2015년 6월 23일 화요일

Cronica de la conquista de granada 15

Cronica de la conquista de granada 15


El Rey viejo Aben Hazen, recogido en una de las torres mas fuertes
de la Alhambra, apenas se habia entregado al descanso de su lecho,
cuando oyó confusamente un mormullo que se levantaba en el cuartel
del Albaicin, que está á la parte opuesta del valle que atraviesa el
Darro. Poco despues llegaron sin aliento á las puertas de palacio
algunos mensageros, esparciendo la alarma de que Boabdil habia
entrado en la ciudad, y se habia apoderado de la Alcazaba. En el
primer arrebato de ira estuvo en poco que Aben Hazen postrase á
sus pies al portador de esta nueva. Convocó inmediatamente á sus
consejeros y capitanes, y exhortándoles á la fidelidad en tan crítico
momento, mandó prevenir lo necesario para que á la mañana siguiente
se entrase por fuerza de armas en el Albaicin.
 
Entre tanto la sultana Aixa tomó las medidas mas prontas y vigorosas
para fortalecer su partido. Se proclamó á Boabdil por las calles
del Albaicin, se distribuyeron entre el pueblo cuantiosas sumas de
dinero, y á los nobles se prodigaron promesas de honores para cuando
el Rey chico estuviese afirmado sobre el trono de Granada. Estas
disposiciones tan acertadas hicieron el efecto que era consiguiente,
y al amanecer ya estaba todo el Albaicin sobre las armas.
 
Siguióse en Granada un dia de luto y sangre: todo era horror y
tumulto: las cajas y trompetas resonaban por todas partes: se
suspendieron los negocios, cerráronse las puertas de las casas,
y veíanse discurrir por las calles cuadrillas de gente armada,
aclamando unos á Boabdil, otros á Aben Hazen. Donde quiera que éstas
se encontraban, se batian furiosamente, y cada plaza era un campo
de batalla. Las tropas del Rey viejo, entre las cuales habia muchos
caballeros de gran valor y orgullo, consiguieron echar de las plazas
al populacho, que favorecia á Boabdil: pero éste, barreando las
calles, y fortificándose en las casas, peleó desesperadamente desde
las ventanas y azoteas. Mas de un guerrero de la mejor sangre de
Granada pereció en esta refriega civil con armas villanas y á manos
de plebeyos.
 
Tan violenta convulsion en el centro de una ciudad, no podia ser muy
duradera. Por intercesion de los alfaquís se efectuó un armisticio,
y Boabdil, fiando poco del inconstante favor del pueblo, se allanó
á dejar una capital en que su autoridad, siempre precaria, solo
podria conservarse á fuerza de sangre y de una lucha continuada.
Pasando á Almería, estableció su corte en aquella ciudad, que estaba
enteramente á su devocion, y que por su riqueza é importancia
rivalizaba con Granada. Pero este pacto, en que se renunciaba á la
grandeza en obsequio de la tranquilidad, fue del todo opuesto á los
consejos de la sultana Aixa; porque para ella no habia mas dueño
legítimo de aquellos dominios que el que residia en Granada, y dijo,
con una sonrisa desdeñosa, que no era digno de llamarse Monarca el
que no era dueño de su capital.
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO XVII.
 
_Salida de los moros de Ronda para correr los campos de Utrera, y
batalla del Lopera._
 
 
Aunque Muley Aben Hazen, quedaba ya mandando en Granada sin rival,
apoyándole los alfaquís, que habian denunciado á Boabdil como
apóstata, y desgraciado por destino, todavia la inconstancia de
aquel pueblo turbulento, y el número de partidarios que en las
clases inferiores conservaba su hijo, le inspiraban las mas vivas
inquietudes. “¡Alá achbar! exclamó Muley, ¡Dios es grande! pero una
incursion feliz en tierras de cristianos, ha de efectuar mas en mi
servicio que mil textos del Koran, comentados por diez mil alfaquís.”
 
Estando á la sazon el Rey Fernando ausente de Andalucía, y ocupado
con muchas de sus tropas en una expedicion distante, juzgó Muley Aben
Hazen ser esta la ocasion mas favorable para una correría. Dudoso
estuvo el Rey al nombrar un general que la dirigiese. Aliatar, aquel
rayo de la guerra, ya no existia; pero quedaba otro general de no
menos valor y fortuna, y éste era el veterano y sagaz Bejir, alcaide
de Málaga. El espíritu que animaba á las gentes de su mando favorecia
sobremanera el éxito de la expedicion que se meditaba. Ufanos por
la derrota del ejército cristiano en las sierras de la Ajarquía,
habian llegado á persuadirse que nada podia resistir á su valor.
Muchos de ellos montaban los caballos y llevaban las armas de los
caballeros andaluces que perecieron en aquella jornada desastrosa, y
ensoberbecidos con esta decantada victoria, ardian en deseos de salir
al campo para cobrar nuevos laureles.
 
Apenas recibió las órdenes del Rey para entrar á sangre y fuego hasta
el centro de Andalucía, se dispuso el viejo Bejir á cumplirlas,
convocando á los alcaides de la frontera y á los guerreros de mas
fama para que se le reuniesen con sus tropas en la ciudad de Ronda,
fronteriza del territorio cristiano.
 
Ronda, situada en medio de la serranía del mismo nombre, se eleva
sobre un peñasco casi aislado, al cual rodea un hondo valle ó
barranco, por donde corren las aguas cristalinas del Rioverde. Los
moros de esta ciudad eran los mas activos, robustos y guerreros de
aquellas montañas: tan diestros en el uso de las armas, que hasta
los niños disparaban la ballesta con asombroso acierto: adictos á
la rapiña, no cesaban de hacer daño en las fértiles campiñas de
Andalucía: sus casas estaban llenas de despojos cristianos, y no
pocos cautivos suspiraban en sus profundas mazmorras.
 
