2015년 6월 23일 화요일

Cronica de la conquista de granada 9

Cronica de la conquista de granada 9


volvieron atrás los diez españoles, y persiguiéndolos los moros,
entraron unos y otros atropelladamente por el paso ó desfiladero
donde estaba la emboscada. Al punto suena una trompeta, y saliendo
Vargas y los suyos, dieron en ellos con tal furia y denuedo, que en
un momento arrollaron á cuarenta de los enemigos: los demas volvieron
las espaldas. “¡Adelante! gritó Vargas, y acabemos con la vanguardia
antes que puedan ser socorridos por los de atrás.” En efecto,
hicieron los nuestros una carga tan vigorosa, que desbarataron toda
la delantera de los moros, los cuales huyeron desordenados para
reunirse con la retaguardia, y atravesando por medio de la cabalgada,
la pusieron en confusion, levantando entre todos tal polvo, que no
se podian distinguir los objetos. Satisfechos con esta ventaja,
y recelando la llegada del Rey moro con el grueso del ejército,
trataron los cristianos de ponerse en cobro, y con veinte y ocho
caballos y los despojos de los muertos, (entre los cuales hallaron á
los alcaides de Cáceres y Marbella) se retiraron á Castellar.
 
Sorprendido Muley con esta confusion y alboroto, llegó á temer que
toda la gente de Jerez estaba en armas contra él, y poco faltó, para
que abandonase la cabalgada y se retirase por otro camino; pero
como el buen soldado jamas abandona la presa sin pelear, determinó
pasar adelante, y llegando al campo de batalla, le halló cubierto de
los cuerpos muertos de mas de ciento de sus soldados. Enfurecido á
la vista de tanto estrago, siguió el alcance del enemigo hasta las
puertas de Castellar, y pegó fuego á dos casas que habia junto á la
muralla. Reuniendo despues el ganado que andaba disperso, lo hizo
conducir formando una hilera inmensa, por debajo de los muros de la
villa, como para desafiar á Pedro de Vargas.
 
En medio de su fiereza, tenia el viejo Aben Hazen sus rasgos de
generosidad y cortesía, y no era menos caballero que soldado.
Mandando llamar á un cautivo cristiano, le preguntó cuáles eran las
rentas del alcaide de Gibraltar; y habiéndosele respondido que de
cada piara que pasaba por aquel término, le correspondia una res,
dijo Muley: “Alá no permita que á tan buen caballero se le defraude
de su derecho.” Inmediatamente mandó escoger de entre el ganado
que traia doce reses de las mejores y mas gordas, que entregó á un
alfaquí con órden de presentárlas de su parte á Pedro de Vargas. “Y
decidle, añadió el Rey, que me perdone si antes no satisfice sus
derechos, de los cuales no tenia noticia; pero que instruido ya de
ellos, me apresuro á pagárselos con la puntualidad que se debe á tan
buen caballero; y que no sabia yo fuese el alcaide de Gibraltar tan
activo y vigilante en la cobranza de sus alcabalas.”
 
No dejó de caerle en gracia á Pedro de Vargas la ocurrencia del Rey
de Granada; y usando del mismo estilo, contestó: “Decid al Rey,
vuestro señor, que le beso las manos por la merced que me hace, y
que siento no me haya permitido la cortedad de mis fuerzas darle un
recibimiento mas señalado á su entrada en estas partes; pero que
estoy esperando la llegada esta noche de trescientos caballos de
Jerez, y que si en efecto vienen, no dejaré de obsequiar á S. M. con
ellos á la madrugada.” Y presentando al alfaquí un vestido de seda y
un manto de escarlata, le despidió con mucha cortesía.
 
