Cronica de la conquista de granada 16
Los moros, aunque aturdidos por un asalto tan repentino en parte
donde pensaban no habia guardia ni defensa, pelearon un rato con
desesperacion, y resistieron con valor una carga impetuosa que les
hicieron los caballeros de Alcántara en union con los hombres de
armas de la santa hermandad. Al fin, derribado de su caballo el
valiente Bejir, y hecho prisionero, perdieron el ánimo sus tropas,
y se entregaron á la fuga. Al huir, dividieron su fuerza, y tomaron
dos caminos para mejor salvarse. Portocarrero les siguió el alcance
por una parte causándoles mucha pérdida. Esta accion tuvo lugar en
las orillas del Lopera, junto á una fuente llamada de la higuera.
Fueron muertos seiscientos caballeros moros, y muchos mas quedaron
prisioneros. Los despojos fueron de mucha consideracion, y con ellos
volvieron los cristianos á sus casas en triunfo.
El cuerpo mayor del ejército enemigo se retiró por la ribera del
Guadalete en número de mil caballos y una multitud informe de
infantería. Á poco que anduvieron les salió al encuentro el marqués
de Cádiz con las gentes de su casa y los caballeros de Jerez. Estando
ya sobre el enemigo, vieron los cristianos á muchos de los moros
ataviados con las armas de los caballeros que habian perecido en los
montes de Málaga, y aun con las suyas propias que en la misma ocasion
les fue forzoso arrojar para salvarse. Enfurecidos con semejante
afrenta, se lanzaron contra los moros no ya con el ardimiento de
guerreros, sino con la ferocidad de tigres. Á todos animaba un mismo
espíritu, y un deseo igual de lavar aquella mancha en la sangre del
enemigo. El buen marqués de Cádiz, á la vista de un poderoso moro
montado en el mismo caballo de su hermano Beltran, dió un grito de
dolor y rabia, y acometiéndole con furia irresistible, le derribó
del caballo, y dió con él muerto en el suelo. En breve tuvieron los
moros que ceder al valor frenético de sus contrarios, poniéndose en
huida con direccion al desfiladero guardado por la primera batalla
que habia quedado en la sierra. Éstos, como viesen á los suyos
entrar huyendo por aquel estrecho, perseguidos por los cristianos,
creyeron tener encima á toda la Andalucía y participando en su terror
siguieron su ejemplo.
Las tropas del Marqués, habiéndolos perseguido alguna distancia
por aquellos montes, volvieron á las márgenes del Guadalete. Aqui
se detuvieron para descansar y hacer la particion de los despojos.
Entre estos se hallaron muchos ricos coseletes, yelmos y armas:
trofeos ganados por los moros en la derrota de los montes de Málaga.
Muchos fueron reclamados por sus dueños, otros fueron conocidos
como pertenecientes á caballeros que perecieron en aquella jornada.
Hubo tambien caballos ricamente enjaezados, perdidos en la misma
ocasion por los guerreros de Antequera[26]. Asi es que el júbilo de
los vencedores se templó con el triste recuerdo de sus desgraciados
compañeros de armas.
[26] “En el despojo de la batalla se vieron muchas ricas corazas,
é capacetes, é baberas, de las que se habian perdido en el
Axarquía, é otras muchas armas, é algunas fueron conocidas de
sus dueños, que las habian dexado para fuir, é otras fueron
conocidas, que eran muy señaladas, de hombres principales que
habian quedado muertos ó cautivos, é fueron tomados muchos de los
mismos caballos con sus ricas sillas, de los que quedaron en la
Axarquía, é fueron conocidos cuyos eran.” Cura de los Palacios,
c. 67.
Estaba el buen marqués de Cádiz descansando á la sombra de un árbol,
orillas del rio, cuando le trajeron el caballo que habia sido de su
hermano Beltran. Apoyándose sobre el cuello del hermoso bruto, miró
el Marqués tristemente aquella silla do nunca mas se sentaria su
noble dueño. Una congoja mortal agitaba su espíritu, y ocultando el
rostro en la frondosa crin del caballo, exclamó: “¡Ay, hermano mio!”
sin pronunciar mas palabra: tan expresivo es, con ser tan callado, el
sentimiento de un guerrero. Tendiendo luego la vista por el campo,
y viéndolo cubierto de moros muertos, se consoló en medio de la
amargura de su dolor, con la consideracion de que su hermano no habia
quedado sin venganza.
[Ilustración]
CAPÍTULO XVIII.
_Retirada de Hamet el Zegrí._
El fogoso Hamet andaba, como se ha dicho, recorriendo la campiña de
Utrera, y arrebatando los ganados, cuando oyó desde lejos el ruido
del combate que se habia trabado. Sin detenerse un punto, partió
á rienda suelta con un puñado de hombres, para reunirse con el
ejército; y como viese á los cristianos persiguiendo ciegamente á los
moros, que se retiraban á la emboscada, creyó confundir al enemigo
atacándole por retaguardia. “¡Á ellos, dijo, que son nuestros!” y
ya con solo treinta Gomeles que le seguian, se disponia á la carga,
cuando sonaron trompetas, y vió á Portocarrero acometer por el flanco
á los moros que estaban emboscados.
