2015년 6월 23일 화요일

Cronica de la conquista de granada 5

Cronica de la conquista de granada 5


En vista de la tempestad que le amenazaba, se apresuró Muley Aben
Hazen á poner en tan inesperado mal el remedio que estuviese á
su alcance. Sabia que los captores de Alhama eran pocos, y que
escaseaban de municiones de guerra, de mantenimientos, y de otros
requisitos para resistir un sitio. Haciendo un movimiento rápido, se
lisongeaba de envolverlos con un ejército poderoso, y cortándoles
toda comunicacion, cogerlos prisioneros en la misma fortaleza que
le habian arrebatado. Pensar y obrar, todo era uno con Muley Aben
Hazen. Salió, pues, en persona con tres mil caballos y cincuenta
mil infantes, pero sin llevar consigo artillería ni ninguno de los
demas ingenios que entonces se usaban en los asedios: tanta era la
confianza que tenia en la muchedumbre de sus fuerzas.
 
Entre tanto caminaba tambien con direccion á Alhama, don Alonso de
Córdoba, señor de la casa de Aguilar, el amigo fiel y compañero de
armas del marqués de Cádiz. Era don Alonso de los primeros entre los
nobles de Castilla, y hermano de don Gonzalo de Córdoba, el mismo que
despues vino á ser tan célebre, y que ganó en la guerra el renombre
de gran capitan; pero entonces constituia don Alonso la gloria y
honor de su linage, pues su hermano era todavia jóven en las armas.
Su valor natural y un espíritu caballeresco que le animaba, le hacian
arrostrar gustoso los peligros de toda empresa honrosa y arriesgada.
Teniendo pues noticia en ocasion que se hallaba ausente, de la
incursion que habia hecho el marqués de Cádiz en el territorio de los
moros, se apresuró á reunirse con él para participar, si por ventura
aun fuese tiempo, en las glorias de esta expedicion; y juntando sus
soldados y vasallos, se puso en marcha para Alhama. Llegado al rio
Yeguas, halló en sus orillas el bagage del ejército del marqués, y
cargando con él, prosiguió su marcha. Hallábase don Alonso á muy
corta distancia de Alhama, cuando al marqués de Cádiz le llegó la
noticia de su venida, y casi al mismo tiempo el aviso que le trageron
sus espías, de que el Rey moro venia contra ellos con un ejército
poderoso. Olvidando su propio peligro, y temiendo cayese don Alonso
en manos del enemigo, despachó el marqués con toda diligencia un
mensagero bien montado, para que le advirtiese del riesgo que corria,
y le impidiese pasar adelante.
 
En estas circunstancias, y conociendo don Alonso que si continuaba su
marcha para Alhama, le interceptaria infaliblemente el ejército moro
antes que pudiese entrar en la plaza, trató de tomar una posicion
fuerte en aquellos montes, y esperar al enemigo. Pero habiéndosele
representado ser una temeridad el oponerse con un puñado de hombres
á un ejército numeroso, hubo de abandonar esta idea; bien que no por
eso prevaleció la opinion de los que aconsejaban una pronta retirada
al territorio de los cristianos. En medio de estos debates, llegaron
unos espías anunciando á don Alonso que Muley Aben Hazen, noticioso
de sus movimientos, venia rápidamente en su busca. No quedando, pues,
en tales circunstancias otra alternativa, y atendiendo á la seguridad
de sus gentes, se puso don Alonso en movimiento, y mal de su grado y
pesaroso emprendió la retirada sobre Antequera. Siguió Muley en su
alcance alguna distancia, pero cansándose de perseguirle, revolvió
con su ejército contra Alhama.
 
