2016년 1월 25일 월요일

Letras Obras Completas 9

Letras Obras Completas 9


La publicación de esa obra excelente se debe a Barbey d’Aurevilly y a
Tributien. «No sé por qué, dice ella, en mí el escribir es como en la
fuente correr.» La vida de su hermano en París la inquieta. Sobre todo,
sus decaimientos de fe. Comenzaba a aparecer en Mauricio el
despertamiento pagano. Pan se le había revelado y su oído oía en la
sonora tierra el galope del antiguo centauro. Piensa su hermana en
casarlo. Él se enamora de Mlle. de Bayne, pero le rehusan la mano de tal
señorita. Enfermo, retorna al Cayla, en donde se repone.
 
Vuelto a París, un nuevo amor le consuela, y logra casarse con una joven
originaria de Batavia, que le adora. Pero la tisis ha hecho presa ya de
él.
 
Así regresa al dominio paterno. Eugenia, estoicamente cristiana, viendo
perdido el cuerpo, se dedica más que nunca a la cura del espíritu. Logra
su objeto y muere Mauricio en la absoluta fe católica. Ella continuará
hablando con el ausente, con quien espera juntarse por siempre en la
inmortalidad. «Del Calvario al cielo el camino no es largo. La vida es
corta, y ¿qué haríamos de la eternidad sobre la tierra?»
 
Su pensamiento no se separará nunca de su hermano. «Él y yo eramos los
dos ojos de una misma frente.» No cesará de rezar por él, de
encomendarlo a Dios. «Bueno es llorar, pero no sin la plegaria. La
plegaria es el rocío del purgatorio.» Luego, continuará su misión de
dulcificadora de almas, con Barbey d’Aurevilly, íntimo amigo de
Mauricio. Del dandy byroniano y un tanto satánico que era entonces el
Condestable, hizo ella el paladín católico, el caballero de la Iglesia.
«Es, pues, dice Colleville, un hecho, que el novelista, el crítico, el
pensador, ha sido después de su conversión el servidor más decidido y
más convencido de la Iglesia romana, y que es ciertamente a Eugenia a
quien se debe esa milagrosa conversión.»
 
El dolor que le causó la pérdida de su hermano hízola hasta pensar
entrar en religión; mas su deber de hija le impidió realizar esos
propósitos. Y así bien queda la frase del crítico inglés en que la llama
la Antígona cristiana. «Sin mi padre yo iría tal vez a juntarme con las
hermanas de San José a Argel. Al menos, mi vida sería útil. ¿Qué hacer
ahora? Mi vida la había entregado a ti, mi pobre hermano. Tú me decías
que no te dejara nunca. En efecto, he permanecido cerca de ti hasta
verte morir. ¿Qué voy a buscar ahora en las criaturas? Reposar en un
pecho humano, ¡ay! Yo he visto cómo nos lo quita la muerte. Mejor
apoyarme, Jesús, sobre vuestra corona de espinas. ¡Cuántas veces he
soñado ser hermana de caridad para encontrarme cerca de los moribundos
que no tienen ni hermana ni familia! Hacer veces de todo lo que les
falta de amoroso, cuidar sus sufrimientos y hacerlos volver el alma a
Dios. ¡Oh, bella vocación de mujer, que a menudo he envidiado! Pero ni
esa ni otra: todas están cortadas.»
 
Y en otra parte:
 
«No comprendo cómo las mujeres que no tienen piedad no mueren todas
locas. ¿Qué llegar a ser bajo tantas impresiones destructoras? Todo nos
es hierro y fuego, nos rasga o nos quema, pobres mujeres que somos.»
 
En verdad, es una santa. El _tota in utero_ se convierte toda en
espíritu. Para ella no existieron los goces de la carne. A su hermano
tocaron las tempestades de la duda, las negruras de la incertidumbre y
la furia misteriosa de los sentidos, la savia pánica. «Yo he anudado mis
brazos alrededor del busto del centauro y del cuerpo del héroe y del
tronco de las encinas. Mis manos han tocado las rocas, las aguas, las
plantas innumerables y las más sutiles impresiones del aire.» Sobre la
floresta sonora en que Mauricio se compenetra con el monstruo divino,
como la paloma blanca de las leyendas sagradas, el alma de Eugenia voló
al cielo.
 
