2017년 3월 26일 일요일

Realidad 1

Realidad 1


Realidad
Novela en cinco Jornadas
 
Author: Benito Pérez Galdós
 
NOTA DE TRANSCRIPCIÓN
 
* En el texto las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las
versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS.
 
* Se ha respetado la ortografía original, que difiere de la utilizada
actualmente. Las inconsistencias ortográficas se han normalizado a
la grafía de mayor frecuencia.
 
* Se han reparado los emparejamientos de los signos de admiración e
interrogación.
 
* Los errores obvios de imprenta han sido corregidos sin avisar.
 
* En el original impreso, la Jornada Quinta carece de Escena III. No
se han renumerado las escenas para suplir el hueco.
 
DRAMATIS PERSONÆ
 
 
FEDERICO VIERA.
OROZCO.
JOAQUÍN VIERA, padre de Federico.
CORNELIO MALIBRÁN. }
MANOLO INFANTE. }
VILLALONGA. }
EL MARQUÉS DE CÍCERO. }
EL CONDE DE MONTE CÁRMENES. }
CALDERÓN DE LA BARCA. } Amigos de Orozco.
AGUADO. }
EL SEÑOR DE PEZ. }
EL EXMINISTRO. }
TRUJILLO. }
EL OFICIAL DE ARTILLERÍA. }
DON CARLOS DE CISNEROS.
SANTANITA.
LA SOMBRA DE OROZCO.
 
AUGUSTA, mujer de Orozco.
LEONOR (_La Peri_).
CLOTILDE VIERA, hermana de Federico.
LA VIUDA DE CALVO.
TERESA TRUJILLO.
FELIPA, criada de Augusta.
CLAUDIA, criada de Federico.
BÁRBARA, su hermana.
 
La acción es contemporánea, y pasa en Madrid.
 
 
 
 
REALIDAD
 
 
 
 
JORNADA PRIMERA
 
La escena representa tres habitaciones de la casa de Orozco; gran
salón en el centro y dos salas laterales, las tres piezas comunicadas
entre sí y decoradas con elegancia y riqueza. Por la puerta del fondo
del salón entran los personajes que vienen del exterior. La sala de
la derecha, en la cual se ven las mesas de tresillo, comunica por el
fondo con el comedor y billar de la casa; la de la izquierda, con
gabinetes y dormitorios. Es de noche. El salón y sala de la derecha
están profusamente alumbrados. En la sala de la izquierda, decorada á
estilo japonés, sólo hay dos lámparas, ambas con grandes pantallas.
 
 
ESCENA PRIMERA
 
_Sucesivamente, conforme lo indica el diálogo, entran por la puerta
del fondo del salón central_ VILLALONGA, EL MARQUÉS DE CÍCERO,
AGUADO, CISNEROS, EL CONDE DE MONTE CÁRMENES.
 
 
VILLALONGA, _con displicencia_.
 
¡Maldito tiempo! Vamos, que ni esto es invierno, ni esto es Madrid,
ni esto es nada. ¡Por vida de!... ¿Cuándo se han visto aquí, en la
última decena de Enero, estas noches tibias, este aire húmedo y
templado, este cielo benigno?... Otros años, en los días que corren
de _cátreda_ á _cátreda_, como dicen los paletos, el tiempo suele
ser tan duro, tan destemplado y variable, que cae la gente como
moscas. Pero llevamos un invierno... ¡ay, qué invierno pastelero!
Con esta temperatura de estufa, los viejos y gastados se agarran á
la pícara existencia, y como no se les dé estricnina... ¡Vaya, que
desdicha como ésta!...
 
EL MARQUÉS DE CÍCERO, _entrando_.
 
Buenas noches. ¿Qué dice el amigo Villalonga?
 
VILLALONGA, _con hastío_.
 
Que no se muere nadie, y que así no se puede vivir.
 
CÍCERO.
 
No lo entiendo.
 
VILLALONGA.
 
Considere usted, querido Marqués, que suspiro por la senaduría
vitalicia, como término y descanso de una vida de ansiedades... En
fin, usted me entiende. Somos cincuenta candidatos. El Presidente,
agobiado de compromisos, no puede disponer, hoy por hoy, más que
de once vacantes. Si el condenado Enero se portara como teníamos
derecho á esperar de su formalidad, nos traería esos vientecillos
de rechupete, esos cambios bruscos que son la gala de Madrid. Lo
que yo le he dicho hoy al Presidente: «¿Pero dónde están aquellas
heladitas, que de una barredura, ras, se llevaban á seis ó siete
carcamales, de esos que no aciertan ya ni á ponerse los pantalones?»
Él convenía conmigo en que el tiempo se nos ha puesto en contra.
¡Once vacantes, por junto! Nada, amigo Marqués, con tres ó cuatro más
podría el Presidente lanzarse á la combinación, y de seguro entraría
yo en ella...
 
CÍCERO, _riendo_.
 
Es gracioso... Pero, hijo mío, todos hemos de vivir...
 
VILLALONGA.
 
Calle usted, calle usted por Dios. Yo no hago más que leer la prensa,
á ver si anuncia algún ciclón muy gordo. Y lo anuncia, claro que lo
anuncia; pero el ciclón no viene. Créame usted, hay que quitarle al
Guadarrama su reputación; tenemos que destituirle y mandarle adonde
fué el padre Padilla. ¡Pero si es un dolor, querido Marqués; si
podría yo designarle á usted cuatro ó cinco Matusalenes, que están
como la fruta muy madura, esperando un vientecillo, un soplo ligero
para caerse!...
 
CÍCERO.
 
Y caerán, día más día menos. ¿Y á mí se me cuenta también en el
número de los maduritos?
 
VILLALONGA, _abrazándole_.
 
¡A usted no..., caramba! Está usted hecho un roble... Que seamos
compañeros, y por muchos años, es lo que deseo.
 
AGUADO, _alias el_ CATÓN ULTRAMARINO, _entrando muy erguido y
fachendoso_.
 
Felices, señores y milores. Poca gente todavía... ¡Qué tarde comen en
esta casa! ¿Han visto ustedes los periódicos de la noche?
 
CÍCERO.
 
Aquí me traigo _El Correo_.
 
VILLALONGA.
 
Y yo _El Resumen_.
 
AGUADO.
 
¿Se han enterado ya de ese nuevo escándalo? ¡Otra falsificación de
billetes del Banco Español! Si lo vengo anunciando, si ya están
hartos de oírmelo decir. De la pillería que allá mandaron hace
tres meses, amigo Villalonga, no podía esperarse otra cosa. (_Con
énfasis._) Esto indigna, esto subleva, esto abochorna.
 
CÍCERO.
 
Tiene razón. ¡Pobre país!
 
VILLALONGA, _á Aguado_.
 
Ínclito Aguado, calma, calma..., filosofía.
 
AGUADO.
 
Pero ¿usted no se indigna?
 
VILLALONGA.
 
Hombre, ¿de qué? No me gusta hacer mala sangre y malas tripas...
Luego, la hidalga nación, maldito si agradece que nos indignemos en
su defensa.   

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