Cronica de la conquista de granada 19
Igual suerte tuvo la villa de Setenil, situada sobre un peñasco
escarpado, y tenida por inexpugnable. Diversas veces se habia
combatido esta fortaleza por los Reyes anteriores, que nunca la
pudieron rendir. Aun ahora la artillería estuvo asestada contra sus
muros por algunos dias, sin hacer impresion alguna; pero al fin
el marqués de Cádiz, dirigiendo él mismo los tiros, aportilló las
puertas y abrió una gran brecha en la muralla, obligando á los moros
á rendirse.
Á la toma de Alora y Setenil, se siguió la de otros muchos pueblos,
que sin esperar á ser combatidos, se entregaron á las armas del Rey.
Los moros habian desplegado siempre mucha constancia y valor en la
defensa de sus plazas: eran temibles en sus salidas y escaramuzas; y
en los sitios sabian sufrir el hambre y la sed; pero esta terrible
artillería, que con tanta facilidad daba en tierra con sus murallas,
los tenia llenos de confusion y espanto, pues veian ser en vano toda
resistencia. Admirado el Rey del efecto producido por los cañones,
mandó aumentar su número; y esta arma poderosa fue mas adelante de
gran de influencia en el resultado de la guerra.
La última operacion de este año, tan desastroso para los moros, fue
una incursion que hácia el fin del verano hizo el Rey en la vega
de Granada. En esta ocasion, despues de asolar el pais, quemó dos
pueblos, y destruyó varios molinos que habia á las puertas mismas de
la capital.
El viejo Muley Aben Hazen, contemplaba con dolor y asombro la
devastacion de sus dominios: la adversidad y los achaques habian
postrado aquel espíritu altivo, y suspiraba por la paz. Á fin de
obtenerla, hizo proposiciones al Rey, ofreciendo tener su corona
como tributario de la de Castilla; pero Fernando, que no aspiraba
á menos que á la absoluta conquista de Granada, no quiso entrar en
negociacion alguna. Dejando bien provistas y guarnecidas las plazas
que se habian tomado á los moros, volvió el Rey á Córdoba, donde
entró en triunfo, terminando una série de campañas que le habian
cubierto de gloria.
[Ilustración]
CAPÍTULO XXIII.
_Tentativa del Zagal para sorprender á Boabdil en Almería._
Todo este año, tan desastroso para los moros, permaneció Boabdil,
verdaderamente llamado el Zogoibi, en la ciudad marítima de Almería.
Reducido á una corte mezquina, y conservando apenas el nombre de
Rey, esperaba que la fluctuacion de los eventos, haciendo volver á
su obediencia á aquel inconstante pueblo, le restituyese al trono de
la Alhambra. Su altiva madre, la sultana Aixa, procuró sacarle de
este letargo. “Es de ánimos apocados, le dijo, esperar que vuelva la
rueda de la fortuna; las almas grandes saben asirla y sujetarla á
su voluntad. Sal al campo, acomete empresas, arrostra peligros; asi
podras acaso recobrar el trono de Granada, ó conservar al menos la
sombra de soberanía que te queda.”
Pero Boabdil no tenia la fuerza de alma que era menester para seguir
estos animosos consejos, y en breves dias le sobrevinieron los males
que su madre le tenia pronosticado.
Postrado en cama, y casi ciego, el anciano Muley Aben Hazen, iba
sucumbiendo á la vejez y á los achaques. Su hermano Audalla, por
otro nombre el Zagal, el mismo que habia concurrido á la matanza de
los cristianos en los montes de Málaga, era general en gefe de los
ejércitos moros, y habia llegado insensiblemente á encargarse de casi
todos los cuidados del gobierno. Entre otras cosas proseguia con
tanto celo la guerra del Rey padre contra el hijo, que sospechaban
algunos habia en esto algo mas que simpatía fraternal.
Las desgracias y reveses sufridos últimamente por los moros, habian
herido el amor propio de la nacion: en Almería se indignaban de
la inaccion de Boabdil, y de los tratos que traia con el enemigo;
al paso que en Granada se fomentaban mañosamente estos mismos
sentimientos por los agentes de Audalla. Poco á poco lograron
malquistarle con el pueblo y con la tropa, y formaron una tenebrosa
conjuracion para su ruina. En febrero de 1485, se presentó el Zagal
delante de Almería á la cabeza de un escuadron de caballos. Las
puertas le fueron inmediatamente abiertas por los conjurados, y
entrando con su gente, corrió el Zagal á la ciudadela, donde fue
recibido con aclamaciones por la guarnicion, que mató al alcaide.
Pasando en seguida al Alcázar, recorrió todos sus aposentos en
busca de Boabdil: en uno de ellos halló á la sultana Aixa, con el
jóven Aben Ahagete, hermano menor del Rey, y algunas personas de su
servidumbre. “¿Dónde está el traidor Boabdil?” exclamó el Zagal. “El
traidor y el pérfido lo eres tú, le replicó la intrépida Sultana,
y mi hijo á esta hora confio estará en parte segura, para vengarse
algun dia de tu traicion.” La rabia del Zagal, cuando supo que se
le habia escapado su víctima, llegó al último extremo. En su furor
mató al jóven príncipe Aben Ahagete; y sus secuaces, siguiendo este
ejemplo, sacrificaron á los demas que se hallaban presentes, escepto
á la sultana Aixa, que quedó su prisionera.
