2015년 6월 23일 화요일

Cronica de la conquista de granada 21

Cronica de la conquista de granada 21


El primer cuidado del buen marqués de Cádiz, al entrar en Ronda, fue
la emancipacion de sus desgraciados compañeros de armas, que gemian
en las mazmorras. ¡Qué mudados los halló de lo que eran cuando,
llenos de vigor y de confianza, y resplandecientes por el lujo de
sus arreos, salieron de Antequera á correr los infaustos montes
de Málaga! medio desnudos, aherrojados, y con las barbas hasta la
cintura, movian á compasion; y su vista despertó en el ánimo del
marqués de Cádiz recuerdos muy amargos. Entre los cautivos habia
algunos jóvenes de casas ilustres, que con piedad filial se habian
entregado prisioneros en lugar de sus padres. Todos fueron enviados
á Córdoba, donde la piadosa Isabel, compadeciendo sus trabajos, les
suministró ropas, alimentos y dinero, hasta dejarlos en sus casas.
Sus cadenas fueron suspendidas en el exterior de san Juan de los
Reyes de Toledo, donde aun se hallan, para que el cristiano viagero
pueda regocijarse con su vista. Entre los cautivos moros habia una
jóven de extremada hermosura, á quien un jóven español, cautivo en
Ronda, supo comunicar á un mismo tiempo los sentimientos del amor
mas tierno, y el conocimiento de la verdadera fé. Deseando completar
tan buena obra, la pidió por esposa á la Reina, que se la concedió
gustosa, haciéndola bautizar y colmando á entrambos de mercedes.
 
Asi quedó sujeta á los Soberanos de Castilla la fortaleza de Ronda,
tenida por inexpugnable, asilo de los guerreros mas atrevidos de
Granada, y columna de las esperanzas de los moros. Á su ejemplo se
rindieron Cazarabonela, Marbella y otros muchos pueblos; de forma que
en el discurso de esta expedicion, llegaron á setenta los pueblos que
se arrancaron al dominio de los sectarios de Mahoma.
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO XXVI.
 
_Los granadinos brindan con la corona al Zagal, y éste parte para
la capital._
 
 
El pueblo de Granada, desleal y mudable por su condicion, habia
vacilado largo tiempo entre Muley Aben Hazen y su hijo, Boabdil el
chico, ya declarándose por el uno, ya aclamando al otro, segun la
premura de las circunstancias, sin que por eso hubiese diminucion
alguna de los males que afligian á la nacion. Cuando llegó á la
capital la noticia de la toma de Ronda, y la pérdida consiguiente
de la frontera, se reunió el pueblo tumultuariamente en una de las
plazas públicas; y murmurando de sus gobernantes, les imputó, como de
costumbre, todos los infortunios de la pátria; porque el pueblo nunca
se imagina puedan originarse en él mismo los males que padece. Un
alfaquí astuto, llamado Alyme Mozer, que habia notado los progresos
del descontento popular, se levantó entre los granadinos, y los
arengó. “Tiempo ha, dijo, que andais divididos entre dos Reyes, de
los que ninguno tiene el valor y fuerza que se necesita para acudir
al remedio de vuestros males: el uno, Aben Hazen; incapaz por su
edad y sus achaques de salir contra el enemigo: el otro Boabdil; el
apóstata, el desertor de su trono, el desgraciado por destino. En
un tiempo en que padecemos los amagos de una guerra exterminadora,
aquel solo es digno de empuñar el cetro que sabe blandir la espada.
Si buscais tal hombre, no será dificil hallarlo: Alá os lo envia en
la persona de vuestro general el invencible Audalla, cuyo sobrenombre
de el Zagal ha llegado á ser en las batallas el terror de los
cristianos, y precursor de nuestras glorias.”
 
El discurso del alfaquí fue recibido por el pueblo con aclamaciones,
y los granadinos, siguiendo el impulso que se les habia dado,
enviaron una diputacion á Málaga para ofrecer al Zagal la corona, y
conducirlo á la capital. El Rey electo, aunque manifestó extrañar una
resolucion tan inesperada, se dejó persuadir fácilmente, y admitió
la brillante oferta que le hacian. Dejando con el mando de Málaga
á Rodován de Vanegas, uno de los mas valientes generales moros,
partió para Granada con una comitiva de trescientos caballeros de su
confianza.
 
El viejo Muley Aben Hazen no esperó la venida de su hermano. Cansado
de luchar con las olas de su fortuna, ya solo buscaba en aquel
piélago de vicisitudes un puerto seguro donde pasar tranquilo el
resto de sus dias. En un hondo valle de los que guarnecen la costa
del Mediterráneo, estaba la pequeña ciudad de Almuñecar, defendida
por la parte de tierra por estupendas montañas. El Riofrio corria
por este valle, que abundaba de frutos, granos y ricos pastos.
Las defensas de la ciudad eran bastante fuertes, y el alcaide y
guarnicion acérrimos partidarios del viejo Monarca. Éste fue el lugar
que Muley Aben Hazen eligió para su retiro. Su primer cuidado fue
el de enviar alli sus tesoros: en seguida pasó á refugiarse allá él
mismo; y por último, dispuso que viniesen á reunirse con él Fátima y
sus dos hijos.
 
Entretanto, Muley Audalla, el Zagal, proseguia su camino hácia
Granada, acompañado de sus trescientos caballeros. Llegando cerca de
Alhama, por donde le era forzoso pasar, envió delante corredores para
reconocer el terreno, á fin de asegurarse contra cualquiera emboscada
de los cristianos; pues en el tiempo que mandaba en esta fortaleza
el conde de Tendilla, era muy peligroso este paso, por la vigilancia
con que se guardaban aquellas cercanías, y las frecuentes salidas
que hacia la guarnicion; y aunque la tenencia de Alhama estaba
confiada ahora á don Gutierre de Padilla, clavero de Calatrava, que
no era tan activo y lince como su antecesor, juzgó el Zagal ser muy
necesarias estas medidas de precaucion. Todo lo iban registrando
los batidores, cuando al llegar á una altura que dominaba á un valle
angosto, descubrieron cerca de un arroyo una partida de hasta noventa
de á caballo. Apeados, y derramados por aquel sitio, estaban los unos
descansando á la sombra de los árboles y peñas, y los otros jugando
los despojos que habian ganado, en tanto que sus caballos, quitados
los frenos, pacian en las verdes márgenes del arroyo.
 
Estos caballeros tan descuidados eran de la órden de Calatrava, que
con otros de sus compañeros de armas habian salido á una incursion
contra los moros, y habiendo corrido el pais hasta Sierranevada,
volvian á Alhama alegres por la presa que llevaban. Los demas que
formaban parte de esta fuerza habian pasado delante, dejando á los
otros en aquel valle, donde habian hecho alto para descansar. El
Zagal, contemplando la negligente seguridad de estos caballeros,
dijo, con una sonrisa feroz: “Ellos serán los trofeos que honren
nuestra entrada en la capital.” Acercándose al valle silenciosa y
cautamente, entró en él con su tropa á rienda suelta, y embistió de
repente á los cristianos con tal furia, que ni aun para cabalgar
tuvieron tiempo, mucho menos para defenderse. Empero hicieron una
resistencia confusa peleando entre las peñas y árboles: su valor,
en tan cruel trance, no les fue de provecho alguno; setenta y nueve
fueron sacrificados, los once restantes quedaron prisioneros.
Partieron luego algunos de los moros en seguimiento de la cabalgada,
y la alcanzaron que subia lentamente por una cuesta: los cristianos
que la conducian, viendo á lo lejos mayor número de moros, huyeron,
abandonando la presa al enemigo.
 
Recogido el botin y los prisioneros, el Zagal, orgulloso por este
nuevo triunfo, prosiguió su marcha hácia Granada. Llegando á la
puerta de Elvira, se detuvo un momento, acordándose que aun no
habia sido proclamado Rey. Esta ceremonia en breve se cumplió: pues
ya la fama habia pregonado alli su nueva hazaña, embriagando los
ánimos de la multitud ligera. Entró en Granada como en triunfo:
delante iban los once caballeros de Calatrava; despues de estos
los noventa caballos que se habian cogido, llevando las armas y
arreos de sus anteriores dueños; en seguida venian setenta moros á
caballo, llevando colgadas de los arzones otras tantas cabezas de
cristianos: tras de estos cabalgaba Muley Audalla, rodeado de muchos
caballeros principales, ricamente ataviados; y por último cerraba la
marcha una multitud de vacas, ovejas y otros despojos ganados á los
cristianos[37].
 
[37] Zurita, Mariana, Abarca.
 
Miraba complacido aquel feroz populacho á los caballeros cautivos y
á las sangrientas cabezas de sus compañeros, celebrando este mezquino
triunfo como principio feliz del reinado de su nuevo Monarca. De Aben
Hazen y de Boabdil apenas se hacia ya mencion, ó solo se hablaba de
ellos con desprecio; al paso que por toda la ciudad no se oian sino
alabanzas del Zagal ó el valiente.
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO XXVII.
 
