realidad 34
VIERA, _para sí, confuso y atortolado_.
¿Pero este hombre se está burlando de mí, ó qué es esto? (_Alto._)
Juraría que tu cerebro no está en perfecto estado de equilibrio.
OROZCO, _volviendo á pasear sin agitación, á ratos deteniéndose ante
el otro_.
Con el pensamiento me será muy fácil transportarme al ánimo del
astuto Viera, y reproducir la serie de juicios que han determinado
este acto. Vamos á ver: usted entendió que el amigo Orozco era un
ardiente puritano, capaz de dejarse desollar vivo antes que retener
un maravedí que no le perteneciese, y se dijo: «Este es el hombre
que me conviene á mí. Compro la obligación por una bicoca, y de fijo
no vacilarán en dármela, porque la cuestión es compleja y obscura, y
los ingleses pasan por todo antes que pleitear en España; me presento
con mis papeles en regla; el hombre se asusta; la conciencia se
sobrepone en él al interés; su inflexible noción del derecho hace
mi negocio; cobro á tocateja, y hasta otra.» ¿Es éste, sí ó no, el
verídico proceso de la intención y las ideas de usted?
VIERA, _redoblando su astucia_.
Te veo ciegamente entregado á tu imaginación, querido Tomás, y cuanto
has dicho es una fantasía loca. En mí no hubo ni hay más intento que
el de servirte y ahorrarte penas y dinero.
OROZCO.
Pues ahora resulta que el virtuoso y rígido, el hombre de conciencia
intachable no existe más que en la infundada creencia de los tontos
que han querido suponerle así; resulta que Orozco es como todos los
que le rodean, ni perverso, ni tampoco santo; que desea mantenerse
en el justo medio entre la tontería del bien absoluto y el egoísmo
brutal de otros; que no quiere dejarse explotar, sosteniendo el
derecho estricto y la moral pura en cuestiones de intereses; que
defiende su peculio, hasta donde pueda, con el criterio de la mayoría
de los hombres de negocios; de todo lo cual resulta también que al
trapisonda que me escucha le ha salido el tiro por la culata, y que
por esta vez su maniobra ha sido un verdadero fracaso.
VIERA, _tragando saliva_.
Tú harás lo que gustes, y podrás sostener, en lo referente á pago
de deudas, ese criterio tan distinto de tus ideas de toda la vida,
y que no es, por más que digas, el criterio de la mayoría de los
hombres de negocios. Yo he cumplido contigo. Fracasadas mis gestiones
conciliadoras, te entenderás con Benjamín Proctor, que inmediatamente
entablará la acción contra ti.
OROZCO, _resueltamente_.
Ese señor hará lo que le acomode, y yo también, y si quiere pleitear,
que pleitee, pues el asunto no es claro ni mucho menos.
ESCENA VIII
_Los mismos._ AUGUSTA, _que entreabre cautelosamente la puerta del
foro y permanece indecisa, escuchando, sin atreverse á entrar_.
AUGUSTA, _para sí_.
Mi marido alza la voz. No puedo vencer mi curiosidad. ¿Entraré? No me
atrevo. Parece que el cometa lleva la peor parte, y que no se sale
con la suya. Su cara revela contrariedad, la rabia del reptil que se
siente pisado.
VIERA, _con sofocada ira_.
¡Ay! Mi situación es sumamente penosa, pues si tú no fueras quien
eres, un amigo de toda la vida, casi un hijo para mí, yo te diría lo
que pienso acerca de esa singular manera de entender el derecho y de
apreciar la oportunidad para el pago de deudas sagradas.
OROZCO.
Es lo que me faltaba, que usted me diese lecciones de conducta.
VIERA.
Me vería obligado á dártelas si no cayeras pronto en la cuenta del
daño que te haces á ti mismo. Yo espero que serás razonable, Tomás,
y que no consentirás que yo vaya ahora á Benjamín Proctor y le diga:
«aquel hombre á quien creíamos la conciencia más pura del mundo es
un negociante vulgar, que se aprovecha de las obscuridades de la
ley y se apoya en los embrollos de la curia para no pagar. En él
hay más astucia que virtud, y tiene todas las marrullerías de un
tendero insolvente ó de un zurupeto intrigante.» Y á pesar mío, habré
de ayudar á tu acreedor á apretarte las clavijas, porque no puedo
negarme á poner al servicio de la justicia mi conocimiento de la
curia española y de cómo se llevan aquí los negocios de cierta clase.
OROZCO.
Muy bien. Póngase usted al servicio de Benjamín, y ármeme todas las
trampas curialescas que quiera. Todavía, si se me antoja, seré yo
capaz de cancelar la obligación por una cantidad doble de lo que dió
usted por ella...
VIERA.
