2015년 6월 23일 화요일

Cronica de la conquista de granada 2

Cronica de la conquista de granada 2


El tributo en dinero y cautivos, habia sido pagado puntualmente por
Ismael, y aun Muley en una ocasion habia asistido personalmente á su
pago en Córdoba. Pero la insolencia y menosprecio que sufrió entonces
de los orgullosos castellanos, habian despertado toda su indignacion,
y se enfurecia el africano altivo al recordar aquella humillante
escena y el envilecimiento de los suyos. Asi, cuando subió al trono,
cesó enteramente el pago del tributo, y bastaba traérselo á la
memoria para que la cólera le arrebatase.
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO II.
 
_Los Reyes Católicos envian á pedir el tributo al moro: lo que
éste contestó, y como quebrantó la tregua._
 
 
En el año de 1478, llegó á las puertas de Granada un caballero
español de orgulloso porte y muy noble presencia, que venia como
Embajador de los Reyes Católicos, para reclamar los atrasos del
tributo. Llamábase don Juan de Vera, y era un devoto y celoso
caballero, lleno de ardor por la fé y de lealtad por la corona. Venia
perfectamente montado y armado de todas piezas, y le seguia una
comitiva corta, pero bien apercibida.
 
Miraban los habitantes moros á esta pequeña, pero lucida muestra
de la nobleza castellana, con una mezcla de curiosidad y ceño, al
verla entrar por la famosa puerta de Elvira, con aquella gravedad
y señorío que distinguen á los caballeros españoles. Y mirando el
gentil continente y fuerte contestura física de don Juan, que le
hacian apto para las mas árduas empresas militares, se figuraban que
vendria para ganar renombre y fama compitiendo con los caballeros
granadinos en los torneos ó en los juegos de cañas, por los cuales
eran tan celebrados; pues en los intervalos de la guerra, solian
todavia los guerreros de las dos naciones entretenerse juntos en
estos egercicios caballerescos. Pero cuando entendieron que su venida
era para pedir el tributo tan odiado de su fogoso Monarca, dijeron
que bien era menester un caballero de tanto valor y esfuerzo como
este manifestaba, para venir con una embajada semejante.
 
Sentado bajo de un dosel magnífico, y rodeado de los grandes del
reino, recibió Muley Aben Hazen á don Juan de Vera en el salon de
Embajadores, uno de los mas suntuosos de la Alhambra. Expuso el
español el objeto de su mision; y habiendo concluido, le dijo el
soberbio Monarca con semblante airado y tono desdeñoso: “Id, y
decid á vuestros soberanos, que ya murieron los Reyes de Granada
que pagaban tributo á los cristianos; y que en Granada no se labra
sino alfanges y hierros de lanza contra nuestros enemigos.”[4] Con
esta respuesta, mensagera de una guerra cruel, volvió el Embajador
castellano á la presencia de su Monarca.
 
[4] Garibay, comp. lib. XL. cap. 29. Conde, Historia de los
árabes, p. IV. cap. 34.
 
En el corto espacio que permanecieron en Granada, tuvieron lugar don
Juan y sus compañeros de reconocer, como inteligentes y prácticos,
las fuerzas y situacion del moro. Notaron que estaba bien apercibido
para la guerra; que las murallas, fuertes y bien torreadas, estaban
guarnecidas de lombardas y otras piezas de artillería; que los
almacenes estaban bien provistos de municiones y pertrechos de
guerra; que habia una infantería numerosísima, y muchos escuadrones
de caballería, prontos á entrar en campaña y, capaces no solo de
hacer la guerra en la defensiva, sino de llevarla á las puertas del
enemigo. Todo esto vieron nuestros guerreros sin arredrarse, antes
se felicitaron de haber hallado un contrario tan digno de ellos; y
esta consideracion servia de estímulo á su valor. Al pasar por las
calles de Granada, cuando salian de la ciudad, miraban en derredor
de sí, é íbanseles los ojos tras de tanto objeto como excitaba su
codicia. Veian aquellos suntuosos palacios y magníficas mezquitas,
aquella Alcaycería ó mercado, tan abundante de sedas, de telas de oro
y plata, de joyas, de piedras preciosas y de una variedad inmensa de
géneros de mucho precio y lujo, traidos de los mas remotos climas, y
deseaban con impaciencia llegase la hora en que todas estas riquezas
fuesen despojos de sus soldados, y en que, postrada la media luna,
tremolase en su lugar el estandarte de la cruz.
 
Iba don Juan de Vera atravesando lentamente el pais con direccion á
la frontera, y no veia pueblo que no estuviese bien fortificado: toda
la vega estaba sembrada de torres, que servian de asilo á las gentes
del campo: en las montañas, todos los pasos se hallaban defendidos
con castillos, y todos los cerros tenian sus atalayas. Al pasar bajo
los muros de estas fortalezas, veíanse relumbrar desde los adarves
las lanzas y cimitarras de los moros, y el feroz centinela parecia
lanzar miradas de odio y enemistad á los cristianos. Era evidente
que de romperse la guerra con esta nacion, se seguiria una larga y
sangrienta lucha, llena de trances peligrosos y de empresas árduas;
una lucha, en fin, en que el terreno se ganaria á palmos, y con sudor
y sangre; y solo podria conservarse con suma dificultad. Pero esto
mismo inflamó el espíritu guerrero de los castellanos, y ya se les
hacia tarde que empezasen las hostilidades.
 
