2015년 9월 1일 화요일

Niebla Nivola 9

Niebla Nivola 9


VII
 
 
«¡Ay, Orfeo!decía ya en su casa Augusto, dándole la leche a aquél.
¡Ay, Orfeo! Di el gran paso, el paso decisivo; entré en su hogar,
entré en el santuario. ¿Sabes lo que es dar un paso decisivo? Los
vientos de la fortuna nos empujan y nuestros pasos son decisivos
todos. ¿Nuestros? ¿Son nuestros esos pasos? Caminamos, Orfeo mío,
por una selva enmarañada y bravía, sin senderos. El sendero nos lo
hacemos con los pies según caminamos a la ventura. Hay quien cree
seguir una estrella; yo creo seguir una doble estrella, melliza. Y
esa estrella no es sino la proyección misma del sendero al cielo, la
proyección del azar.
 
»¡Un paso decisivo! Y dime, Orfeo, ¿qué necesidad hay de que haya ni
Dios ni mundo ni nada? ¿Por qué ha de haber algo? ¿No te parece que
esa idea de la necesidad no es sino la forma suprema que el azar toma
en nuestra mente?
 
»¿De dónde ha brotado Eugenia? ¿Es ella una creación mía o soy
creación suya yo? ¿o somos los dos creaciones mutuas, ella de mí y yo
de ella? ¿No es acaso todo creación de cada cosa y cada cosa creación
de todo? Y ¿qué es creación? ¿qué eres tú, Orfeo? ¿qué soy yo?
 
»Muchas veces se me ha ocurrido pensar, Orfeo, que yo no soy, e iba
por la calle antojándoseme que los demás no me veían. Y otras veces
he fantaseado que no me veían como me veía yo, y que mientras yo
me creía ir formalmente, con toda compostura, estaba, sin saberlo,
haciendo el payaso, y los demás riéndose y burlándose de mí. ¿No te
ha ocurrido alguna vez a ti esto, Orfeo? Aunque no, porque tú eres
joven todavía y no tienes experiencia de la vida. Y además eres perro.
 
»Pero, dime, Orfeo, ¿no se os ocurrirá alguna vez a los perros
creeros hombres, así como ha habido hombres que se han creído perros?
 
»¡Qué vida ésta, Orfeo, qué vida, sobre todo desde que murió mi
madre! Cada hora me llega empujada por las horas que le precedieron;
no he conocido el porvenir. Y ahora que empiezo a vislumbrarlo me
parece se me va a convertir en pasado. Eugenia es ya casi un recuerdo
para mí. Estos días que pasan... este día, este eterno día que
pasa... deslizándose en niebla de aburrimiento. Hoy como ayer, mañana
como hoy. Mira, Orfeo, mira la ceniza que dejó mi padre en aquel
cenicero...
 
»Esta es la revelación de la eternidad, Orfeo, de la terrible
eternidad. Cuando el hombre se queda a solas y cierra los ojos
al porvenir, al ensueño, se le revela el abismo pavoroso de la
eternidad. La eternidad no es porvenir. Cuando morimos nos da la
muerte media vuelta en nuestra órbita y emprendemos la marcha hacia
atrás, hacia el pasado, hacia lo que fué. Y así, sin término,
devanando la madeja de nuestro destino, deshaciendo todo el infinito
que en una eternidad nos ha hecho, caminando a la nada, sin llegar
nunca a ella, pues que ella nunca fué.
 
»Por debajo de esta corriente de nuestra existencia, por dentro de
ella, hay otra corriente en sentido contrario; aquí vamos del ayer
al mañana, allí se va del mañana al ayer. Se teje y se desteje a un
tiempo. Y de vez en cuando nos llegan hálitos, vahos y hasta rumores
misteriosos de ese otro mundo, de ese interior de nuestro mundo. Las
entrañas de la historia son una contrahistoria, es un proceso inverso
al que ella sigue. El río subterráneo va del mar a la fuente.
 
»Y ahora me brillan en el cielo de mi soledad los dos ojos de
Eugenia. Me brillan con el resplandor de las lágrimas de mi madre.
Y me hacen creer que existo, ¡dulce ilusión! _Amo, ergo sum!_ Este
amor, Orfeo, es como lluvia bienhechora en que se deshace y concreta
la niebla de la existencia. Gracias al amor siento al alma de bulto,
la toco. Empieza a dolerme en su cogollo mismo el alma, gracias al
amor, Orfeo. Y el alma misma ¿qué es sino amor, sino dolor encarnado?
 
»Vienen los días y van los días y el amor queda. Allá dentro, muy
dentro, en las entrañas de las cosas se rozan y friegan la corriente
de este mundo con la contraria corriente del otro, y de este roce y
friega viene el más triste y el más dulce de los dolores: el de vivir.
 