¿Ya vienes con miserias? Tomás, me ofendes con proposición tan
humillante. Me equivoqué al suponerte prendas extraordinarias; no
quisiera equivocarme también, teniéndote por generoso y viendo la
mezquindad con que le regateas á este infeliz un pedazo de pan. Nada;
no hay arreglo posible. Pleitearemos; tú lo has querido. Si sobre
quedar por los suelos y echar al arroyo tu fama, tienes que pagar el
total de la obligación, y de añadidura las costas, no me culpes á mí,
que me propuse hacerte un favor y evitar el desdoro de tu nombre.
OROZCO.
Gracias... En pago de esa abnegación, ¿sabe usted á lo que me hallo
dispuesto? Pues muy sencillo. Si usted insiste en aburrirme y en
amenazarme, yo, el hombre comedido, el puritano, la conciencia recta
y pura, no tendré empacho de tomarme la justicia por mi cuenta
(_parándose ante él y accionando sin afectación y con flemática
tranquilidad_) ni de romperle á usted el bautismo, así, muy
sencillamente, á lo santo, sin escándalo y como quien no hace nada.
AUGUSTA, _para sí, con alegría_.
Bien, muy bien.
VIERA, _levantándose, demudado_.
Tomás. No puedo tolerar eso... No lo admito sino como broma..., una
broma de mal género.
AUGUSTA, _que avanza decidida, presentándose_.
Y si hace falta otro guapo, aquí está.
VIERA, _inclinándose con afectada etiqueta_.
Augusta, señora mía... ¡Qué á tiempo llega usted, como enviada por el
cielo, para librarme de esta fiera que tiene usted por esposo!...
AUGUSTA.
Aquí la fiera no es él...
VIERA, _con servilismo, y como queriendo echarlo á broma_.
Hija mía, si hasta se ha permitido amenazarme de palabra y de obra.
¡Qué bromas gasta este modelo de ciudadanos y espejo de marido!
No sabe usted bien cómo se ha puesto. ¡Caramba! Todo por una mala
interpretación de mis rectas intenciones... Por Dios... Sea usted
juez de esta contienda, Augusta, usted que es un ángel.
AUGUSTA.
¿Juez yo? No he pensado entrar nunca en la magistratura.
VIERA.
¡Ay! Horrible tortura es para mí verme mal juzgado por personas á
quienes tanto quiero; por personas que son en mi ánimo lo primero
del mundo, la crema, el cogollito de la humanidad. (_Aturdido y
descompuesto._) Augusta, ¿quiere usted que la entere del asunto
que me trae aquí? Apuesto mi cabeza á que lo ha de juzgar con más
serenidad que su digno esposo, el cual ha sido hoy muy cruel con
el compañero y socio de su padre... ¿Le parece á usted que merezco
yo, el primer amigo de la casa, ser tratado como un...? No, Tomás;
no es propio de ti ensañarte con el débil. Tu misma superioridad te
obligaba á la benevolencia.
OROZCO.
Evitemos discusiones. (_Con desagrado._) Todo lo que cabe decir
sobre esto, dicho está ya por una parte y otra. Se me ha hecho una
proposición, y yo no he querido admitirla.
VIERA, _humillándose_.
Augusta, intervenga usted con su buen juicio, con su templanza, con
su apacible y dulce trato, más propio de ángeles que de mujeres. Si
en ninguno de los dos encuentro la consideración que creo merecer,
si ambos me rechazan con la misma dureza, sólo me resta decirles que
aunque los dos se empeñen en ello, no conseguirán tener en mí un
enemigo. Amigo soy y amigo seré siempre, y pruebas he de darles de
mi cariño, superior á todas las injusticias y desdenes. Yo tendré
mis defectos; no quiero hacer mi apología; pero nadie conoció en mí
la ingratitud. Yo no puedo olvidar que debo mil atenciones á esta
pareja feliz; no puedo olvidar tampoco que mi hijo, que mi querido
hijo, es mirado en esta casa como un miembro de la familia...
AUGUSTA, _para sí y con sobresalto_.
¿Adonde irá á parar este tunante?
VIERA.
Los favores que el hijo merece desagravian al padre..., y me consuelo
del mal trato viendo que en él se deposita la confianza que á mí se
me niega.
AUGUSTA.
No habiendo semejanza en la conducta, no puede haberla en... lo demás.
OROZCO.
Tiene razón.
VIERA.
Augusta siempre la tiene. Es la pura discreción, y yo acepto los
juicios que se digne formar de mí. Tomás, no debe ser implacable
con los débiles el hombre que ha recibido de la Providencia tantos
beneficios. Yo quisiera saber si hay algún bien de los concedidos
á la humanidad que tú no disfrutes. Y el mayor de todos, el que
remata y compendia todas tus felicidades es esta perla, este galardón
del cielo, esta mujer incomparable que más parece sobrenatural que
humana.
AUGUSTA.
Basta de flores... No me gustan fuera de tiempo.
VIERA.
Lo supongo. Si no fuera usted modesta, no sería lo que es. (_Con
refinada habilidad._) Tomás, la presencia de este ángel suaviza las
asperezas entre tú y yo. No me lo niegues. Te has humanizado desde que ella entró.
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