2016년 1월 25일 월요일

Letras Obras Completas 13

Letras Obras Completas 13


Al leer la correspondencia de Castelar se ve ante todo la facilidad de
fuente que había en aquel surtidor de ideas y de cláusulas armoniosas.
Castelar en sus cartas, como en sus novelas, como en sus artículos, es
el Castelar de los discursos, es siempre el orador. Hace su frase, busca
la cadencia y el efecto, redondea su hipérbaton. Así era también en su
conversación. Y, a propósito, fué Castelar quien me presentó a su amigo
Calzado, una vez que almorzamos en su casa de la calle de Serrano. Otra
cosa que se advierte en seguida es la vehemencia meridional en todo, y
una facultad de dar en todo, un soplo de lirismo.
 
Claro que lo que principalmente preocupa al escritor se ve que es la
política, y de política tratan la mayor parte de las epístolas. Tanto
como la política española dijérase que le interesa la francesa; y se
sienten sus protestas, sus enojos, sus críticas, llenas de fogosidad. No
queda muy bien Gambetta ante sus juicios. Y cuando Castelar se exalta,
no se para en señalar hasta el defecto de ser tuerto.
 
También resalta el ingenuo y natural orgullo de quien sabía lo que era y
lo que valía. Esa águila tiene mucho de pavo real. Y la verdad es que
los oros y colores de su estilo brillan lindamente al sol. Hugo tenía
también ese conocimiento de lo desmesurado de su genio, y asimismo
mostraba su soberanía con sencillez, simplemente, como un león. Y hay
que ver el cambio de cumplimientos olímpicos entre el gran francés y el
gran español.
 
Y todo eso estaba perfectamente. Castelar no iba a dirigir sus pomposos
elogios a M. Tartampion, ni Víctor Hugo sus inciensos pontificios a Juan
de las Viñas.
 
Otra cosa que advertiréis es el trabajo formidable de aquel cerebro
excepcional. Aunque la política le quitase mucho tiempo, él se arreglaba
de modo que, mientras había libros suyos en prensa, iban sus larguísimas
y profusas correspondencias a Buenos Aires, a Montevideo, a Venezuela,
México, a Nueva York, fuera de su colaboración en diarios y revistas
europeas. Ganaba mucho dinero, es verdad; puede decirse que nadie aquí
ha sacado tanto oro de sus tinteros. Pero gastaba mucho; su vida de gran
señor y de hombre de buen gusto le costaba un dineral, y ya habéis visto
cómo Calzado cuenta que cuatro amigos tuvieron que pagar su entierro.
 
Hay en esas cartas opiniones sobre hechos y sobre gentes, sobre arte,
vida pública; paisajes rápidos, soñaciones e intenciones de poeta.
Escribe en una parte, desde Étretat:
 
«Tengo el valor de predicar a un poeta prusiano, muy amigo de Bismark,
su agente en Roma, que Alemania debe reconciliarse con Francia, como se
ha reconciliado con Italia, volviéndole Milán y Venecia. Por
consiguiente, debe volver a Francia, Metz y Estraburgo.»
 
Una tablita:
 
«Querido Adolfo: Aquí me tienes en la soledad más completa. Frente de
mis balcones se extiende el Mediterráneo, que me envía sus frescas y a
veces tempestuosas brisas; en torno de la casa una multitud de colinas
sombreadas por pinos de Italia, y en cuyas cañadas crecen las higueras,
los naranjales y las palmas.»
 
Política europea:
 
«Estoy indignado con ese bárbaro zar moscovita. Después de haber echado
los pobres servios al campo, todavía los insulta. Después de haber
convertido el ejército servio en ejército ruso, todavía escupe por el
colmillo. Ayer comí en casa de Layard con tres diputados conservadores
del Parlamento inglés. Me dijeron que Alejandro ladra, pero no muerde.»
 
Un buen párrafo para Gambetta, en Noviembre del 76:
 
«La campaña de Gambetta me admira más cada día. Es el verdadero talento
político que hay en la democracia francesa. Por él, y sólo por él,
vivirá la República. Si hoy tengo tiempo te incluiré una carta en
español para que se la traduzcas de viva voz al francés, felicitándole y
felicitándome por sus triunfos, que son también triunfos de la
democracia europea.»
 
Y en Agosto del 77, refiriéndose a un discurso pronunciado por Gambetta:
 
«Aunque he dicho a América que me había gustado el discurso de Lila, te
digo a ti que no me ha gustado nada. Cada día encuentro a ese mozo más
gárrulo y más vacío. Luego, a su altura, no se comprometen los hombres
públicos en procesos de imprenta como cualquier pelafustán de baja
talla.»
 
Después, aún hay cosas peores contra Gambetta. Un sabroso párrafo
culinario:
 
«Las últimas chucherías salen de provincias y llegarán antes de dos
días. Haced un almuerzo español. Freid las morcillas, asad las
longanizas, hervid las batatas de Málaga, coced los blancos de Elda,
desgranad las granadas; reunid a todo esto el turrón y luego preguntad
dónde se quedan Chevet y Compañía.»
 
Pues Castelar amaba como pocos los placeres de la mesa. Y ya he hablado
en uno de mis libros de ciertas perdices, regalo de la duquesa de
Medinaceli, que me hizo saborear aquel hombre glorioso de alma infantil.
 
