Cronica de la conquista de granada 23
Don Gutierre, movido por las instancias del moro, y entendiendo que
bajo aquel lenguage figurado, propio de su nacion, se ocultaba algun
sentido que pudiera ser importante, hizo una señal á los que estaban
presentes para que se retiráran. Quedando solo con el clavero, dijo
á éste el moro: “¿Qué me dareis si entrego en vuestras manos la
fortaleza de Zalea?”
Zalea era un lugar fuerte, que distaba de alli dos leguas, y que por
estar tan cerca, se habia hecho muy temible á los de Alhama; pues de
continuo practicaban aquellos moros ataques repentinos y emboscadas,
matando ó cautivando á los caballeros de Calatrava, que ya no podian
salir de sus muros sin mucho riesgo.
Miró don Gutierre á este traficante en fortalezas con una mezcla de
admiracion y desconfianza; y notándolo el moro, añadió: “Tengo un
hermano en la guarnicion, que por una suma competente, dará entrada
de noche en la ciudadela á vuestras tropas.”
“¿Luego por una cantidad de oro, dijo el clavero, ofreces hacer
traicion á tu pueblo y á tu fé?”
“Yo renuncio á entrambos, replicó el moro; mi madre fue una cautiva
castellana; su pueblo será mi pueblo, su religion mi religion.”
El prudente clavero, todavia desconfiaba de la sinceridad de éste que
ni bien era moro ni bien cristiano, y continuó: “¿Qué seguridad me
darás de ser conmigo mas leal, que con el alcaide de Zalea?”
“El alcaide, exclamó airado el moro, ¡es un tirano! me tiene
agraviado, y le he jurado venganza.”
“Basta, dijo don Gutierre, á tu venganza me atengo; ella me asegura
mucho mas que tu cristianismo.”
Entonces don Gutierre, reuniendo en consejo á los caballeros que
le acompañaban, les propuso la empresa de sorprender á Zalea, que
de todos fue aprobada como único medio de vengar la muerte de sus
camaradas, y borrar la afrenta que padecia la órden por su reciente
descalabro. Se despacharon espías para reconocer á Zalea y comunicar
con el hermano del moro; se ajustó la suma en que se habia de pagar
este servicio, y diéronse las demas disposiciones necesarias, para el
buen éxito de la empresa.
Venida la noche que habia señalado el moro, fueron con él cierto
número de caballeros; y estando cerca de Zalea, le ataron las
manos por detras, amenazándole con la muerte á la menor señal de
traicion. Prosiguieron entonces su camino, guiándolos el moro, y
á la media noche llegaron bajo el muro de la ciudadela. Hecha la
señal convenida, se descolgó por la muralla una escala, y subieron
por ella primero Gutierre Muñoz y Pedro de Alvarado, siguiendo á
éstos otros escuderos. Dentro ya de la ciudadela, sorprenden á los
guardas, los matan, los arrollan, y se hacen dueños de una torre.
Alarmada la guarnicion, se aperciben los moros á la defensa; pero
confusos, atemorizados y medio desnudos, tuvieron que ceder al valor
impetuoso de los caballeros de Calatrava: los mas fueron llevados á
cuchillo; los otros quedaron prisioneros. En espacio de una hora, y
con poca pérdida, se apoderaron los cristianos de la ciudadela, y á
consecuencia se sometió tambien la villa. Hallaron en los almacenes
gran cantidad de provisiones, que enviadas á Alhama, remediaron la
necesidad de aquella guarnicion.
Asi se ganó la fuerte villa de Zalea por los caballeros de Calatrava,
que con esta hazaña restauraron la gloria de su órden, algun tanto
ofuscada por el fatal encuentro que poco antes tuvieron con el Zagal.
Este peregrino suceso, ocurrió por el mismo tiempo que la toma de
Cambil y Alhabar; terminando asi prósperamente los variados eventos
de tan importante año. Fernando é Isabel se retiraron á Alcalá de
Henares, donde la Reina, el dia 16 de diciembre, dió á luz á la
Infanta Catalina, despues esposa de Enrique VIII de Inglaterra.
[Ilustración]
CAPÍTULO XXX.
_Muerte de Muley Aben Hazen, y concordia entre el Zagal y Boabdil._
El nuevo Rey de Granada, con sus proezas, con la rota del conde
de Cabra, y el destrozo de los caballeros de Calatrava, se habia
conciliado el favor del pueblo, á quien procuraba conservar en este
buen sentido con torneos, fiestas y otros regocijos públicos, á que
los moros eran en extremo apasionados. Entre tanto la experiencia
que tenia del carácter veleidoso de su nacion, le hacia temer
alguna nueva revolucion en favor de Muley Aben Hazen, su hermano
desposeido. Postrado en cama y ciego, estaba entonces este anciano
Monarca retirado en Almuñecar, donde se lisonjeaba de pasar tranquilo
el resto de su vida; pero en breves dias una órden dictada por
los recelos del Zagal, vino á turbar este sosiego, y le obligó á
trasladarse á Salobreña.
Este pequeño pueblo estaba situado en medio de un hermoso y fértil
valle, sobre un montecillo, cerca de la costa del mediterráneo. Su
defensa era un fuerte castillo, edificado por los Reyes de Granada
para depósito de sus tesoros. Aqui tambien enviaban aquellos sus
hijos y hermanos cuya ambicion les inspiraba algun recelo; y estos
príncipes reducidos á los límites del valle, ni bien presos ni del
todo libres, pasaban la vida entregados al ócio y á los placeres,
gozando de un cielo el mas sereno, de un clima suave, y de un pais
delicioso. Su palacio estaba adornado de muchas fuentes, floridos
jardines y baños perfumados: la música y el baile hacian transcurrir
las horas; y en fin, cuantos deleites podian proporcionar el arte y
la naturaleza, se les permitia sin restriccion. Nada se les habia
negado sino solo la libertad; y á no faltar ésta, fuera aquella
morada un paraiso verdadero.
