2015년 6월 23일 화요일

Cronica de la conquista de granada 3

Cronica de la conquista de granada 3


En breve cesó la lucha y con ella el estrépito de las armas; y ya
solo se oian los silvidos del temporal que corria, y de cuando en
cuando las voces de la soldadesca mora, ocupada en el saqueo, cuando
resonó una trompeta por toda la villa, intimando á los habitantes
que se reuniesen en la plaza. Aqui, rodeados de una guardia fuerte,
permanecieron hasta la madrugada; y al amanecer era cosa que movia
á compasion ver una poblacion poco antes tan feliz, y que ayer se
habia retirado al descanso de sus lechos con seguridad y confianza,
hacinados hoy en aquel sitio estrecho sin distincion de edad, calidad
ni sexo, y expuestos á todo el rigor de un cielo proceloso. Sordo
á los ruegos y clamores de estos infelices, mandó el feroz Aben
Hazen que llevasen á todos cautivos á Granada. Dejando una fuerte
guarnicion en el pueblo y en el castillo, con órden de poner á
entrambos en buen estado de defensa, regresó Muley á su capital,
ufano de su victoria, cargado de despojos, y llevando consigo los
pendones y banderas de Zahara.
 
Se estaba disponiendo en Granada la celebracion de este triunfo con
fiestas y torneos, cuando llegaron los cautivos de Zahara. Estos
infelices, rendidos de fatiga, y con la desesperacion retratada
en sus pálidos semblantes, venian conducidos por un destacamento
de soldados; y mezclados hombres, mugeres y niños, fueron metidos
á manera de ganado por las puertas de la ciudad. Grande fue la
indignacion de los habitantes al presenciar esta cruel escena. Los
ancianos, que tenian experiencia de las calamidades de la guerra,
pronosticaron mil males venideros; y las tímidas madres estrecharon
á sus hijos contra su seno al mirar el desconsuelo de las de Zahara,
con los suyos espirando entre sus brazos. Por todas partes se
oian los acentos de la piedad; y la lástima que inspiraban estos
desgraciados, iba acompañada de imprecaciones contra el Rey, por su
bárbaro proceder. Las prevenciones para las fiestas se abandonaron, y
las viandas que estaban destinadas para el regalo de los vencedores,
se repartieron entre los vencidos.
 
No por eso dejaron los nobles y los alfaquís de acudir á la Alhambra
para felicitar al Soberano; pero al tiempo que se tributaba al pié
del trono el incienso de la adulacion, salió de en medio de la
turba de cortesanos una voz, que cual trueno asaltó los oidos del
atónito Aben Hazen. “¡Ay! ¡Ay! ¡Ay de Granada!” decia aquella voz:
“la hora de tu desolacion se acerca: las ruinas de Zahara caerán
sobre nuestras cabezas, y nuestro imperio en España se acabará
para siempre.” Aterrados quedaron todos al oir al denunciador de
tantos males, y se retiraron dejándole solo en medio del salon. Era
un anciano vestido en hábito de Dervís, á quien la nieve de las
canas no habia apagado el fuego de su espíritu, que centelleaba en
sus encendidos ojos: era, como dicen los historiadores árabes,
un Santon, uno de aquellos que pasando la vida en la oracion y la
soledad, alcanzan á fuerza de ayunos y penitencias el don de la
profecía. La voz del Santon resonó por los salones de la Alhambra,
imponiendo silencio y causando temor á todos los presentes. Solo
Muley Aben Hazen le oyó sin inmutarse; y mirándole con desprecio, le
trató de viejo demente, cuyas predicciones no eran mas que delirios
de una imaginacion descarriada. Saliéndose de la presencia real, bajó
el Santon á la ciudad y la recorrió toda con ademanes frenéticos,
dando voces, y repitiendo en todas partes el fatal vaticinio.
“La tregua se quebrantó, decia, y desde hoy comienza una guerra
exterminadora. ¡Ay! ¡ay! ¡ay de tí Granada! la desolacion reinará
en tus palacios; tus fuertes defensores caerán bajo la espada del
enemigo, y tus hijos y tus hijas gemirán en la esclavitud. Zahara no
es mas que el tipo de Granada.”
 
