2017년 3월 27일 월요일

realidad 21

realidad 21


No te canses, que no la entenderé nunca. Comprendo que te enamores de
una mujer perdida, prefiriéndola á mí. El amor no tiene lógica, ni
entiende de clases. Pero la amistad no es tan independiente, señor
mío; está más ligada con las condiciones sociales, con la decencia y
la opinión. ¿No te parece á ti que la amistad formal con una mujer
de esas es degradante para un caballero? ¿Y no se te ocurre que la
gente la interprete mal y suponga en ti ignominias que no existen,
sin duda, pero que parecen la consecuencia natural de tu trato con
personas de tal estofa?
 
FEDERICO, _con acritud y ligeramente turbado_.
 
¡Ignominias! ¡Qué absurdo! ¿Acaso se habrá atrevido alguien á
calumniarme?...
 
AUGUSTA.
 
No, no he oído nada... Era una deducción que yo hacía de esas
amistades confesadas por ti.
 
FEDERICO, _impaciente_.
 
¡Qué tontería invertir estas cortas horas en divagar sobre hechos
imaginarios, querida mía! Tú tienes la culpa, con tus celos y tus
cavilaciones. Y en último caso, si yo te quiero á ti sola, si por más
que rebusque tu suspicacia no podrá encontrar un dato en contra, ¿qué
te importa lo demás?
 
AUGUSTA, _con cariño_.
 
¿Pues no ha de importarme? Cuando se ama de veras, gusta mucho
absorber toda la vida de la persona amada. Tú no me ofreces más que
la flor de la vida, y eso no me satisface; yo quiero también las
hojas, el tronco, las raíces... ¿Qué te parece la figurilla?
 
FEDERICO.
 
Buena, buena.
 
AUGUSTA.
 
¿El amor es acaso una ilusión pasajera? No; si es de ley, ha de
completarse con la compañía y el apoyo moral recíproco, con la
confianza absoluta, sin ningún secreto que la merme, y con la
comunidad de penas y de alegrías... Una queja he tenido siempre de
ti, y es que nunca has querido confiarme secretos penosos que te
oprimen el corazón. Yo sé que hay esos secretos, yo sé que padeces
callandito por la falsa idea que tienes de la dignidad. ¿Para qué
sirve el amor si no sirve para que los amantes se consulten y se
apoyen en sus desgracias? Dices que me quieres. Pues pruébamelo...
¿Cómo? Clavando en mi corazón parte de las espinas que tienes
clavadas en el tuyo. ¡Si no puedes negar que las tienes, si todo el
mundo lo sabe! ¡Ay!, algunas de esas espinas verás qué pronto me las
sacudo yo.
 
FEDERICO, _para sí_.
 
Corazón inmenso, no merezco poseerte. (_Alto, abrazándola._) ¡Qué
buena eres, qué talento tienes, vida mía, y qué indigno soy de ti!
 
AUGUSTA.
 
¡Embustero!... Si me quieres de verdad, confíate á mí. Ya sé los
argumentos que te haces á ti mismo para no confiarte. ¿Crees que no
tengo penetración, que no sé leer en tu alma? Pues sí que leo, y lo
vas á ver. Tú piensas que, en ley de decoro, un caballero pobre no
puede confiar á una señora casada y rica, con quien tiene relaciones,
ciertas contrariedades de su vida. Temes parecer indelicado, innoble.
¡Qué tontería! El verdadero amor debe ahogar el orgullo y acabar
con él, como el pez grande se come al chico. Yo aspiro á vencer
tu orgullo y á devorarlo, avivando el amor y dándole, tontín, las
grandes tragaderas. Pero ayúdame tú. Para animarte, te diré una cosa:
Yo te quiero por desgraciado, por bohemio, por el abandono que hay
en ti, por lo que padeces en silencio y por las amarguras que pasas
sin chistar. (_Con veleidad graciosa._) Pues oye, se me ocurre una
transacción: que gastes con todos esa delicadeza y la suprimas para
mí. Es mi enemiga, mi rival y tengo celos de ella. Le clavaría las
uñas. Para que lo sepas todo, tu vida angustiosa, tu pobreza, sí,
empleemos la palabra terrible, han sido un incentivo más del amor
que te tengo. (_Sonriendo._) Si fueras capitalista, yo no te habría
querido. Si fueras un hombre metódico que llevaras tus cuentas por
partida doble, créelo, me serías antipático.
 
FEDERICO, _soltando la risa_.
 
¡Monísima! Me haces mucha gracia.
 
