2015년 6월 23일 화요일

Cronica de la conquista de granada 18

Cronica de la conquista de granada 18



La custodia de esta importante plaza, estaba entonces confiada á don
Iñigo Lopez de Mendoza, conde de Tendilla, caballero esforzado y de
noble sangre, hermano del gran cardenal de España. Al tomar posesion
de su gobierno, halló que la guarnicion se componia de solo mil
hombres entre peones y caballos: tropa aguerrida y veterana, pero
licenciosa, adicta al juego y á la holganza, y agena de disciplina.
Los naipes y los dados eran ya las armas que mas bien manejaban:
los cantares deshonestos, las músicas ociosas, les ocupaba lo mas
del tiempo, á vueltas de ruidosas altercaciones y sangrientas
riñas. “Aqui, dijo el Conde, no hay mas que un puñado de hombres: es
menester, pues, que cada uno de ellos sea un héroe.”
 
Desde luego se dispuso á reformar estas costumbres, procurando
inspirar á sus soldados una loable ambicion, y doctrinándoles en
todo lo concerniente al ejercicio de la caballería: desterró los
juegos, prohibió las músicas é hizo desaparecer la ociosidad, origen
de tantos vicios, y causa de la perdicion de tantos ejércitos[31].
“El justo fin de una guerra, dijo, se pervierte muchas veces por
la pravedad de los que la siguen: y la insubordinacion y falta de
órden en la tropa, suelen ser el escollo de los planes mas bien
concertados.” Añadiendo, cuando era menester, el rigor á la blandura
y el castigo á los consejos, logró poco á poco restablecer la
disciplina, despertó el espíritu belicoso de sus soldados, y los hizo
ser el terror del enemigo.
 
[31] Pulgar, Crónica. Salazar, Hist. del gran Cardenal.
 
La fortaleza de Alhama, por la elevacion en que estaba puesta,
dominaba el camino que conducia á Málaga, y aquella parte de la
vega regada por el Cazin y el Jenil. Desde aqui hacia el Conde sus
salidas y correrías, arrebatando ganados, destruyendo mieses, é
interceptando los convoyes que pasaban por el camino; y esto era tan
frecuente, que decian los moros que ni una hormiga podia atravesar
la vega sin que lo advirtiese el conde de Tendilla. Algunas veces
salia á combatir las torres y casas fuertes que habia en contorno,
donde el paisanage moro se guarecia y depositaba sus cosechas y
ganado. En estas ocasiones solia llevar sus estragos hasta cerca de
Granada, y volvia á Alhama conduciendo gran cantidad de despojos, y
muchos prisioneros. Tal, en fin, era la actividad y solicitud con que
el conde de Tendilla hacia la guerra, que ni dejaba en ócio á los
suyos, ni en seguridad al enemigo: y los moros, viendo que no podian
alejarse de Granada mas de una legua, para atender á las labores
del campo, sin mucho peligro de quedar cautivos, prorrumpieron en
quejas y clamores contra el Rey, que asi permitia se insultase
su territorio. Con este motivo se despacharon de Granada varios
escuadrones de caballería, á fin de que protegiesen á los labradores
en la colectacion de sus cosechas. Estas tropas, rondando en las
inmediaciones de Alhama, impedian las salidas de los cristianos, y
los tuvieron por algunos dias encerrados en la fortaleza.
 
Estando asi bloqueado el Conde, se oyó una noche un estampido
tremendo, que estremeció la fortaleza hasta sus cimientos. Los
habitantes de la villa despertaron llenos de temor, y los soldados
de la guarnicion corrieron á las armas, recelando fuese un asalto
del enemigo: pero la causa de esta alarma resultó ser la caida de un
gran trozo de la muralla del castillo, que minada por las lluvias del
invierno, se habia hundido, dejando una gran brecha por la parte que
miraba al campo. En gran cuidado puso este fracaso al Conde, pues
llegando á conocimiento de los moros, era indudable que darian aviso
en Granada y Loja, y que viniendo de alli una fuerza considerable,
les seria fácil combatir la fortaleza y entrarla por aquella brecha.
En este apurado lance dió el Conde pruebas de un ingenio fecundo
de recursos. Mandó cubrir toda aquella parte del muro que se habia
caido con un gran lienzo, el cual hizo luego pintar, imitando una
muralla con sus almenas; y en efecto salió tan semejante, que desde
lejos no se podia distinguir el lienzo de la muralla[32]. En seguida
hizo trabajar con la mayor diligencia en el reparo del portillo, sin
permitir entre tanto que saliese nadie de la villa, porque no diesen
aviso al enemigo, del estado indefenso en que se hallaba. Algunas
partidas de caballería ligera se vieron discurrir en aquellos dias
por los campos de Alhama; pero ninguna notó el engaño del lienzo y
el defecto de la muralla; de suerte que en pocos dias quedó ésta
reedificada y mas fuerte de lo que antes estaba.
 
[32] Pulgar, parte III. cap. XXVI.
 
No es menos digno de atencion otro arbitrio, que poco despues
discurrió este ingenioso caballero. Llegó á faltarle enteramente el
dinero, y no tenia oro ni plata con que pagar los sueldos de los
soldados, que murmuraban y se quejaban, viéndose sin los medios de
comprar en la villa lo necesario para su subsistencia. Para ocurrir,
pues, á esta necesidad, escribió de su mano en varios papelitos
diversas cantidades, grandes y pequeñas, segun le pareció que lo
exigian las circunstancias, y autorizando estas cédulas con su firma,
las dió á su tropa en pago de su sueldo[33]. Al mismo tiempo mandó
bajo las penas mas severas, que nadie en Alhama rehusase admitir
este papel por el valor que en él estaba señalado; prometiendo
solemnemente redimirlo con el tiempo, y pagar su importe en oro ó
plata. Los habitantes que conocian la integridad del Conde, fiaron
en su palabra, y recibiendo sus pagas en esta moneda, remediaron las
necesidades de la guarnicion.
 
