2015년 6월 23일 화요일

Cronica de la conquista de granada 8

Cronica de la conquista de granada 8



vuelven el rostro y ven atacado su acampamento por los moros que
habian quedado en emboscada: acuden los cristianos á la defensa
de sus estancias, y tornan á pelear con grande ánimo; pero Aliatar
revuelve al instante contra ellos y los embiste. Viéronse entonces
los caballeros acometidos de frente y por espalda, y con esta
desventaja sostuvieron el combate por espacio de una hora: la cuesta
de Albohazen se empapó en sangre, y quedó cubierta de montones de
cadáveres; pero viniendo luego á socorrerles una parte del ejército
cristiano, fue forzado el fiero Aliatar á retirarse, y se volvió con
los suyos á la ciudad. Algunos caballeros de fama perecieron en esta
refriega: entre ellos don Rodrigo Tellez Giron, que murió de una
saeta, la cual le acertó debajo del brazo al tiempo de levantarlo
para descargar un golpe. Fue muy sentida su muerte, por haber
ocurrido en la flor de su edad, cuando apenas contaba veinte y cuatro
años. Los Reyes le lloraron como á uno de sus mejores vasallos,
los capitanes como á un fiel compañero de armas y partícipe en sus
glorias y peligros, y los soldados como á un gefe bajo cuya conducta
se habian prometido alcanzar los mayores triunfos.
 
Alterado por este revés, y conociendo, aunque tarde, ser muy acertada
la opinion del marqués de Cádiz en cuanto á la insuficiencia de sus
fuerzas para aquella empresa, convocó el Rey aquella noche un consejo
de guerra, y se acordó, para evitar mayores desastres, retirar el
ejército y replegarse sobre Riofrio, no muy lejos de alli, á fin de
esperar la reunion de las tropas que venian de Córdoba. Al amanecer
del dia siguiente, se empezaron á abatir las tiendas en la cuesta de
Albohazen; y notando el vigilante Aliatar este movimiento, salió sin
tardanza para dar un nuevo ataque. Una parte del ejército cristiano,
á quien aun no se habia comunicado la órden de levantar el campo,
viendo que se abandonaba aquella posicion importante y que salia toda
la guarnicion de Loja, entendió que los moros habrian sido reforzados
la noche pasada por la venida de su Rey, y que el ejército se habia
puesto en retirada. Al punto y sin detenerse á recibir órdenes, se
entregan á una fuga precipitada; y comunicando su confusion á los
demas, no paran en su carrera hasta llegar á un parage dicho la Peña
de los enamorados, distante de Loja unas siete leguas[17].
 
[17] Pulgar, Crónica.
 
El Rey y los capitanes que le asistian reconocieron el peligro de
aquel momento, y haciendo frente al enemigo, sostuvieron repetidas
cargas, para dar tiempo á que se recogiese el campo y se pusiese
en salvo la artillería y demas pertrechos. Conseguido este objeto,
corrió el Rey á una altura desde donde llamando á voces á los
fugitivos, procuraba rehacerlos. Reuniéronsele unos pocos, con
los cuales, metiéndose por medio del fuego enemigo, arremetió á
un escuadron de moros con tal denuedo y valor, que los arrolló y
echó hasta el rio, donde fueron ahogados los que no murieron con
la espada. Pero reforzados los moros, volvieron en mayor número, y
corrió gran peligro la persona del Rey: dos veces debió la vida al
valor de don Juan Ribera, señor de Montemayor. El marqués de Cádiz,
viendo desde lejos el riesgo de su Soberano, corrió á socorrerle
seguido de unos setenta ginetes, y de la primera lanzada atravesó al
mas osado de los moros. Herido el caballo de un flechazo y sin mas
armas que la espada, se echó entre el Rey y los enemigos, y haciendo
prodigios de valor, le sacó de aquel aprieto. Á su constancia y
serenidad se debió principalmente la salvacion de la mayor parte del
ejército[18], en el cual hubo, no obstante, grandes pérdidas, por lo
mucho que en aquel azaroso dia se expusieron los caudillos. El duque
de Medinaceli fue derribado de su caballo, y estuvo en poco no cayese
en manos del enemigo: el conde de Tendilla recibió varias heridas, y
no fue menos lo que padecieron otros hidalgos de nota y caballeros
de la casa real. Por último, recogido la mayor parte del bagage y
restablecido algun tanto el órden, comenzó á retirarse el ejército,
evacuando las cercanías de Loja y la sangrienta cuesta de Albohazen,
con pérdida de algunas piezas de artillería, muchas tiendas de
campaña y una cantidad de provisiones.
 
