realidad 57
FEDERICO.
Estás loca, loca..., y yo también.
AUGUSTA, _rompiendo á llorar_.
¡Dios mío, qué desgracia querer á este hombre, quererle así... Y no
poder yo arrancarle de mi alma, como debo y como él se merece!
FEDERICO, _aproximándose á ella_.
Aborréceme de una vez. Y así quedaremos francos para hacer cada cual
nuestra santa voluntad.
AUGUSTA, _con vivísima expresión en la voz y gesto_.
No sé aborrecer...; pero sabré arrancarte de mi corazón y arrojarte á
la indiferencia. Estúpido, tú te lo pierdes. Consúmete en la miseria;
vive como los tramposos, sin familia, sin hogar casi, acechando la
suerte, perseguido de acreedores, sin saber por qué calle pasar,
porque en todas temes que salga una fiera con las garras afiladas;
anda, sigue, corre, diviértete; devánate los sesos calculando cómo
aplacar á este usurero, cómo entretener al otro, cómo engañarles á
todos; pásate la vida aparentando bienestar y alegría, de casa en
casa, y en realidad más pobre y más angustiado que los infelices
harapientos que piden limosna por las calles.
FEDERICO, _que se sienta al otro extremo de la mesa, volviendo la
espalda á Augusta_.
Sí, ese es mi destino. Qué quieres; viviré así..., mientras viva.
AUGUSTA.
Buen provecho. Imposible hacer carrera de ti. Esto me desilusiona de
una manera horrible. Hemos concluído. Ya era tiempo... Por culpa tuya
es... Esta noche nos despedimos para siempre.
FEDERICO.
Concluiremos, sí... Yo lo deseo.
AUGUSTA.
¡Lo deseas! (_Conteniendo su furor._) Ya lo conocía yo... Pues mira:
yo también lo deseaba. No me decidía por lástima de ti.
FEDERICO.
Y yo también vacilaba, por la misma razón.
AUGUSTA.
Pues mejor... (_Rabiosa._) Esto se acabó. Ya era tiempo.
FEDERICO, _para sí, apoyando la cabeza en las manos_.
¡Nada me queda ya, ni esto siquiera! Hasta el recreo de la
imaginación se me acaba. Ya ni aun podré engañar las soledades de mi
vida llamando á la mujer seductora y diciéndole: «vente á pasar un
rato conmigo». Romperemos.
AUGUSTA, _altanera y sarcástica_.
Tenía que ser. Somos incompatibles. Tu quijotismo no se aviene con
mi llaneza... Puede que te lo sufran esas mujerzuelas con quienes
tratas, las _Peris_ y otros tipos semejantes, porque esas, por su
misma inferioridad, hasta pueden socorrerte sin herir tu soberbia...
FEDERICO, _llena de champagne una copa y la bebe_.
¡Dios mío, qué mal me siento! (_Pausa. Augusta le contempla sin
chistar._)
ESCENA IV
_Los mismos. La_ SOMBRA DE OROZCO, _que entra por la puerta de la
derecha, y se sienta á la mesa frente á Federico. Viste traje de
cazador con capote de monte. Augusta no le ve._
FEDERICO, _mirándola con estupor_.
¿Ya estás aquí?... Te esperaba.
LA SOMBRA, _tiritando_.
¡Hace un frío en aquel monte!... (_Se sirve champagne y bebe._) Parece
que te causo miedo. No temas; soy tu amigo. Desde la calle se oyen
las voces que das maltratando á esa pobrecita _Peri_. (_Contemplando
á Augusta con lástima._) ¿Ves cómo lloriquea? Eres un bruto, y no te
mereces tal joya.
FEDERICO, _con ironía delirante_.
¡Valiente joya!... Reñíamos porque se empeña en deshonrarme.
LA SOMBRA.
¡Deshonrarte á ti, el Amadís de la delicadeza y de la dignidad!
Sobreponte á las hablillas del vulgo. Estoy contento de ti, porque
has apechugado con mi favor. Así se cumple con los amigos y con la
humanidad.
FEDERICO.
Tu protección me abruma.
AUGUSTA.
¡Pues con dejarla...! Hemos concluído.
LA SOMBRA.
Ya no puedes volverte atrás, porque dijiste que la aceptabas.
FEDERICO.
Yo no he dicho eso.
AUGUSTA.
Pues lo digo yo.
LA SOMBRA.
Ya sabe todo el mundo que accedes, y se te alaba justamente por tu
condescendencia. Con lo que yo te doy, y lo que te ofrece Augusta
para tus gastos mensuales, y algo que te supla también esa...
(_mirando á Augusta_), _La Peri_, tienes para vivir como un príncipe.
Nadie te censurará; al contrario, dirán: «¡qué listo es!» De mí sí
que oirás horrores. Pero mejor; eso me gusta.
FEDERICO, _furioso_.
Repito que no acepto. Antes moriré cien veces.
AUGUSTA.
Bueno, bueno. No soy sorda. Te daré recibo si es preciso.
LA SOMBRA.
Aceptas, sí, porque ya no puedes evitarlo. Lo hecho, hecho está, y
que patalee tu ridículo orgullo. (_Con atroz firmeza._) Tu papel en
la sociedad te hace sucumbir á mi deseo. Y tu aceptación realiza un
ideal de justicia suprema, pues con ella te pones al nivel de tu
bajeza. Estás en carácter. Tu deslealtad necesitaba un estigma, algo
exterior que la patentizase, y mi dádiva te lo graba en la frente. Si
tuvieras conciencia, diría que es un castigo; pero no hay castigo en
quien carece de sensibilidad.
FEDERICO, _arrebatado y fuera de sí_.
¡Maldita sea tu alma! (_Coge una copa y se la tira, apuntando á
la cabeza. La copa se hace mil pedazos en el respaldo de la silla
frontera, y el champagne salpica al rostro de Augusta._)
AUGUSTA, _limpiándose la cara_.
Eso es, las pobres copas lo pagan. ¡Qué culpa tendrán ellas de tu
tontería!... No creas: tus violencias no me inquietan nada.
LA SOMBRA.
La pobre _Peri_ se escandaliza de tus arrebatos. Mira cómo se limpia la
carita. Quiere quitarse hasta el último átomo de vergüenza. No frotes
más, hija, que ya no queda nada.
AUGUSTA.
... pero nada.
FEDERICO, _despejándose un poco, se pasa la mano por los ojos_.
No; esto no es, esto no puede ser real... (_A Augusta._) Leonor, ¿tú
le ves?
AUGUSTA, _sorprendida_.
¿A quién?
FEDERICO.
Está ahí...
LA SOMBRA, _desvaneciéndose_.
Esa tonta dirá que no me ve; pero viéndome está.
AUGUSTA, _con ira_.
¿Qué nombre me has dado?
LA SOMBRA, _con risita impertinente_.
El suyo... ¿Pues cómo quiere que la llamen?
FEDERICO, _desesperado_.
¿Estoy yo loco, ó qué es esto, razón mía?
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