El pueblo que esto escuchaba se llenó de espanto, pareciéndole que
eran inspiraciones proféticas los desvaríos del Santon. Encerrábanse
los unos en sus casas como en tiempo de luto, y los otros se reunian
en corrillos por las calles y las plazas, alarmándose mútuamente con
los mas tristes presentimientos, y maldiciendo el arrojo y barbarie
del temerario Aben Hazen.
 
El Monarca moro cerró los oidos al descontento general; y conociendo
que su conducta debia acarrearle la venganza de los cristianos, se
declaró abiertamente, é hizo un esfuerzo para sorprender á Castellar
y á Olvera; pero sin lograr su intento. Envió asimismo alfaquís á los
estados berberiscos, anunciándoles que la espada estaba desembainada,
y solicitando su auxilio para mantener contra la violencia de los
infieles al reino de Granada y á la religion de Mahoma.
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO IV.
 
_Expedicion del marqués de Cádiz contra Alhama._
 
 
[Nota al margen: Año 1482.]
 
Grande fue la indignacion del Rey Fernando, cuando llegó á saber que
los moros habian entrado en Zahara de rebato; sintiéndolo tanto mas,
cuanto se habia propuesto ser el primero á romper esta guerra famosa,
señalando sus principios con alguna hazaña; y como se preciaba de
una política profunda, le pesó sobre manera que su contrario se le
hubiese anticipado. Expidió, pues, sus órdenes inmediatamente á todos
los adelantados y alcaides de la frontera, para que guardasen con la
mayor vigilancia sus respectivos puestos, y estuviesen prevenidos
para entrar á sangre y fuego por las tierras de los moros; al paso
que despachó á religiosos de diversas órdenes, para que animasen á
los caballeros de la Cristiandad á tomar parte en esta Cruzada contra
infieles.
 
Entre los muchos buenos caballeros que se reunieron alrededor del
trono de Fernando é Isabel, uno de los mas eminentes por su gerarquía
y renombre en las armas, era don Rodrigo Ponce de Leon, marqués
de Cádiz, de quien será justo dar una noticia particular, puesto
que fue el caudillo principal de esta famosa guerra, y se halló en
casi todas sus empresas y acciones. Nació, pues, don Rodrigo en
1443, del esclarecido linage de los Ponces, y ya desde su primera
juventud se habia distinguido en el campo del honor. Era de mediana
estatura, su cuerpo robusto y capaz de mucho esfuerzo y fatiga: su
barba y cabellos eran rojos y crespos, el rostro ingénuo y noble, y
algo picado de viruelas. Era valiente, piadoso y muy moderado en sus
costumbres: benigno y justiciero con sus inferiores, cortés y franco
con sus iguales. Era afecto y fiel á sus amigos, feroz y terrible,
pero magnánimo, con sus enemigos. Se le consideraba como el espejo
de la caballería de su tiempo, y los historiadores coetáneos le
comparaban con el inmortal Cid.
 
Tenia el marqués de Cádiz posesiones muy dilatadas en las partes
mas fértiles de la Andalucía; y puesto á la cabeza de sus deudos y
vasallos, podia salir al campo con un ejército. Apenas recibió las
órdenes del Rey, cuando ya ardia en deseos de hacer una entrada
repentina en el reino de Granada, para señalar los principios de la
guerra con una accion brillante, y consolar á los Soberanos por el
insulto recibido en la toma de Zahara. Como sus estados confinaban
con el territorio de los moros, que solian hacer en aquellos
frecuentes correrías, tenia siempre á su servicio muchos adalides y
espías, de los cuales algunos eran moros fugitivos. Despachó á éstos
en todas direcciones para que observasen los movimientos del enemigo,
y le tragesen noticias importantes á la seguridad de la frontera.
Estando en su pueblo de Marchena, se le presentó uno de sus espías,
dándole aviso de que la villa de Alhama, que era de los moros, se
hallaba con una guarnicion muy escasa, y tan mal guardada, que seria
fácil tomarla por asalto.
 