[33] Pulgar, ubi supra.
 
Preciso es añadir, en honor de la justicia, que el Conde cumplió su
palabra como buen caballero; y este es el primer ejemplar que se sabe
del uso de papel-moneda, que despues se ha hecho tan general en todo
el mundo civilizado.
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO XXII.
 
_De la entrada del ejército cristiano en el territorio de los moros
para talar sus tierras._
 
 
[Nota al margen: Año 1484.]
 
Los caballeros que habian sobrevivido á la matanza de los montes de
Málaga, no obstante haber vengado en diversas ocasiones la muerte de
sus compañeros, aun conservaban altamente en el corazon la memoria de
aquel sangriento suceso: ardian por entrar de nuevo por el territorio
moro, para llevarlo todo á fuego y sangre, y dejar aquellas fértiles
regiones, que habian sido testigos de su desgracia, hechas triste y
espantoso monumento de su venganza.
 
Sus deseos se cumplieron, y en la primavera de 1484, volvió la
antigua ciudad de Antequera á resonar con el estrépito de las armas.
Muchos de los caballeros que el año anterior se habian reunido alli
para aquella expedicion desastrosa, volvieron á entrar por las mismas
puertas con sus soldados, cubiertos de hierro; no ya con la pompa
y alegría que entonces, y sí con gravedad y silencio, y con ánimos
resueltos. En breve se juntó en aquella plaza una fuerza de seis mil
de á caballo y doce mil de infantería, tropa escogida y compuesta
en parte de los caballeros de las órdenes militares y religiosas, y
de las gentes de la hermandad. Todo cuanto podia ser de necesidad y
provecho al ejército en esta nueva incursion, se le suministró con
prevision diligente. El celo caritativo de la Reina dispuso, que
fuesen con la tropa muchos cirujanos para que curasen á los heridos,
sin llevar precio, pues ella pagaba sus servicios. Asimismo se
previno por órden de Isabel un hospital de campaña, compuesto de seis
tiendas espaciosas, provistas de camas y todo lo necesario para los
heridos y enfermos.
 
Hechas estas y otras prevenciones, salió de Antequera aquel lucido y
poderoso ejército llevando el órden siguiente. Don Alonso de Aguilar
guiaba la vanguardia, acompañándole el alcaide de los Donceles y
Luis Fernandez Portocarrero, con los capitanes de la hermandad y sus
gentes. La segunda batalla iba al mando del marqués de Cádiz y del
maestre de Santiago, con los caballeros de esta órden y las tropas de
la casa de Ponce de Leon. En el ala derecha de esta batalla mandaba
Gonzalo de Córdoba y en la izquierda Diego Lopez de Ayala. La tercera
batalla venia á las órdenes del duque de Medinasidonia y del conde de
Cabra, que llevaban asimismo las gentes de sus respectivas casas. El
comendador mayor de Alcántara conducia la retaguardia, acompañándole
los caballeros de su órden y los de Jerez, Écija y Carmona.
 
Tal fue el ejército que salió de Antequera para ejecutar la mas
rigurosa tala, que habia desolado jamas el reino de Granada. Entrando
en el territorio moro por la via de Alora, destruyeron luego todos
los panes, viñas y olivares en contorno de aquella villa: pasaron
adelante por los valles y tierras de Coin, Casarabonela, Almejía
y Cartama, y en diez dias convirtieron aquel pais risueño en un
desierto espantoso. Desde alli á manera de un arroyo de lava ardiente
siguió el ejército su curso lento y destructor por tierras de Pupiana
y Alhendin, y mas allá, hasta la vega de Málaga, abrasando y talando
huertas, olivares y almendrales, sin dejar cosa verde. Los moros
de algunos de estos pueblos procuraron eximir sus tierras de tanto
estrago, ofreciendo poner en libertad á los cristianos que tenian
cautivos: otros salieron animosamente á defender sus propiedades;
pero fueron rechazados con mucha pérdida, y los arrabales de sus
pueblos destruidos y quemados[34]. Á la noche era un espectáculo,
que infundia horror ver como entre columnas de denso humo subian las
devoradoras llamas desde los pueblos y caseríos incendiados.
 
[34] Pulgar. Crónica, 3 parte, cap. XX.
 
Llegando á las orillas del mar, halló el ejército muchos barcos, que
le estaban esperando con toda clase de mantenimientos y municiones
que habian traido de Sevilla y de Jerez, para que nada faltase á la
tropa en esta expedicion. Asi pudieron continuar su marcha hasta las
inmediaciones de Málaga, donde fueron atacados vigorosamente por los
moros de aquella ciudad, y un dia entero se pasó en escaramuzas muy
reñidas; pero mientras una parte del ejército peleaba, la otra se
ocupaba en asolar la vega.
 
Conseguido el objeto de esta expedicion, que no era el de hacer
conquistas, sino solo de debilitar al enemigo, volvieron atrás los
cristianos, dirigiendo su marcha hácia las montañas. Dieron la vuelta
por Coin, Altazaina, Gutero y Alhaurin, talando y arrasando cuanto
hallaron en circuito de estos pueblos, cuyos floridos valles eran la
gloria de aquellas montañas y las delicias de los moros. Al cabo de
cuarenta dias que duró esta tala, volvió el ejército cristiano á los
prados de Antequera.
 

댓글 없음: