que á la
caida de Boabdil, (á quien creian muerto) seguiria la perdicion del
reino.
[Ilustración]
CAPÍTULO XIV.
_Del ensalzamiento de Muley Aben Hazen, y de la cautividad de
Boabdil._
Mientras se creia en Granada que Boabdil habia muerto, fue excesivo
el sentimiento que mostró el pueblo por su pérdida, y el entusiasmo
con que celebró su memoria; que las faltas de los hombres, con una
muerte prematura, fácilmente se perdonan; pero cuando llegaron á
saber que aun estaba vivo, y que se habia entregado prisionero á los
cristianos, hubo en ellos una mudanza repentina. Ya no le concedian
ni talento como general, ni valor como soldado; censuraron su
expedicion como temeraria y mal trazada, y le acusaron de cobarde por
no haber querido morir en el campo de batalla, primero que entregarse
al enemigo.
Los alfaquís, como siempre, se mezclaron con la multitud, y dieron
sagazmente al descontento general la direccion que querian. “¡Lo
veis! dijeron, ¡el pronóstico anunciado cuando nació Boabdil, está ya
cumplido! este príncipe se ha sentado en el trono, y su vencimiento
y cautividad han puesto la pátria al borde de un abismo. Pero,
¡consolaos, Musulmanes! que el dia aciago ya pasó; los hados están
satisfechos, y el cetro que se quebró en la débil mano de Boabdil, va
á cobrar su esplendor primitivo en la vigorosa de Aben Hazen.”
Fue aplaudido este discurso por el pueblo, que se consideraba ya
libre del ominoso vaticinio que tanta inquietud le habia causado, y
declararon todos que solo Aben Hazen tenia el valor y la capacidad
necesaria para protejer el reino en tiempos tan revueltos. Cuanto mas
duraba el cautiverio de Boabdil, tanto mas crecia el favor popular
de su padre, y uno despues de otro volvieron muchos de los pueblos á
su obediencia; que el poder llama al poder, y la fortuna atrae á la
fortuna. Asi es que en breves dias pudo Aben Hazen volver á Granada
y restablecerse en la Alhambra. Antes que llegára, juntó Aixa, su
repudiada esposa, la familia y tesoros de su hijo, y se retiró al
barrio del Albaicin, cuyos habitantes aun conservaban sentimientos
de lealtad á Boabdil. Aqui se fortificó, y mantuvo en nombre de
su hijo el simulacro de una corte, sin que el fiero Aben Hazen se
atreviese á molestarla, pues eran aun muchos, tanto del pueblo como
del ejército, los que respetaban las virtudes de Aixa la Horra,
y compadecian las desgracias del Rey cautivo. Asi es que Granada
presentaba el espectáculo singular de dos soberanías en una misma
ciudad, pues mientras Aben Hazen mandaba en la Alhambra, la sultana
Aixa tenia plantado el estandarte de Boabdil en la fortaleza rival de
la Alcazaba.
Entre tanto, permanecia este desgraciado príncipe en el castillo de
Baena, bajo una guardia vigilante. Mirando desde las torres de su
prision, no veia en derredor sino gente armada, centinelas, y muros
impenetrables; todo el pais estaba cubierto de atalayas, y guardados
todos los pasos y caminos que conducian á Granada; de suerte que
un solo turbante no podia asomarse por la frontera, sin que se
alarmase toda aquella comarca. En tal estado, y no viendo esperanza
de fugarse, ni de que viniesen los suyos á libertarle, se entregó
Boabdil á las mas tristes reflexiones, considerando el trastorno de
las cosas de su reino, el desconsuelo de su familia, y los males que
á unos y otros podrian sobrevenir á consecuencia de su cautiverio.
El conde de Cabra, si bien guardaba á su real prisionero con la
mayor vigilancia, no por eso dejaba de tratarle con todo honor y
respeto, dándole el mejor alojamiento de su castillo, y animándole
con palabras lisonjeras y con esperanzas de libertad. Pasados algunos
dias, llegaron cartas de los Reyes de Castilla; y su contenido
llenó á Boabdil de consuelo, pues no respiraban sino compasion por
su suerte: proceder cortés y noble, que distingue á las almas de
un órden superior. Esta magnanimidad en un enemigo, sacó de su
abatimiento al espíritu del cautivo Monarca. “Decid (respondió) á los
Reyes mis señores, que yo no puedo estar triste hallándome en poder
de tan altos y poderosos príncipes, especialmente siendo tan humanos,
y teniendo tanta parte de la gracia que Alá concede á los Reyes que
bien ama. Decidles tambien que dias ha que pensaba ponerme debajo
de su poderío, para recibir de sus manos el reino de Granada, asi
como lo recibió el Rey mi abuelo de las de don Juan II, padre de la
augusta Reina, y que el trabajo mayor que tengo en esta prision es el
de hacer por fuerza lo que pensaba hacer de grado.”
Entre tanto Muley Aben Hazen, temeroso de la parcialidad de su hijo
que aun era formidable en Granada, trató de consolidar su poder
haciéndose dueño de la persona de
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