2015년 6월 24일 수요일

Cronica de la conquista de granada 26

Cronica de la conquista de granada 26


Ganados los arrabales, se construyeron tres baterías de ocho piezas
de batir cada una, y se rompió el fuego contra la plaza. El estrago
fue tremendo; pues no eran aquellas defensas para resistir á esta
arma destructora: las casas, las torres, la muralla, todo fue en
breves horas derribado, demolido y arruinado. El hundimiento de los
edificios, el horrible estruendo de los cañones, y la carnicería de
las gentes, llenaron á los moros de terror y espanto, y pidieron
capitulacion. El alcaide, viendo que el pueblo estaba hecho una
ruina, que no habia esperanza de ser socorrido desde Granada, y que
la gente no tenia fuerzas ni voluntad para defenderse, cedió á sus
ruegos, y se dió á partido con harto pesar suyo. Se permitió á los
habitantes salir libremente de la villa con sus efectos, dejando las
armas; y el duque del Infantado con el conde de Cabra, tuvieron el
encargo de escoltarlos hasta el puente de Pinos, distante dos leguas
de Granada.
 
Ganada Illora, mandó el Rey reparar las torres y muros hasta ponerla
en buen estado de defensa, y nombró por alcaide de la plaza á Gonzalo
de Córdoba, á quien por sus proezas se daba ya el título de gran
capitan.
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO XXXIV.
 
_De la llegada de la Reina Isabel al campo de Moclin, y discretos
dichos del Conde inglés._
 
 
La guerra de Granada, por mas que los poetas quieran embellecerla
con las flores de su imaginacion, no puede negarse que fue una de
las mas terribles de cuantas se han celebrado bajo el título de
guerras santas. La relacion de los sucesos se reduce principalmente
á una série de empresas árduas por las montañas, de sangrientas
batallas, de saqueos y asolamientos; pero de cuando en cuando, suele
interrumpirse esta narrativa por la descripcion de alguna funcion
real, ó magnífica ceremonia.
 
Inmediatamente despues de la toma de Loja, habia el Rey escrito á
Isabel solicitando su presencia en el campo, para consultarla sobre
el modo de disponer de los territorios que acababa de conquistar. En
su consecuencia, partió de Córdoba la Reina á principios de junio,
con la Infanta doña Isabel y gran número de damas de su corte. Traia
una comitiva espléndida de caballeros, guardias, pages y criados,
y cuarenta mulas para su servicio y el de las personas que la
acompañaban.
 
Llegando la comitiva á la Peña de los Enamorados, sobre la orilla del
rio Yeguas, vieron venir al marqués de Cádiz con el adelantado de
Andalucía, y gran séquito de caballeros muy lucidos. La Reina recibió
al Marqués con demostraciones particulares de favor; pues se le
estimaba como al espejo de la caballería, llegando algunos á comparar
sus hechos y proezas con las del inmortal Cid[49]. Con todo este
acompañamiento siguió la Reina su camino por las floridas márgenes
del Jenil hasta llegar á Loja, donde se detuvo para consolar á los
heridos, á quienes socorrió con dineros á proporcion de su clase.
Desde aqui, escoltándola siempre el marqués de Cádiz, se dirigió á
Moclin, cuya plaza estaba ahora sitiada por el Rey, que despues de la
toma de Illora habia trasladado alli sus reales.
 
[49] Cura de los Palacios.
 
Estando la Reina cerca del campo, salió á recibirla el duque del
Infantado con un tren magnífico de caballeros bizarramente vestidos.
Salieron tambien los hombres de armas de Sevilla llevando el
estandarte de aquella antigua ciudad, y el prior de san Juan con
los caballeros de su órden. Al llegar la Reina, se pusieron á la
izquierda del camino formados en batalla. Venia Isabel en una mula
castaña y sentada en una silla de andas guarnecida de plata dorada:
sobre las ancas de la mula caia un gualdrapa de terciopelo carmesí
con bordaduras de oro: las falsas-riendas y cabezada eran de seda de
raso, entretalladas con letras de oro y bordadas de lo mismo. Llevaba
la Reina un brial de terciopelo, y debajo una saya de brocado: traia
un manto de escarlata bordado á la morisca, y un sombrero negro
guarnecido de brocado alrededor de la copa y ala.
 
La Infanta venia en otra mula castaña ricamente enjaezada, y estaba
vestida con un brial de brocado negro, y un manto del mismo color,
guarnecido como el de la Reina.
 
Al pasar por delante del duque del Infantado y de sus caballeros,
hizo la Reina una reverencia al pendon de Sevilla, y mandó que
lo pasasen á mano derecha. Antes de llegar al campo, salieron á
recibirla todos los batallones del real con banderas desplegadas, las
cuales se abajaban al pasar la Reina en señal de salutacion; y fue
grande la alegría que todos manifestaron con su venida, pues era
mucho el amor que la tenian.
 
Llegó entonces el Rey montado en un soberbio caballo, y acompañado de
muchos grandes de Castilla. Tenia vestido un jubon de carmesí, con
quijotes de seda de raso amarillo, un sayo de brocado, un sombrero
con plumas, y ceñida una espada morisca muy rica. Los adornos y
atavíos de los grandes que con él venian eran asimismo á maravilla
hermosos y de diversas maneras, asi de guerra como de fiesta.
 