 
 
 
ARTHUR SYMONS «RETRATOS INGLESES»
 
 
Para el público nuestro habré de decir que Arthur Symons es un poeta y
escritor inglés. Su obra es ya considerable. Comienza a ser conocido en
Francia gracias a recientes traducciones, no obstante el haber sido
desde los buenos tiempos del simbolismo amigo y propagador de Verlaine,
de Mallarmé, de Verhaeren, de los iniciadores de aquel movimiento. Él
hizo pasar el Canal de la Mancha al Pauvre Lelian, para dar conferencias
que le valieron algunas libras. Verlaine no olvidó nunca a su amigo
inglés, y, ya en sus últimos años, recuerdo que escribió un estudio
sobre un volumen de poesías en que Symons rima cosas de Francia.
 
Para mí, Symons es atrayente desde que, hace años, me entusiasmaron sus
esfuerzos por la Belleza en su inolvidable _Savoy_, el magazin
intelectual tan refinado que él dirigía, acompañado por aquel prodigioso
artista que se llevó la muerte demasiado temprano, y que tuvo por nombre
Aubrey Beardsley. En esa publicación leí por primera vez prosas y versos
de Symons, el cual llevó a colaborar en su revista a lo más brillante de
la juventud literaria del momento. El mismo Aubrey Beardsley publicó
allí los capítulos de su inconcluso y deleitosamente alucinante _Under
the hill_; y sus dibujos allí aparecidos junto con los del _Yellow
Book_, están entre los mejores de toda su producción. Esas revistas
excepcionales, para un público restricto, no podían tener larga vida.
Hoy se las disputan los coleccionistas.
 
La traducción que acaba de hacerse en francés de los _Portraits_ de
Symons, pone de actualidad esa simpática figura de aristócrata del
arte,--aunque estas dos palabras parezcan una redundancia, una vez que
el arte es excelencia y por lo tanto aristocracia. ¿Se ha de llamar
crítica a las opiniones y maneras de ver de un poeta? Pasa la palabra
porque no hay otra para la comprensión de la generalidad. Los «Retratos
Ingleses» están hechos con una intensidad que llama a la admiración, y
que no recuerdan otras maneras e interpretaciones anteriores. Es que
Symons, por la virtud de su genio poético, se compenetra con el alma de
los modelos, y va a buscarles, él sabe en qué rincón de sus florestas
mentales, cuervo, paloma, unicornio o león.
 