Habiendo llegado los moros cerca de esta plaza, vieron el campo
cubierto de cadáveres, que habian sido arrojados alli sin enterrar,
y que servian de pasto á una manada de perros que los estaban
devorando.[9] Conociendo que estos cuerpos eran los de sus compañeros
que habian muerto defendiendo aquella fortaleza, se indignaron por
tamaño ultrage, y echándose sobre aquellos inmundos animales, los
despedazaron con los alfanges. En seguida corrieron enfurecidos al
asalto de la plaza, para vengarse de los cristianos, y sin órden
ni concierto la embistieron por diversas partes, poniendo muchas
escalas, pero sin querer valerse de manteletes ni otros medios de
proteccion; pues con la muchedumbre de sus fuerzas y tan repentino
acometimiento, esperaban distraer y aterrar al enemigo.
 
[9] Pulgar, Crónica.
 
El marqués de Cádiz y sus capitanes, se apercibieron para la
defensa, y distribuidos por la muralla, animaban á sus gentes que
descargando sobre las cabezas indefensas de los moros piedras, dardos
y cuanto pudieron haber á las manos, hicieron en ellos un estrago
enorme. Ciegos de cólera los moros, intentaban á veces subir á la
muralla por los parages mas dificultosos; pero á proporcion que
subian los mataban los cristianos, y arrojaban desde los adarves,
ó trastornándoles las escalas, los precipitaban contra las peñas.
Á la vista de esta mortandad, bramaba de corage el soberbio Muley,
enviando un destacamento tras otro para que escalasen el muro, pero
sin ningun efecto; pues no fueron de mas provecho sus esfuerzos que
los embates del mar contra las rocas en que se estrellan.
 
La vigorosa y eficaz defensa de los cristianos, hizo conocer á
Aben Hazen el error que habia cometido saliendo de Granada sin los
correspondientes ingenios de batir. Trató pues, de minar la muralla,
y dió sus órdenes al efecto. Avanzaron los moros á la empresa con
grandes gritos; pero fueron recibidos con tan cruel descarga, que
apenas empezada la obra, la hubieron de abandonar. Empero volvieron
varias veces á la demanda, y otras tantas fueron rechazados con gran
pérdida; pues los cristianos no solo mantenian un fuego continuo
desde los adarves, sino que hacian salidas con mucho daño del
enemigo. Veíanse al pié de la muralla montones de moros muertos, y
entre ellos algunos de los mejores caballeros de Granada. Duró la
contienda todo aquel dia, y á la noche llegó á dos mil hombres el
número de moros muertos ó heridos.
 
Perdida ya toda esperanza de tomar á Alhama por asalto, determinó
Muley obligarla á la rendicion por la falta de agua. Á este intento
dispuso sacar de madre y dar nueva direccion al rio que pasaba por
aquella plaza y que la surtia de agua, pues no habia en ella fuentes
ni cisternas, y por esto se llamaba Alhama “la seca.”
 
Fue sangriento y porfiado el debate que se siguió á las orillas
del rio, pretendiendo los moros plantar estacas en su cauce para
apartar la corriente, y trabajando los cristianos por impedirlo. Los
capitanes españoles animaban á los suyos con el ejemplo, haciéndoles
volver á la pelea cada vez que el enemigo les forzaba á recogerse al
pueblo. Al marqués de Cádiz se le veia hasta las rodillas en el agua,
peleando mano á mano con los moros. Corria el rio tinto en sangre, y
embarazado con los cadáveres de los muertos. Por último consiguieron
los moros rechazar á los cristianos y torcieron la corriente. Pero
quedando todavia un hilo de agua, y forzados á aprovechar aun esta
corta cantidad, salian los sitiados por una mina para proveerse de
tan precioso elemento, y mientras unos llenaban las vasijas, otros
tenian que protegerlos, sosteniendo las repetidas cargas y el fuego
del enemigo. De dia y de noche, y con trabajo y sangre, se mantenia
esta lucha cruel, pudiendo decirse que cada gota de agua les costaba
otra de sangre.
 
