2017년 3월 29일 수요일

realidad 60

realidad 60


ESCENA IX
 
_Los mismos._ OROZCO, CALDERÓN, _que salen del billar. Al propio
tiempo van entrando en el salón del centro los amigos de la casa que
se indicarán después._
 
OROZCO, _dando la mano á Malibrán y á Villalonga_.
 
Está mejor; pero aún no se le ha pasado la tremenda jaqueca de ayer.
Este majadero (_por Calderón_) le espetó de golpe la noticia..., como
si se tratara de cualquier suceso insignificante.
 
CALDERÓN.
 
La verdad, yo no creí... Tan afectado estaba, que no supe lo que me
hacía.
 
VILLALONGA.
 
¡Pero qué bruto eres, Pepe!
 
OROZCO.
 
La pobre Augusta salía tranquilamente para ir á misa, después de
haber pasado una mala noche al lado de su tía enferma, cuando recibió
el jicarazo. Se afectó, como es natural, tratándose de un amigo á
quien queríamos tanto, y más por lo repentino y desastroso del caso.
 
MALIBRÁN.
 
¿Y no tendremos el gusto de verla esta noche?
 
OROZCO.
 
Esta noche no. Aunque ha pasado la fuerza de la cefalalgia, le
molestan el ruido y la claridad.
 
MALIBRÁN, _para sí_.
 
¡El ruido y la luz! Eso precisamente es lo que la mata.
 
OROZCO.
 
Voy á saludar á esa gente. (_Para sí._) ¡Curioso estudio el de esta
noche el examen de las caras de los que entran aquí! En todas veo
cierto temor, y como el deseo de sorprender en la mía alguna emoción
desusada. Pero lo que es en ésta..., ¡aviados están! Mi cara es de
mármol. (_Dirígese al salón, donde han entrado Teresa Trujillo,
Aguado, Monte Cármenes, el Exministro, el Sr. de Pez. En la sala de
tresillo quedan Villalonga, Malibrán y Calderón._)
 
VILLALONGA, _á Calderón_.
 
Ven acá, tagarote. ¿Sabe tu pariente los disparates que corren por
Madrid acerca del suceso de la noche del 1.º?
 
CALDERÓN.
 
Todo lo sabe. Se lo he dicho yo. ¡Cuánta infamia, y qué sociedad tan
nauseabunda!
 
MALIBRÁN.
 
Sí, muy nauseabunda.
 
CALDERÓN.
 
Tomás me llamó esta tarde y me rogó que le enterara de lo que se dice
por ahí. No me anduve en chiquitas. Sé cuánto le agrada la verdad, y
á la buena de Dios le informé de todo, empezando por las versiones
necias y acabando por las horripilantes. Vale más que lo sepa, y que
entienda que algunos de sus amigos no merecen serlo. ¿Pero has visto,
Villalonga, qué tonta es esta humanidad?
 
VILLALONGA.
 
Sí, hijo mío, es más tonta que tú, que es cuanto hay que decir.
 
 
ESCENA X
 
_Los mismos._ CISNEROS, _que aparece en la sala japonesa, viniendo
del interior de la casa_.
 
CISNEROS, _para sí_.
 
¡Pobrecita mía, cuánto padece! ¡Verse calumniada, zarandeada por
tanto imbécil!... Esto es un horror... (_Con rabia._) ¡Bendito sea
Nerón! Comprendo su deseo de que la humanidad no tuviese más que una
sola cabeza para cortarla... Hasta los periodiquillos se atreven á
deslizar malévolas alusiones á esta casa. Ya os daría yo una buena
mano de azotes si pudiera. ¡Habráse visto otra! ¡Reticencias contra
mi hija...! Estoy que trino. (_Atraviesa el salón sin saludar á
nadie, y entra en la sala de tresillo._)
 
VILLALONGA.
 
Aquí está D. Carlos. ¡Qué fea vitola trae! Don Carlos, ¿qué nos
cuenta?... ¿Qué se dice?
 
CISNEROS, _sofocando su rabieta_.
 
Se dice..., pues se dice que este es un país de idiotas.
 
VILLALONGA.
 
Eso ya lo sabía yo. Detesto á mi patria, la hidalga nación del
garbanzo, de Recaredo y de la gramática parda. ¡Pues si yo pudiera
metamorfosearme en inglés ó en alemán...!
 