Al recibir esta respuesta, dijo Aben Hazen meneando la cabeza:
“Líbrenos Alá de una visita de estos campeadores de Jerez; que si nos
atacan, embarazados como vamos con esta cabalgada, y empeñados en
un pais tan áspero y fragoso, no les será dificil efectuar nuestra
destruccion.” Con este cuidado aceleró su marcha, y pasó con tal
precipitacion aquellas montañas, que se le descarrió una gran parte
del ganado, y se volvieron cinco mil cabezas, que fueron recogidas
por los cristianos: con lo demas llegó Muley á Málaga, donde entró
ufano y glorioso por el daño que habia causado en las tierras del
duque de Medinasidonia[19].
 
[19] Alonso de Palencia, L. XXVIII. c. 3.
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO X.
 
_Incursion de los caballeros de Andalucía por los montes de Málaga,
llamados la Ajarquía._
 
 
[Nota al margen: Año 1483.]
 
La reciente correría de Muley Aben Hazen, hiriendo el amor propio
de los caballeros de Andalucía, les animó á nuevas empresas; y
resueltos á tomar satisfaccion de este insulto, se reunieron en
Antequera, por el mes de marzo de 1483, el marqués de Cádiz, don
Pedro Enriquez, adelantado de Andalucía, el conde de Cifuentes,
alférez del pendon real y asistente de Sevilla, don Alonso de
Cárdenas, maestre de Santiago, y don Alonso de Aguilar. Á estos se
agregaron muchos caballeros de nota con sus respectivas fuerzas; de
modo que en breve se vieron juntos en Antequera dos mil y setecientos
caballos, y algunas compañías de á pié: toda gente muy lucida, la
flor de la caballería española. Tratóse en un consejo de guerra de
fijar el punto donde habian de dirigir las armas, y hubo entre los
gefes gran diversidad de pareceres. El consejo del marqués de Cádiz
era que marchasen contra Zahara, para cobrar aquella plaza, y los
demas caballeros propusieron diferentes planes: pero el maestre
de Santiago, manifestando el que habia formado, fijó la atencion
del consejo, y le hizo entrar en sus ideas. Dijo que segun aviso
que tenia de sus adalides, se podria con toda seguridad hacer una
incursion en un pais montuoso cerca de Málaga, llamado la Ajarquía,
region muy fértil, abundante de ganado, y cubierta de aldeas y
lugares, donde seria fácil juntar un botin inmenso. Añadió que la
guarnicion de Málaga era demasiado corta para salir á molestarles, y
que llevando adelante sus estragos, podrian acaso sorprender aquella
rica é importante plaza, y apoderarse de ella por asalto.
 
El marqués de Cádiz trató de manifestar las dificultades que ofrecia
esta empresa, por la naturaleza del pais, del cual tenia noticias
exactas por un moro tránsfugo, llamado Luis Amar, que le servia
de adalid. Representó que la Ajarquía era unos montes ásperos y
fragosos, herizados de riscos y peñascos, y habitados por una gente
feroz y guerrera, que al abrigo de aquellas asperezas podrian
desafiar, aunque pocos, á ejércitos enteros; y que aun cuando se
consiguiese vencer á estos infelices, seria una victoria sin provecho
y sin despojos, porque á ellos les seria muy fácil poner en cobro los
bienes que tuviesen, llevándolos á los lugares fuertes de la montaña.
Pero contra las advertencias del Marqués prevaleció el consejo del
maestre de Santiago; é inflamados aquellos ánimos por la esperanza
de un suceso brillante, se dispusieron con ardor á acometer aquella
empresa.
 
