Cronica de la conquista de granada 17
Llegando el Conde á presencia de los Soberanos, que estaban
sentados bajo un dosel magnífico en el salon de audiencia, se
levantó el Rey para recibirle, adelantándose cinco pasos al efecto:
el Conde doblando una rodilla, le besó la mano; pero el Rey para
mas honrarle, y porque no queria tratarle solamente como vasallo,
le abrazó afectuosamente. La Reina entonces se acercó tres pasos
hácia el Conde, y lo recibió con un semblante lleno de bondad y
dulzura, dándole á besar su mano. Volviendo luego los Reyes á ocupar
su asiento en el trono, mandaron al Conde que se sentase en su
presencia. Hízolo éste asi en un escaño cerca del Rey; sentándose
tambien al lado del Conde el duque de Nájera, despues el obispo
de Palencia, luego el conde de Aguilar, el conde de Luna y don
Gutierre de Cárdenas, comendador mayor de Leon. Al lado de la Reina
tomaron asimismo asiento el gran cardenal de España, el duque de
Villahermosa, el conde de Monterey y los obispos de Jaen y Cuenca,
segun el órden en que van nombrados. La Infanta doña Isabel, por
estar indispuesta, no pudo asistir á esta ceremonia.
Sonando entonces una música festiva, se presentaron veinte damas del
acompañamiento de la Reina, primorosamente ataviadas, y con ellas
otros tantos caballeros jóvenes adornados de magníficos arreos;
los cuales dieron principio á un baile, en que se danzó con toda
la gravedad y compostura características de aquel tiempo, pero con
mucha gracia. Concluido el baile, se levantaron el Rey y la Reina
para retirarse, y habiéndose despedido de la corte con expresiones
las mas benignas, quedó deshecho aquel concurso. El conde de Cabra
pasó entonces en compañía de todos los grandes al palacio del gran
cardenal, donde se le sirvió una cena suntuosa.
El sábado siguiente se le hizo su recibimiento al alcaide de los
Donceles, aunque no con la misma distincion que á su tio el Conde,
por considerarse á éste como el actor principal en aquel hecho tan
famoso. Asi es que el gran cardenal y el duque de Villahermosa, en
vez de salir á la puerta de la ciudad á recibirle, lo verificaron en
palacio, donde le entretuvieron en conversacion, esperando se les
llamase á comparecer en la real presencia.
Habiéndose presentado el alcaide de los Donceles á sus Soberanos, se
levantaron éstos de su asiento, y abrazándolo benignamente, aunque
sin haberse adelantado hácia él, le mandaron que se sentase al lado
del conde de Cabra. La Infanta doña Isabel salió tambien á recibirle,
y tomó su asiento al lado de la Reina. Se volvió á entonar una música
alegre, y se procedió como antes á bailar, saliendo al efecto la
Infanta acompañada de una jóven dama portuguesa. Concluyendo asi la
funcion, despidieron los Reyes al alcaide de los Donceles con mucho
agasajo y cortesía y la corte se retiró.
El domingo siguiente el conde de Cabra y el alcaide de los Donceles,
fueron convidados á cenar con los Soberanos. Aquella noche concurrió
á la corte toda la grandeza, con vestidos y galas del mayor lujo, y
con el esplendor que distinguia á la nobleza castellana de aquella
época. Antes de cenar hubo baile: el Rey sacó á la Reina, y bailó con
ella: el conde de Cabra tuvo el honor de dar la mano á la Infanta
doña Isabel, y otro tanto hizo el alcaide de los Donceles con la hija
del marqués de Astorga.
Despues del baile, pasaron los Reyes y la corte á la sala de cenar.
Aqui á la vista de todos los presentes, cenaron el conde de Cabra
y el alcaide de los Donceles con el Rey, la Reina y la Infanta. El
marqués de Villena sirvió á la familia real, siendo escanciador del
Rey don Fadrique de Toledo, hijo del duque de Alba: en igual calidad
sirvió á la Reina don Alonso de Estúñiga, y á la Infanta don Tello
de Aguilar. Otros caballeros principales y distinguidos sirvieron al
conde de Cabra y al alcaide de los Donceles. Á la una se retiraron
los dos huéspedes, habiéndolos despedido los Reyes con expresiones
muy corteses y benignas[29].
[29] La relacion de este ceremonial tan característico de la
corte de Castilla en aquella época, concuerda en todo lo esencial
con otras que se hallan en Andrés Bernaldez y en otros MSS.
Tales fueron los obsequios y honores que dispensaron los Reyes
católicos á estos dos famosos caballeros. Pero el reconocimiento
de los Soberanos no paró aqui. Pasados muy pocos dias, concedieron
á entrambos cuantiosas rentas, asi perpetuas como vitalicias, y el
título de don para ellos y sus descendientes. Asimismo se les dió
facultad para añadir á sus armas anteriores la cabeza de un moro
coronado, con una cadena de oro al cuello, y que orleasen el escudo
con veinte y dos banderas, en señal de otras tantas que habian ganado
á los moros. Los descendientes de las casas de Cabra y Córdoba traen,
aun hoy dia, estas armas, en memoria de la victoria de Lucena, y de
la captura del Rey chico de Granada.
[Ilustración]
CAPÍTULO XX.
_Empresa del marqués de Cádiz para recobrar á Zahara, y su
resultado._
Los adalides ó espías que el marqués de Cádiz tenia constantemente
á su servicio, no cesaban de rondar las plazas y fortalezas de los
moros, para reconocer su situacion y fuerza, el número de la tropa
que las guarnecia, y la vigilancia ó descuido de los alcaides. De
todo esto daban puntualmente parte á su dueño, el cual por este medio
sabia el estado de defensa en que se hallaban todas las fortalezas de
la frontera, y el momento mas favorable para atacarlas con ventaja.