[18] Cura de los Palacios, c. 58.
 
Siguió Aliatar el alcance, picando la retaguardia hasta llegar á
Riofrio. Desde alli pasó el Rey Fernando á Córdoba, donde procuró
escusar este mal suceso, atribuyéndolo al poco número de sus fuerzas
y á la circunstancia de ser gente allegadiza, sin experiencia ni
disciplina. Tal fue el éxito de esta mal trazada expedicion, en que
recibió Fernando una leccion que le hizo mas cauto en adelante y
menos confiado en su fortuna. Entre tanto, para consolar y animar á
sus soldados, ordenó una nueva incursion en la vega de Granada.
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO IX.
 
_Muley Aben Hazen entra por los estados de Medinasidonia, y corre
la campiña de Tarifa._
 
 
Juntando un ejército en Málaga, marchó Muley Aben Hazen á socorrer
á Loja; pero llegó cuando ya Fernando iba de retirada, y cuando
el último escuadron de su ejército estaba á la otra parte de la
frontera. Perdida esta ocasion, revolvió el Monarca moro contra
Alhama, sin que en esta segunda tentativa fuese mas feliz que en la
primera; pues el valor y constancia del alcaide Luis Portocarrero,
le tuvieron á raya hasta tanto que la salida del Rey Fernando para
correr segunda vez la vega, le obligó mal de su grado á retirarse.
 
No pudiendo con una fuerza tan inferior como la suya competir con
el ejército de Castilla, ni tampoco permanecer tranquilo viendo la
devastacion de su territorio, determinó Muley hacer una entrada por
los estados de Medinasidonia, diciendo: “Ya que no podemos defender
nuestras tierras del enemigo, vayamos á asolar las suyas.” Todo
parecia convidar á esta empresa; la abundancia del pais, la gran
cantidad de ganado que se criaba en sus dehesas, y la ausencia de
muchos de los caballeros de Andalucía que se hallaban en el ejército
del Rey, y habian dejado la tierra casi sin defensa. Procedióse pues
á la ejecucion de este proyecto: marchó Muley para las tierras de
Medinasidonia con mil y quinientos caballos y seis mil infantes;
y tomando la ribera del mar, pasó por Estepona, y entró en el
territorio cristiano por la parte de Gibraltar.
 
