2017년 3월 27일 월요일

realidad 20

realidad 20


AUGUSTA, FELIPA.
 
AUGUSTA, _en la sala de la derecha_, _en pie_, _mirando su reloj_.
 
Las cuatro y veinticinco. Me retrasé con aquella visita... ¡Qué
ansiedad! Yo creí encontrarle aquí. Hoy estaba más obligado que nunca
á la puntualidad...
 
FELIPA, _entrando con una bata_.
 
¿No se pone la señorita la bata?
 
AUGUSTA.
 
No... Pero sí; tienes razón, me la pondré. (_Pasa á la otra estancia.
Se quita el abrigo y el sombrero._) Hace mucho calor aquí. No eches
ya más leña en esa chimenea, que parece el infierno. (_Para sí._)
Pero es tontería pedirle puntualidad. ¡Cuánto me hace padecer!
(_Ayúdala Felipa á quitarse el vestido y á ponerse la bata. Después
la descalza, poniéndole chinelas de raso, negras.) _Ya estoy cómoda.
Ahora sólo falta que venga á las tantas. No, lo que es hoy no se
lo perdonaría. (_Alto._) Por Dios, Felipa, ten cuidado con la
puerta, para abrir en cuanto sientas el coche. Otra cosa: á eso de
las seis te vas á casa de la tía Serafina, y preguntas cómo sigue
y qué personas han estado allí. Me harás ahora una naranjada bien
cargadita de azúcar. (_Vase Felipa. Augusta se acerca al balcón, y
mira á la calle al través del visillo._) ¿Pero por qué tardará tanto
este hombre, el primer desocupado de Madrid?... ¡Pobrecillo!, sabe
Dios si esos demonios de ingleses le habrán armado hoy alguna trampa
de la cual no pueda escapar. ¡Ah!, otro coche por Santa Engracia.
Él es... Me lo dice el corazón. (_Atenta al ruido del carruaje.
Pausa._) No, no será éste. ¡Qué tristeza! No dobla la esquina...
Sigue para arriba... (_Se pasea por la habitación._) ¡Qué rato tan
triste este de la espera, de la incertidumbre, del temor de que no
venga! (_Vuelve al balcón, y levanta un poco el visillo._) Por la
calle solitaria no pasa un alma... El pregón del aguador, que va con
el burro cargado de botijos, me suena como un _de profundis_. Pues
el machacar de los herreros que hay más abajo, me late en las sienes
como mi propia sangre. ¡Ah!, otro coche. ¿Será...? No; por el ruido
debe de ser un carromato, de estos de siete mulas, que están pasando
media hora. ¡Qué pesadez, qué monotonía y qué sobresalto! (_Se echa
en una butaca, la cabeza hacia atrás._) Esperaremos así. El corazón
me dice que el primer coche que se sienta en el Paseo será el suyo.
¡Qué silencio ahora!... Otra vez ruido de ruedas; pero lejano, por
la Ronda... Si me durmiera, se me haría menos sensible el plantón...
Pero lo que yo digo: ¿qué quehaceres tendrá este hombre para...?
(_Aguzando el oído._) ¡Ahora, ahora! (_Levántase._) Si no es éste, me
entrará la desesperación. Se acerca. ¡Ay!, no sé qué tiene el coche
en que viene él, que hace siempre más ruido que los demás. ¡Ah!,
gracias á Dios, se para en la esquina... Vamos, ya estoy contenta. Ya
sube... Esa Felipa, ¡cómo tarda en abrir!... ¡Felipa!
 
 
ESCENA IX
 
AUGUSTA, FEDERICO.
 
FEDERICO, _entrando en la sala_.
 
Perdóname, hija de mi alma, si he tardado un poco.
 
AUGUSTA.
 
¿Cómo un poco? Hace media hora que estoy aquí. Ya pensé que no
venías. Y como yo me pongo siempre en lo peor, creí que esta tardanza
era... la del humo...
 
FEDERICO.
 
¡Pero qué calor hace aquí! (_Quitase gabán y sombrero._) ¿Conque la
del humo?... ¡Qué bromas tiene mi nena! (_Se sientan ambos en el
sofá._)
 
AUGUSTA.
 
Quita allá, embustero, farsante. No me engatusas ya. A fe que estoy
contenta hoy. Ha sido una debilidad darte esta cita después de las
perrerías que me haces.
 
FEDERICO.
 
¿Pero qué perrerías ni qué...? ¡Cuidado con tus cavilaciones! No,
gata salada, no hay ningún motivo para que te enojes con tu perdis.
Tengo en ese punto la conciencia tan tranquila, que anoche,
cuando me pusiste de vuelta y media, me decía: «Ya se amansará. La
reconciliación ha de venir, pues nada ocurre en que fundarse pueda un
agravio.» Esta mañana, al recibir tu carta, me dije: «paces tenemos».
 