Ademas de muchos pueblos y villas sobre los cuales egercia un dominio
feudal, tenia el Marqués siempre á su disposicion una fuerza armada
compuesta de sus vasallos, deudos y familiares, que en todo lance ú
ocasion estaban prontos á seguirle, y á morir en su defensa. En las
armerías de sus castillos habia gran provision de corazas, yelmos, y
armas de varias clases, todo á punto de servir; estando ademas llenas
sus caballerizas de caballos fuertes, activos y muy propios para el
servicio de la montaña.
Persuadido el marqués de Cádiz que por efecto de la derrota de los
moros en las orillas del Lopera, estarian los pueblos fronterizos
del enemigo con muy poca defensa, y reducidas á muy corto número
sus guarniciones, por la pérdida de sus alcaides, juzgó ser esta la
ocasion mas oportuna para intentar una nueva empresa. Las noticias
que le daban sus espías, le determinaron á acometer á la fortaleza de
Zahara; la misma que dos años antes habia Muley Aben Hazen arrebatado
á los cristianos, y que á la sazon se hallaba mal guardada y escasa
de mantenimientos.
Habiendo participado sus designios á Luis Fernandez Portocarrero,
y á Juan Almaraz, que mandaba las gentes de la hermandad, juntaron
estos caudillos sus tropas, y el dia 28 de octubre de este año, se
reunieron con el Marqués sobre la ribera del Guadalete, junto á un
desfiladero que conduce á Zahara. Reunidas sus tropas, llegaban
al número de seiscientos caballos y mil quinientos infantes, con
los cuales se pusieron en movimiento contra Zahara en cuanto cerró
la noche. Entrando por el desfiladero, siguieron su marcha con
precaucion y silencio al través de aquellos montes, hasta llegar
junto á los muros de la plaza. Llegaron tan callando, que los
centinelas no sintieron ni una voz, ni una pisada; y la oscuridad
era tanta, que no pudieron distinguir objeto alguno. Venia con el
marqués de Cádiz el famoso escalador Ortega de Prado, que ya se
habia distinguido en la sorpresa de Alhama. Este veterano con diez
hombres prevenidos de escalas, fue á colocarse en el hueco de unas
peñas junto á la muralla: en un barranco, no muy lejos de alli, se
apostaron setenta soldados que debian sostener á los escaladores; y
en una hondonada que distaba poco de la puerta de la plaza, se ocultó
la demas tropa, para esperar el momento de acometer.
Lo que restaba de la noche se pasó guardando todos el mas profundo
silencio: al fin amaneció, y los rayos del sol naciente comenzaron
á dorar los altos picos de la serranía de Ronda. Los soldados de la
guarnicion de Zahara, mirando desde las almenas y viendo la quietud
que reinaba en aquel pais solitario, abandonaron las murallas,
muy lejos de sospechar que no habia peña ni mata que no ocultase
un enemigo. Entonces fue cuando por órden del Marqués salió de la
hondonada un escuadron de caballería ligera, que se presentó delante
de la villa, y corriendo el campo llegó hasta la misma puerta,
provocando á los moros para que saliesen á escaramuzar. Asi lo
hicieron en efecto unos setenta de á caballo y algunos peones de los
que guardaban la muralla, los cuales pensando castigar la osadía
del enemigo, arremetieron á él con valor impetuoso. Huyeron los
cristianos, y corrieron en pos de ellos los moros persiguiéndolos;
pero en esto oyeron á sus espaldas una vocería y tumulto grande,
y volviendo los ojos, ven que se está atacando á la villa, y que
una partida de escaladores va subiendo, espada en mano, por la
muralla: al punto vuelven las riendas á sus caballos y se retiran
con precipitacion hácia el lugar. Saliendo entonces de la hondonada
donde estaban emboscados, trataron el marqués de Cádiz y Portocarrero
de cortarles la retirada; mas no lo pudieron conseguir, y los moros
tuvieron lugar de refugiarse dentro de la plaza.
Mientras Portocarrero combatia la puerta, el Marqués metiendo las
espuelas al caballo, corrió al socorro de los escaladores, los cuales
acometidos por cincuenta moros armados de lanzas y corazas, se veian
en el mayor aprieto, y á pique de ser lanzados de la muralla. En
tan crítico momento llegó el Marqués, que arrojándose del caballo y
animando á sus gentes, subió por una escala con algunos soldados y
atacó vigorosamente al enemigo[30]. Turbados y confusos, desampararon
los moros la muralla, pero siguieron defendiéndose por las calles:
al fin, acosados por los cristianos, se recogieron á la ciudadela,
dejando las puertas y torres de la plaza en poder del enemigo. Los
moros no pudiendo subsistir en la ciudadela por ser muchos y tener
pocos bastimentos, ofrecieron darse á partido, y el Marqués les
concedió el de salir libremente con sus efectos, dejando las armas y
obligándose á pasar á Berbería.
[30] Cura de los Palacios, c. 68.
Asi se volvió á ganar la villa de Zahara para confusion de Muley Aben
Hazen, que de esta manera pagó la pena y perdió el fruto, de aquella
su agresion injusta. Los Reyes de Castilla, agradeciendo esta hazaña
al valiente Ponce de Leon, le concedieron el título de duque de Cádiz
y marqués de Zahara; pero él estimaba en tanto su primer título, que
nunca lo dejó, y firmaba siempre: el marqués duque de Cádiz.
[Ilustración]
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