Entre tanto fue creciendo la necesidad en la guarnicion, y llegaron á
verse reducidos al último extremo. Los hombres y los caballos caian
muertos de sed: muchos se negaban á hacer el servicio, y desesperados
ó faltos de fuerzas, arrojaban las armas. Á esto se añadia que los
moros, situados en una altura que dominaba la villa, mantenian contra
ella un fuego continuo de arcabuces y ballestas. En tal conflicto,
se apresuraron los caudillos á enviar mensageros á Córdoba y á
Sevilla, suplicando á los caballeros de Andalucía que les acudiesen
al socorro. Enviaron asimismo á implorar el favor del Rey y de la
Reina, que á la sazon se hallaban en Medina del Campo. En situacion
tan crítica, tuvieron la dicha de descubrir una cisterna con agua,
que sirvió provisionalmente de remedio á sus trabajos.
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO VI.
 
_El duque de Medina Sidonia y los caballeros de Andalucía, acuden
al socorro de Alhama._
 
 
La situacion peligrosa de los caballeros á quienes Muley Aben Hazen
tenia cercados y encerrados en Alhama, llenó de temor á sus amigos,
y de consternacion á toda la Andalucía. Pero el sentimiento mayor
era el que mostraba la marquesa de Cádiz, esposa del valiente
don Rodrigo Ponce de Leon. Afligida y cuidadosa por la suerte de
su marido, volvió la vista en derredor, buscando algun caballero
poderoso de cuyo favor pudiera valerse en tan riguroso trance; y
ninguno halló mas á propósito que don Juan de Guzman, duque de Medina
Sidonia. Distinguíase este señor entre todos los grandes de España,
por su poder y riquezas; pues eran muy dilatadas sus posesiones en
Andalucía, y comprendian muchos lugares, puertos de mar y villas, que
le reconocian y obedecian como á un soberano. Pero el duque de Medina
Sidonia y el marqués de Cádiz eran á la sazon enemigos declarados.
Existia entre ellos una enemistad hereditaria, que diversas veces
habia sido ocasion de sangrientos choques entre las dos casas; pues
todavia el poder de la corona, no habia podido despojar á aquellos
orgullosos nobles del derecho que ejercian, de hacerse mútuamente
la guerra con sus vasallos. Parecia, pues, que á cualquiera hubiera
debido acudir la marquesa en esta ocasion, primero que al duque de
Medina Sidonia; pero juzgaba esta señora de la condicion del duque
por la nobleza de los sentimientos que á ella misma la animaban.
Apelando, pues, á la generosidad de tan cortés y valiente caballero,
imploró su auxilio en favor de su marido; y no lo hizo en valde, ni
fue vana su confianza; pues apenas oyó el duque los ruegos de la
esposa de su enemigo, cuando olvidando sus resentimientos determinó
ir en persona á socorrerle.
 
Á este fin hizo circular una órden á todos los alcaides de sus
pueblos y castillos, para que á la mayor brevedad se reunieran
en Sevilla con toda la fuerza disponible de sus respectivas
guarniciones: convocó á los caballeros de Andalucía, representándoles
que se trataba de salvar de manos del comun enemigo la flor de la
caballería española; y á los que le siguiesen como voluntarios,
ofreció paga generosa, armas, caballos y subsistencia.
 
Asi es que todos aquellos á quienes podian estimular el honor, la
religion, el patriotismo ó la codicia, acudieron al estandarte
del duque, que en breve se halló al frente de cinco mil caballos
y cincuenta mil infantes.[10] Muchos caballeros de nombradía le
acompañaron en esta empresa: entre otros el intrépido don Alonso de
Aguilar, con su hermano don Gonzalo de Córdoba, despues tan célebre
por sus hazañas; don Rodrigo Giron, maestre de Calatrava, juntamente
con Martin Alonso de Montemayor, y el marqués de Villena; tenido por
la mejor lanza de España. Con tan brillante y numerosa hueste, y
rodeado de todo el aparato de la guerra, salió de Sevilla el duque

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