El gobernador de esta ciudad guerrera era Hamet el Zeli, llamado
asimismo el Zegrí. Era de la famosa tribu de este nombre, y el
mas altivo y valiente de su linage. Ademas de la guarnicion de
Ronda, tenia á su servicio particular una legion de moros Gomeles,
naturales del África, gente mercenaria, feroz y sin mas ocupacion
que la guerra. Bien equipados, y montados en los ligeros y briosos
caballos que se crian en los pastos de Ronda, era la caballería de
los Gomeles la mejor y mas acreditada entre los moros. Rápidos en sus
movimientos, fieros al embestir, bajaban de las montañas á la llanura
como huracan impetuoso, retirándose con igual presteza sin dar lugar
á la persecucion.
 
Al llamamiento del Bejir acudieron con prontitud y gusto los moros
de aquella comarca, juntándose dentro de Ronda en número de mil
quinientos caballos y cuatro mil infantes. Los habitantes de la plaza
se regocijaban con anticipacion por los despojos que en breve habian
de acumularse dentro de sus muros. Á todos tenia ocupados el afan de
participar del fruto de aquella empresa. El estruendo de los tambores
y trompetas resonaba en las calles y plazas; y hasta los caballos,
con relinchos y patadas, manifestaban, al parecer, su impaciencia
por salir al campo; al paso que los cautivos cristianos, sintiendo
desde el fondo de sus lóbregos calabozos el rumor de las prevenciones
con que se amenazaba á su pátria, suspiraban y se afligian.
 
Salieron de Ronda aquellos moros animándose mútuamente con las mas
lisonjeras esperanzas, engalanados muchos de ellos con armaduras
espléndidas, ganadas á los cristianos en el reciente destrozo tan
señalado, y montados en los caballos que tomaron entonces á los
caballeros de Andalucía. El cauto Bejir concertó sus planes con tal
secreto y prontitud, que los pueblos de la frontera cristiana ninguna
sospecha tuvieron de la tempestad que se iba aglomerando contra ellos
mas allá de las montañas. La dilatada serranía de Ronda, interpuesta
como una pantalla, ocultaba los movimientos del enemigo. Siguió el
ejército su marcha con la rapidez que permitia la naturaleza del
pais, guiándole Hamet el Zegrí, que tenia bien conocidos todos los
pasos y salidas de aquellas montañas. Ni golpe de tambor, ni sonido
de trompeta se permitió alterase el silencio que todos guardaban;
y aquella masa armada fue avanzando poco á poco, como nube que
congregándose en la cumbre de una montaña, va á estallar sobre la
llanura.
 
En vano el general mas prevenido se cree seguro de ser descubierto; y
que las peñas tienen oidos, y los árboles tienen ojos, y los pájaros
lengua, para descubrir los proyectos mas secretos. Andaban á la
sazon discurriendo por aquellos montes seis cristianos Almogávares,
especie de guerrilleros, que se empleaban en asaltar á los moros,
haciéndolos prisioneros, y robando sus ganados. Puestos en acecho
sobre la cumbre de un cerro, esperaban estos seis, como aves de
rapiña, se les presentase en la llanura algun objeto en que saciar su
codicia, cuando vieron desembocar por un valle al ejército moro. Al
abrigo de aquellas espesuras, estuvieron observando con silencio el
número y fuerzas del enemigo, las banderas de los diferentes pueblos
y capitanes, y la direccion que al parecer llevaban en su marcha.
Separándose entonces, partieron cada uno por camino diferente, para
dar la alarma, y avisar á los comandantes de la frontera. Unos fueron
á Écija, donde mandaba don Luis Portocarrero, á quien anunciaron
esta entrada de los moros, y otros dieron aviso de ella en Utrera,
alarmando los pueblos de aquella comarca.
 
Portocarrero, con la actividad y energía que le caracterizaban,
despachó correos á los alcaides de las fortalezas del contorno, á
Hernan Carrillo, que mandaba algunas gentes de las hermandades, y á
ciertos caballeros de la órden de Alcántara. Reuniendo las tropas
de su capitanía y los dependientes de su casa, fue Portocarrero el
primero que salió al encuentro de los moros. La fuerza que llevaba
era harto escasa; pero todos iban bien apercibidos y perfectamente
montados: estaban hechos á aquellos rebatos, y eran hombres para
quienes bastaba la voz de “¡al arma! ¡á caballo! y ¡al campo!” para
despertar su espíritu guerrero, y animarlos á cualquiera empresa.
 
La noticia de esta entrada llegó tambien á Jerez, donde la recibió el
marqués de Cádiz. Avisado este valeroso caudillo que el moro habia
pasado la frontera, llevando delante el estandarte de Málaga, se
llenó de gozo por la ocasion que se le presentaba de vengar en los
autores de la cruel matanza de la Ajarquía la muerte de sus hermanos,
acaecida en aquella ocasion calamitosa. Juntando pues apresuradamente
sus vasallos y las gentes de Jerez, partió, respirando venganza, con
trescientos caballos y doscientos infantes.
 
El veterano Bejir, habiendo atravesado las sierras de Ronda sin que
se hubiese notado su marcha, segun él se persuadia, empezaba á bajar
á las llanuras de Utrera. La vista de esta feraz campiña despertó la
codicia de aquellos feroces Gomeles, y aun sus caballos, empinando
las orejas y olfateando el aire, parecian reconocer el teatro de sus
frecuentes correrías.
 
Al salir de los montes, dividió el Bejir sus tropas en tres partes:
una, compuesta de peones y de la gente mas flaca, quedó á la entrada

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