2017년 3월 28일 화요일

realidad 49

realidad 49


(_Fijándose en un transeúnte que pasa._) Es Villalonga. Me meteré
en este portal para que no me vea. Quiero estar solo. No me agrada
más conversación que la mía, y sólo estoy á gusto conmigo, como con
un ser amado que se despide... Porque yo me marcho; yo no puedo
vivir así. La vida, tal como la voy arrastrando ahora, es imposible.
Recibir mi salvación del hombre á quien he ultrajado, imposible
también. ¡Oh, quién fuera uno de estos de conciencia ancha que sólo
miran su provecho! ¿Por qué hay en mi alma esta antipatía contra la
protección y esta invencible repugnancia de la generosidad ajena?
Ciertos agradecimientos le sumergen á uno en la inferioridad servil,
y le subordinan y le rebajan. No sé por qué me inclino á detestar á
los que quieren ampararme. (_Reparando en alguna persona._) ¿No es
aquél Infantillo? Aquí me escondo. No quiero ver á nadie. La voz de
un amigo me molesta, como si todo el que á mí se acerca viniera con
intenciones de protegerme. Es Infante, sí. Y entra en el Casino. Yo
pensaba comer hoy allí; pero comeré en otra parte. ¿En dónde? Lo
mismo da. ¡Lo que puede la rutina de sentarse á la mesa á determinada
hora! ¡Si no tengo apetito!... ¡Si hasta me repugna la idea de
alimentarme!... (_Aturdido._) Iré á casa, y Claudia me dará algo de
lo que ellas tienen para sí. Ahora me entran ganas... Vamos, comería
yo esta noche una cosa muy salada, muy salada..., no sé qué..., y
muy agria, muy agria..., y después tomaría café bien cargadito...
(_Entrando en un coche: al cochero._) Lope de Vega, 57, triplicado.
 
 
ESCENA XIII
 
Salones en casa de San Salomó.
 
FEDERICO, _después_ LA SOMBRA DE OROZCO.
 
FEDERICO, _entrando_.
 
Aquí me refugio esta noche. No sé adonde ir. En esta casa no es
probable que encuentre al Santo, cuya sublimidad pesa sobre mí como
un peñasco que se me ha puesto sobre los hombros. Casi nunca viene
aquí... No sé qué hay en mi cabeza esta noche; no puedo precisar bien
lo que veo, ni estoy seguro de reconocer á las personas que á mi lado
pasan. ¿No es aquél Monte Cármenes? Creo que sí; pero no lo juraría.
Y aquélla, ¿no es Victoria Trujillo? Tampoco puedo responder de que
sea. ¿He saludado á alguien al entrar? No lo aseguro. Me parece
que sí, me parece que no. Daré una vuelta por los salones. ¡Cuánta
gente! Nadie me mira. ¡Qué placer no ser advertido! Me apartaré
á un sitio solitario, y me distraeré viendo caras de personas á
quienes no se les ha ocurrido protegerme... ¡Oh, maldito de mí! (_Con
súbito terror._) ¿No es aquél Orozco? Y me ha visto. Desde lejos me
descubre, y me clava sus ojos que despiden lumbre. Viene hacia mí. Ya
no me escapo. Que me coge, que me coge.
 
_La sombra de Orozco, con perfecta apariencia humana y vestida de
etiqueta, avanza hacia Federico y le coge del brazo._
 
FEDERICO.
 
Ya, ya te veo...
 
LA SOMBRA.
 
Parece que huyes de mí.
 
FEDERICO.
 
¿Yo? No lo creas. Tanto gusto en verte. Siempre mucho gusto en verte,
muchísimo.
 
LA SOMBRA.
 
Apártate aquí; charlaremos. (_Le lleva á un gabinete próximo._)
 
FEDERICO, _irónicamente_.
 
Es lo que deseo: charlar contigo, para que me aconsejes, para que me
ilumines. Eres el alma más grande que conozco.
 
LA SOMBRA.
 
¿Has reflexionado en lo que te dije?
 
FEDERICO.
 
¡Ya lo creo! Desde que nos vimos esta tarde no ha hecho tu amigo otra
cosa que reflexionar. Como que con tantas reflexiones no he tenido
tiempo de comer. No ha entrado en mi cuerpo esta noche más que un
puñado de sal, una taza de café y después dos copas de coñac, digo,
tres.
 
LA SOMBRA.
 
La sal aviva las ideas y el café las ennoblece.
 
FEDERICO.
 
Pues sí, he reflexionado, y... me confirmo en lo que hace poco te
dije. No hay arreglo: déjame en la indigencia y en la degradación.
El bienestar me rebajaría á mis propios ojos; necesito privaciones
y padecimientos para regenerarme. Además, temo mucho que la flor
de la gratitud no quiera nacer en mi huerto, y que al encontrarme
favorecido no pueda amar á mi favorecedor. Vale más que busque en la
penuria y en el sufrimiento los estímulos que mi alma necesita para
purificarse. Quiero ser pobre, Tomás; pobre. Dirás tú: «¡qué gusto
tan raro!», y yo respondo que más sabe el loco en su casa que el
cuerdo en la ajena. Añadiré una idea que quizás te sorprenda. Aunque
nos hemos tratado desde la infancia, apenas me conoces, y bajo estas
apariencias insustanciales escondo una austeridad de principios que á
mí mismo me asusta cuando atentamente la considero. ¡No faltaría más
sino que pretendieras tú monopolizar la práctica de una moral rígida!
 