_Tentativa del conde de Cabra para prender al nuevo Rey de Granada,
y su resultado._
 
 

Cronica de la conquista de granada 21

El primer cuidado del buen marqués de Cádiz, al entrar en Ronda, fue
la emancipacion de sus desgraciados compañeros de armas, que gemian
en las mazmorras. ¡Qué mudados los halló de lo que eran cuando,
llenos de vigor y de confianza, y resplandecientes por el lujo de
sus arreos, salieron de Antequera á correr los infaustos montes
de Málaga! medio desnudos, aherrojados, y con las barbas hasta la
cintura, movian á compasion; y su vista despertó en el ánimo del
marqués de Cádiz recuerdos muy amargos. Entre los cautivos habia
algunos jóvenes de casas ilustres, que con piedad filial se habian
entregado prisioneros en lugar de sus padres. Todos fueron enviados
á Córdoba, donde la piadosa Isabel, compadeciendo sus trabajos, les
suministró ropas, alimentos y dinero, hasta dejarlos en sus casas.
Sus cadenas fueron suspendidas en el exterior de san Juan de los
Reyes de Toledo, donde aun se hallan, para que el cristiano viagero
pueda regocijarse con su vista. Entre los cautivos moros habia una
jóven de extremada hermosura, á quien un jóven español, cautivo en
Ronda, supo comunicar á un mismo tiempo los sentimientos del amor
mas tierno, y el conocimiento de la verdadera fé. Deseando completar
tan buena obra, la pidió por esposa á la Reina, que se la concedió
gustosa, haciéndola bautizar y colmando á entrambos de mercedes.
 
Asi quedó sujeta á los Soberanos de Castilla la fortaleza de Ronda,
tenida por inexpugnable, asilo de los guerreros mas atrevidos de
Granada, y columna de las esperanzas de los moros. Á su ejemplo se
rindieron Cazarabonela, Marbella y otros muchos pueblos; de forma que
en el discurso de esta expedicion, llegaron á setenta los pueblos que
se arrancaron al dominio de los sectarios de Mahoma.
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO XXVI.
 
_Los granadinos brindan con la corona al Zagal, y éste parte para
la capital._
 
 
El pueblo de Granada, desleal y mudable por su condicion, habia
vacilado largo tiempo entre Muley Aben Hazen y su hijo, Boabdil el
chico, ya declarándose por el uno, ya aclamando al otro, segun la
premura de las circunstancias, sin que por eso hubiese diminucion
alguna de los males que afligian á la nacion. Cuando llegó á la
capital la noticia de la toma de Ronda, y la pérdida consiguiente
de la frontera, se reunió el pueblo tumultuariamente en una de las
plazas públicas; y murmurando de sus gobernantes, les imputó, como de
costumbre, todos los infortunios de la pátria; porque el pueblo nunca
se imagina puedan originarse en él mismo los males que padece. Un
alfaquí astuto, llamado Alyme Mozer, que habia notado los progresos
del descontento popular, se levantó entre los granadinos, y los
arengó. “Tiempo ha, dijo, que andais divididos entre dos Reyes, de
los que ninguno tiene el valor y fuerza que se necesita para acudir
al remedio de vuestros males: el uno, Aben Hazen; incapaz por su
edad y sus achaques de salir contra el enemigo: el otro Boabdil; el
apóstata, el desertor de su trono, el desgraciado por destino. En
un tiempo en que padecemos los amagos de una guerra exterminadora,
aquel solo es digno de empuñar el cetro que sabe blandir la espada.
Si buscais tal hombre, no será dificil hallarlo: Alá os lo envia en
la persona de vuestro general el invencible Audalla, cuyo sobrenombre
de el Zagal ha llegado á ser en las batallas el terror de los
cristianos, y precursor de nuestras glorias.”
 
El discurso del alfaquí fue recibido por el pueblo con aclamaciones,
y los granadinos, siguiendo el impulso que se les habia dado,
enviaron una diputacion á Málaga para ofrecer al Zagal la corona, y
conducirlo á la capital. El Rey electo, aunque manifestó extrañar una
resolucion tan inesperada, se dejó persuadir fácilmente, y admitió
la brillante oferta que le hacian. Dejando con el mando de Málaga
á Rodován de Vanegas, uno de los mas valientes generales moros,
partió para Granada con una comitiva de trescientos caballeros de su
confianza.
 