Dejando en Antequera una parte del bagage, por ir menos embarazados,
se pusieron en marcha, llenos de confianza, con direccion á la
Ajarquía. Don Alonso de Aguilar y el adelantado de Andalucía guiaban
la vanguardia: á esta seguia la batalla del valiente don Rodrigo
Ponce de Leon, marqués de Cádiz, á quien acompañaban algunos
hermanos y sobrinos suyos, con otros muchos caballeros que deseosos
de distinguirse se alistaron en sus banderas: la retaguardia la
conducia don Alonso de Cárdenas, maestre de Santiago, donde iban los
caballeros de su órden, con la gente de Écija, y los hombres de armas
de la santa hermandad: y detras de todos venian las acémilas con las
provisiones. Ejército mas bizarro, ni mas confiado en sus fuerzas,
con ser tan pocas, jamas pisó la tierra. Componíase principalmente
de jóvenes de la primera nobleza, para quienes la guerra era un
pasatiempo y la gloria el único galardon. Rivalizando entre sí en el
lujo de sus arneses, no habian perdonado gasto alguno para salir con
gala y lucimiento á aquella empresa. Montados en hermosos caballos
andaluces, las armas resplandecientes y primorosamente labradas,
adornados los yelmos con pomposas cimeras, y los escudos con divisas
curiosas, salieron por las puertas de Antequera con ostentacion
marcial, arrebatando los aplausos y la admiracion del pueblo entero.
En seguimiento del ejército venia una cuadrilla de mercaderes, gente
pacífica, y atraida tan solo de la codicia de aprovechar los despojos
de la guerra, para cuyo fin traian al cinto sus taleguillos de cuero
bien provistos de monedas de oro y plata, proponiéndose con ellas
comprar á bajo precio las alhajas, joyas, vajilla, y telas de seda
que habian de ganar los soldados en el saqueo de Málaga. Muy mal se
hallaba el orgullo de aquellos caballeros con las ideas bajas de
estos traficantes; pero los dejaron seguir por la comodidad de sus
soldados, que sin ellos se hallarian sobrecargados de botin.
 
Se habia tratado de conducir esta expedicion con mucha prontitud
y sigilo: pero el ruido de los preparativos habia llegado ya á
la ciudad de Málaga, donde mandaba Muley Audalla, hermano menor
de Muley Aben Hazen, conocido por el sobrenombre del Zagal, ó el
valiente: título que le ganaron sus proezas, y que en las batallas
valia por un ejército, por la confianza que inspiraba á los
soldados. No se le ocultó al Zagal que el objeto ulterior de aquella
expedicion era la ciudad de Málaga, por lo que determinó apoderarse
de aquellas montañas, convocar el paisanage, y tomando todos los
pasos y salidas, atajar los progresos del enemigo.
 
Entre tanto el ejército, prosiguiendo su marcha, llegó á la entrada
de la Ajarquía y por sendas estrechas y fragosas, se internó en
aquellas soledades, siguiendo unas veces el cauce de un arroyo,
donde las piedras, sueltas y amontonadas por las avenidas, hacian el
paso en extremo trabajoso, y otras, atravesando barrancos y trepando
precipicios con suma dificultad y peligro. Habiendo marchado todo
el dia, llegaron poco antes de ponerse el sol á una elevacion,
desde donde se descubria la hermosa vega de Málaga y el azulado
mediterráneo, vista que despertó de nuevo toda su codicia, pues no
se prometian menos que la conquista de aquella plaza. Á la entrada
de la noche se hallaron en medio de unas aldeas esparcidas por un
valle pequeño que se abriga en el seno de aquella sierra, las cuales
son propiamente lo que los moros llamaban la Ajarquía. Aqui fue
donde empezaron á disiparse aquellas esperanzas tan alegres y tan
ligeramente formadas; pues hallaron que los habitantes, avisados de
su venida, habian abandonado sus casas, y se habian recogido con
sus efectos á las atalayas y lugares defensibles de la montaña.
Irritados por este suceso, pegaron fuego á las casas, y esperando
mejor fortuna mas adelante, prosiguieron su marcha, asolando la
tierra, quemando las alquerías, y destruyendo cuanto los moros no se
habian llevado.
 
Despues de andar alguna distancia, se hallaron empeñados en lo
mas áspero y fragoso de la sierra, y rodeados por todas partes de
riscos, peñascos y precipicios. Ya el órden de la marcha no se pudo
conservar: los caballos no tenian lugar para revolverse, y tropezaban

댓글 없음: