2015년 6월 23일 화요일

Cronica de la conquista de granada 7

Cronica de la conquista de granada 7


No satisfecha con esto, pasó á indisponer al Rey con la virtuosa
sultana Aixa, su rival, cuya belleza no era ya la misma que en
su juventud primera, ni ofrecia tantos atractivos como antes á
su marido; y por esto no le fue dificil persuadir á Muley que la
repudiase y la encerrase con su hijo en la torre de Comáres, una de
las principales de la Alhambra. Por último, viendo en Boabdil, que ya
iba entrando en la edad viril, un obstáculo á sus designios, despertó
de nuevo en el pecho feroz de su padre los recelos y las sospechas,
recordándole la prediccion que fijaba la pérdida del imperio para
cuando llegase á reinar este príncipe. Á esto, desafiando el influjo
de las estrellas, decia Muley: “La cuchilla del verdugo probará la
falsedad de estos horóscopos, y atajará la ambicion de Boabdil, asi
como ha castigado la osadía de sus hermanos.”
 
Advertida secretamente de la intencion cruel del viejo Monarca,
la sultana Aixa, muger de resolucion y talento, se concertó con
algunas damas de su servidumbre para facilitar la fuga de su hijo.
Á un criado de toda su confianza se dió el encargo de apostarse á
la media noche en las orillas del rio Darro, prevenido de un ligero
caballo árabe. Y al tiempo que yacian todos en un profundo reposo,
y reinaban en palacio el silencio y la oscuridad, atando por los
cabos los mantos y tocas de sus criadas, descolgó la sultana al jóven
príncipe desde la torre de Comáres.[16] Bajando á tientas aquella
áspera cuesta, llegó Boabdil á las márgenes del Darro y saltando en
su caballo, partió á carrera tendida para Guadix, en las Alpujarras.
Aqui permaneció oculto algun tiempo; pero despues, reuniendo sus
partidarios y fortificándose en aquella plaza, pudo declararse
abiertamente y desafiar las asechanzas de su padre.
 
[16] Salazar, Crónica del gran Cardenal, c. LXXI.
 
Tal era el estado de cosas en la casa real de Granada, cuando volvió
Muley de su desastrosa expedicion de Alhama. La faccion formada entre
los nobles para deponer al Rey padre y colocar en el trono á Boabdil,
se habia puesto ya de acuerdo con éste: estaban tomadas las medidas
necesarias, y para la ejecucion de su proyecto solo esperaban una
ocasion favorable, que en breve se les presentó. Tenia Aben Hazen en
las inmediaciones de Granada un sitio de recreo llamado Alejares,
donde solia acudir para solazar el ánimo y distraerse de los cuidados
contínuos que le rodeaban. Habia pasado alli un dia, cuando volviendo
á Granada, halló cerradas las puertas de la ciudad, y proclamado Rey
á su hijo Boabdil. “¡Alá achbar! ¡Dios es grande! dijo el triste
Monarca: en vano es porfiar contra el destino: estaba escrito que
mi hijo habia de subir al trono: Alá no permita que se cumpla lo
restante del vaticinio.” Conociendo Aben Hazen que mientras durase
aquella efervescencia popular, serian inútiles cuantos esfuerzos
hiciera para recuperar su autoridad, volvió las riendas á su caballo
y se dirigió á Baza, donde fue recibido con grandes demostraciones de
lealtad.
 
