2017년 3월 29일 수요일

realidad 64

realidad 64



AUGUSTA.
 
Estoy enferma.
 
OROZCO.
 
Enferma de susto. Tranquilízate: tómate el tiempo que quieras para
pensarlo; es temprano. Estamos solos y nadie nos molesta. Mira, yo
me siento en esta butaca á leer un poco, y en tanto tú recoges tu
conciencia, y decides delante de ella lo que debes responderme. (_Se
sienta junto á la mesa en que está la luz, toma un libro y lee._)
 
AUGUSTA, _para sí_, la _cabeza inclinada sobre el pecho y arrebujada
en su abrigo_.
 
Lo sabe... Ese lenguaje claramente lo indica. ¡Qué actitud tan
extraña la suya! Por grande que sea la serenidad de espíritu de un
hombre, no la comprendo en grado tal. Imposible que su cerebro no
sufra alguna alteración honda. La humanidad, ni aun en los ejemplares
más perfectos, puede ser así... Y no obstante, ¿qué hay en esa
actitud que me causa una especie de alivio y me inspira confianza?
Todo esto, ¿será para oirme y perdonarme? Y pregunto yo: «¿Ese perdón
vale? El perdón de quien no siente, ¿es tal perdón? ¿Puede un alma
consolarse con semejante indulgencia, venida de quien no participa
de nuestras debilidades?» ¡Oh, no!; su santidad me hiela. Yo no
confieso, no confesaré... ¡Y si tras esa mansedumbre rebulle el
propósito de imponerme un castigo severo!... ¡Si en su sistema, para
mí no bien comprensible, entra también el trámite de matarme!... ¡Ay,
siento escalofrío mortal!... ¡No, no confieso!
 
OROZCO, _apartando la vista del libro_.
 
¿Piensas, Augusta, ó es que te has quedado dormida?
 
AUGUSTA.
 
No duermo, no. Pensaba en esa tontería que me has dicho, en tu
sospecha. ¿Quién te la sugirió? ¿Te habló alguien?
 
OROZCO.
 
Curiosidad por curiosidad, creo que la mía debe llevar la
preferencia. Habla tú primero.
 
AUGUSTA.
 
Sin duda algún amigo nuestro, de los que te tienen envidia y
mala voluntad, ó amiga mía, chismosa y visionaria, te ha...
(_Impaciente._) ¿Por qué medio adquiriste esas ideas?
 
OROZCO, _con ligera inflexión festiva_.
 
Por adivinación.
 
AUGUSTA.
 
No creo en las adivinaciones. (_Para sí._) Virgen Santa, mis temores
se confirman... Anoche, en aquel delirio estúpido, canté... ¡Si
lo tengo bien presente!... ¡Si no se me ha borrado del cerebro
la impresión de lo que hice y dije!... ¡Miserable de mí, vendida
neciamente! Si ahora me obstino en negar... (_Alto, tragando
saliva._) Explícame ese misterio de las adivinaciones.
 
OROZCO.
 
Tú lo has dicho: misterio es de nuestra alma. Pero, en este caso, el
poder mío revelador ha tenido auxiliares.
 
AUGUSTA.
 
¿Alguien me acusó?
 
OROZCO.
 
Quizás.
 
AUGUSTA, _para sí_.
 
¡Dios mío, sácame de esta incertidumbre, y separa en mi espíritu
las acciones reales de las fingidas por el cerebro enfermo!
(_Rehaciéndose._) ¡Oh, no es posible que yo hablara; no puede ser! Me
estoy atormentando con un recelo pueril, hijo del miedo. Ánimo... y
no confesar.
 
OROZCO, _para sí, fingiendo leer_.
 
Esto sí que es difícil de extirpar. El desgarrón de este sentimiento,
que me arranco para echarlo en el pozo de las miserias humanas,
¡cómo me duele! Al tirar me llevo la mitad del alma, y temo que mi
serenidad claudique. Si salgo triunfante de esta prueba, ya no temeré
nada; dominaré el mundo, y nada terrestre me dominará. ¡Pero cómo me
duele esta amputación! (_Mirando furtivamente á su mujer._) Era el
encanto de mi vida. Inferior á mí por su inconsistencia moral, su
amor me daba horas felices, su compañía me era grata, y la idea de
igualarla á mí, purificándola, me enorgullecía. La pierdo. Quizás
será un bien esta viudez que me espera; quizás este lazo me ataba
demasiado á las bajezas carnales... Me convendrá seguramente perder
el único afecto que me ligaba al mundo. ¿Y si no lo perdiera?... Si
con un acto de hermosa contrición se eleva hasta mí... (_Volviendo á
fijar los ojos en el libro._) ¡Ah!, no tiene alma para nada grande.
Si me confiesa la verdad, toda la verdad, la perdono y procuraré
regenerarla.
 
AUGUSTA, _para sí, sofocada y limpiándose el sudor de la frente_.
 
No sé qué siento en mí... Un prurito irresistible de referir cuanto
me ha pasado, mi falta, mi pena inconsolable... ¡Pero si ya se lo
revelé!... Sí; no tengo duda. Paréceme que viéndome estoy en el acto
inconsciente de anoche; oigo mis propias palabras; me retumban aquí
como si ahora mismo las pronunciara. Todo lo canté bien claro... Y
si lo sabe, ¿á qué me lo pregunta? ¿A qué humillarme con una segunda
confesión?
 
OROZCO.
 
¿Has pensado, Augusta?
 
AUGUSTA.
 
No, no pienso. Todo está pensado ya. (_Para sí, con tenacidad._)
No confieso, no puedo, no quiero. Me falta valor. Siento en mi
alma la expansión religiosa; pero el dogma frío y teórico de este
hombre no me entra. Prefiero arrodillarme en el confesonario de
cualquier iglesia... Y si despierta niego, después de haberme acusado
delirando, ¿qué pensará de mí? Nadie es responsable de lo que dice en
sueños... Pero los delirios suelen ser el espejo turbio y movible
de la vida real... ¡Qué combate dentro de mí! No sé qué hacer ni por
dónde escurrirme.
 
OROZCO.
 
¿Has examinado tu conciencia, Augusta?
 
AUGUSTA, _sacando fuerzas de flaqueza_.
 
Déjame en paz. Mi conciencia no tiene nada que examinar.
 
OROZCO.
 
¿Está tranquila? ¿No te acusa de ninguna acción contraria al honor, á
las leyes divinas y humanas?
 
AUGUSTA, _para sí_.
 
Me confieso á Dios, que ve mi pensamiento; á ti no...
 
OROZCO.
 
¿Qué dices?
 
AUGUSTA.
 
No he dicho nada. (_Para sí, con brutal entereza._) Me arriesgo á
todo... Salga lo que saliere, negaré...
 
OROZCO.
 
¿Insistes en llamar disparatado y absurdo el rumor de que
presenciaste la muerte violenta de Federico?
 
AUGUSTA, _para sí, desconcertada_.
 
¿Poseerá alguna prueba material?
 
OROZCO.
 
¿Callas?
 
AUGUSTA, _enfrenándose_.
 
No, no callo... Es que me asombro de que creas semejante desatino.
(_Para sí._) Si tiene pruebas, que las tenga. Ya no me vuelvo atrás.
 
OROZCO.
 
¿De modo que lo niegas?
 
AUGUSTA.
 
Lo niego terminantemente.
 
OROZCO.
 
¿Y lo juras?
 
AUGUSTA.
 
¿A qué viene eso de jurar?... Si es preciso... lo juro también.
 
OROZCO, _para sí_.
 
Me engaña miserablemente. Peor para ella. Desgraciada, quédate en tu
miseria y en tu pequeñez.
 
AUGUSTA.
 
No es propio de ti dar crédito á las invenciones de la gente
maliciosa.
 
OROZCO, _gravemente_.
 
Yo no anticipo juicio alguno. Me atengo á lo que tú declares.
 
AUGUSTA, _para sí, recelosa_.

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