Al desafio del fogoso Monarca moro, hubieran contestado desde luego
los Reyes Católicos con el estruendo de su artillería; pero se
hallaban á la sazon empeñados en una guerra con Portugal, y ocupados
en deshacer una faccion de los grandes de su mismo reino. Asi,
pues, se permitió continuase la tregua, que por tantos años habia
subsistido entre las dos naciones; reservándose el cauto Fernando
la resistencia de los moros á pagar tributo, como un motivo fundado
para hacerles la guerra en el momento que se presentase una ocasion
favorable.
 
Al cabo de tres años terminó la guerra con Portugal, y quedó sosegada
en gran parte la faccion de los nobles de Castilla. Trataron entonces
Fernando é Isabel de realizar el proyecto, que desde la union de sus
dos coronas habia sido el grande objeto de su plausible ambicion, á
saber: la conquista de Granada, y la extirpacion del dominio de los
moros en España. Para este fin determinó Fernando hacer la guerra
con detenimiento y precaucion; y perseverar en ella, quitando al
enemigo, uno despues de otro, sus castillos y fortalezas, hasta
dejarle enteramente sin apoyo, para acometer entonces la capital. Á
este intento dijo el prudente Rey: “Uno á uno he de sacar los granos
á esta Granada.”
 
No se ocultaban á Muley Aben Hazen las intenciones hostiles del
Católico Monarca; pero confiaba en los medios que tenia para
resistirle. En el discurso de un reinado tranquilo, habia juntado
grandes caudales y puesto en estado de defensa todas las plazas
del reino: habia sacado de Berbería cuerpos numerosos de tropas
auxiliares, y se habia concertado con los príncipes de África,
para que en caso urgente le enviasen nuevos socorros. Tenia en sus
vasallos soldados aguerridos y de gran corazon, cuyos hechos no
desmentian la opinion de que gozaban. Avezados á los trabajos de la
guerra, sabian sufrir el hambre, la sed, el cansancio y la desnudez;
montaban primorosamente, y lo mismo peleaban á pié que á caballo, lo
mismo armados de todas piezas que á la gineta, ó á la ligera, con
solo lanza y adarga. Obedientes á la voz del Soberano, campeaban
á la primera intimacion, y defendian con tenacidad sus pueblos y
posesiones.
 
Hallándose tan apercibido para la guerra, resolvió Muley Aben Hazen
anticiparse á Fernando, y dar el primer golpe. En la tregua que
subsistia habia una cláusula singular, y era, que se podia acometer
cualquier castillo, y hacerse unos á otros correrías y cabalgadas,
siempre que no se asentase real, ni fuesen con banderas tendidas,
ni con sonido de trompeta, sino de improviso y con estratagema,
y que esto no durase mas de tres dias.[5] De aqui se originaron
tantas empresas tan temerarias y peregrinas, en que se asaltaban y
sorprendian tantos castillos y lugares fuertes. Pero hacia ya mucho
tiempo que por parte de los moros no se habia cometido ningun exceso
de este género, y por esta causa los pueblos fronterizos de los
cristianos no se guardaban con la debida vigilancia.
 
[5] Zurita, Anales de Aragon: lib. XX. cap. 41. Mariana, Historia
de España: lib. XXV. cap. 1.º
 
Deseando estaba Muley Aben Hazen saltear alguna villa, cuando se le
dió aviso que la Zahara, por el descuido de su alcaide, se hallaba á
mal recado, mal abastecida y con corta guarnicion. Esta importante
fortaleza, estaba situada sobre un escarpado cerro entre Ronda y
Medina Sidonia, y la dominaba un castillo encaramado en un peñasco
tan alto, que se decia descollaba entre las nubes, y que las aves no
alcanzaban á remontar hasta alli el vuelo. Las calles y muchas de
las casas, no eran mas que excavaciones labradas en la peña viva.
La poblacion tenia una sola puerta, la cual miraba á poniente, y
estaba defendida con sus torres y almenas. La única subida á este
empinado castillo, era por un sendero cortado en la misma roca, y tan
fragoso en algunas partes, que parecia una escalera desmoronada. Tal
era Zahara, que por su situacion y fuerza parecia podia burlarse de
cuantas tentativas se hiciesen para tomarla; y esto se tenia por tan
cierto, que dió motivo á que á las mugeres de una virtud severa é
inaccesibles las llamasen Zahareñas. Pero ni la plaza mas fuerte, ni
la virtud mas austera, dejan de tener algun lado débil, por lo que
han menester la mayor vigilancia para guardarse. Estén, pues, sobre
aviso las damas y los guerreros, y escarmienten con la suerte de
Zahara.
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO III.
 
_Expedicion de Muley Aben Hazen contra la fortaleza de Zahara._
 
 
[Nota al margen: Año 1481.]
 
En el año de 1481, y pocos dias despues de la natividad de Nuestro
Señor, dió Muley Aben Hazen el famoso asalto de la villa de Zahara.
Los moradores de ella yacian en el mas profundo sueño, y hasta el
centinela habia abandonado su puesto, para ponerse al abrigo de una
tempestad tan brava, que habia durado tres noches consecutivas. En
tal trastorno de los elementos ¿quién habia de pensar que campease
un enemigo? Empero el feroz Aben Hazen halló ser esta la ocasion
mas oportuna para la ejecucion de sus designios. En el silencio
de la noche se oyó repentinamente dentro de los muros de Zahara,

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