AUGUSTA.
 
Yo soy así: estoy cansada de la regularidad. Me ilusiona el desorden.
 
FEDERICO, _con viveza_.
 
¡Ah! Ya te cogí. ¡Contradicción! Si eres como dices, ¿á qué ese
empeño de poner orden en mí?
 
AUGUSTA, _confundida_.
 
Pues si hay contradicción que la haya. No retiro nada de lo dicho.
Ea, hablemos claro. Yo deseo ser, además de tu amante, tu consejera
y tu administradora. No quiero que pases tantas agonías. Dame tu
confianza; destruye esta muralla que hay entre nosotros.
 
FEDERICO, _con seriedad_.
 
Augusta, vida mía, lo que ignoras de mí se revela á tu imaginación
soñadora como algo interesante, novelesco, dramático, y no es eso; es
de lo más prosaico y vulgar. ¿Y si yo te dijera que derribando esta
muralla de la China perdería quizás tu estimación?
 
AUGUSTA.
 
No, no; la pobreza no deshonra á nadie. Comprendo, aunque nunca las
he pasado, las humillaciones que trae la falta de dinero; pero eso se
remedia fácilmente, querido mío.
 
FEDERICO.
 
Yo no merezco el interés que te tomas por mí. ¿Pero no es mejor
que dejemos en la sombra y detrás de nosotros toda esa realidad
fastidiosa, que al fin, al fin, puede que diera al traste con el amor
mismo? Eso que ignoras te seduce porque es misterio. Si dejara de
serlo, lo mirarías quizás con repugnancia.
 
AUGUSTA.
 
Es cierto que me atrae el misterio, lo desconocido. Lo claro y
patente me aburre.
 
FEDERICO.
 
Vuelvo á señalarte la contradicción. Si eres así, ¿cómo se te antoja
penetrar en mi vida íntima para que yo también te aburra?
 
AUGUSTA.
 
No, no es eso... ¿Me dejas explicarme?
 
FEDERICO.
 
Sí, estoy encantado oyéndote.
 
AUGUSTA.
 
Pues verás. Tú me conoces bien; tengo, no sé si por dicha mía ó por
desgracia, una imaginación exaltada. El peligro mismo me atrae, y aun
eso que llaman disparate me seduce también. Eso de que siempre han de
pasar las cosas con arreglo á pliego de condiciones, como si la vida
fuera una continua subasta, me carga.
 
FEDERICO.
 
Veo en ti algunas de las ideas de tu padre.
 
AUGUSTA.
 
Mi padre tiene mucho talento, y se anticipa á su época.
 
FEDERICO.
 
También tú.
 
AUGUSTA.
 
Yo apetezco lo extraño, eso que con desprecio llaman novelesco los
tontos, juzgando las novelas más sorprendentes que la realidad. ¿Por
qué me enamoraste tú, grandísimo tunante? Porque eres una realidad
no muy clara, porque no veo tu vida cortada por el patrón de este
puritanismo inglés que aborrezco, porque llevas en ti el gustillo ese
del disparate, que á mí me sabe tan bien.
 
FEDERICO.
 
Y ahora pretendes destruir todo ese encanto que, según dices, tengo,
y cortarme á patrón y ponerme la marca ordinaria. Si me amas por
absurdo, ¿á qué combates mi desequilibrio, que, según tú, es una cosa
tan bonita?
 
AUGUSTA.
 
Ven acá, tonto, mamarracho; es que te quiero locamente: á nadie
he querido ni quiero sino á ti, y este amor primero y último hace
una revolución en mi naturaleza y en toda mi alma. ¿Que desmiento
mi carácter? ¿Que me contradigo? Bueno. Deseo hacerte burgués,
vulgarizarte. ¿Que destruyo ese encanto, esa poesía, llamémosla así,
de tu pobreza disfrazada? Mejor; por eso no dejaré de quererte. Es
el gran paso, que yo no he dado hasta ahora en el proceso, ó como
quiera que eso se llame, de los afectos; el paso del período soñador
al período práctico, del noviazgo al matrimonio; la gran crisis del
amor; el tránsito de la época legendaria á la época clásica. ¿Qué
tal? Esto se llama erudición. Tontín, ¿no me comprendes? Es que me
transformo, es que aspiro á fundir la ilusión con la razón, á hacerte
feliz en todos los terrenos, á establecer tu vida junto á la mía en
condiciones de estabilidad. ¿No lo entiendes, grandísimo gaznápiro?
(_Le da muchos besos._)

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