Un soldado leal habia prevenido á Boabdil de su peligro, en tiempo
para efectuar su fuga. Saltando en un caballo ligero, partió á
escape, acompañado de algunos parciales, y en medio de aquella
confusion logró salir de la ciudad: ¿pero dónde habia de acudir, si
no habia fortaleza ni castillo que no estuviese contra él? ¿de quién
se habia de fiar, si ya los moros estaban enseñados á detestarle
como traidor y apóstata? En tal estado, no le quedó otra alternativa
que la de refugiarse entre los cristianos, sus enemigos naturales,
y volviendo pesaroso las riendas á su caballo, dirigió los pasos
hácia Córdoba. Hubo de pasar como fugitivo una parte de sus propios
dominios, sin hallarse enteramente seguro hasta pasar la frontera,
y dejar atrás las altas montañas que eran la barrera natural de su
pátria. Entonces fue cuando reconoció toda la humillacion de su
estado: un desertor de su trono; un desecho de su nacion; un Rey
sin reino. En la agonía de su dolor se dió un golpe en el pecho, y
exclamó: “¡en hora fatal nací, y verdad dicen los que me llaman el
desventurado!”
Entró en Córdoba con semblante decaido, y acompañado de solo cuarenta
de sus partidarios. Los Reyes estaban ausentes; pero los señores
de la corte le recibieron con demostraciones afectuosas, y con la
generosidad que distingue á las almas nobles y caballerescas.
Entre tanto, el Zagal puso en Almería un nuevo alcaide, para que
mandase en nombre de su hermano; y habiendo reforzado la guarnicion,
partió para Málaga, donde se esperaba un nuevo ataque de los
cristianos. Expulsado de aquellos dominios el Rey chico, y ciego é
impedido su padre Aben Hazen, era el Zagal virtualmente el Soberano
de Granada. El pueblo, bien hallado con su nuevo ídolo, victoreaba su
nombre y fundaba en él las esperanzas de la nacion.
[Ilustración]
CAPÍTULO XXIV.
_Nueva campaña del Rey católico contra los moros, y sitios de Coin
y Cartama._
[Nota al margen: Año 1485.]
Con la experiencia de los efectos producidos en el año anterior
por la artillería de batir, contra las fortalezas de los moros,
determinó el Rey Fernando proveerse de un tren numeroso para la
campaña de 1485, en el discurso de la cual se proponia combatir
algunos de los lugares mas fuertes del enemigo. Á principios de la
primavera se reunió en Córdoba un ejército de nueve mil caballos y
veinte mil infantes; y el dia 5 de abril salió el Rey á campaña.
Se habia acordado en el consejo marchar á poner el campo sobre
Málaga, puerto de mar importante por ser el conducto de los socorros
y mantenimientos que recibia la capital de Granada; pero se creyó
necesario tomar primero las plazas y fortalezas que habia en los
valles de santa María y Cartama, que estaban antes de la ciudad de
Málaga.
El primer lugar que se combatió, fue la villa de Benamaquex, cuyos
moradores se habian sometido el año anterior á los Reyes de Castilla,
y despues se habian rebelado. Indignado el Rey contra ellos por
tan falso proceder, dijo: “Yo haré que el castigo de estos sirva de
escarmiento á otros, para que guarden lealtad por fuerza, cuando
no la guardaren de grado.” Se tomó el lugar por asalto, y ciento
y ocho de sus principales habitantes fueron pasados á cuchillo ó
ahorcados[35]. En el mismo dia pusieron sitio sobre las villas de
Coin y Cartama el marqués de Cádiz y Luis Fernandez Portocarrero,
cada uno con las tropas respectivas de su mando; colocándose el
Rey con lo demas del ejército entre los dos pueblos, para socorrer
á los sitiadores de la una y la otra parte. Á un mismo tiempo
empezó la batería contra las dos plazas: y tal era el estruendo
de las lombardas, que los tiros que se tiraban en el un campo se
oian en el otro. Los moros hicieron varias salidas, y no obstante
que el espantoso tronar de la artillería los tenia confundidos, se
defendieron animosamente.
[35] Pulgar, Garibay, Cura de los Palacios.
Entre tanto los moros de la serranía avisados por las ahumadas
que veian en las montañas, del peligro en que estaban aquellas
dos plazas, se reunieron en bastante número en la villa de Monda,
distante una legua de Coin. Diversas veces intentaron entrar en
esta plaza para defenderla; pero la vigilancia de los sitiadores lo
estorbaba, y siempre fueron rechazados. En tal estado de cosas se
vió entrar un dia en Monda un arrogante moro, capitan de una partida
de atezados africanos á caballo: era Hamet el Zegrí, el soberbio
alcaide de Ronda, á la cabeza de sus Gomeles. Desde la fatal jornada
del Lopera, le habia atormentado el deseo de vengarse y de borrar
aquella afrenta. Presentándose á los guerreros reunidos en Monda,
dijo: “¿Quién de vosotros se compadece de las mugeres y niños de
Coin, amagados por el cautiverio y la muerte? aquel que se mueva á
piedad, sígame; ¡que yo como musulman estoy pronto á morir en defensa
de musulmanes!” Diciendo estas palabras, empuñó una enseña blanca, y
tremolándola sobre su cabeza, se lanzó fuera de la villa, seguido de
sus Gomeles y otros muchos guerreros animados con tan noble ejemplo.
Avisados de las intenciones de Hamet los habitantes de Coin, cuando
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