2015년 6월 23일 화요일

Cronica de la conquista de granada 6

Cronica de la conquista de granada 6


Teniendo aviso en Córdoba que el duque de Medina Sidonia estaba
ya muy adentro en el territorio enemigo, prosiguió su marcha sin
descansar en aquella ciudad; y con el ansia que tenia de llevar
en persona el socorro á los cercados, envió delante un correo
para prevenir al duque suspendiese su marcha hasta su llegada.
Pero conociendo este experimentado caudillo que en la tardanza se
aventuraba el éxito de la empresa, por la gran necesidad en que se
hallaba la guarnicion de Alhama, escribió á su soberano de acuerdo
con sus capitanes, que le dispensase de obedecerle en aquella
ocasion, por la premura de las circunstancias. Recibió el Rey esta
carta en Ponton del Maestre, y haciéndose cargo de las razones del
duque, y del riesgo que corria entrando en tierra de moros con tan
pocos caballeros como le seguian, determinó esperar noticias del
ejército en la ciudad de Antequera.
 
Entre tanto Muley Aben Hazen, noticioso de la salida del duque de
Medina Sidonia con una hueste formidable, y de las disposiciones del
Rey Fernando para venir en persona al socorro de la plaza, conoció
que era ya preciso hacer el último esfuerzo, y recobrar á Alhama
por un asalto general y vigoroso, ó abandonarla á los cristianos.
Sabiendo la intencion del Rey, se le presentaron algunos caballeros
jóvenes, de los mas calificados y valientes de Granada, ofreciendo
intentar una empresa, que de salir bien con ella le aseguraba la
posesion de aquella plaza. Obtenida la licencia del Soberano, se
dirigieron estos pocos hácia la villa, la mañana del dia siguiente
al rayar del alba, y por la parte mas enhiesta y agria, llegaron á
la muralla, que elevándose sobre las peñas en que estaba sentada,
parecia inaccesible al mas atrevido escalador. Empero aqui pusieron
las escalas, y lograron subir á las almenas sin que nadie lo notase,
porque en el intermedio Muley Aben Hazen, para distraer á los
cercados, ordenó una zalagarda, y fingió un asalto por otra parte.
Con este ardid llegaron á introducirse en la villa hasta setenta
moros, antes que se alarmase la guarnicion; y en apoyo de aquellos
empezaba á escalar la muralla un número mayor, cuando advertidos
del peligro corrieron los españoles á las almenas para contener al
enemigo. Trabóse alli una contienda encarnizada, y hombre á hombre
y cuerpo á cuerpo, pelearon moros y cristianos con mucha pérdida
de ambas partes; bien que no tardaron estos últimos en ganar el
ascendiente, pues desprendiéndose las escalas con el peso de la gente
que venia en ellas, dieron consigo los moros en el suelo, y fueron
rodando sus cuerpos de peña en peña hasta la llanura: á los demas que
habian ganado lo alto del muro, los llevaron á cuchillo, y muertos ó
heridos los arrojaron por los adarves. Debióse en gran manera este
buen suceso al esfuerzo y valor del animoso caballero don Alonso
Ponce, y del bizarro escudero Pedro Pinedo, tio aquel, y sobrino este
del marqués de Cádiz.
 
Libre ya de moros la muralla, partieron estos dos caballeros en
persecucion de los setenta moros que habian efectuado su entrada
en el lugar, y que, por estar ocupada casi toda la guarnicion en
defender aquella parte que Muley amenazaba combatir, habian recorrido
muchas de las calles sin hallar oposicion, y se encaminaban ya á las
puertas para abrirlas al ejército[13]. La muerte iba guiando sus
pasos, y se les podia seguir el rastro por la sangre de sus huellas,
y por los cadáveres de los que inmolaban de camino. Llegaron á una de
las puertas, embistieron la guardia, y ya la fatal cimitarra tenia
postrados á la mayor parte de los soldados de ella, cuando fueron
alcanzados por don Alonso Ponce, con Pinedo y sus camaradas: un
momento mas que tardáran, Alhama quedaba abierta al enemigo. Viéronse
entonces los moros acometidos de frente y por las espaldas: al punto
forman un círculo, y puestos espalda con espalda y la bandera en el
centro, presentan animosamente los pechos á sus contrarios. De esta
suerte pelearon largo tiempo con desesperada resolucion formándose
en derredor un parapeto con los cuerpos de los que mataban. Vinieron
contra ellos nuevas tropas, y crecieron los apuros, mas no por eso
dejaron de batirse, ni pidieron jamas cuartel: conforme se disminuia
su número, estrechaban mas y mas el círculo, defendiendo con
inimitable constancia su bandera, hasta que muertos todos los demas,
pereció el último moro abrazado con el asta de su estandarte. Este
estandarte se desplegó en seguida sobre la muralla, y las cabezas de
los moros muertos fueron arrojadas al campo del enemigo.[14]
 
[13] Zurita, lib. XX. c. 43.
 
[14] En premio de su valor, armó el Rey caballero á Pedro Pinedo.
Zúñiga, Anales de Sevilla, lib. XII. an. 1482.
 
Muley Aben Hazen, viendo frustrada esta tentativa y muertos tantos de
sus mejores caballeros, se mesaba las barbas en los arrebatos de su
dolor. Para mayor confusion suya, se le avisó que desde las alturas
se veia relumbrar las lanzas y ondear los pendones del ejército
cristiano, que venia á socorrer á Alhama. Cediendo pues al rigor
de su fortuna, alzó Muley el sitio, movió el campo sin tardanza,
y al tiempo que se oian los últimos acentos de los añafiles del
ejército moro, que se retiraba de los infaustos muros de Alhama, se
vieron desembocar por las montañas las espesas columnas del duque de
Medinasidonia.
 
Cuando los cristianos de Alhama vieron retirarse por una parte á sus
enemigos, y avanzar por otra á sus libertadores, prorrumpieron en
gritos de alegría; pues se les volvia á la vida en el punto mismo en
que pensaban ser presa de la muerte, y cuando la hambre, la sed y
todas las privaciones, los tenian reducidos al estado de esqueletos.
La escena que pasó entre el duque de Medinasidonia y el marqués de
Cádiz, fue la mas interesante y tierna. Al recibir á su magnánimo
libertador, se le asomaron al Marqués las lágrimas á los ojos, y
lleno de admiracion y reconocimiento, le estrechó entre sus brazos.
El duque, su contrario antiguo, ahora su amigo mas afectuoso, le
correspondió con iguales demostraciones, y le ofreció generosamente
para en adelante una amistad sincera, y el olvido de sus diferencias.
 
Mientras esto pasaba con los gefes, se suscitó entre la tropa
una contienda sórdida, sobre la particion de los despojos; pues
pretendian los soldados del duque participar del fruto de aquella
victoria, en premio de su trabajo y del socorro que habian prestado.
De las palabras hubieran llegado á las armas, á no intervenir el
duque que decidió la cuestion con su magnanimidad característica,
diciendo á los suyos: “Quédense con los despojos, aquellos á quien
la fortuna se los dió; que nosotros solo hemos tomado las armas por
la honra, por la religion y por la salud comun. Por de presente sea
éste el premio de nuestro trabajo: para en adelante, yo os aseguro
que serán vuestras, con vuestro valor y esfuerzo, todas las riquezas
de los moros y del reino de Granada.” Aplaudieron los soldados las
razones de su general, apaciguáronse los ánimos, y terminó felizmente
aquel tumulto.
 
Despues de haber descansado de sus fatigas, y participado
abundantemente de las provisiones que la diligencia de la amante
esposa del marqués de Cádiz habia prevenido, se retiraron los
veteranos de Alhama, dejando en guarnicion de su conquista á una
parte de las tropas recien venidas, y volvieron á sus casas cargados
de un botin precioso. El duque de Medinasidonia y el marqués de
Cádiz, con los caballeros sus allegados, se dirigieron á Antequera,
donde fueron recibidos por el Rey con mucha distincion y señales
particulares de favor. De alli partieron juntos para Marchena, villa
del Marqués, cuya esposa, agradecida á la gentileza que habia usado
con ella el Duque, hizo celebrar su venida con fiestas y regocijos,
y se honró á tan distinguido huésped con un espléndido banquete.
Cuando partió el Duque para su casa en san Lucar, le fue el Marqués
acompañando hasta algunas leguas, y su despedida fue como la de dos
afectos hermanos que se separan. Tal ejemplo dieron al mundo estos
dos ilustres rivales, ganando entrambos la estimacion general; el uno
por haber conquistado la fortaleza mas importante y fuerte del reino
de Granada, el otro por haber subyugado á su mayor enemigo por un
acto de magnanimidad.
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO VII.
 
_Acontecimientos en Granada, y principios del Rey moro, Boabdil el
chico._
 
 
Confuso y pesaroso volvió Muley Aben Hazen á su capital, despues de
esta expedicion infructuosa, para ser testigo del descontento general
y para oir las quejas y acusaciones de su pueblo. El desafecto que
se manifestaba en el comun, fermentaba con mas secreto, pero mas
peligrosamente entre los nobles. El reinado de Muley habia sido
tiránico y sanguinario; y muchos de los gefes de la tribu de los
Abencerrages, la mas ilustre entre los moros, habian sido víctimas
de su política ó de su venganza: circunstancias que, unidas á
las disensiones que existian en la familia real, prepararon una
conspiracion cuyo objeto era el de desposeerle del trono, y libertar
al pueblo de tan opresivo yugo.
 
Era Aben Hazen apasionado al sexo y tenia muchas mugeres, de las
cuales se dejaba dominar alternativamente. Entre ellas habia dos
reinas, á quienes amaba con extremo: la una se llamaba Aixa, á quien,
en obsequio de su honestidad y pureza, dieron los moros el sobre
nombre de la “Horra”, en arábigo la casta. Ésta en su juventud,
tuvo de Aben Hazen un hijo, á quien todos consideraban como el
heredero presuntivo del trono, y que se llamó Mahomet Audalla, si
bien los historiadores le conocen mas generalmente por el nombre de
Boabdil. Á su nacimiento los astrólogos, segun costumbre, formaron
su horóscopo; y el terror y el espanto se apoderaron de sus ánimos,
al notar los fatales portentos que su ciencia les revelaba. La
vana ciencia de la astrología judiciaria, era muy comun entre los
moros; y la supersticiosa costumbre de sacar horóscopos, parece
haberse observado en el caso que aqui se cita. “¡Alá achbar! Dios
es grande, exclamaron: él es quien pone y quita los imperios: en el
cielo está escrito que este príncipe ocupará el trono de Granada,
pero que en su reinado se consumará la perdicion del reino.” Desde
este punto concibió contra él su padre una aversion decidida, y
fue tan constante en perseguirle, que por esto y por la prediccion
ominosa que le amenazaba, vino Boabdil á llamarse el “Zogoibi” ó el
desgraciado.
 
La otra reina favorita de Muley, era Fátima, á quien dieron los moros
el título de la “Zoroya” ó luz del alba, por lo resplandeciente
de su hermosura: era cristiana de nacimiento, hija del comendador
Sancho Jimenez de Solis, y siendo aun niña habia quedado cautiva
de los moros.[15] Enamorado el viejo Rey de esta bella española, la
hizo su                          

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