Era Alhama una plaza bastante grande, de mucha poblacion, y rica,
que distaba pocas leguas de Granada: tenia su asiento en una altura
entre peñascos, y rodeábala casi enteramente un rio, al paso que la
defendia una fortaleza, á que no se podia subir sino por un camino
muy fragoso y escarpado. Por ser tan fuerte el sitio, y en el centro
del reino, vivian sus moradores sin el recelo de ser acometidos,
dando asi lugar á la empresa que contra ellos se dispuso.
 
Para cerciorarse del estado de la fortaleza, envió el Marqués á
reconocerla un soldado veterano, de quien tenia la mayor confianza,
que se llamaba Ortega de Prado, hombre arrestado, de sútil ingenio,
muy activo, y capitan de escaladores. Llegó Ortega á Alhama una
noche oscura, y con silencio y precaucion fue recorriendo sus muros,
aplicando de cuando en cuando el oido al suelo ó á la muralla. Pudo
asi sentir ya el paso mesurado del centinela, ó ya la voz de la
patrulla, que daba á aquel la contraseña: conociendo que en la plaza
habia vigilancia, se dirigió al castillo, y llegó trepando hasta el
pié de las almenas: alli todo era silencio, y en toda la extension
del baluarte ningun centinela se veia. Hízose cargo de ciertos
parages por donde mas fácilmente podria subirse al muro con escalas,
observó la hora de relevar la guardia, y habiendo tomado las demas
señas que le hacian al caso, se retiró sin ser descubierto.
 
Ortega, vuelto á Marchena, aseguró al Marqués que era muy practicable
el sorprender á Alhama, escalando los muros del castillo. Trató el
Marqués este negocio secretamente con don Pedro Enriquez, adelantado
de Andalucía, con don Diego de Merlo, asistente de Sevilla, y
con Sancho de Ávila, alcaide de Carmona, los cuales prometieron
ayudarle con sus gentes; y el dia señalado se reunieron en Marchena
con buen número de soldados y vasallos. Solamente los gefes sabian
el objeto y destino de esta expedicion; pero para inflamar el
espíritu de los andaluces, bastaba indicarles que se trataba de
una incursion en las tierras de los moros, sus antiguos enemigos.
El secreto y la prontitud, eran indispensables al buen éxito de
la empresa. Partieron, pues, á toda prisa con tres mil caballos y
cuatro mil infantes, y pasando por Antequera, camino poco transitado,
atravesaron con algun trabajo los puertos y desfiladeros de la sierra
llamada del Arracife, dejando el bagage á las orillas del rio Yeguas.
La marcha era principalmente de noche; de dia permanecian ocultos,
y en su acampamento no se permitia el menor ruido, ni se encendia
fuego, porque no les descubriese el humo. La tarde del tercer dia
volvieron á ponerse en marcha, y habiendo caminado con toda la
diligencia, que permitia un terreno tan fragoso, llegaron á media
noche á un hondo valle, distante media legua de Alhama.
 
Aqui fue donde manifestó el Marqués á sus soldados el intento que
traia. Díjoles, que se trataba de dar nueva gloria á la santa ley que
profesaban, y de vengar con las armas el agravio recibido en Zahara,
acometiendo á Alhama, pueblo rico que ofrecia grandes despojos.
Animáronse los soldados con esta exhortacion, y pidieron que al punto
se les llevase al asalto. Llegaron junto á Alhama dos horas antes
de amanecer, y poniéndose en emboscada, despacharon trescientos

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