2017년 3월 28일 화요일

realidad 55

realidad 55


¿Sabes que me siento ahora muy bien? Se me despeja la cabeza. ¡Ay,
hija mía, no te he contado...! ¡Terribles horas las de anoche! No
puedes figurártelo. Tuve alucinaciones; vi á tu marido, como te estoy
viendo ahora á ti... ¡Fenómeno extraño y por demás espantoso! Pues
todavía tengo mis dudas de si fué realidad ó ficción de mi mente lo
que vieron mis ojos y escucharon mis oídos...
 
AUGUSTA.
 
Eso no es más que debilidad. ¡Pobrecito mío, si ni siquiera tienes
quien te cuide! Paso muy malos ratos pensando en lo mal que te tratan
esas criaduchas. ¿Por qué no fuiste á comer con nosotros anoche?...
 
FEDERICO.
 
Porque... (_Confuso._) Porque tuve compromiso de comer en otra parte.
 
AUGUSTA.
 
¡Qué bien estamos aquí! ¡Qué soledad tan deliciosa, qué mundo éste,
aparte y pequeñito, pero grande por el sentimiento!
 
FEDERICO, _distraído_.
 
Hermoso es esto, sí.
 
AUGUSTA.
 
Y ese corazoncito, ¿cómo anda?
 
FEDERICO.
 
Calmado. ¡Qué bien me siento ahora! El amor evapora las penas, aunque
de una manera fugaz.
 
AUGUSTA, _con calor_.
 
Fugaz no, mil veces no.
 
FEDERICO, _bebiendo fuerte_.
 
Embriaguez pasajera de los sentidos; pero aun así, buena es, ayuda á
vivir...
 
AUGUSTA.
 
¿Qué es eso de embriaguez pasajera, chiquillo tonto?
 
FEDERICO.
 
Ni sé lo que digo.
 
AUGUSTA.
 
¿Me tomas á mí por una de esas á quienes se adora durante media
noche?
 
FEDERICO, _para sí_.
 
Si le dijera que sí, concluiríamos mal. (_Alto._) No, vida mía;
quiero decir que esta excitación, si durara, sería penosa.
 
AUGUSTA.
 
Déjala que dure. ¡Ay, quieres acortar los pocos instantes deliciosos
de la vida! Olvidemos lo de fuera, y revolvámonos libres y gozosos
dentro del mundo que encierran estas cuatro paredes. El otro universo
se queda allá, navegando en el piélago inmenso de su insipidez.
 
FEDERICO, _ligeramente excitado_.
 
Quédese allá, y divirtámonos nosotros en éste mientras nos dure.
Aceptemos el engaño, y alarguémoslo todo lo posible.
 
AUGUSTA.
 
Perdis, loco, botarate, ¿me quieres mucho? Dime que no amas ni puedes
amar á nadie más que á mí. Siéntome ahora penetrada de un egoísmo
brutal, y quiero alimentarlo oyéndote repetir que me adoras á mí
sola, á mí sola, sin desviación alguna chica ni grande en tus afectos.
 
FEDERICO, _maquinalmente_.
 
A ti sola, á ti sola. (_Beben champagne._)
 
AUGUSTA, _chocando las copas_.
 
Pertenézcame todo lo que te constituye: la persona visible y el
espíritu, que no se palpa y se siente; las miradas y el alma; el
carácter y la figura; las cualidades y los defectos, que adoro por
igual, y hasta la ropa, hasta la ropa, todo ha de ser para mí.
Quisiera vivir contigo en un rincón del mundo, y cuidarte, y coserte
un botón si se te caía, y arreglarte la ropita..., y aunque fuéramos
pobres no me importaría nada. Esto de ser rica y hacer un día y otro
las mismas cosas, aburre... Pero no; vale más que tengamos dinero
tú y yo y que nos demos la gran vida. (_Con exaltación._) ¿De veras
que me quieres á mí sola y que no tienes mirada ni pensamiento para
ninguna otra mujer? ¿Verdad que esa _Peri_ no es querida tuya, ni le
haces maldito caso?... Tu amiga, tu _Peri_ soy yo y nadie más que yo.
 
FEDERICO, _delirante_.
 
Eres mi _Peri_, y mi no sé qué, y yo soy tu perdis y tu chulo, y tu
qué sé yo qué... Cuando me prendan por estafador, ¿irás tú á llevarme
la comida á la cárcel, chavala mía?
 
