2015년 9월 1일 화요일

Niebla Nivola 8

Niebla Nivola 8



Augusto pensó en la huída, pero el amor a Eugenia le contuvo. El otro
prosiguió hablando, en esperanto también.
 
Augusto se decidió por fin.
 
No le entiendo a usted una palabra, caballero.
 
De seguro que le hablaba a usted en esa maldita jerga que
llaman esperantodijo la tía, que a este punto entraba.Y añadió
dirigiéndose a su marido:Fermín, este señor es el del canario.
 
Pues no te entiendo más que tú cuando te hablo en esperantole
contestó su marido.
 
Este señor ha recojido a mi pobre Pichín, que cayó a la calle,
y ha tenido la bondad de traérmelo. Y ustedañadió volviéndose a
Augusto¿quién es?
 
Yo soy, señora, Augusto Pérez, hijo de la difunta viuda de Pérez
Rovira, a quien usted acaso conocería.
 
¿De doña Soledad?
 
Exacto; de doña Soledad.
 
Y mucho que conocí a la buena señora. Fué una viuda y una madre
ejemplar. Le felicito a usted por ello.
 
Y yo me felicito de deber al feliz accidente de la caída del canario
el conocimiento de ustedes.
 
¡Feliz! ¿Llama usted feliz a ese accidente?
 
Para mí, sí.
 
Gracias, caballerodijo don Fermín, agregando:Rigen a los hombres
y a sus cosas enigmáticas leyes, que el hombre, sin embargo, puede
vislumbrar. Yo, señor mío, tengo ideas particulares sobre casi todas
las cosas...
 
Cállate con tu estribillo, hombreexclamó la tía. ¿Y cómo es que
pudo usted acudir tan pronto en socorro de mi Pichín?
 
Seré franco con usted, señora; le abriré mi pecho. Es que rondaba la
casa.
 
¿Esta casa?
 
Sí, señora. Tienen ustedes una sobrina encantadora.
 
Acabáramos, caballero. Ya, ya veo el feliz accidente. Y veo que hay
canarios providenciales.
 
¿Quién conoce los caminos de la Providencia?dijo don Fermín.
 
Yo los conozco, hombre, yoexclamó su señora; y volviéndose a
Augusto: Tiene usted abiertas las puertas de esta casa... Pues ¡no
faltaba más! Al hijo de doña Soledad... Así como así, va usted a
ayudarme a quitar a esa chiquilla un caprichito que se le ha metido
en la cabeza...
 
¿Y la libertad?insinuó don Fermín.
 
Cállate tú, hombre, y quédate con tu anarquismo.
 
¿Anarquismo?exclamó Augusto.
 
Irradió de gozo el rostro de don Fermín, y añadió con la más dulce de
sus voces:
 
Sí, señor mío, yo soy anarquista, anarquista místico, pero en
teoría, entiéndase bien, en teoría. No tema usted, amigoy al decir
esto le puso amablemente la mano sobre la rodilla, no echo bombas.
Mi anarquismo es puramente espiritual. Porque yo, amigo mío, tengo
ideas propias sobre casi todas las cosas...
 
Y usted ¿no es anarquista también?preguntó Augusto a la tía, por
decir algo.
 
¿Yo? Eso es un disparate, eso de que no mande nadie. Si no manda
nadie, ¿quién va a obedecer? ¿No comprende usted que eso es imposible?
 
Hombres de poca fe, que llamáis imposible...empezó don Fermín.
 
Y la tía interrumpiéndole:
 
Pues bien, mi señor don Augusto, pacto cerrado. Usted me parece un
excelente sujeto, bien educado, de buena familia, con una renta más
que regular... Nada, nada, desde hoy es usted mi candidato.
 
Tanto honor, señora...
 
Sí; hay que hacer entrar en razón a esta mozuela. Ella no es mala,
sabe usted, pero caprichosa. Luego, ¡fué criada con tanto mimo!...
Cuando sobrevino aquella terrible catástrofe de mi pobre hermano...
 
¿Catástrofe?preguntó Augusto.
 
Sí, y como la cosa es pública no debo yo ocultársela a usted.
El padre de Eugenia se suicidó después de una operación bursátil
desgraciadísima y dejándola casi en la miseria. Le quedó una casa,
pero gravada con una hipoteca que se lleva sus rentas todas. Y la
pobre chica se ha empeñado en ir ahorrando de su trabajo hasta reunir
con que levantar la hipoteca. Figúrese usted, ¡ni aunque se esté
dando lecciones de piano sesenta años!
 
Augusto concibió al punto un propósito generoso y heroico.
 
La chica no es malaprosiguió la tía, pero no hay modo de
entenderla.
 
Si aprendierais esperanto...empezó don Fermín.
 
Déjanos de lenguas universales. ¿Conque no nos entendemos en las
nuestras y vas a traer otra?
 
Pero ¿usted no cree, señorale preguntó Augusto, que sería bueno
que no hubiese sino una sola lengua?
 
¡Eso, eso!exclamó alborozado don Fermín.
 
Sí, señordijo con firmeza la tía; una sola lengua: el castellano,
y a lo sumo el bable para hablar con las criadas que no son
racionales.
 
La tía de Eugenia era asturiana y tenía una criada, asturiana
también, a la que reñía en bable.
 
Ahora, si es en teoríaañadió, no me parece mal que haya una sola
lengua. Porque este mi marido, en teoría, es hasta enemigo del
matrimonio...
 
Señoresdijo Augusto levantándose, estoy acaso molestando...
 
Usted no molesta nunca, caballerole respondió la tía, y queda
comprometido a volver por esta casa. Ya lo sabe usted, es usted mi
candidato.
 
Al salir se le acercó un momento don Fermín y le dijo al oído: «¡No
piense usted en eso!» «¿Y por qué no?»le preguntó Augusto. «Hay
presentimientos, caballero, hay presentimientos...»
 
Al despedirse, las últimas palabras de la tía fueron: «Ya lo sabe, es
mi candidato».
 
Cuando Eugenia volvió a casa, las primeras palabras de su tía al
verla fueron:
 
¿Sabes, Eugenia, quién ha estado aquí? Don Augusto Pérez.
 
Augusto Pérez... Augusto Pérez... ¡Ah, sí! Y ¿quién le ha traído?
 
Pichín, mi canario.
 
Y ¿a qué ha venido?
 

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