AUGUSTA.
 
No hay que hablar de paces todavía. Antes conteste usted á mis
preguntas.
 
FEDERICO.
 
¿Me tratas de usted? Cuando yo digo que paces tenemos...
 
AUGUSTA.
 
Será con su cuenta y razón. Empiezo á preguntar. Primero: ¿por qué
has tardado tanto hoy?
 
FEDERICO.
 
¡Dale!... Cosas mías; asuntos que no pueden interesarte.
 
AUGUSTA.
 
¿Cómo no han de interesarme tus asuntos? ¡Qué herejías echas por esa
boca! Si el amor tuviera su Inquisición, serías tú condenado á la
hoguera por las atrocidades que dices contra el dogma... Yo no debí
escribirte hoy. Repito que ha sido una flaqueza mía. ¡Anoche no dormí
pensando en tus traiciones!...
 
FEDERICO, _riendo_.
 
Pero sepamos cuáles son mis traiciones. No me he enterado de ellas
todavía.
 
AUGUSTA.
 
Hazte ahora el tonto. Esa mujer indigna, á cuya casa vas con tanta
frecuencia...
 
FEDERICO, _interrumpiéndola_.
 
Te lo habrá dicho Malibrán, que se dedica á desacreditarme.
 
AUGUSTA.
 
Quien me lo dijo, añadió que ese trasto de _La Peri_ tiene gran
influjo sobre ti.
 
FEDERICO, _con frialdad y un poco distraído_.
 
¡Qué disparate!
 
AUGUSTA.
 
Nada es disparate. El disparate no existe. Los hechos pueden ser
ó no ser; pero no es la mejor manera de negarlos el decir que son
absurdos. Convénceme, pues, de otra manera.
 
FEDERICO.
 
¿Cómo?
 
AUGUSTA.
 
Demostrándome que me quieres. Si me lo pruebas, se aplacarán mis
celos, pues queriéndome á mi, no podrás querer á otra.
 
FEDERICO, _abrazándola con cariño, pero receloso_.
 
¡Pues si eso te lo tengo probado ya hasta la saciedad!... Vida mía,
no pienses en infidelidades que sólo están en tu imaginación, ó en la
malicia de amigos que me quieren mal.
 
AUGUSTA, _dejándose abrazar, y correspondiéndole con cariñosas
ternezas_.
 
Soy débil y me entrego á tus engaños, para asegurar siquiera la dicha
del momento presente. Te confesaré con franqueza una cosa: y es que
esta mañana, después de una noche de martirio y de cavilaciones
que me pusieron demente, se me despejó la cabeza y se me aclararon
las ideas. Me dió por argumentar en favor tuyo. Verás lo que dije:
«¡Si no puede ser, si no cabe en cabeza humana que habiéndole yo
sacrificado mi honor, y queriéndole como le quiero, me sustituya con
una mujer de esa clase y de esa vida!» Pero al pensar esto no las
tenía todas conmigo, porque los llamados disparates me parecen á mí
lo más natural y verosímil. De todos modos habías ganado en mi alma
el terreno que por la noche perdiste, y me ablandé, chico, te tuve
lástima, tuve lástima de ti y de mí, y te cité para hoy, diciéndome:
«¡Qué demonio! Si estoy rabiando por verle y porque me haga fiestas,
¿á qué tanta gazmoñería?»
 
FEDERICO, _besándola_.
 
Sí, vale más que nos veamos y que hablemos como buenos amigos.
 
AUGUSTA.
 
Y ahora siguen las preguntas.
 
FEDERICO.
 
¡Ay! Déjalas para otro día. Convéncete de que no te engaño. ¿Quieres
que te hable con completa sinceridad? Pues _La Peri_ es amiga mía...
La conozco hace tres ó cuatro años. Ya sabes que tuvimos nuestro
devaneo. Pues aquello no dejó rastro alguno; sólo queda una amistad,
así... (_con embarazo_), así, ¿cómo te la explicaría yo? Ella me
consulta alguna vez sus asuntos... Charlamos; yo, si se me ocurre,
le doy un buen consejo, y... ¿Quieres más franqueza?... Pues alguna
que otra vez voy á su casa. No..., no frunzas el ceño. ¡Pero, hija
mía, si le hablo delante de su amante! El que te haya dicho otra cosa
ha mentido, créemelo. Yo te juro, chiquilla, que amor no hay entre
ella y yo...; amistad sí, una amistad..., yo no sé cómo hacértela comprender.

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