»Mira, Orfeo, las lizas, mira la urdimbre, mira cómo la trama va
y viene con la lanzadera, mira cómo juegan las primideras; pero,
dime, ¿dónde está el enjullo a que se arrolla la tela de nuestra
existencia, dónde?»
 
Como Orfeo no había visto nunca un telar, es muy difícil que
entendiera a su amo. Pero mirándole a los ojos mientras hablaba
adivinaba su sentir.
 
 
 
 
VIII
 
 
Augusto temblaba y sentíase como en un potro de suplicio en su
asiento; entrábanle furiosas ganas de levantarse de él, pasearse
por la sala aquella, dar manotadas al aire, gritar, hacer locuras
de circo, olvidarse de que existía. Ni doña Ermelinda, la tía de
Eugenia, ni don Fermín, su marido, el anarquista teórico y místico,
lograban traerle a la realidad.
 
Pues sí, yo creodecía doña Ermelinda, don Augusto, que esto es lo
mejor, que usted se espere, pues ella no puede ya tardar en venir; la
llamo, ustedes se ven y se conocen y éste es el primer paso. Todas
las relaciones de este género tienen que empezar por conocerse, ¿no
es así?
 
En efecto, señoradijo como quien habla desde otro mundo Augusto,
el primer paso es verse y conocerse...
 
Y yo creo que así que ella le conozca a usted, pues... ¡la cosa es
clara!
 
No tan claraarguyó don Fermín. Los caminos de la Providencia
son misteriosos siempre... Y en cuanto a eso de que para casarse
sea preciso o siquiera conveniente conocerse antes, discrepo...
discrepo... El único conocimiento eficaz es el conocimiento _post
nuptias_. Ya me has oído, esposa mía, lo que en lenguaje bíblico
significa conocer. Y, créemelo, no hay más conocimiento sustancial y
esencial que ése, el conocimiento penetrante...
 
Cállate, hombre, cállate, no desbarres.
 
El conocimiento, Ermelinda,...
 
Sonó el timbre de la puerta.
 
¡Ella!exclamó con misteriosa voz el tío.
 
Augusto sintió una oleada de fuego subirle del suelo hasta perderse,
pasando por su cabeza, en lo alto, encima de él. Y empezó el corazón
a martillarle el pecho.
 
Se oyó abrir la puerta, y ruido de unos pasos rápidos e iguales,
rítmicos. Y Augusto, sin saber cómo, sintió que la calma volvía a
reinar en él.
 
Voy a llamarladijo don Fermín haciendo conato de levantarse.
 
¡No, de ningún modo!exclamó doña Ermelinda, y llamó.
 
Y luego a la criada al presentarse:¡Di a la señorita Eugenia que
venga!
 
Se siguió un silencio. Los tres, como en complicidad, callaban. Y
Augusto se decía: «¿Podré resistirlo? ¿no me pondré rojo como una
amapola o blanco cual un lirio cuando sus ojos llenen el hueco de esa
puerta? ¿no estallará mi corazón?»
 
Oyóse un lijero rumor, como de paloma que arranca en vuelo, un ¡ah!
breve y seco, y los ojos de Eugenia, en un rostro todo frescor de
vida y sobre un cuerpo que no parecía pesar sobre el suelo, dieron
como una nueva y misteriosa luz espiritual a la escena. Y Augusto
se sintió tranquilo, enormemente tranquilo, clavado a su asiento y
como si fuese una planta nacida en él, como algo vegetal, olvidado
de sí, absorto en la misteriosa luz espiritual que de aquellos ojos
irradiaba. Y sólo al oir que doña Ermelinda empezaba a decir a su
sobrina: «Aquí tienes a nuestro amigo don Augusto Pérez...», volvió
en sí y se puso en pie procurando sonreír.
 
Aquí tienes a nuestro amigo don Augusto Pérez, que desea conocerte...
 
¿El del canario?preguntó Eugenia.
 
Sí, el del canario, señoritacontestó Augusto acercándose a ella y
alargándole la mano. Y pensó: «¡Me va a quemar con la suya!»
 
Pero no fué así. Una mano blanca y fría, blanca como la nieve y como
la nieve fría, tocó su mano. Y sintió Augusto que se derramaba por su
ser todo como un fluido de serenidad.
 
Sentóse Eugenia.
 
Y este caballero...empezó la pianista.
 
«¡Este caballero... este caballero...pensó Augusto
rapidísimamenteeste caballero! ¡Llamarme caballero! ¡Esto es de mal
agüero!»
 
Este caballero, hija mía, que ha hecho por una feliz casualidad...
   

댓글 없음: