Cronica de la conquista de granada 14
Otras proposiciones hicieron, con mas sana intencion, la sultana
Aixa y sus parciales: ofrecian que Mahomet Audalla, por otro nombre
Boabdil, tendria su corona como vasallo de los Reyes de Castilla,
pagando un tributo anual de doce mil doblas zahenas, y entregando
por espacio de cinco años setenta cautivos en cada uno; que daria en
el acto una suma considerable como rescate, poniendo al mismo tiempo
en libertad cuatrocientos cautivos, los que escogiese el Rey; que
serviria á éste con una fuerza militar determinada, y vendria á las
cortes del reino cuando fuese llamado; finalmente, que entregaria
en rehenes su hijo único y los hijos de doce casas principales de
Granada.
Estaba el Rey Fernando en Córdoba cuando se le comunicaron estas
proposiciones: la Reina estaba ausente, y hasta consultar con ella,
suspendió el Rey tomar una resolucion en negocio tan importante,
limitándose á mandar al conde de Cabra trajese el cautivo Monarca á
Córdoba. Obedeciendo el Conde, vino á esta ciudad con su prisionero,
á quien Fernando no admitió desde luego en su presencia, por
hallarse aun indeciso sobre la conducta que habia de observar con
él. En tanto, pues, que determinaba si se le pondria en libertad con
rescate, ó le dispensaria un trato mas magnánimo, le puso bajo la
custodia de Martin de Alarcon, con órden de guardarle en el castillo
de Porcuna, y de tratarle con decoro y distincion.
Las disensiones y discordias que á esta sazon agitaban á Granada,
ofrecian á Fernando la ocasion mas oportuna para una incursion en
aquel reino; y el político Rey, aprovechando aquella coyuntura,
cuando aun no habia concluido ningun tratado con Boabdil, entró
en el territorio moro á la cabeza de sus grandes y de una fuerza
considerable, asolando la tierra, y destruyéndolo todo hasta las
mismas puertas de Granada. El viejo Aben Hazen, desde las torres
de la Alhambra, miraba el estrago que hacian los cristianos, sin
atreverse á salir para contenerlos; no porque le faltasen tropas,
sino por la poca confianza que tenia en ellas y en el pueblo. Se
recelaba especialmente de la faccion del Albaicin, persuadido que
si salia de la ciudad le habrian éstos cerrado las puertas cuando
volviese. Asi es que el Rey moro, consumido de rabia y encerrado
en la capital como tigre en su jaula, veia, sin poderlo impedir,
señorearse de la vega los lucidos batallones de Castilla, y relumbrar
el estandarte de la cruz por entre el humo de los lugares y pueblos
incendiados.
[Ilustración]
CAPÍTULO XV.
_Libertad de Boabdil._
Habiendo el Rey conseguido el objeto que se propuso en esta
expedicion, marchó con su ejército la vuelta de Córdoba, donde á
su llegada, trató de fijar la suerte de Boabdil con acuerdo de los
prelados y grandes del reino reunidos en consejo.
Don Alonso de Cárdenas, maestre de Santiago, habló el primero, y
oponiéndose á toda transacion ó pacto con los infieles, dijo que en
aquella guerra no se trataba solo de la subyugacion de los moros,
sino de su expulsion completa; y que por tanto no debia ponerse en
libertad á Boabdil.
El marqués de Cádiz, por el contrario; aconsejó al Rey la restitucion
inmediata del Rey cautivo á sus dominios, aunque fuese sin
condiciones. “Esta medida tan conforme á la sana política, dijo,
atizará la guerra civil de Granada, que es un fuego que abrasa las
entrañas del enemigo, y hará mas por los intereses de Castilla, que
cuantos triunfos alcanzen nuestras armas.”
Don Pedro de Mendoza, gran cardenal de España, conformándose con el
parecer del Marqués, apoyó su proposicion.
Con esta variedad de consejos, se hallaba el Rey perplejo; pero
la Reina le sacó de dudas, manifestando su opinion. Los Reyes de
Granada habian sido vasallos de los Reyes sus progenitores, por lo
que opinaba que á Boabdil se le podria conceder su libertad si se
declaraba feudatario de la corona de Castilla, añadiendo que por
este medio se lograria sacar de las prisiones de Granada muchos
cristianos que gemian en el cautiverio. Adoptó Fernando la medida que
le aconsejaba su magnánima esposa, y se notificaron á Boabdil las
condiciones. Fueron éstas otorgadas por el Rey cautivo, que se obligó
á reconocer á los Reyes de Castilla por señores, á pagar tributo,
y á dar á sus tropas paso seguro y mantenimientos en sus dominios.
Los Soberanos por su parte, le concedieron á él y á los pueblos de
su dominio una tregua por dos años, ofreciendo ademas mantenerle
sobre el trono, y ayudarle á recobrar las plazas que hubiese perdido
durante su cautiverio.
Celebrado y solemnizado este contrato en el castillo de Porcuna,
se hicieron las prevenciones necesarias para recibir al Rey chico
en Córdoba con lucimiento y distincion. Soberbios caballos,
primorosamente enjaezados, vestiduras de riquísimo paño, brocados
y sedas, y otros arreos suntuosos, le fueron suministrados, á él
y á cincuenta caballeros moros que habian venido á tratar de su
rescate, para que pudiese comparecer con la grandeza correspondiente
al Monarca de Granada, y al mas poderoso vasallo de los Reyes de
Castilla: se le entregó ademas una cantidad de dinero, para el
sostenimiento de su dignidad mientras permanecia en Córdoba, y para
los gastos de su regreso á sus dominios: finalmente, se dió órden
para que todos los títulos y caballeros de la corte saliesen á
recibirle.