AUGUSTA.
 
Sí; me pongo mi mantón, y allá me voy. Luego, cuando te suelten, nos
iremos del bracete por esas calles, y entraremos en las tabernas,
siempre juntitos, á beber unas copas... ¡Ay, qué feliz soy esta noche!
 
FEDERICO.
 
Y yo más que tú. Esta embriaguez nerviosa renueva y entona la vida.
Aceptémosla con júbilo, vivamos.
 
_Pausa muy larga._
 
AUGUSTA.
 
¿Duermes, vida?
 
FEDERICO.
 
No; despierto estoy.
 
AUGUSTA.
 
¿Te sientes mal?
 
FEDERICO, _inquieto_.
 
Siento aquello..., lo indefinible de que te hablé antes. (_Se levanta
y pasea por la habitación._) ¡Triste de mí, con qué furia me acometen
mis ideas estos centinelas incansables que me vigilan, que me cercan
de día y de noche! Pasó la efervescencia nerviosa, se apagó la
ilusión de momento, y ya estamos otra vez en el suplicio de la rueda
obscura.
 
AUGUSTA.
 
¿Qué hablas ahí?
 
FEDERICO.
 
No digo nada.
 
AUGUSTA.
 
Cuéntame lo que piensas.
 
FEDERICO, _secamente_.
 
No es bueno para ti que intervengas en mis asuntos. Contra mi
voluntad, por efecto de no sé qué fatales emergencias de la vida, una
muralla se levanta entre tu persona y la mía. El amor la destruye á
veces...; no es que la derribe, es que la transparenta. El amor cree
haberla destruido porque se ve..., nos vemos las caras de una parte á
otra; pero no podemos juntarnos: la muralla es dura como el diamante.
 
AUGUSTA, _recelosa_.
 
¿Qué chifladuras estás rumiando ahí? Chico mío, hemos convenido en
que no tienes ya por qué darle á las cavilaciones. (_Echándolo á
broma._) Estás como quieres, tonto, gandul. Recuerda que eres mi
chulo, y que te llevo la comida á la cárcel.
 
FEDERICO, _nervioso y afectado_.
 
Esa broma es de muy mal gusto.
 
AUGUSTA.
 
No te lo parecía antes... (_Con seriedad._) En resolución, no te
permito poner esa cara de deudor insolvente. Ya no tienes quien te
ahogue. La confianza ha establecido la mancomunidad de nuestros
bienes. Con lo que he guardado para ti, cátate resuelto el problema
del momento, ¿sabes? Y luego tu desconcertada administración se
regularizará con aquel ingenioso arbitrio que discurrió Tomás después
de la entrevista con tu padre.
 
FEDERICO.
 
Fácilmente, con tu jarabe de pico, arreglas tú todas las cosas, aun
aquellas que no tienen arreglo.
 
AUGUSTA, _enérgicamente_.
 
No; no puedo creer que persistas en la simpleza de rechazar eso. Si
lo haces, es que no me quieres, ni estimas en nada mi felicidad. No
me cabe en la cabeza tal obstinación, ni esa clase de orgullo tan
tonto y tan... finchado.
 
FEDERICO.
 
¡Ay, querida mía!... (_Con aflicción._) Mucho siento tener que
decírtelo: tu sentido de la dignidad es muy incompleto; tus ideas
morales no se ajustan á la razón.
 
AUGUSTA.
 
¿Qué significa eso? ¡Ah, las ideítas morales! Nos las encontramos en
el camino al volver de la excursión del amor; á la ida, hijo de mi
alma, las ideas esas andarán por allí, pero no las vemos. Eres un
ingrato, pues aun considerando que no es bueno lo que te propongo,
debes aceptarlo y comulgar conmigo en esta maldad... Dilo de una vez.
(_Alborotándose._) ¿Es que no me quieres y tomas eso por pretexto
para separarte de mí?
 
FEDERICO.
 
No, tonta, no. (_Con cariño._) Pero ven acá, sé razonable sin dejar
de ser apasionada. ¿Cómo quieres tú que yo reciba tal beneficio de
aquellas manos que...?
 
AUGUSTA.
 
Hazte cuenta que no lo recibes de aquéllas, sino de éstas.

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