Fuera de los retratos, hay en el volumen algunas apreciaciones estéticas
aparte, como las páginas en que trata «del hecho en literatura» y sobre
«lo que es la poesía». No dejarán de sentirse contrariados por lo que
posiblemente llamarían arranques paradógicos, los acostumbrados a los
juicios ya hechos y a canónicos modos de ver. Paradoja se dirá cuando se
lea por ejemplo: «La invención de la imprenta ha contribuído a la ruina
de la literatura». O bien: «El diario es el flagelo, la peste negra del
mundo moderno.» Mas mirad bien los desarrollos de las postulaciones. La
paradoja ha sido en todos los tiempos propia de alados espíritus. Fijaos
hoy mismo en España: dos, tres, cuatro, de sus principales hombres de
letras diríase que no escriben sino paradojas. Mirad bien en Symons los
desarrollos de las postulaciones: «La invención de la imprenta ha
contribuído a la ruina de la literatura». ¿Por qué? los trabajos de los
copistas y la memoria de los hombres, no fatigada todavía con un relleno
excesivo, preservaron toda la literatura que lo merecía. Las obras que
era preciso saber de memoria, o que eran copiadas por mano lenta y
cuidadosa, no se prodigaban a las gentes que no las querían; quedaban en
manos de los hombres de gusto. El primer libro abrió la vía al primer
periódico, y un periódico es algo destinado al olvido y aun a la
destrucción. Con la destrucción querida de la obra impresa, el respeto
por la literatura se desvaneció, y se acabó por emplear un mismo
término para designar un poema y las «noticias del día». Del mismo modo,
lo que antes hubiera sido un arte para algunos, llega a ser un oficio
para una multitud; y mientras que en la pintura, la escultura, la
música, el simple hecho de producir significa generalmente un ensayo de
producción artística, el empleo de las palabras impresas y escritas ha
llegado necesariamente a no tener más importancia que lo que, según el
decir de un poeta español, es «el cacareo del animal humano» (?). Tales
razonamientos explican lo cortante de las afirmaciones, y dan a entender
que se trata de un criterio que abomina la casilla y la peluca. Muy
justamente ha dicho de Symons Andrés Ruyters que «tiene en el movimiento
intelectual inglés un lugar considerable, menos a causa de la influencia
que bien quiere ejercer, que porque posee en el más alto grado ese don
de animación que hace de la crítica, no una fría policía literaria, sino
una viva y ardiente interpretación». En efecto, no veo entre todos los
críticos conocidos ninguno que más libremente se coloque en el ambiente
del arte puro. Queda aparte la mecánica literaria y aun la
contraposición de ideas que darían a entender un sectarismo cualquiera.
A través de la arquitectura de la obra, va directamente a la psique
productora, y define su tipo y la atmósfera mental en que se produce.
 
Los «portraits» no están recargados por el detalle documentario; la
vitalidad interior de la figura es completa. He ahí que se presentará a
Thomas de Quincey, conocido tan solamente en Europa después de la
publicación de los _Paraísos artificiales_, de Baudelaire, y cuyas
_Confesiones_, de lo más interesante que para el estudio de la anomalía
cerebral puede encontrarse. Symons nos explica el motivo intelectual de
su fatigoso procedimiento narrativo, y da el buen consejo de leerlo «con
paciencia, raramente y por fragmentos». Para quien haya leído las
páginas autobiográficas del famoso comedor de opio, no serán sino de un
valor concentrativo incomparable las siguientes palabras del
psicólogo-poeta: «Escribe ciertamente por el placer de escribir, y
también para desembarazarse de todas las telarañas que obscurecen su
cerebro. Su espíritu es fino, pero sin dirección; sus nervios vibran de
sensaciones mórbidas y ellos hablan en todas sus obras. Es un hombre de
ciencia fuera del mundo, un hombre que se interesa a su espíritu en sí
mismo, y no porque es el suyo; tiene el ideal del sabio, de un estilo
separado de lo que expresa. «Tal la personalidad pensante y escribiente
de quien tenía como la única miseria sin descanso... «el fardo de lo
incomunicable.»
 
Del yanqui Hawthorne expresa el sentido casuístico, y colócale de par
con Tolstoï, como el único novelista del alma: «Obsedido por lo que es
obscuro, peligroso, en los confines del bien y del mal, por lo que es
realmente anormal, si debemos aceptar la humana naturaleza como una cosa
establecida entre los límites de la responsabilidad y de la conciencia
de las relaciones sociales.» No hay poco de parentesco íntimo con Poe
en el autor de _Twice-Told Tales_, sin tener las alas arcangélicas y el
profundo y transcendente sentido matemático. Mas Baudelaire, por el lado
del pecado, habría simpatizado también con él. Así Barbey. De tal manera
he pensado siempre en Hawthorne al ver, por ejemplo, aquella aguafuerte
de Rops para _Las Diabólicas_, que hay en _Le bonheur dans le crime_.
Evocación del vínculo que en la obra hawthorniana une a Miriam y
Donatello, a Hester y a Arthur Dimmesdale.
 
Otro retrato es el de William Morris, el poeta y poetizador de la vida.
«Era el tipo perfecto del artista, y no contento con trabajar en su
propio oficio, la poesía, extendió los principios del arte a una
muchedumbre de técnicas secundarias, la tapicería, la decoración de
muros, la imprenta, que él aprendió, como los artistas del Renacimiento

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