Fernando é Isabel se trataban mas bien con el respeto que se deben
mútuamente dos soberanos aliados, que con la familiaridad que es
natural entre esposos. Asi es, que antes que se diesen los brazos,
se hicieron cada uno tres profundas cortesías; y quitándose la Reina
el sombrero, quedó con una cófia ó redecilla de seda, el rostro
descubierto. Se acercó entonces el Rey, la abrazó, y la besó en
una mejilla: asimismo abrazó á su hija la Infanta, y despues de
santiguarla la besó en la boca[50].
 
[50] Cura de los Palacios.
 
Inmediatamente despues del Rey, se presentó el Conde inglés muy
pomposo y en extraña manera. Venia armado en blanco, y montado á la
guisa en un brioso caballo bayo, cuyos paramentos eran de seda azul
sembrada de estrellitas de oro, y llegaban hasta el suelo. Encima de
las armas traia un ferreruelo á la francesa de brocado negro raso,
y en el brazo un broquelete redondo, ribeteado de oro: el sombrero
era blanco y adornado de muchas plumas. Venian con él cinco pages
vestidos de seda y brocado, y montados en caballos con riquísimos
jaeces: asimismo le acompañaban ciertos gentiles-hombres de su pais
suntuosamente ataviados. Acercándose el Conde, saludó con aire cortés
y caballeresco, primero á la Reina y á la Infanta, y despues al Rey.
La Reina le recibió muy benignamente, alabando su valerosa conducta
en el asalto de Loja; y como le consolase por la pérdida de sus
dientes, respondió el Lord: “que Dios que habia hecho toda aquella
fábrica, quiso abrir alli una ventana para ver mejor lo que pasaba
dentro[51].” Siguió el discreto Lord un rato al lado de la real
familia, cumplimentando á todos con discursos muy corteses, haciendo
corbetas con su caballo, y saltando de una parte á otra con tanta
gracia, que á todos pareció bien; y asi los Reyes como los grandes,
quedaron admirados tanto de la magnificencia de su porte, como de su
destreza en el manejo[52].
 
[51] Pietro Martyr, Epist. 61.
 
[52] Cura de los Palacios.
 
La Reina, reconocida á los servicios de este bizarro inglés, le envió
muchos ricos dones; entre otras cosas doce caballos, una tienda
de campaña magnífica, dos camas de ropa guarnecidas, la una con
paramentos de oro, y mucha ropa blanca[53].
 
[53] La relacion de este acontecimiento, y de los festejos que se
hicieron á la Reina por su venida al real, se halla con alguna
variedad en el MS. del Cura de los Palacios. El Conde inglés no
vuelve á figurar en esta guerra. De las historias resulta, que en
el discurso de este año regresó á Inglaterra; que despues, pasó á
Francia á la cabeza de 400 voluntarios para auxiliar á Francisco,
duque de Bretaña, contra Luis XI, y que murió en la batalla de
san Alban, entre Bretones y Franceses.
 
[Ilustración]
 
 
 
 
CAPÍTULO XXXV.
 
_Rendicion de Moclin y otros sucesos._
 
 
Al rigor de la artillería cristiana habia cedido ya la mayor parte
de los pueblos fronterizos de Granada. El ejército del Rey, acampado
ahora delante de Moclin, se disponia á combatir esta plaza, una de
las mas fuertes de la frontera. Situada sobre un alto cerro por cuya
base pasaba un rio que la protegia por un lado, mientras por otro
le defendia un bosque espeso, se la reputaba como inexpugnable. Sus
altos muros y macizas torres dominaban todas las entradas y pasos de
las montañas inmediatas; y tal era la fuerza de su posicion, que los
moros la llamaban el Escudo de Granada.
 
Tenia Fernando particular empeño en rendir esta plaza; pues
doscientos años antes un maestre de Calatrava, con todos sus
caballeros, habia sido lanceado por los moros delante de sus puertas,
y recientemente habian hecho una carnicería cruel en las tropas del
conde de Cabra. Sentido el Rey por estas causas, hizo todas las
prevenciones necesarias para un sitio riguroso. En medio del real se
habian puesto dos montones, el uno de harina, y el otro de cebada,
que se llamaban la Alhóndiga Real; se construyeron tres baterías de
gruesa artillería, y se repartieron en diferentes puntos, alrededor
de la villa, las piezas menores y máquinas bélicas con que se
arrojaban los proyectiles.
 
Los moros, por su parte, proveyeron con igual actividad los medios de
su defensa: abrieron fosos, fortificaron los baluartes, y trasladaron
á Granada las mugeres, viejos y niños.
 
Estando todo á punto, se rompió el fuego contra la ciudadela y torres
principales con tal vigor y acierto, que en breve reconocieron
aquellos soberbios muros, tenidos por inexpugnables antes de la
invencion de la pólvora, los efectos irresistibles del cañon. No
obstante, los moros se defendieron con resolucion; reparaban las
brechas como mejor podian, y mantenian, dia y noche, un fuego bien

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