LA SOMBRA, _con benevolencia_.
 
¿Yo? ¿Qué había yo de monopolizar nada, hombre? Tranquilízate,
y ten toda la rigidez de principios que gustes, sin temor á mi
competencia. Eso me parece muy bien, pero muy bien. (_Dándole
palmadas en el hombro._) Pero si me lo permites, he de rogarte me
digas qué principios de esos tan severos que tú profesas son los que
te impiden entenderte conmigo.
 
FEDERICO, _lleno de confusión_.
 
Es que con mis principios, y como complemento de ellos, se enlaza un
desprecio absoluto de los bienes materiales.
 
LA SOMBRA, _sonriendo_.
 
Vocación de penitente y de anacoreta.
 
FEDERICO.
 
Tampoco es eso. Me parece que no estás tú hoy tan lúcido como otras
veces. Si acertaré á explicarme. Profeso la teoría de que si somos
siempre y en todo caso autores de nuestro propio mal, también debemos
ser autores de nuestro bien, y debérnoslo todo á nosotros mismos.
 
LA SOMBRA, _con acento ligeramente burlón_.
 
¿Piensas trabajar?
 
FEDERICO.
 
¿Por que no? ¿Me crees incapacitado para el trabajo?
 
LA SOMBRA.
 
No por cierto. Pero no acabo de comprender tus principios. Seamos
formales y hablemos con absoluta sinceridad.
 
FEDERICO, _palideciendo y temblando_.
 
Eso es... Sinceridad es lo que nos hace falta.
 
LA SOMBRA.
 
Me vas á explicar un enigma que observo en ti. ¿Cómo es que la
aceptación de un favor mío subleva tus austeros principios, y no los
contraría tu trato infame con persona de tan bajo nivel moral como
_La Peri_?
 
FEDERICO, _aterrado_.
 
¡Yo! ¿Qué dices? ¿De dónde has sacado eso? ¿Por dónde lo sabes? Es
absurdo y no tiene fundamento alguno.
 
LA SOMBRA.
 
De esa pájara aceptas tú auxilios que te envilecen á ti tanto como
á ella, pues ya sabes que Leonor, cuando estás ahogado y no halla
modos hábiles de socorrerte, se va del seguro y hace trampas en el
juego..., le sustrae á su marqués billetes escamoteándole la cartera
que lleva en el bolsillo..., y por fin imagina planes industriales
asociada contigo, establecimientos de infame comercio, timbas á
estilo de Montecarlo...
 
FEDERICO, _dando diente con diente_.
 
Eso no es verdad. Lo dice, sí; lo dice, pero ten por cierto que no
lo hace. Es que da bromas, como tú, fingiendo codicia y maldad. Te
propones humillarme con esas historias, y no lo conseguirás, no lo
conseguirás. Que _La Peri_ y yo nos auxiliemos recíprocamente,
nada tiene que ver con mis principios. Tú, como la generalidad de
las personas, no ves más que la moral de relación. La absoluta, la
moral fina, no la ves: eres muy miope. (_Con grandísima zozobra.)
_Y otra cosa, Tomás: ¿Qué idea te has formado tú de Leonor? La idea
vulgar, la idea de los cortos de vista, que no ven más que el bulto
de las cosas. _La Peri_ es una señora..., para mí al menos... Y
pongo mi cabeza á que no ha sido ella quien te ha contado eso. Es
en este punto la discreción personificada. ¿Acaso lo has pensado,
lo has discurrido tú, sin que te lo dijera nadie? (_La Sombra
contesta afirmativamente con la cabeza._) No, no has formado idea
exacta de mis relaciones con Leonor... Sería preciso que yo te
las explicase..., y lo haría si ahora mi cabeza no propendiese á
embarullar las ideas. No lo veo claro yo tampoco, no lo veo muy
claro; pero te diré que Leonor es mi amiga, la única persona en el
mundo con quien tengo verdadera amistad, y esa confianza, Tomás, esa
flor humilde y casera, que no nace sino en el terreno de la comunidad
de sentimientos. Entre Leonor y yo hay un lazo moral, que será,
visto desde fuera, muy feo, pero que por dentro es de lo más puro,
créelo, de lo más puro que puede existir. (_Inquietísimo, observando
expresión de incredulidad y burla en el rostro de La Sombra._) ¿Pero
no lo entiendes?
 
LA SOMBRA, _festivamente_.
 
Eso no lo entiende nadie.
 
FEDERICO.
 
¡Nadie! ¿Y si yo te dijera que, existiendo entre los dos esa leal
confianza, no tengo amores con ella? Los amores van por otro lado,
¡ay!, amores sin raíces, como los que contraemos con las mujeres
de vida ligera para distraernos y engañar las penas, amores de
imaginación, que producen ratos deliciosos, pero que dejan el corazón
vacío y el alma sedienta. Tampoco entiendes esto, ¿verdad?
 
LA SOMBRA.
 
Eso sí.
 
FEDERICO.
 
Te estoy contando lo que no debes saber; pero la culpa es tuya.
¿Para qué excitas mi sinceridad? Queda siempre en pie el misterio
inexplicable para ti: ¿por qué no acepto tu donativo? Pues
sencillamente porque no me da la gana. ¿Lo quieres más claro?
(_Acalorado y descompuesto.) _Y si te empeñas en que riñamos,
reñiremos. Por mí no ha de quedar. Prepárate, y elije la forma de
reñir que más te agrade y en que veas más probabilidad de vencerme.
Porque tú debes triunfar y yo debo sucumbir.

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