2016년 1월 25일 월요일

Letras Obras Completas 12

Letras Obras Completas 12


Pero el aspecto del monstruo no recordaba en nada el del hombre. Estaba
acurrucado sobre sus miembros posteriores, y debía andar apoyándose en
su fuerte cola; sus brazos grotescos y cortos, en lugar de caer en el
reposo, a lo largo de los costados, parecían restos de manos, sino dedos
unidos directamente a los puños, dedos desunidos y larguísimos, más
largos que los brazos, al parecer, y semejantes a tentáculos. Sobre, la
cara, nada de pelos; una piel descolorida y pálida que me hacía pensar
en una cabeza de ternero pelada. Los ojos redondos, ligeramente
salientes y metidos, sin párpados visibles en las órbitas prominentes.
En lugar de nariz, dos hoyos profundos de donde salía vapor; abajo, la
raja desmesurada de una boca de reptil provista de muchos dientes agudos
que no llegaban a cubrir los labios delgados y córneos. En las comisuras
de los labios, que se juntaban casi a las orejas movibles y minúsculas,
salía un poco de saliva. El mentón no existía, o desaparecía bajo los
lisos repliegues de pellejo blando que había sobre el cuello y la parte
superior del tronco. Después, por dos veces, los párpados se agitaron, y
velaron un instante los ojos, blancos, tenues, casi diáfanos, como los
de las serpientes o de los pájaros».
 
Poco a poco, Vénasque llega a hacerse vagamente comprender por señas de
algunos de los monstruos. Mas el ingeniero Ceintras se vuelve loco, y,
una vez que han podido penetrar en el imperio subterráneo de los
habitantes del Polo, si Vénasque tiene tiempo para observar un sistema
de gobierno, una ciencia y una vida social singulares, su compañero,
armado de una carabina, asesina una cantidad increíble de
antroposaurios; el paso de los dos humanos ha sido una catástrofe en ese
mundo recóndito. El loco se pierde entre los hielos, una vez salido de
las entrañas de la tierra; y Vénasque puede aún escribir su relación
antes de la inevitable desaparición. Ese es el resumen de la obra.
 
* * * * *
 
Desde luego, como he dicho, el libro interesa. Desgraciadamente, en lo
mejor de la narración, un diálogo que se quiere hacer espiritual, la
cosa parisiense, la «blague» bulevardera, descompone la tensión curiosa
del que lee. Algunas descripciones del novelista hacen pensar en otros
autores. La luz producida por una fuerza especial que maneja un sabio
tan solamente dedicado a eso, recuerda el «vril» de la también
subterránea «raza futura» de lord Lytton. La labor de los polares y
hasta su superdesarrollado cerebro, tienen más de un punto de semejanza
con los selenitas y con los marcianos de dos novelas de Wells muy
conocidas. A pesar de todo, me ha complacido le lectura de este volumen,
que no tiene nada que ver con el adulterio y el apachismo ambientes, y
cuyo autor busca en problemas científicos atrayentes como las más bien
urdidas fábulas, un tema que hace pensar y mantiene la atención viva.
 
 
 
 
HÉRCULES Y DON QUIJOTE
 
 
Un notable escritor y poeta, que por cierto es de la familia de
Castelar--me refiero a don Mariano Miguel de Val, dice lo siguiente:
 
«Es un libro que está por hacerse, a pesar de lo agotado que parecía el
tema: Hércules y Sileno, precursores del valeroso hidalgo Don Quijote y
de su escudero Sancho. Hércules, libertador de los oprimidos, amparo de
los débiles, castigo de los tiranos y espanto de los monstruos, tiene
tales analogías con el ingenioso hidalgo de la Mancha, que hasta la
protección de Palas Atenea, diosa de la sabiduría, parece sentar el
principio de que también al hijo adulterino de Júpiter le sorbieron el
seso los libros, más o menos de caballerías.»
 