Habiendo llegado el caso de parecer Boabdil en presencia de Fernando,
juzgaron algunos que viniendo á rendirle homenage como vasallo,
le debia besar la mano, por lo que aconsejaron al Rey que se la
diese para el efecto. “Diérasela por cierto, respondió Fernando, si
estuviese libre en su reino, pero no se la doy porque está preso en
el mio.”
Entró el Rey moro en Córdoba con grande acompañamiento de caballeros
de la corte, y escoltado por los cincuenta moros sus parciales: fue
recibido en palacio con mucha pompa y ceremonia, y llegando á la
presencia del Rey, inclinó la rodilla, y pidió le diese á besar la
mano, asi porque era su señor y él su subdito, como en reconocimiento
de la libertad que le habia dado. Pero Fernando no consintió esta
señal de dependencia, y le levantó del suelo. Entonces empezó un
interprete á hacer en nombre del Rey moro mil elogios de Fernando,
ponderando su magnanimidad, y dándole las mas rendidas gracias. El
Rey, no sufriendo alabanzas en su presencia, le interrumpió y dijo:
“No son menester estos cumplimientos: yo espero de su integridad, que
hará todo aquello que como buen Rey y buen hombre debe hacer.” Con
estas palabras recibió á Boabdil el chico bajo su real proteccion, y
le aseguró de su amistad.
[Ilustración]
CAPÍTULO XVI.
_Boabdil vuelve de su cautiverio._
Por el mes de agosto llegó á Córdoba con una comitiva espléndida
un noble moro Abencerrage, que traia al hijo de Boabdil y á otros
jóvenes de la primera nobleza de Granada, que habian de quedar en
rehenes hasta el cumplimiento de las condiciones del rescate. Viendo
el rey moro á su hijo único á quien dejaba como cautivo en tierra
estraña, se enterneció, y estrechándolo entre sus brazos, dijo: “En
hora menguada nací, y bajo infausta estrella: con razon me llaman el
Zogoibi, ó el desgraciado, pues los males que mi padre me acarrea,
esos mismos ocasiono yo á mi hijo.” Pero sirvió de mucho consuelo
al afligido Boabdil la piedad que usaron los reyes católicos con el
jóven príncipe, pues entregándolo al buen alcaide, Martin de Alarcon,
dieron á éste las mas estrechas órdenes para que le sirviese atento
y obsequioso, y le guardase todas las consideraciones debidas á sus
tiernos años y distinguido nacimiento.
El dia 2 de setiembre se presentó á las puertas de la mansion de
Boabdil una guardia de honor para escoltarlo hasta la frontera de su
reino. Al separarse de su hijo, volvió el Rey á abrazarlo, pero sin
pronunciar palabra, por no descubrir la agitacion de su espíritu.
Montó á caballo, y sin volver atrás el rostro, se apresuró á partir,
temiendo manifestar por entre la estudiada serenidad de Rey la
debilidad de un tierno padre.
Salió Boabdil de Córdoba acompañándole el Rey hasta corta distancia,
donde se separaron, partiendo éste para Guadalupe, y aquel para
Granada. En su tránsito por los pueblos, se le hicieron los honores
correspondientes á una persona real, escoltándole los adelantados
de las Andalucías y generales de la frontera, hasta dejarle en sus
dominios. Saliendo entonces á recibirle los caballeros principales de
su corte, enviados secretamente por la sultana Aixa, para conducirlo
á Granada, se halló otra vez el Rey chico en su propio territorio,
rodeado de guerreros musulmanes, y bajo la salvaguardia de su
mismo real estandarte. Con tan feliz suceso se ensanchó el corazon
oprimido de Boabdil, que ya empezaba á dudar de las predicciones de
los astrólogos. Pero fue de poca duracion su regocijo: en el corto
número de leales caballeros que habian salido á recibirle, echaba de
menos el príncipe á muchos de sus mas obsequiosos servidores: bien
pronto notó una gran mudanza en los ánimos de sus vasallos: su padre
representando el concierto ajustado en Porcuna como una traicion
á la pátria y á la religion, habia logrado desconceptuarle con el
pueblo: muchos de los nobles que estaban á su devocion, persuadidos
que Boabdil trababa de imponerles el yugo de los cristianos, habian
vuelto á reconocer á su padre, y casi todos los pueblos se habian
apartado de su obediencia: de suerte que la sultana Aixa y su partido
apenas se podian mantener en las torres de la Alcazaba.
Tal fue la triste relacion que hicieron á Boabdil sus cortesanos
del estado de sus intereses. Tambien le manifestaron que su regreso
á Granada, para reunirse con aquella pequeña corte que aun le
reconocia, era una empresa de mucha dificultad y peligro, por la
vigilancia con que el viejo Aben Hazen guardaba las puertas y
murallas de la ciudad.
Llegó Boabdil á su capital de noche, y acercándose cautelosamente á
los muros, logró apoderarse de un postigo del arrabal del Albaicin,
cuyos moradores siempre le habian sido favorables. Pasó con rapidez
aquellas calles, y llegó sin oposicion al castillo de la Alcazaba,
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