2015년 9월 1일 화요일

Niebla Nivola 6

Niebla Nivola 6


Ah, pero se llama Eugenia y es maestra de piano?preguntó la
cocinera.
 
Sí, ¿pues?
 
¿La que vive con unos tíos en la Avenida de la Alameda, encima del
comercio del señor Tiburcio?
 
La misma. ¿Qué, la conoces?
 
Sí... de vista...
 
No, algo más, Liduvina, algo más. Vamos, habla; mira que se trata
del porvenir y de la dicha de tu amo...
 
Es buena muchacha, sí, buena muchacha...
 
Vamos, habla, Liduvina... ¡por la memoria de mi madre!...
 
Acuérdese de sus consejos, señorito. Pero ¿quién anda en la cocina?
¿A que es el gato?...
 
Y levantándose la criada, se salió.
 
¿Y qué, acabamos?preguntó Domingo.
 
Es verdad, Domingo, no podemos dejar así la partida. ¿A quién le
toca salir?
 
A usted, señorito.
 
Pues allá va.
 
Y perdió también la partida, por distraído.
 
«Pues, señorse decía al retirarse a su cuarto, todos la conocen;
todos la conocen menos yo. He aquí la obra del amor. ¿Y mañana? ¿Qué
haré mañana? ¡Bah! A cada día bástele su cuidado. Ahora, a la cama.»
 
Y se acostó.
 
Y ya en la cama siguió diciéndose: «Pues el caso es que he estado
aburriéndome sin saberlo, y dos mortales años... desde que murió
mi santa madre... Sí, sí, hay un aburrimiento inconsciente. Casi
todos los hombres nos aburrimos inconscientemente. El aburrimiento
es el fondo de la vida, y el aburrimiento es el que ha inventado
los juegos, las distracciones, las novelas y el amor. La niebla
de la vida rezuma un dulce aburrimiento, licor agridulce. Todos
estos sucesos cotidianos, insignificantes; todas estas dulces
conversaciones con que matamos el tiempo y alargamos la vida, ¿qué
son sino dulcísimo aburrirse? ¡Oh, Eugenia, mi Eugenia, flor de mi
aburrimiento vital e inconsciente, asísteme en mis sueños, sueña en mí
y conmigo!»
 
Y quedóse dormido.
 
 
 
 
V
 
 
Cruzaba las nubes, águila refulgente, con las poderosas alas
perladas de rocío, fijos los ojos de presa en la niebla solar,
dormido el corazón en dulce aburrimiento al amparo del pecho forjado
en tempestades; en derredor, el silencio que hacen los rumores
remotos de la tierra, y allá en lo alto, en la cima del cielo, dos
estrellas mellizas derramando bálsamo invisible. Desgarró el silencio
un chillido estridente que decía: «_¡La Correspondencia...!_» Y
vislumbró Augusto la luz de un nuevo día.
 
«¿Sueño o vivo?se preguntó embozándose en la manta. ¿Soy águila o
soy hombre? ¿Qué dirá el papel ése? ¿Qué novedades me traerá el nuevo
día consigo? ¿Se habrá tragado esta noche un terremoto a Corcubión?
¿Y por qué no a Leipzig? ¡Oh, la asociación lírica de ideas, el
desorden pindárico! El mundo es un caleidoscopio. La lógica la pone
el hombre. El supremo arte es el del azar. Durmamos, pues, un rato
más.» Y diose media vuelta en la cama.
 
_¡La Correspondencia...!_ ¡El vinagrero! Y luego un coche, y después
un automóvil, y unos chiquillos después.
 
«¡Imposible!volvió a decirse Augusto. Esto es la vida que vuelve. Y
con ella el amor... ¿Y qué es el amor? ¿No es acaso la destilación de
todo esto? ¿No es el jugo del aburrimiento? Pensemos en Eugenia; la
hora es propicia.»
 
Y cerró los ojos con el propósito de pensar en Eugenia. ¿Pensar?
 
Pero este pensamiento se le fué diluyendo, derritiéndosele, y al poco
rato no era sino una polca. Es que un piano de manubrio se había
parado al pie de la ventana de su cuarto y estaba sonando. Y el alma
de Augusto repercutía notas, no pensaba.
 
«La esencia del mundo es musicalse dijo Augusto cuando murió la
última nota del organillo. Y mi Eugenia, ¿no es musical también?
Toda ley es una ley de ritmo, y el ritmo es el amor. He aquí que la
divina mañana, virginidad del día, me trae un descubrimiento: el amor
es el ritmo. La ciencia del ritmo son las matemáticas; la expresión
sensible del amor es la música. La expresión, no su realización;
entendámonos.»
 
Le interrumpió un golpecito a la puerta.
 
¡Adelante!
 
¿Llamaba, señorito?dijo Domingo.
 
¡Sí... el desayuno!
 
Había llamado, sin haberse dado de ello cuenta, lo menos hora y media
antes que de costumbre, y una vez que hubo llamado tenía que pedir el
desayuno, aunque no era hora.
 
«El amor aviva y anticipa el apetitosiguió diciéndose Augusto. ¡Hay
que vivir para amar! Sí, ¡y hay que amar para vivir!»
 
Se levantó a tomar el desayuno.
 
¿Qué tal tiempo hace, Domingo?
 
Como siempre, señorito.
 
Vamos, sí, ni bueno ni malo.
 
¡Eso!
 
Era la teoría del criado, quien también se las tenía.
 
Augusto se lavó, peinó, vistió y avió como quien tiene ya un objetivo
en la vida, rebosando íntimo arregosto de vivir. Aunque melancólico.
 
Echóse a la calle, y muy pronto el corazón le tocó a rebato.
«¡Callase dijo, si yo la había visto, si yo la conocía hace mucho
tiempo; sí, su imagen me es casi innata...! ¡Madre mía, ampárame!» Y
al pasar junto a él, al cruzarse con él Eugenia, le saludó aún más
con los ojos que con el sombrero.
 
Estuvo a punto de volverse para seguirla, pero venció el buen juicio
y el deseo que tenía de charlar con la portera.
 
«Es ella, sí, es ellasiguió diciéndose, es ella, es la misma, es
la que yo buscaba hace años, aun sin saberlo; es la que me buscaba.
Estábamos destinados uno a otro en armonía prestablecida; somos dos
mónadas complementaria una de otra. La familia es la verdadera célula
social. Y yo no soy más que una molécula. ¡Qué poética es la ciencia,
Dios mío! ¡Madre, madre mía, aquí tienes a tu hijo; aconséjame desde
el cielo! ¡Eugenia, mi Eugenia...!»
 
Miró a todas partes por si le miraban, pues se sorprendió abrazando
al aire. Y se dijo: «El amor es un éxtasis; nos saca de nosotros
mismos».
 
Le volvió a la realidad¿a la realidad?la sonrisa de Margarita.
 
¿Y qué, no hay novedad?le preguntó Augusto.
 
Ninguna, señorito. Todavía es muy pronto.
 
¿No le preguntó nada al entregársela?
 
Nada.
 
¿Y hoy?
 
Hoy sí. Me preguntó por sus señas de usted, y si le conocía, y
quién era. Me dijo que el señorito no se había acordado de poner la
dirección de su casa. Y luego me dio un encargo...
 
¿Un encargo? ¿Cuál? No vacile.
 
Me dijo que si volvía por acá le dijese que estaba comprometida, que
tiene novio.
 
¿Que tiene novio?
 
Ya se lo dije yo, señorito.

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