El alcaide de esta plaza, Pedro de Vargas, soldado animoso, vigilante
y emprendedor, era el único que inspiraba á Muley algun recelo;
y aunque sabia éste que la guarnicion era demasiado corta para
que hiciesen una salida con buen éxito, no dejaba de temer que le
molestasen en su marcha. Asi es que al pasar por aquel peñon antiguo,
que parece elevarse hasta las nubes, volvia Muley la vista hácia
él con ansia y con cuidado: siguiendo su marcha con precaucion y
silencio, envió delante batidores para reconocer el terreno, y tomó
otras medidas para asegurarse contra cualquiera emboscada ó asechanza
del enemigo, sin creerse enteramente seguro hasta que, pasando la
tierra quebrada y montuosa de Castellar, y dejando á Gibraltar á la
izquierda, llegó á las llanuras que atraviesa el rio Celemin. Aqui
sentó su campo; y destacando cuatrocientos corredores, ó ginetes
armados á la ligera, los apostó cerca de Algeciras, con órden de
observar la fortaleza vecina de Gibraltar, de atacar al alcaide y
cortarle la retirada, en el caso que intentase una salida. Tomada
esta disposicion, se despacharon doscientos corredores mas para
correr la campiña de Tarifa, é igual número para asolar las tierras
de Medinasidonia: los demas, con el Rey, quedaron en el campo para
formar un punto de reunion. Con tan buen efecto corrieron aquellos
forrageadores el pais, que en breve volvieron conduciendo rebaños
enteros, y ganado en tanta cantidad, que era mas de lo suficiente
para suplir la falta de lo que acababa de quitarles Fernando en su
incursion en la vega. La tropa apostada en la playa de Algeciras con
órden de observar á Gibraltar, volvió tambien al campo, diciendo
que en aquella plaza todo quedaba tranquilo, y que no habian visto
moverse un solo soldado de la guarnicion; por lo que Muley se
felicitó en vista de la celeridad y secreto con que habia efectuado
esta entrada, burlando la vigilancia de aquel sagaz alcaide.
 
Pero se equivocaba Muley Aben Hazen creyendo que sus movimientos
habian sido tan secretos, que no se hubiesen notado. De todo tenia
aviso Pedro de Vargas; mas siendo tan corta su guarnicion, no se
atrevia á salir de la fortaleza, por no dejarla desamparada.
Felizmente aportó, á esta sazon, en la bahía de Gibraltar la escuadra
de Cárlos de Valera, que cruzaba en el estrecho; y Vargas, dejando
al comandante de ella encargado de la defensa de la plaza en su
ausencia, se salió fuera aquella misma noche con setenta caballos, y
se dirigió á Castellar, lugar fuerte situado en una altura por donde
sabia que los moros habian de pasar á su regreso. De órden suya se
encendieron hogueras en los cerros, para avisar á las gentes del
campo que los moros estaban en la tierra, y despacháronse correos en
diversas direcciones para apellidar á los habitantes, é intimarles
que se le reuniesen armados en Castellar.
 
Muley Aben Hazen, conociendo por las almenaras que ardian en las
montañas que el pais se levantaba, alzó el campo, y á toda prisa se
puso en movimiento con direccion á la frontera; pero le servia de
mucho entorpecimiento en su marcha el botin que habia recogido, y
la gran cabalgada que habia sacado de la campiña de Tarifa. En esto
le avisaron sus adalides que habia tropas enemigas en campaña; pero
hizo poco aprecio de este aviso, sabiendo que no podian ser sino los
soldados de Pedro de Vargas, que no pasaban de doscientos ginetes.
Empero echó delante doscientos y cincuenta caballos al mando de
los alcaides de Cáceres y de Marbella: detras de estos colocó la
cabalgada, llevando él mismo la retaguardia, que formaba el grueso
de su ejército. Pedro de Vargas, que estaba alerta, los vió venir
cuando se acercaban á Castellar, por una nube de polvo que levantaron
al bajar una de las cuestas de aquel pais montuoso, y notó que la
vanguardia estaba separada de la retaguardia por un espacio de mas de
media legua, y por la cabalgada que iba en el centro, al paso que un
bosque espeso ocultaba los primeros á los últimos. Persuadido Vargas
que en tal disposicion no podrian valerse unos á otros, en el caso de
ser atacados repentinamente, y que seria fácil ponerlos en confusion,
tomó cincuenta ginetes escogidos, y haciendo un rodeo, fue con el
mayor secreto á esperar al enemigo á la entrada de un paso angosto,
por donde forzosamente habia de pasar.
 
Aqui se pusieron en emboscada, ocultándose entre los peñascos y
matorrales, con propósito de dejar pasar la delantera, y caer sobre
la rezaga. En esto se presentaron seis batidores moros á caballo,
que empezaron á reconocer aquel sitio con el mayor cuidado, y ya
iban á descubrir la celada, cuando Vargas, precisado á mudar el

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