La derrota total y fuga precipitada de su ejército, que en breve se
siguió, llenó á Hamet de consternacion y rabia. Rodeado de enemigos,
que por todas partes venian acudiendo, y forzado á huir, no sabia por
donde emprender la retirada, pues el paso por la sierra lo ocupaba
el ejército cristiano, y por cualquier otro camino era iminente el
riesgo de caer en manos del enemigo. Recogió las riendas al caballo,
y levantándose sobre sus estribos, volvió Hamet la vista en derredor
para reconocer el pais, quedando luego pensativo como quien consulta
consigo mismo. Acordándose entonces de un desertor cristiano que
venia en su tropa, se volvió á él, y llamándole le dijo: “cristiano,
¿sabes tú algun camino desviado, alguna senda solitaria, por donde
podamos pasar de largo sin tropezar con el enemigo?” “Una ruta
puedo señalaros, respondió el desertor, que nos conduciria á Ronda;
pero está llena de peligros; pues pasa por medio del territorio
cristiano.” “Está bien, dijo Hamet, cuanto mas peligrosa en
apariencia, tanto menos se sospechará que la seguimos. Ahora bien;
ponte á mi lado, y marchemos; pero atiende á lo que te digo: ¿ves
este bolsillo de oro y este alfanje? Llévanos con seguridad á los
pasos de la sierra, y el bolsillo será el galardon de tus servicios;
engáñanos, y el alfanje dividirá tu cabeza hasta los hombros[27].”
[27] Cura de los Palacios, ubi supra.
Obedeció el traidor temblando: apartáronse del camino que conduce en
derechura las montañas, y por senderos escusados, atravesando ramblas
y barrancos, se dirigieron hácia Lebrija. La ruta que llevaban
era verdaderamente peligrosa: todo les alarmaba, ya el sonido de
trompetas, que oian desde lejos, ya las campanas de los pueblos,
que aun tocaban á rebato anunciando la presencia del enemigo:
obligándoles á veces el peligro de ser descubiertos á esconderse
entre las peñas y matorrales. Hamet cabalgaba silencioso, puesta la
mano sobre el pomo del alfanje, y la vista sobre el renegado que le
guiaba, pronto á sacrificarle á la menor señal de traicion: detras
iba su cuadrilla de Gomeles, llenos de vergüenza y rabia por tener
que salir huyendo de un pais que habian venido á devastar.
Al cerrar de la noche, tomaban caminos mas transitables, evitando
pasar por los pueblos. Siguiendo su marcha con precaucion y silencio,
llegaron á media noche hasta cerca de Arcos: pasaron el Guadalete, y
al rayar el alba, ya estaban á la entrada de la sierra. Internándose
en aquellas soledades, llegaron al mismo desfiladero por donde el
ejército moro habia pasado huyendo de los cristianos. Alli vieron, de
trecho en trecho, señales tristes de la matanza de sus camaradas: las
peñas estaban manchadas de sangre mora, y cubierto el suelo de armas
rotas y de cuerpos mutilados, expuestos á la voracidad de las aves y
fieras; vista que llenó al alcaide de Ronda de dolor é indignacion.
De cuando en cuando veian salir de entre las peñas y matas algun
miserable moro, que al abrigo de aquellas asperezas, y abandonando
caballo y armas, habia podido eximirse del furor del enemigo.
El ejército moro habia salido de Ronda entre aclamaciones y vivas;
pero á la vuelta de Hamet á aquella plaza con el remanente de sus
Gomeles, desfallecidos y extenuados por el hambre y la fatiga, solo
se oian lástimas y lamentos; pues ya los fugitivos habian anunciado
allá la pérdida de aquella brillante hueste en las márgenes del
Lopera.
La derrota de los moros en esta ocasion no fue menos señalada y
desastrosa que la de los cristianos, acaecida poco antes en las
alturas de Málaga. De un ejército poderoso, compuesto de la flor de
la caballería mora, apenas lograron escapar doscientos hombres; y de
aquella tropa tan lucida, que con tanta confianza habia entrado por
la Andalucía, casi todos quedaron muertos ó prisioneros; entre ellos
hubo muchos capitanes y caballeros de casas ilustres, que probaron
la amargura de la cautividad hasta redimirse con la entrega de
cuantiosos rescates.
Esta batalla se dió el dia 17 de setiembre y se llamó la batalla
de Lopera. La nueva de este triunfo alcanzó á los Reyes Fernando
é Isabel en Vitoria, y se celebró con fiestas, luminarias y
procesiones. El Rey honró al marqués de Cádiz concediéndole, y á sus
herederos, el privilegio de vestir, todos los años, la ropa que él
y sus sucesores, los Reyes de Castilla, llevasen el dia de Nuestra
Señora de setiembre, en conmemoracion de tan gloriosa victoria. Con
igual favor premió la Reina los servicios de don Luis Fernandez
Portocarrero, haciendo merced á su esposa, mientras viviese, del
vestido que llevase en el aniversario de aquella batalla[28].
[28] Mariana, Abarca, Zurita, Pulgar, etc.
[Ilustración]
CAPÍTULO XIX.
_Del honroso recibimiento que hicieron los Reyes católicos al conde
de Cabra y al alcaide de los Donceles._
Suspendiendo aqui por un momento la marcha de nuestra crónica,
apartémonos, lector discreto, del ruido de las armas, para considerar
la entrada solemne que el conde de Cabra y el alcaide de los
Donceles, hicieron en Córdoba con motivo de la captura del Rey moro
Boabdil.
En esta ciudad, y en el antiguo Alcázar moro que hay en ella,
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