 
 
 
JEAN ORTH Y EUGENIO GARZÓN
 
 
Jean Orth es sabido que es el archiduque austriaco, de la imperial
familia atrida, que, enamorado como un antiguo estudiante romántico, se
embarcó un día con la mujer amada en un navío de ignorada suerte. Con
rumbo a la buscada Felicidad, se esfumó en el Misterio. Y Eugenio Garzón
es el Gaucho Dandy del _Fígaro_ de París, que llegado a Lutecia de su
Uruguay nativo, tiró las boleadoras a la Fama, y la llevó de las alas a
la _garçonnière_ de la rue de Courcelles, para lanzarla a todas partes,
dando buenas nuevas propias y curiosas noticias del archiduque Juan de
Habsburgo.
 
¿El archiduque naufragó? ¿El archiduque ha sido encontrado en el Río de
la Plata? ¿El archiduque está en el Japón? Después de leer el buen
libro de Garzón sobre Jean Orth, no tenemos la certeza de nada de eso.
Quizás esto vale más, pues archiduque encontrado, leyenda acabada; y es
siempre mejor que Barbarroja esté en su ignorada gruta, haciendo
compañía probablemente a Enoch y a Elías. Y luego, yo creo que Garzón es
tan artista que ha dejado escaparse al príncipe hacia su sueño de
soledad--, quedándose con el pretexto, es natural, de escribir un bello
volumen.
 
Este tuvo el consiguiente éxito cuando apareció en castellano. A pesar
de estar escrito en nuestra lengua, tan poco leída en Europa, se habló
bastante de él en Italia, en Alemania y en Austria. La versión francesa
lo hará conocer mayormente. La crítica española le ha sido favorable, y
sus colegas y amigos de América han tenido para el autor gentiles
opiniones. Manuel Bueno proclama su «mérito indiscutible»; Emilio Mitre
reconoce el interés y la agradable literatura del libro; Eduardo Wilde
encuentra «páginas encantadoras»; Daniel Muñoz aplaude esta obra
«variada en su unidad»; García Ladevese asegura que «son los libros
escritos como _Jean Orth_ los que consuelan de la impotente literatura
de decadencia»; y Gómez Carrillo cuenta que se ha «olvidado de almorzar»
por leer _Jean Orth_. Esto que parece más bien un _prière d’insérer_, no
es sino un ramillete de justicias. Al cual yo agrego, gustoso, mis
cumplimientos.
 
* * * * *
 
Hace algún tiempo, visitando la admirable mansión de Miramar que posee
en la isla de Mallorca el archiduque Luis Salvador, vi en una capilla
construída no lejos de la legendaria gruta de Raimundo Lulio, una
estatua de mármol, simulacro de nuestra católica Virgen. En el zócalo
una inscripción recuerda las dos visitas que a Miramar hiciera la
emperatriz que tan bellas páginas inspiró a Maurice Barrès, y que el
doctor Christomanos biografiara fervorosamente. Y en tal inscripción se
ponía bajo el amparo y la protección de la Maris Stella, a la
porfirogénita viajera que en Corfú descansa en su Achilleion, frente al
monumento que consagrara a su admirado Heine, de sus errantes fatigas.
La Estrella del Mar no pudo desviar, por ley de la superioridad divina,
el arma del anarquista que, a las orillas del lago de Ginebra, hirió a
la soberana y solitaria señora. Y al leer la inscripción votiva no pude
menos que recordar a Jean Orth que, como el holandés errante, se perdió
en lo incógnito del mar sobre su barco fantasma. Tiene Garzón una
hermosa página en que los datos fatídicos se amontonan como puñales en
el proceso histórico de esa familia predestinada. Quizá poseído del
terror de su sangre, el príncipe perdido abandonó la existencia palatina
de Viena y en compañía de la hembra elegida, vestido de su pseudónimo,
se fué en busca de paz, de acción, de horas tranquilas y amorosas.
 
Su caso queda entre los enigmas de la historia. Su vida es una novela
que justamente ha tentado la pluma de un escritor de fantasía y
entusiasmo, que ha hecho juntarse en el camino de la leyenda el Río de
la Plata y el bello Danubio azul. El hallazgo del príncipe hubiera sido
una victoria periodística destructora de ilusiones; el triunfo literario
en que me ocupo deja felizmente el campo libre a la suposición y a la
imaginación.
 
El temperamento caballeresco de Garzón se aviene a maravilla con la
aventura romántica del archiduque navegante, y su habilidad de escritor
sale ufana del intento de demostrarnos la posibilidad de que actualmente
existe en alguna parte el que casi todo el mundo ha creído muerto en el
mar.
 
* * * * *
 
Contraste curioso ofrece el autor, entre estas páginas laboradas con una
firme preocupación y elegancia de estilo, y su diaria tarea de _Le
Fígaro_, en donde con períodos erizados de guarismos y de manera
concentrada y expositiva, hace la propaganda de las riquezas y de los
progresos de la América nuestra, sobre todo de la maravillosa República
Argentina. Gracias a esto, le perdonarán sus amigos de estancia y
automóvil sus apasionados devaneos con las bellas letras que no son de
cambio. El _Fígaro_ parisiense ha ganado mucho, es indudable, en nuestro
continente y en nuestro mundo hispanoparlante, con el trabajo asiduo de
su redactor platense. Y nuestras repúblicas, a su vez, han logrado por
fin tener en Europa un expositor útil y fidedigno y serio, de su
civilización y de sus elementos de riqueza y de cultura. Tanto más, que
a la propaganda simplemente comercial e industrial de la hoja cotidiana,
se agregará pronto la social y artística en _Le Figaro Illustré_.
 
Amigo de las elegancias y de las distinciones, alejado de los
murmuradores charlatanes y de los folicularios de países latinos que abundan en las colonias de París, puede Garzón entretener sus vagares de mundano, escribiendo con pluma fina libros como su _J                         

댓글 없음: