2015년 9월 1일 화요일

Niebla Nivola 5

Niebla Nivola 5



Entonces, ¿qué más da distraerse de un modo o de otro?
 
Hombre, de jugar, jugar bien.
 
¿Y por qué no jugar mal? ¿Y qué es jugar bien y qué jugar mal? ¿Por
qué no hemos de mover estas piezas de otro modo que como las movemos?
 
Esto es la tesis, Augusto amigo, según tú, filósofo conspicuo, me
has enseñado.
 
Bueno, pues voy a darte una gran noticia.
 
¡Venga!
 
Pero, asómbrate, chico.
 
Yo no soy de los que se asombran _a priori_ o de antemano.
 
Pues allá va: ¿sabes lo que me pasa?
 
Que cada vez estás más distraído.
 
Pues me pasa que me he enamorado.
 
Bah, eso ya lo sabía yo.
 
¿Cómo que lo sabías...?
 
Naturalmente, tú estás enamorado _ab origine_, desde que naciste;
tienes un amorío innato.
 
Sí, el amor nace con nosotros cuando nacemos.
 
No he dicho amor, sino amorío. Y ya sabía yo, sin que tuvieras que
decírmelo, que estabas enamorado o más bien enamoriscado. Lo sabía
mejor que tú mismo.
 
Pero ¿de quién? Dime, ¿de quién?
 
Eso no lo sabes tú más que yo.
 
Pues, calla, mira, acaso tengas razón...
 
¿No te lo dije? Y si no, dime, ¿es rubia o morena?
 
Pues, la verdad, no lo sé. Aunque me figuro que debe de ser ni lo
uno ni lo otro; vamos, así, pelicastaña.
 
¿Es alta o baja?
 
Tampoco me acuerdo bien. Pero debe de ser una cosa regular. Pero
¡qué ojos, chico, qué ojos tiene mi Eugenia!
 
¿Eugenia?
 
Sí, Eugenia Domingo del Arco, Avenida de la Alameda, 58.
 
¿La profesora de piano?
 
La misma. Pero...
 
Sí, la conozco. Y ahora... ¡jaque otra vez!
 
Pero...
 
¡Jaque he dicho!
 
Bueno...
 
Y Augusto cubrió el rey con un caballo. Y acabó perdiendo el juego.
 
Al despedirse, Víctor, poniéndose la diestra, a guisa de yugo, sobre
el cerviguillo, le susurró al oído:
 
Conque Eugenita la pianista, ¿eh? Bien, Augustito, bien; tú poseerás
la tierra.
 
«¡Pero esos diminutivospensó Augusto, esos terribles diminutivos!» Y
salió a la calle.
 
 
 
 
IV
 
 
«¿Por qué el diminutivo es señal de cariño?iba diciéndose Augusto
camino de su casa. ¿Es acaso que el amor achica la cosa amada?
¡Enamorado yo! ¡Yo enamorado! ¡Quién había de decirlo...! Pero
¿tendrá razón Víctor? ¿Seré un enamorado _ab initio_? Tal vez mi
amor ha precedido a su objeto. Es más, es este amor el que lo ha
suscitado, el que lo ha extraído de la niebla de la creación. Pero
si yo adelanto aquella torre no me da el mate, no me lo da. ¿Y qué
es amor? ¿Quién definió el amor? Amor definido deja de serlo...
Pero, Dios mío, ¿por qué permitirá el alcalde que empleen para los
rótulos de los comercios tipos de letra tan feos como ése? Aquel
alfil estuvo mal jugado. ¿Y cómo me he enamorado si en rigor no
puedo decir que la conozco? Bah, el conocimiento vendrá después. El
amor precede al conocimiento, y éste mata a aquél. _Nihil volitum
quin praecognitum_ me enseñó el P. Zaramillo, pero yo he llegado a
la conclusión contraria y es que _nihil cognitum quin praevolitum_.
Conocer es perdonar, dicen. No, perdonar es conocer. Primero el
amor, el conocimiento después. Pero ¿cómo no vi que me daba mate
al descubierto? Y para amar algo, ¿qué basta? ¡Vislumbrarlo! El
vislumbre; he aquí la intuición amorosa, el vislumbre en la niebla.
Luego viene el precisarse, la visión perfecta, el resolverse la
niebla en gotas de agua o en granizo, o en nieve, o en piedra. La
ciencia es una pedrea. ¡No, no, niebla, niebla! ¡Quién fuera águila
para pasearse por los senos de las nubes! Y ver al sol a través de
ellas, como lumbre nebulosa también.
 
¡Oh, el águila! ¡Qué cosas se dirían el águila de Patmos, la que
mira al sol cara a cara y no ve en la negrura de la noche, cuando
escapándose de junto a San Juan se encontró con la lechuza de
Minerva, la que ve en lo oscuro de la noche, pero no puede mirar al
sol, y se había escapado del Olimpo!»
 
Al llegar a este punto cruzó Augusto con Eugenia y no reparó en ella.
 
«El conocimiento viene después...siguió diciéndose. Pero... ¿Qué
ha sido eso? Juraría que han cruzado por mi órbita dos refulgentes y
místicas estrellas gemelas... ¿Habrá sido ella? El corazón me dice...
¡Pero, calla, ya estoy en casa!»
 
Y entró.
 
Dirigióse a su cuarto, y al reparar en la cama se dijo: «¡Solo!
¡dormir solo! ¡soñar solo! Cuando se duerme en compañía, el sueño
debe de ser común. Misteriosos efluvios han de unir los dos cerebros.
¿O no es acaso que a medida que los corazones más se unen, más se
separan las cabezas? Tal vez. Tal vez están en posiciones mutuamente
adversas. Si dos amantes piensan lo mismo, sienten en contrario uno
del otro; si comulgan en el mismo sentimiento amoroso, cada cual
piensa otra cosa que el otro, tal vez lo contrario. La mujer sólo ama
a su hombre mientras no piense como ella, es decir, mientras piense.
Veamos a este honrado matrimonio.»
 
Muchas noches, antes de acostarse, solía Augusto echar una partida
de tute con su criado, Domingo, y mientras, la mujer de éste, la
cocinera, contemplaba el juego.
 
Empezó la partida.
 
¡Veinte en copas!cantó Domingo.
 
¡Decidme!exclamó Augusto de pronto. ¿Y si yo me casara?
 
Muy bien hecho, señoritodijo Domingo.
 
Según y conformese atrevió a insinuar Liduvina, su mujer.
 
Pues ¿no te casaste tú?le interpeló Augusto.
 
Según y conforme, señorito.
 
¿Cómo según y conforme? Habla.
 
Casarse es muy fácil; pero no es tan fácil ser casado.
 
Eso pertenece a la sabiduría popular, fuente de...
 
Y lo que es la que haya de ser mujer del señorito...agrego
Liduvina, temiendo que Augusto les espetara todo un monólogo.
 
¿Qué? La que haya de ser mi mujer, ¿qué? Vamos, ¡dilo, dilo, mujer,
dilo!
 
Pues que como el señorito es tan bueno...
 
Anda, dilo, mujer, dilo de una vez.
 
Ya recuerda lo que decía la señora...
 
A la piadosa mención de su madre Augusto dejó las cartas sobre la
mesa, y su espíritu quedó un momento en suspenso. Muchas veces su
madre, aquella dulce señora, hija del infortunio, le había dicho: «Yo
no puedo vivir ya mucho, hijo mío; tu padre me está llamando. Acaso
le hago a él más falta que a ti. Así que yo me vaya de este mundo y

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