2015년 9월 1일 화요일

Niebla Nivola 10

Niebla Nivola 10


Es que no le gusta la música?
 
Ni pizca, se lo aseguro.
 
«Liduvina tiene razónpensó Augusto; ésta después que se case, y si
el marido la puede mantener, no vuelve a teclear un piano.» Y luego,
en voz alta:
 
Como es voz pública que es usted una excelente profesora...
 
Procuro cumplir lo mejor posible con mi deber profesional, y ya que
tengo que ganarme la vida...
 
Eso de tener que ganarte la vida...empezó a decir don Fermín.
 
Bueno, bastainterrumpió la tía; ya el señor don Augusto está
informado de todo...
 
¿De todo? ¿De qué?preguntó con aspereza y con un lijerísimo ademán
de ir a levantarse Eugenia.
 
Sí, de lo de la hipoteca...
 
¿Cómo?exclamó la sobrina poniéndose en pie. Pero ¿qué es esto, qué
significa todo esto, a qué viene esta visita?
 
Ya te he dicho, sobrina, que este señor deseaba conocerte... Y no te
alteres así...
 
Pero es que hay cosas...
 
Dispense a su señora tía, señoritasuplicó también Augusto
poniéndose a su vez en pie, y lo mismo hicieron los tíos; pero no ha
sido otra cosa... Y en cuanto a eso de la hipoteca y a su abnegación
de usted y amor al trabajo, yo nada he hecho para arrancar de su
señora tía tan interesantes noticias; yo...
 
Sí, usted se ha limitado a traer el canario unos días después de
haberme dirigido una carta...
 
En efecto, no lo niego.
 
Pues bien, caballero, la contestación a esa carta se la daré cuando
mejor me plazca y sin que nadie me cohiba a ello. Y ahora vale más
que me retire.
 
¡Bien, muy bien!exclamó don Fermín. ¡Esto es entereza y libertad!
¡Esta es la mujer del porvenir! ¡Mujeres así hay que ganarlas a puño,
amigo Pérez, a puño!
 
¡Señorita...!suplicó Augusto acercándose a ella.
 
Tiene usted razóndijo Eugenia, y le dio para despedida la mano, tan
blanca y tan fría como antes y como la nieve.
 
Al dar la espalda para salir y desaparecer así los ojos aquéllos,
fuentes de misteriosa luz espiritual, sintió Augusto que la ola de
fuego le recorría el cuerpo, el corazón le martillaba el pecho y
parecía querer estallarle la cabeza.
 
¿Se siente usted malo?le preguntó don Fermín.
 
¡Qué chiquilla, Dios mío, qué chiquilla!exclamaba doña Ermelinda.
 
¡Admirable! ¡majestuosa! ¡heroica! ¡una mujer! ¡toda una
mujer!decía Augusto.
 
Así creo yoañadió el tío.
 
Perdone, señor don Augustorepetíale la tía, perdone; esta
chiquilla es un pequeño erizo; ¡quién lo había de pensar!...
 
Pero ¡si estoy encantado, señora, encantado! ¡Si esta recia
independencia de carácter, a mí, que no le tengo, es lo que más
me entusiasma!; ¡si es ésta, ésta, ésta y no otra la mujer que yo
necesito!
 
¡Sí, señor Pérez, sídeclamó el anarquista; ésta es la mujer del
porvenir!
 
¿Y yo?arguyó doña Ermelinda.
 
¡Tú, la del pasado! ¡Esta es, digo, la mujer del porvenir! ¡Claro,
no en balde me ha estado oyendo disertar un día y otro sobre la
sociedad futura y la mujer del porvenir; no en balde la he inculcado
las emancipadoras doctrinas del anarquismo... sin bombas!
 
¡Pues yo creodijo de mal humor la tíaque esta chicuela es capaz
hasta de tirar bombas!
 
Y aunque así fuera...insinuó Augusto.
 
¡Eso no! ¡eso no!el tío.
 
Y ¿qué más da?
 
¡Don Augusto! ¡Don Augusto!
 
Yo creoañadió la tíaque no por esto que acaba de pasar debe usted
ceder en sus pretensiones...
 
¡Claro que no! Así tiene más mérito.
 
¡A la conquista, pues! Y ya sabe usted que nos tiene de su parte y
que puede venir a esta su casa cuantas veces guste, y quiéralo o no
Eugenia.
 
Pero, mujer, ¡si ella no ha manifestado que le disgusten las
venidas acá de don Augusto!... ¡Hay que ganarla a puño, amigo, a
puño! Ya irá usted conociéndola y verá de qué temple es. Esto es todo
una mujer, don Augusto, y hay que ganarla a puño, a puño. ¿No quería
usted conocerla?
 
Sí, pero...
 
Entendido, entendido. ¡A la lucha, pues, amigo mío!
 
Cierto, cierto, y ahora ¡adiós!
 
Don Fermín llamó luego aparte a Augusto, para decirle:
 
Se me había olvidado decirle que cuando escriba a Eugenia lo haga
escribiendo su nombre con jota y no con ge, Eujenia, y del Arco con
ka: Eujenia Domingo del Arko.
 
Y ¿por qué?
 
Porque hasta que no llegue el día feliz en que el esperanto sea la
única lengua, ¡una sola para toda la humanidad!, hay que escribir el
castellano con ortografía fonética. ¡Nada de ces! ¡guerra a la ce!
Za, ze, zi, zo, zu con zeda, y ka, ke, ki, ko, ku con ka. ¡Y fuera
las haches! ¡La hache es el absurdo, la reacción, la autoridad, la
edad media, el retroceso! ¡Guerra a la hache!
 
¿De modo que es usted foneticista también?
 
¿También? ¿por qué también?
 
Por lo de anarquista y esperantista...
 
Todo es uno, señor, todo es uno. Anarquismo, esperantismo,
espiritismo, vegetarianismo, foneticismo... ¡todo es uno! ¡Guerra
a la autoridad! ¡guerra a la división de lenguas! ¡guerra a la vil
materia y a la muerte! ¡guerra a la carne! ¡guerra a la hache! ¡Adiós!
 
Despidiéronse y Augusto salió a la calle como alijerado de un gran
peso y hasta gozoso. Nunca hubiera presupuesto lo que le pasaba
por dentro del espíritu. Aquella manera de habérsele presentado
Eugenia la primera vez que se vieron de quieto y de cerca y que se
hablaron, lejos de dolerle, encendíale más y le animaba. El mundo le
parecía más grande, el aire más puro y más azul el cielo. Era como
si respirase por vez primera. En lo más íntimo de sus oídos cantaba
aquella palabra de su madre: ¡cásate! Casi todas las mujeres con que
cruzaba por la calle parecíanle guapas, muchas hermosísimas y ninguna
fea. Diríase que para él empezaba a estar el mundo iluminado por
una nueva luz misteriosa desde dos grandes estrellas invisibles que
refulgían más allá del azul del cielo, detrás de su aparente bóveda.
Empezaba a conocer el mundo. Y sin saber cómo se puso a pensar en la
profunda                          

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