La comparación de Don Quijote con Hércules me parece nueva e ingeniosa.
La de Sancho y Sileno la había hecho ya el gran Hugo en un capítulo de
su _William Shakespeare_.
 
«En Cervantes--dice--, un recién llegado entrevisto en Rabelais, hace
decididamente su entrada: es el buen sentido. Se le ha percibido en
Panurgo, se le ve de lleno en Sancho. Llega como el Sileno de Plauto, y
él también puede decir: Soy el Dios montado sobre un asno.»
 
El señor de Val busca los puntos de semejanza en los dos héroes.
Hércules, en su destierro, condenado por Anfitrión, rey de Tebas,
haciendo vida pastoril, y don Quijote, enamorado y poeta, en Sierra
Morena. En las «salidas» hubo indudablemente muchos «trabajos»; las
aventuras de los molinos de viento, en la venta, lo del yelmo de
Mambrino, la liberación de los presos, el caballero del bosque, los
leones, a los cuales se pueden agregar el descenso a la cueva de
Montesinos, los batanes, los cuadrilleros, el barco encantado y tantos
otros momentos de la vida heroica del caballero de los caballeros.
 
Todo esto, desde cierto punto de vista, es comparable con las hazañas
del esposo de Deyanira. Mas, a mi entender, la psicología, digamos así,
de los dos personajes, es absolutamente distinta. Además, Don Quijote es
inseparable de Rocinante. Es el «caballero». Diríase que sin su
caballería está incompleto. Cuando no va en Rocinante hacia el heroísmo,
va en Clavileño hacia el ensueño. Hércules no cabalga. La única vez que
usa de corceles es cuando ya consumido su cuerpo por las llamas en la
cumbre del Œta, en soberbia apoteosis, y bajo su olímpico aspecto de
inmortal, asciende, por orden de Júpiter, hasta los astros, en un carro
tirado por una cuadriga:
 
Quem pater omnipotens inter cava nubila raptum
Quadrijugo curru radiantibus intulit astris.
 
Podríase comparar don Quijote, a ese respecto, con Belerofonte, con
Perseo, ambos jinetes de Pegaso y sublimes caballeros andantes.
Cervantes cita poco a Hércules. En la primera parte del _Quijote_,
cuando habla de las lecturas del héroe, dice:
 
«Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había
muerto a Roldán el encantado valiéndose de la industria de Hércules,
cuando ahogó a Anteón, el hijo de la Tierra, entre los brazos.»
 
Hércules es el prototipo de la fuerza bruta, aunque, según las palabras
de Muller, «lo heroico-ideal está expresado con la mayor fuerza en
Hércules, quien fué preeminentemente un héroe nacional helénico. Su
semejante bíblico es Sansón. Don Quijote es el Espíritu cabalgante, el
Ideal caballero. Otros hay que pudiéranse nombrar a su respecto: el ya
dicho Perseo, San Jorge, Santiago, Astolfo--y todo Poeta que monta en
Pegaso.
 
Don Quijote es casto. Hércules es tan lascivo como Pan. En el canto en
que Deyanira se dirige a su esposo en las _Nereidas_, de Ovidio, ella
enumera alguna de las eróticas fazañas del formidable _marcheur_. Le
habla de sus amoríos errantes y variados. «Cualquier mujer, le dice,
puede ser madre por obra tuya.» Le recuerda la violación de Angea y el
«pueblo de mujeres», nietas de Teutra, de las cuales gozó, y la tremenda
Onfalia, que afemina al beluario, y le hace hilar a sus pies como a una
esclava. Don Quijote no encuentra siquiera a Dulcinea y n se deja tentar
por la carne, siempre con el alma de hinojos ante la figura soñada.
Hércules, por fin, es el semidiós medio bandido, y don Quijote, aunque
él asegure, al compararse con don San Jorge y don San Diego y otros
caballeros canonizados, que ellos pelearon a lo divino y él a lo humano,
es un paladín medio santo.
 