El viejo Muley Aben Hazen no esperó la venida de su hermano. Cansado
de luchar con las olas de su fortuna, ya solo buscaba en aquel
piélago de vicisitudes un puerto seguro donde pasar tranquilo el
resto de sus dias. En un hondo valle de los que guarnecen la costa
del Mediterráneo, estaba la pequeña ciudad de Almuñecar, defendida
por la parte de tierra por estupendas montañas. El Riofrio corria
por este valle, que abundaba de frutos, granos y ricos pastos.
Las defensas de la ciudad eran bastante fuertes, y el alcaide y
guarnicion acérrimos partidarios del viejo Monarca. Éste fue el lugar
que Muley Aben Hazen eligió para su retiro. Su primer cuidado fue
el de enviar alli sus tesoros: en seguida pasó á refugiarse allá él
mismo; y por último, dispuso que viniesen á reunirse con él Fátima y
sus dos hijos.
 
Entretanto, Muley Audalla, el Zagal, proseguia su camino hácia
Granada, acompañado de sus trescientos caballeros. Llegando cerca de
Alhama, por donde le era forzoso pasar, envió delante corredores para
reconocer el terreno, á fin de asegurarse contra cualquiera emboscada
de los cristianos; pues en el tiempo que mandaba en esta fortaleza
el conde de Tendilla, era muy peligroso este paso, por la vigilancia
con que se guardaban aquellas cercanías, y las frecuentes salidas
que hacia la guarnicion; y aunque la tenencia de Alhama estaba
confiada ahora á don Gutierre de Padilla, clavero de Calatrava, que
no era tan activo y lince como su antecesor, juzgó el Zagal ser muy
necesarias estas medidas de precaucion. Todo lo iban registrando
los batidores, cuando al llegar á una altura que dominaba á un valle
angosto, descubrieron cerca de un arroyo una partida de hasta noventa
de á caballo. Apeados, y derramados por aquel sitio, estaban los unos
descansando á la sombra de los árboles y peñas, y los otros jugando
los despojos que habian ganado, en tanto que sus caballos, quitados
los frenos, pacian en las verdes márgenes del arroyo.
 
Estos caballeros tan descuidados eran de la órden de Calatrava, que
con otros de sus compañeros de armas habian salido á una incursion
contra los moros, y habiendo corrido el pais hasta Sierranevada,
volvian á Alhama alegres por la presa que llevaban. Los demas que
formaban parte de esta fuerza habian pasado delante, dejando á los
otros en aquel valle, donde habian hecho alto para descansar. El
Zagal, contemplando la negligente seguridad de estos caballeros,
dijo, con una sonrisa feroz: “Ellos serán los trofeos que honren
nuestra entrada en la capital.” Acercándose al valle silenciosa y
cautamente, entró en él con su tropa á rienda suelta, y embistió de
repente á los cristianos con tal furia, que ni aun para cabalgar
tuvieron tiempo, mucho menos para defenderse. Empero hicieron una
resistencia confusa peleando entre las peñas y árboles: su valor,
en tan cruel trance, no les fue de provecho alguno; setenta y nueve
fueron sacrificados, los once restantes quedaron prisioneros.
Partieron luego algunos de los moros en seguimiento de la cabalgada,
y la alcanzaron que subia lentamente por una cuesta: los cristianos
que la conducian, viendo á lo lejos mayor número de moros, huyeron,
abandonando la presa al enemigo.
 
Recogido el botin y los prisioneros, el Zagal, orgulloso por este
nuevo triunfo, prosiguió su marcha hácia Granada. Llegando á la
puerta de Elvira, se detuvo un momento, acordándose que aun no
habia sido proclamado Rey. Esta ceremonia en breve se cumplió: pues
ya la fama habia pregonado alli su nueva hazaña, embriagando los
ánimos de la multitud ligera. Entró en Granada como en triunfo:
delante iban los once caballeros de Calatrava; despues de estos
los noventa caballos que se habian cogido, llevando las armas y
arreos de sus anteriores dueños; en seguida venian setenta moros á
caballo, llevando colgadas de los arzones otras tantas cabezas de
cristianos: tras de estos cabalgaba Muley Audalla, rodeado de muchos
caballeros principales, ricamente ataviados; y por último cerraba la
marcha una multitud de vacas, ovejas y otros despojos ganados á los
cristianos[37].
 
[37] Zurita, Mariana, Abarca.
 
Miraba complacido aquel feroz populacho á los caballeros cautivos y
á las sangrientas cabezas de sus compañeros, celebrando este mezquino
triunfo como principio feliz del reinado de su nuevo Monarca. De Aben
Hazen y de Boabdil apenas se hacia ya mencion, ó solo se hablaba de
ellos con desprecio; al paso que por toda la ciudad no se oian sino
alabanzas del Zagal ó el valiente.
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO XXVII.
 
_Tentativa del conde de Cabra para prender al nuevo Rey de Granada,
y su resultado._
 
 
La exaltacion al trono de Granada de un guerrero activo y veterano,
hacia una mudanza notable en el aspecto de la guerra, y exigia algun
hecho brillante que minorase la confianza de los moros en su nuevo
Monarca, y animase á los cristianos á mayores esfuerzos.
 
El valeroso don Diego de Córdoba, conde de Cabra, estaba por este
tiempo en su castillo de Baena, guardando con vigilancia la frontera.
Era ya el mes de agosto, y veia con sentimiento pasar el verano
sin que se ofreciese una ocasion favorable de hostilizar al moro,
cuando tuvo aviso por sus espías de hallarse la importante plaza
de Moclin sin la guarnicion competente á su defensa. Fundado sobre
un alto cerro, al que por una parte ceñia un bosque espeso, y por
otra un rio, era este lugar sobremanera fuerte; y como defendia uno
de aquellos pasos fragosos y solitarios por donde los cristianos
solian hacer sus correrías contra los moros, éstos, en su lenguage
figurado, lo denominaban el escudo de Granada.
 
Animados por los consejos del Conde, que proponia se combatiese á
esta plaza, salió de Córdoba el Rey y pasó á Alcalá la Real, (que
está cerca de Moclin) para dirigir la empresa. La Reina se trasladó
á Baena, acompañada del Príncipe don Juan, la Infanta doña Isabel, y
el gran cardenal de España. Reunidas en Alcalá las fuerzas destinadas
contra Moclin, mandó el Rey al conde de Cabra y á don Alonso de
Montemayor, fuesen delante con sus tropas, para ponerse sobre aquella
villa á una hora determinada. El maestre de Calatrava, el conde de
Buendia, que mandaba las gentes del cardenal, y el obispo de Jaen, en
número de cuatro mil caballos y seis mil infantes, tuvieron órden de
seguir al Conde, para cooperar con él y completar el cerco: el Rey
habia de venir despues con toda la demas tropa, para sentar alli su
Real.
La exaltacion al trono de Granada de un guerrero activo y veterano,
hacia una mudanza notable en el aspecto de la guerra, y exigia algun
hecho brillante que minorase la confianza de los moros en su nuevo
Monarca, y animase á los cristianos á mayores esfuerzos.
 
El valeroso don Diego de Córdoba, conde de Cabra, estaba por este
tiempo en su castillo de Baena, guardando con vigilancia la frontera.
Era ya el mes de agosto, y veia con sentimiento pasar el verano
sin que se ofreciese una ocasion favorable de hostilizar al moro,
cuando tuvo aviso por sus espías de hallarse la importante plaza
de Moclin sin la guarnicion competente á su defensa. Fundado sobre
un alto cerro, al que por una parte ceñia un bosque espeso, y por
otra un rio, era este lugar sobremanera fuerte; y como defendia uno
de aquellos pasos fragosos y solitarios por donde los cristianos
solian hacer sus correrías contra los moros, éstos, en su lenguage
figurado, lo denominaban el escudo de Granada.
 
Animados por los consejos del Conde, que proponia se combatiese á
esta plaza, salió de Córdoba el Rey y pasó á Alcalá la Real, (que
está cerca de Moclin) para dirigir la empresa. La Reina se trasladó
á Baena, acompañada del Príncipe don Juan, la Infanta doña Isabel, y
el gran cardenal de España. Reunidas en Alcalá las fuerzas destinadas
contra Moclin, mandó el Rey al conde de Cabra y á don Alonso de
Montemayor, fuesen delante con sus tropas, para ponerse sobre aquella
villa á una hora determinada. El maestre de Calatrava, el conde de
Buendia, que mandaba las gentes del cardenal, y el obispo de Jaen, en
número de cuatro mil caballos y seis mil infantes, tuvieron órden de
seguir al Conde, para cooperar con él y completar el cerco: el Rey
habia de venir despues con toda la demas tropa, para sentar alli su
Real.

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