CISNEROS.
 
Como no te metamorfosees tú en el moro de los dátiles. Este es
un país liliputiense. Dan ganas de andar sobre él así... (_pisa
fuerte_), destruyéndolo á pisotones como á las hormigas. Les juro á
ustedes que esta noche dormiría yo muy tranquilo si tuviera ocasión
de dar un par de linternazos á alguien.
 
VILLALONGA.
 
Pues déselos usted á Malibrán que dice...
 
CISNEROS, _con viveza_, _apretando los puños_.
 
¿Qué dice?
 
MALIBRÁN.
 
Pues que la tabla que ha comprado usted anteayer como de Memling no
es ni siquiera flamenca. La tengo por una imitación francesa de las
peores.
 
CISNEROS.
 
Váyase usted al cardo con sus tablas. Entiende usted de pintura lo
que yo de empollar mosquitos. Lo que hacía falta aquí, créanlo, era
un Nerón. ¡Qué hombre tan simpático, y qué buena persona! Ya podían
echarle periódicos á ese.
 
CALDERÓN.
 
¡Fuertecillo está usted, D. Carlos!
 
VILLALONGA.
 
Desengaños amorosos. ¿Lo digo?
 
CISNEROS.
 
¿Qué?
 
VILLALONGA.
 
Lo diré: entre barbianes no debe haber misterios. Pues esta tarde le
han visto á usted salir de la gruta de Calipso, ó sea de la casa de
Leonor.
 
CISNEROS.
 
Toma. ¿Y qué?
 
VILLALONGA.
 
Es que creíamos que usted no sirve ya ni para novilladas de invierno,
y que ya no sabe ni marcar una banderilla.
 
CISNEROS.
 
¡Monigotes!... Generación menguada y raquítica, los viejos toreamos
mejor que vosotros. Preguntádselo á cualquier res. No servís para
nada, y con estas canas os dejo yo tamañitos siempre que queráis.
 
MALIBRÁN.
 
¡Buen punto está usted! ¡Con su carga de años, visititas á _La
Peri_!...
 
CISNEROS.
 
Porque se puede. Fastidiarse... Ea, fantoches, vuestra conversación
me revienta.
 
CALDERÓN.
 
¿No quiere echar una partidita?
 
CISNEROS.
 
No estoy de humor de juegos. No tengo tranquilidad, no puedo estarme
quieto; necesito moverme, correr, ir de aquí para allá, empujar al
que se me ponga delante, y si alguien se desmanda, ¡por vida de la
tía Cotilla!, le... le pulverizo. (_Sale de estampía por la puerta
del billar._)
 
CALDERÓN.
 
¡Es mucho D. Carlos!...
 
MALIBRÁN.
 
Se me figura que he calado el objeto de sus visitas á _La Peri_.
 
VILLALONGA.
 
Y yo también. (_Pasan al salón, formando grupos que entablan animados
coloquios._)
 
OROZCO, _á Calderón_.
 
Nada más divertido esta noche que el examen de caras, Pepe. La
de Teresa Trujillo, deliciosa, incomparable. Expresa curiosidad
febril y el arrobamiento artístico del que asiste á una función
dramática con buenos actores. Me ha mirado con impertinencia, me ha
leído en la frente y en los ojos, con tanto interés como si fuera
yo un folletín espeluznante. ¿Pues y la carátula de Aguado? Es un
puro resplandor de júbilo, como faz vergonzosa que se consuela
con la vergüenza ajena. El rostro abesugado del buen Pez, radiante
de cordura y ministerialismo. Parece descargar todo el peso de su
severidad contra la opinión pública, diciéndole: «tus historias son
ridículas y despreciables». Pues ¿y el palmito de Monte Cármenes? La
imposibilidad de soltar ahora el _todo va bien_ le da una contracción
violenta, que le desfigura y le hace parecer otro hombre. La cara
del Exministro, entre benévola y disgustada, con vislumbres de
protección, como si dijera: «si yo fuese poder, no pasarían estas
cosas». Te aseguro que me he divertido delante de este museo de la
opinión expectante y muda. ¡Oh! ¡Si hablaran...! ¡Cuánto daría yo por oírles!

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