¿Y Sancho y Sileno? Ya hemos visto cómo Hugo hace la comparación en su
libro sobre Shakespeare. Sancho es también inseparable de su asno.
Recordaré el párrafo del admirable capítulo:
 
«Llega como el Sileno de Plauto y él también puede decir: Soy el Dios
montado sobre un asno. La cordura en seguida, la razón muy tarda; es la
historia extrema del espíritu humano. ¿Qué de más cuerdo que todas las
religiones? ¿Qué de menos razonable? Morales verdaderas, dogmas falsos.
La cordura está en Homero y en Job; la razón, tal como debe ser para
vencer los prejuicios, es decir, completa y armada en guerra, no estará
sino en Voltaire.
 
El buen sentido no es la cordura y no es la razón. Es un poco de lo uno
y un poco de lo otro, con un matiz de egoísmo. Cervantes lo pone a
caballo sobre la ignorancia, y al mismo tiempo, acabando su irrisión
profunda, da por caballería al heroísmo la fatiga. Así muestra, en uno
después del otro, el uno con el otro, los dos perfiles del hombre y las
parodias, sin más piedad para lo sublime que para lo grotesco. El
hipógrifo llega a ser Rocinante. Detrás del personaje ecuestre,
Cervantes crea y pone en marcha el personaje asnal. Entusiasmo entra en
campaña. Ironía sigue al paso. Los altos hechos de Don Quijote, sus
espolazos, su gran lanza enderezada, son juzgados por el asno; perito en
molinos. La invención de Cervantes es magistral, hasta el punto que hay
entre el hombre tipo y el cuadrúpedo complemento, adherencia estatuaria,
el razonador como el aventurero hace un solo cuerpo con la bestia, que
le es propia, y no se puede desmontar ni a Don Quijote ni a Sancho
Panza.»
 
El asno de Sancho es silencioso y paciente, el asno de Sileno de Plauto
está dotado del don de la palabra, como el de Balaan, como el que
dialoga en Turmeda, como el que habla largamente al filósofo Kant en el
poema de Víctor Hugo. El asno ha tenido insignes cantores desde Grecia y
Roma, hasta Daniel Heinsius, hasta Hugo, hasta nuestro buen Lugones.
Cierto es que, el dulce animal de las largas orejas, además de conducir
a Sancho y a Sileno, sirvió de caballería triunfal al Señor de Amor en
su entrada a Jerusalén.
 
 
 
 
UN RECUERDO A CASTELAR
 
 
Hace poco tiempo, el señor don Adolfo Calzado, publicó un volumen que
contiene muchas cartas de Castelar, dirigidas a él--desde el año de 1868
hasta el 98--, y otras escritas a Castelar por Víctor Hugo, Renán,
Dumas, Duque de la Victoria, Mazzini, Thiers, Garibaldi y otros famosos
y gloriosos hombres de diferentes naciones.
 
El señor Calzado fué el amigo más íntimo de Castelar, y quien, sin
alardes de humillante mecenismo, ayudó pecuniariamente al gran orador,
en ocasiones en que éste necesitaba de su apoyo. Calzado, rico banquero
muy conocido en París, y al propio tiempo persona de superior cultura,
ha escogido, entre las muchas cartas que recibiera, las principales.
 
¿De qué manera--dice en el prólogo--he procedido al ordenar estas
cartas? Desde luego he hecho poco uso de aquellas cortas circulares que
me enviaba Castelar periódicamente, al mismo tiempo que a otros cuatro
amigos, las cuales dictaba a su secretario para que sacase copias de
ellas. Doy preferencia a las íntimas, porque reflejan idénticos
pensamientos con mayor espontaneidad y abandono, bien que ofrezcan el
peligro de hacerme parecer inmodesto, aceptando elogios inmerecidos y
expansiones que el lector, con su                         

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