2015년 6월 24일 수요일

Cronica de la conquista de granada 25

Cronica de la conquista de granada 25


CAPÍTULO XXXII.
 
_El ejército cristiano se presenta delante de Loja, asedio de esta
plaza, y proezas del Conde inglés._
 
 
La marcha del ejército cristiano sobre Loja, sumergió al inconstante
Boabdil en un abismo de dudas y confusiones; y vacilando entre el
juramento prestado á los Soberanos, y su deber para con sus vasallos,
no acertaba á formar resolucion alguna. Al fin, la vista del enemigo,
que coronaba ya la altura de Albohazen, y los clamores del pueblo
que pedia se le llevase á la pelea, determinaron su conducta, y
se dispuso á una vigorosa resistencia. “¡Alá! exclamó Boabdil, tú
que penetras los corazones de los hombres, sabes que he guardado
fidelidad á este Rey cristiano: ofrecí tener la ciudad de Loja como
vasallo suyo; mas él viene contra mí como enemigo: sobre su cabeza
sea la infraccion de lo tratado.”
 
Armándose apresuradamente, salió Boabdil á la cabeza de su guardia
y de una fuerza de quinientos caballos y cuatro mil infantes, la
flor de su ejército. Con parte de esta tropa, mandó atacar á un
cuerpo de cristianos que todavia andaban derramados y confusos por
las huertas; dirigiéndose él con toda la demas contra la cuesta de
Albohazen, para desalojar de alli al enemigo, antes que tuviese lugar
de fortificarse en un punto tan importante. Puesto á la frente de
sus soldados, se arrojó el Rey al combate con un valor impetuoso que
rayaba en desesperacion. La pelea se trabó con encarnizamiento; y
Boabdil, exponiendo indiscretamente su persona, que por el lucimiento
de sus armas y arreos le hacia ser el blanco de los tiros enemigos,
recibió dos heridas desde el primer encuentro; quedando deudor de
la vida al valor inimitable de sus guardias, que le defendieron y
sacaron del campo cubierto de sangre.
 
La falta de Boabdil no disminuyó el furor de la contienda. Un
arrogante moro de sombrío y terrible aspecto, montado en un caballo
negro y seguido de una partida de Gomeles, se arrojó á reemplazar al
Rey. Este guerrero era el soberbio Hamet el Zegrí, alcaide de Ronda,
con el remanente de su valerosa guarnicion. Animados por su ejemplo,
redoblaron los moros sus esfuerzos para ganar la cuesta; á la cual
defendia por un lado el marqués de Cádiz, y por otro, don Alonso de
Aguilar, apoyados por el conde de Ureña, que peleando en el mismo
parage donde habia perecido su hermano, el maestre de Calatrava,
sacrificó sendos moros en memoria de este malogrado caudillo.
Diversas veces intentaron los moros subir la cuesta, y otras tantas
fueron rechazados con mucha pérdida, sin que cediese un punto de
su braveza esta contienda, en que los unos pugnaban por ganar una
posicion tan necesaria á la seguridad de la plaza, y los otros por
conservarla porque en ello les iba de su honor. Reforzados los moros
con mas tropa que salió de la ciudad, volvieron con mayor saña al
asalto de la cuesta, y atacaron de nuevo á los cristianos que estaban
en el valle empeñados en las huertas y olivares, para impedir que
concentrasen sus fuerzas. Estos últimos fueron fácilmente arrollados,
y entonces los moros agolpándose al pié de la cuesta, la rodearon
toda con una hueste inmensa.
 
La situacion del marqués de Cádiz y de sus compañeros, era ya en
extremo peligrosa; pues sobre tener que resistir las repetidas
cargas de una parte de los enemigos, se veian expuestos á un fuego
continuo que otros les hacian desde lejos con arcabuces y ballestas.
En tan crítico momento asomó el Rey Fernando con el grueso del
ejército, y pasó á colocarse sobre una altura que dominaba al
campo de batalla. Á su lado estaba aquel noble inglés, el conde de
Rivers, que ahora por primera vez presenciaba un combate con los
moros, y veia su modo de pelear. La velocidad de los caballos en
su carrera, el ímpetu tumultuoso de la infantería, el estruendo de
las armas, junto con la algazara de los unos y los lelilies de los
otros, excitaron su admiracion; é inflamado su belicoso espíritu
á la vista de esta sangrienta lucha, en que veia mezclados yelmos
cristianos y turbantes moros, pidió al Rey licencia para entrar en
la pelea, pues queria batirse á uso de su tierra. Se la concedió
Fernando, y descabalgando el conde, quedó á pié armado en blanco,
con una espada ceñida y una hacha de armas en las manos; volvióse
á su gente, y despues de hacerles una corta exhortacion, exclamó:
“¡San Jorge por Inglaterra!” y con viril y esforzado corazon se lanzó
delante de todos contra los moros[46]. Los ingleses sostenidos por
un fuerte destacamento de españoles, se metieron por lo mas espeso
y encendido de la pelea, abriéndose paso por entre los moros con
sus hachas de armas, de la misma suerte que en un bosque lo hiciera
un leñador; y entretanto los archeros que los seguian, aprovechando
los claros que dejaban, esparcian el terror y la muerte entre las
filas enemigas con una lluvia de saetas. Los moros confundidos por
tan furioso acometimiento, y desanimados por la pérdida del Zegrí, á
quien sacaron mal herido del campo de batalla, empezaron á cejar,
y se replegaron sobre el puente, acosados por los cristianos que
les obligaron á pasarlo tumultuosamente y á retirarse dentro de los
arrabales. Con ellos entró de tropel el conde de Rivers y la demas
tropa, peleando por las calles y en las casas. Llegando entonces el
Rey con su guardia, hubo de retraerse el enemigo á la ciudad, y se
encerró en sus muros, abandonando los arrabales, que luego fueron
ocupados por los cristianos; debiéndose en gran manera este suceso á
la bizarría de aquel intrépido extrangero[47].
 