Apenas llegó aqui el viejo Aben Hazen, se agravó su enfermedad,
y pasados pocos dias pagó el tributo á la naturaleza. Este
acontecimiento nada tenia de extraño; pues ya tiempo hacia que estaba
extinguiéndose en él la llama de la vida: pero las medidas que
inmediatamente tomó el Zagal, despertaron las sospechas del público.
Apoderándose con prisa poco decorosa de los tesoros del difunto,
los mandó conducir á Granada, y se los apropió en perjuicio de sus
sobrinos. La sultana Fátima y sus dos hijos, fueron encerrados en la
torre de Comáres; la misma que, á instancias suyas, habia sido en
otro tiempo prision de la virtuosa sultana Aixa la Horra, y de su
hijo Boabdil. El cuerpo del viejo Aben Hazen fue tambien trasladado
á Granada, pero no con la pompa que exigia la consideracion de haber
sido un Monarca poderoso, sino conducido ignominiosamente en una
mula. Sus restos fueron llevados á la sepultura por dos cautivos
cristianos, sin ninguna manera de honras fúnebres, y depositados en
el Osario real[42].
[42] Cura de los Palacios, cap. LXXVII.
Apenas se supo en Granada la muerte de Aben Hazen, empezó el pueblo
á lamentar su pérdida y á exaltar sus virtudes. Confesaban que habia
sido soberbio y cruel, pero tambien habia sido valiente: no negaban
ser él la causa de la guerra en que estaban empeñados, pero tambien
veian que para él habia sido mas funesta que para ninguno. En una
palabra, estaba muerto; y con su muerte olvidaron todos sus defectos.
Á medida que dejaban de odiar á Aben Hazen, iban aborreciendo al
Zagal. La muerte misteriosa del anciano Rey, el afan de apoderarse
de sus tesoros, el abandono escandaloso de su cadáver y la prision
de la sultana, todo llenó de sospechas los ánimos del pueblo, en
cuyos murmullos iba el nombre del Zagal acompañado con el dictado de
fratricida.
Entonces fue cuando los granadinos, que no se hallaban sin un
ídolo á quien adorar, empezaron á informarse de la suerte del
Rey chico Boabdil. Este desgraciado príncipe vivia á la sazon en
Córdoba, protejido por la amistad del Rey Fernando. La mudanza de la
opinion pública en Granada, y el ascendiente que iban tomando sus
partidarios, le animó á levantar de nuevo su estandarte; y el Rey
Católico, interesado en fomentar las divisiones de los moros, le
auxilió con armas y tesoros. Asi pudo Boabdil establecer el simulacro
de una corte en Velez el blanco, ciudad fuerte en los confines de
Murcia, donde permaneció dando tiempo al tiempo, y esperando que la
fortuna le restituyese al trono de sus abuelos.
En efecto, la aceptacion popular del Zagal habia ido á menos desde la
muerte de su hermano: se habian reanimado los partidos del Albaicin
y de la Alhambra, y ardia la infeliz Granada en disensiones civiles,
manchándose sus calles diariamente con la sangre de sus hijos. En
tal estado de cosas se levantó entre los moros Hamet Aben Zarrax,
denominado el santo; el mismo que en otra ocasion habia pronosticado
los males de Granada. “¡Musulmanes!, exclamó este lúgubre adivino,
guardaos de hombres que quieren mandar y no saben defender: dejad
ya de mataros por el Chico ni por el Zagal: renuncien vuestros
Reyes á sus contiendas, y únanse para la salvacion de la pátria,
ó sean entrambos desposeidos.” Las palabras del santon fueron
recibidas como emanadas de un oráculo. Al punto entraron en consejo
los ancianos y alfaquís, para deliberar sobre el modo de concertar
á los dos Reyes; y habiendo acordado dividir entre ellos el reino,
dieron al Zagal las ciudades de Granada, Málaga, Velez-málaga,
Almería, Almuñecar y sus dependencias; dejando á Boabdil con todo lo
demas. Entre las ciudades concedidas á este último, se hizo mencion
particular de la de Loja; estipulándose que inmediatamente pasaria
allá Boabdil á tomar en persona el mando; pues el favor que tenia con
el Rey católico, juzgaban seria un motivo para que éste no llevase á
efecto la intencion que tenia de atacar aquella plaza.
El prudente Zagal accedió á este arreglo; y vendiendo como virtud
lo que solo era necesidad, envió á su sobrino una diputacion,
invitándole á ratificar un convenio en que le cedia la mitad del
reino, para que unidos los dos amistosamente, acudiesen al socorro
de la pátria. Boabdil, aunque repugnaba toda confederacion con un
hombre á quien miraba como enemigo de su casa, y usurpador de sus
estados, admitió la oferta que se le hacia de la mitad del reino,
sin renunciar por eso el derecho absoluto que juzgaba tener al todo.
Establecida esta concordia, se dispuso á partir para Loja. Al tiempo
de montar á caballo, se le presentó Hamet Aben Zarrax. “Seais fiel á
la pátria y á la fé, le dijo el santon, no tengais mas comunicacion
con los cristianos; que os están minando la tierra bajo los pies. De
dos cosas solo podeis ser una, ó Rey ó esclavo; mirad cual escogeis.”
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