Pero en el carácter entero y firme de Muley Aben Hazen, no cabia la
debilidad de rendir el cetro sin resistencia: confiaba en la lealtad
de una gran parte del reino que aun le reconocia; y se lisongeaba que
presentándose repentinamente en la capital con una fuerza regular,
conseguiria intimidar al pueblo y hacerle volver á su observancia.
Tomada esta resolucion, procedió á llevarla á efecto con la destreza
y osadía propias de su carácter, y á la cabeza de quinientos hombres
escogidos se presentó una noche bajo los muros de Granada: escaló la
Alhambra, y entrando con furor sanguinario por aquellos silenciosos
aposentos, se arrojó sobre sus pacíficos habitadores, cebando en
ellos el alfange exterminador, que no perdonaba edad, calidad, ni
sexo. Despertaron aquellos infelices para volver los mas de ellos
á cerrar los ojos en la muerte: resonaban en todo el castillo sus
alaridos, y las fuentes corrian ensangrentadas. El alcaide Aben
Comixer se retrajo á una torre fuerte, y se encerró con algunos
soldados; pero Muley, sin perder tiempo en perseguirle, bajó con
su feroz cuadrilla á la ciudad, para vengarse de los rebelados.
Alarmáronse los habitantes, corrieron á las armas y encendiendo
luces por todas partes, pudieron reconocer el corto número de
los autores de tanto estrago. Muley se habia equivocado en sus
conjeturas; porque la masa del pueblo indignado de su tiranía, se
manifestó decididamente, en favor de Boabdil. Siguióse por las calles
y plazas un combate terrible, pero corto, en que murieron muchos de
los partidarios de Muley: los demas se salvaron con la fuga, y en
compañía de su soberano, se dirigieron á la ciudad de Málaga.
 
Tal fue el principio de aquellos bandos y disensiones intestinas,
que apresuraron la ruina de este imperio. Divididos los moros entre
sí, formaron desde aquel dia dos partidos, mandados por el padre y
el hijo; pero con todo eso, cuando la ocasion se presentaba, nunca
dejaron de unir sus respectivas fuerzas para dirigirlas contra los
cristianos, como á enemigo comun.
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO VIII.
 
_Expedicion real contra Loja._
 
 
En un consejo de guerra convocado por el Rey Fernando en Córdoba,
se trataba de lo que debia hacerse con Alhama, y ya el parecer de
los que aconsejaban que se desamparase aquella fortaleza, por estar
situada en el centro del territorio moro y expuesta en todo tiempo á
un ataque, empezaba á prevalecer, cuando llegó la Reina. Instruida
Isabel de estas deliberaciones, se presenta en el consejo y tomando
la palabra: “No quiera Dios, dice, que asi se malogre el primer
fruto de nuestras victorias: ¿tan fácilmente habiamos de abandonar
la primera plaza que hemos arrancado al enemigo? Lejos de nosotros
semejante idea; ¿pues qué otra cosa seria el hacerlo, sino descubrir
la debilidad de nuestros consejos, é inspirar mayores brios á los
infieles? No se vuelva pues á tratar de abandonar á Alhama, y sí
solo de conservar y extender nuestras conquistas, hasta dar glorioso
término á tan santa guerra con la destruccion total del imperio de
los moros en España.”
 
El discurso de la Reina infundió nuevo ánimo en el consejo real, y
al punto se tomaron las medidas convenientes para mantener á Alhama á
todo trance: por alcaide de esta plaza nombró el Rey á Luis Fernandez
Portocarrero, señor de Palma; se le agregaron Diego Lopez de Ayala,
Pedro Ruiz de Alarcon y Alonso Ortiz, capitanes de cuatrocientas
lanzas, con mil hombres de infantería y vituallas para tres meses.
 
Deliberó Fernando entonces emprender el asedio de Loja, ciudad
fuerte, no muy distante de Alhama. Con este intento intimó á todas
las ciudades y pueblos de Andalucía y Extremadura, al reino de Toledo
y á las órdenes militares, le enviasen para un tiempo señalado, á
su campo delante de Loja, cierta cantidad de provisiones, segun
sus respectivos repartimientos. Los moros por su parte, no fueron
menos diligentes en sus preparativos: enviaron al África á solicitar
socorros, y á impetrar el auxilio de los príncipes berberiscos en
esta guerra por la fé. Á fin de interceptar estos socorros, apostaron
los Reyes de Castilla en el estrecho de Gibraltar, una escuadra de
navíos y galeras al mando de Martin Diaz de Mena y de Cárlos de
Valera, con órden de barrer las costas de Berbería y destruir hasta
la última nave de aquella nacion.
 