[46] Cura de los Palacios.
 
[47] Cura de los Palacios, MS.
 
Acabada la contienda, presentaban aquellas calles un espectáculo
lastimoso, por el gran número de ciudadanos que perecieron en defensa
de sus umbrales. Algunos fueron muertos sin resistencia; y esta
suerte tuvo un pobre tejedor que estaba tejiendo en su casa sin
alterarse por lo que pasaba en aquella hora. Decíale su muger que
huyese á la ciudad si no queria morir; mas él, sin alzar mano del
telar, le respondió: “¿De qué sirve huir? ¿para qué nos guardaremos?
Dígote muger, que aqui permaneceré; porque mas vale morir á hierro
que vivir en hierros.” Con esta resolucion, volvió el moro á sus
tareas; entraron los enemigos, y lo mataron al pié de su telar[48].
Los cristianos por su parte, no dejaron de tener alguna pérdida:
entre los heridos fue uno el Lord inglés, que recibió una pedrada en
la boca que le derribó dos dientes.
 
[48] Pulgar, parte III. cap. 58.
 
Hallándose las tropas del Rey en posesion de los arrabales y de la
cuesta de Albohazen, se procedió á estrechar el sitio; se destruyó
el puente por donde los moros salian á combatir el real, y se
echaron sobre el rio, á una y otra parte de la ciudad, otros dos
puentes, para la mas fácil comunicacion de los sitiadores, que
estaban repartidos en tres acampamentos. Dadas estas disposiciones
y distribuida la artillería en los puntos mas convenientes, se
rompió un fuego tremendo contra la plaza, tirando no solo balas
de piedra y hierro, si que tambien unas pellas compuestas de
materias combustibles, que subian por el aire echando de sí llamas
y centellas, é incendiando todo lo que alcanzaban. El ímpetu
irresistible de las lombardas derribaba las torres y las murallas,
haciendo en éstas grandes portillos, por donde se descubria el
interior de la ciudad, y se veia la confusion de sus moradores, el
incendio y hundimiento de los edificios, y el estrago que hacian los
proyectiles. Hicieron los moros los mayores esfuerzos por reparar las
brechas, pero infructuosamente; porque cuantos se exponian á este
trabajo eran arrebatados por los tiros de la artillería, ó quedaban
sepultados en las ruinas. En tal conflicto, salian desesperados
contra los cristianos de los arrabales, y arremetian á ellos con
puñales y terciados, despreciando la muerte y procurando mas bien
destruir que defenderse; pues estaban firmemente persuadidos que
si morian matando á los enemigos de su fé, serian trasladados en
derechura al paraiso.
 
Por espacio de un dia y dos noches duró esta terrible escena;
pero al fin conociendo los moros la inutilidad de su resistencia,
viendo inhabilitado á su monarca, heridos ó muertos casi todos
los capitanes, y sus defensas reducidas á un monton de escombros,
clamaron por la rendicion; y los mismos que habian comprometido
á Boabdil á la defensa, le obligaron ahora á capitular. Las
condiciones de la entrega se ajustaron con brevedad. La plaza
habia de quedar inmediatamente en poder de Fernando, con todos los
cautivos cristianos que hubiese en ella, saliendo los moradores con
los efectos que pudiesen llevar consigo: á los unos se concederia
paso seguro para Granada, á los otros se permitiria habitar en
Castilla, Aragon ó Valencia; y finalmente, Boabdil haria pleito
homenage al Rey como vasallo, pero no se le habia de hacer cargo
alguno por haber quebrantado sus promesas; obligándose ademas á dejar
el título de Rey de Granada por el de duque de Guadix, si dentro
de seis meses ganaban los cristianos esta plaza. Otorgadas estas
condiciones, salieron de Loja sus defensores, humillados y tristes
por la pérdida de una plaza en que tanto tiempo se habian mantenido
con honor; las mugeres y niños llenaban el aire con sus lamentos,
al verse desterrados de su pátria y hogares; y Boabdil, el Zogoibi,
el verdaderamente desgraciado, saliendo el último, descubria en
su semblante las señales de un profundo abatimiento. La debilidad
ocasionada por sus heridas, y el valor personal que habia desplegado,
inspiraron á los caballeros cristianos cierto interés, que los hizo
condolerse en sus desgracias. Presentándose á Fernando, le hizo el
Monarca moro un humilde acatamiento, y á la hora partió triste y
pesaroso para Priego.
 
Grande fue la satisfaccion del Rey por la captura de Loja, y grandes
fueron los elogios que con este motivo hizo de los caudillos
principales. Los historiadores recuerdan con particularidad su visita
al Conde inglés. Habiendo ido á verle en su tienda, le consolaba el
Rey por la pérdida de sus dientes, diciéndose se alegrase de que
su valor hubiese sido causa de un efecto que en otros suele ser
producido por el tiempo ó las enfermedades; y que atendido el lugar
y la ocasion en que sufrió esta pérdida, mas le hacia hermoso que
disforme. Á lo que respondió el Conde: “Que daba gracias á Dios y
á la gloriosa Vírgen por la visita que le hacia el mas poderoso Rey
de la cristiandad, y que agradecia la bondad conque le consolaba
por aquella pérdida, aunque no reputaba mucho perder dos dientes en
servicio de aquel que se lo habia dado todo.”
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO XXXIII.
 
_Toma de Illora._

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