Mientras se hacian estas prevenciones, salió el Rey á hacer una tala
en la vega de Granada, y quemáronse en esta incursion gran número
de cortijos, alquerías y lugares; se robó mucho ganado, y fueron
destruidas las mieses.
 
Hácia fines de junio partió de Córdoba el Rey Fernando, para sentar
sus reales bajo los muros de Loja, llevando consigo solo cinco mil
hombres de á caballo y ocho mil de infantería. El marqués de Cádiz,
capitan tan experimentado cuanto valiente, representó al Rey que con
tan corto número de tropas seria muy arriesgado acometer aquella
empresa; hízole ver que el plan de campaña se habia formado mal, y
que se habian omitido muchas prevenciones importantes; pero en el
ánimo del Rey, pudieron mas los consejos de don Diego de Merlo; y sin
llevar todos los pertrechos indispensables á un ejército sitiador,
movió el campo, y con resolucion y confianza marchó contra la ciudad
de Loja.
 
Llegando á aquella plaza, asentó el Rey su estancia entre unos
olivares, á orillas del rio Jenil, que por aquella parte pasa muy
hondo, y acanalado por unas riberas tan altas, que con dificultad se
puede vadear, y los moros estaban en posesion del puente. Las alturas
inmediatas fueron ocupadas por la demas tropa, distribuida en varios
acampamentos, pero separados unos de otros por barrancos, de suerte
que en caso necesario, no podian acudir á socorrerse mútuamente. La
artillería, por otra parte, se colocó con tan poco acierto, que no
se pudo sacar de ella utilidad alguna, y la aspereza y desigualdad
del terreno impidieron no poco las maniobras de la caballería. Todos
estos defectos fueron notados por el duque de Villahermosa, hermano
natural del Rey, que aconsejó se mudase el campo á otra parte, y se
echasen puentes sobre el rio. Hiciéronse algunas diligencias á este
efecto, pero con tan poca actividad y conocimiento, que no fueron de
ningun provecho. Hay cerca de la ciudad un cerro llamado cuesta de
Albohazen, que por dominar á aquella ciudad y estar situado delante
del puente, era muy á propósito para contener al enemigo. Para
remediar en parte los desaciertos cometidos, y dar mayor seguridad al
campo, se hacia preciso apoderarse de aquella altura y fortificarse
en ella; por lo que mandó el Rey que acometiesen á tomarla; y
este honroso encargo se confió al valor y bizarría del marqués de
Cádiz, el marqués de Villena, don Rodrigo Tellez Giron, maestre de
Calatrava, su hermano el conde de Ureña y don Alonso de Aguilar.
Subieron allá estos ínclitos guerreros con sus tropas, y vióse en
breve relucir la cuesta de Albohazen con las armas de Castilla.
 
Mandaba á la sazon en Loja un alcaide viejo llamado Aliatar, cuya
hija era la sultana favorita de Boabdil. Era Aliatar un esforzado y
valiente moro, muy versado en la guerra, como que se habia criado en
ella; y aunque muy cargado de años, (pues llegaban á noventa los que
tenia) conservaba en la vejez todo el fuego y energía de la juventud.
Su nombre era el terror de la frontera, su espíritu indómito y fiero,
é implacable el odio que profesaba á los cristianos. Tenia á sus
órdenes tres mil ginetes, con los cuales habia hecho muchas correrías
muy señaladas, y estaba esperando por momentos la venida del Rey
viejo con tropas de refuerzo. Desde las torres de su fortaleza,
habia observado este veterano caudillo los movimientos del ejército
cristiano, y ninguno de los errores que cometieron se ocultó á su
penetracion. Aquella misma noche, mandó salir un cuerpo numeroso de
tropa escogida, con órden de ponerse en emboscada junto á una de

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