2017년 3월 28일 화요일

realidad 37

realidad 37



AUGUSTA.
 
En absoluto, sí.
 
OROZCO.
 
Ya llegaremos á lo relativo. Sígueme ahora y calla. Conste que, en
principio, esa suma no me pertenece. La razón es razón, y la lógica,
lógica, y los números, números.
 
AUGUSTA.
 
Pero...
 
OROZCO.
 
Cállate. Que Benjamín Proctor haya vendido su deuda á Joaquín Viera,
eso no es cuenta mía. El valor legal del crédito no crece ni mengua
por los contratos á que da lugar, ni por las condiciones morales
del poseedor. Que éste sea un modelo de honradez ó un pícaro
redomado, no da ni quita la más mínima cifra al valor numérico de
la deuda. Nada podrás objetar á esto. Por consiguiente, la cantidad
representada por la obligación no es mía en este instante, sino de
Joaquín Viera.
 
AUGUSTA, _rebelde á la lógica_.
 
Pero, hijo mío, en la vida, en esta vida humana tan compleja, ¿se
puede razonar de ese modo? ¿Se han tratado así los negocios alguna
vez? Los escritorios de las casas de banca y de comercio, ¿están
poblados de ángeles, ó son hombres los que en ellos trabajan?
 
OROZCO.
 
Yo sé lo que son, tonta. Déjame concluir. Quedamos en que soy
deudor de Joaquín Viera; que éste es mi _inglés_ neto, y que no hay
lógica divina ni humana que me libre del deber de darle lo suyo.
Cierto que yo podría, sin escandalizar al mundo, defenderme del
pago amparándome en la ley, mejor dicho, haciéndome el perdidizo en
la selva intrincada de nuestras leyes. Éstas, y más aún la curia,
con sus tramitaciones y diligencias inacabables y el embrollo que
de ellas resulta, me favorecerían, bien para no pagar, bien para
hacer un arreglo que redujese el desembolso á una mínima cantidad.
Esto se hace siempre. Alegando mil razones jurídicas y veinte mil
argumentos de sofistería forense, conseguiríamos no pagar ó pagar
muy poco. De seguro que Joaquín llevaría la peor parte en una
contienda ante los tribunales, y no sabría salir, como yo, del bosque
espesísimo de nuestro enjuiciamiento civil. Pero yo, en conciencia,
no puedo ni debo aminorar mis obligaciones pleiteando. Prefiero pagar
íntegramente á pagar un poco al acreedor y un mucho á la curia. Dejo
á un lado el amor propio; reconozco el crédito, y lo que no es mío no
debe estar en mi poder.
 
AUGUSTA.
 
Volvemos á lo mismo, á que caes en las redes del monstruo ese, y le
regalas... (_con irritación_), porque esto es regalar, Tomás, esto es
proteger á los caballeros de industria.
 
OROZCO.
 
No, vida mía, porque yo no pagaré al caballero de industria sino poco
más, muy poco más de lo que él ha dado á Benjamín Proctor.
 
AUGUSTA.
 
Entonces no pagas íntegramente.
 
OROZCO.
 
Sí, pagaré íntegramente; pero no á Joaquín.
 
AUGUSTA, _confusa_.
 
No te entiendo. ¿Pues no dices que es el único poseedor legítimo?
 
OROZCO.
 
Sí, hija mía. Pero aquí entra lo relativo; aquí cesa de funcionar
la letra de la ley moral, y entra en funciones el espíritu. ¿No
hemos convenido en que Joaquín es un monstruo? Entre las muchas
responsabilidades que tiene ante Dios y los hombres, la más notoria
es la perversa educación que á sus hijos dió, el abandono en que los
ha tenido, faltos de medios de subsistencia. Esta penuria ha motivado
lentamente en Federico ciertos hábitos de mal género, el desorden y
angustias humillantes de su vida; en Clotilde, su indecorosa manera
de buscar marido. El enmendar la obra de Joaquín Viera, ¿no es por
ventura un acto de alta justicia, de esa justicia que antes llamé
relativa, y que viene á resultar absoluta, de lo más absoluto que
podemos concebir? (_Augusta no dice nada. Su estupefacción la hace
enmudecer._) ¿Comprendes ahora mi pensamiento, tonta? Yo propondré
al monstruo pagarle el veinticinco por ciento de su crédito, y tengo
la seguridad de que acepta. Gana un diez por ciento, si es que llegó
á dar el quince, que yo lo dudo. La aspereza con que le recibí le
habrá quitado toda esperanza de mejor arreglo, y no se lanza él á
los azares de un pleito obscuro y de éxito dudoso. Como hombre muy
necesitado, que vive siempre al día, es de los que prefieren pájaro
en mano á ciento volando. Le conozco bien, y estoy segurísimo de
que aceptará. Pues bien, con el resto, hasta el total del importe
de la obligación, constituiré un fondo que asegure á Federico y
á Clotilde una renta decorosa, poniéndolo á su nombre en títulos
intransferibles. Federico podrá vivir de este modo en modesta
holgura, y si es hombre capaz de apreciar los beneficios de la vida
ordenada, no dudo que su nueva situación bastará á corregirle de
ciertos resabios. He pensado también que la distribución no debe,
en justicia, hacerse por partes iguales, porque Federico tiene
deudas y Clotilde no. Además, el que será marido de ésta dispone de
otros medios de vivir, que á su cuñado le faltan, por lo cual juzgo
equitativo asignar á Federico dos partes y una á Clotilde. Detalle es
éste discutible, y que podrá modificarse con los reparos que pongas á
mi plan, del cual has dicho tantas perrerías antes de conocerlo.
 
AUGUSTA, _en un rapto de entusiasmo_.
 
Tomás, hay que rendirse á tu bondad y á tu entendimiento, que ya
me parecen sobrenaturales... ¡Qué hombre! ¡Qué gloria para mí
tenerte!... (_Le abraza con efusión._) Debo adorarte de rodillas...
¡Qué grande eres!
 
OROZCO.
 
¿Apruebas mi plan?
 
AUGUSTA.
 
¿Cómo no? (_Llora._) ¿Ves? Se me saltan las lágrimas de alegría...,
de admiración... (_Para sí, conteniéndose._) ¡Dios mío..., me
estoy vendiendo..., qué indiscreta soy! (_Alto._) Pero no... Si tu
increíble generosidad me entusiasma como rasgo de exaltada simpatía
humana, con la fría razón, como esposa tuya, debo decir que me
parece un acto de... de hermosa locura..., un disparate que raya en
lo sublime. (_Confundida._) En fin, todo lo que quieras. Nunca me
opondré á tu voluntad en cosas de esta naturaleza. Cuanto imagines
será acertado y merecerá mi aprobación.
 
OROZCO.
 
Ahora sólo falta que el tontín de Federico, con su carácter
susceptible y vidrioso, nos suscite dificultades. Todo podría ser.
Hay que salirle al encuentro. Háblale tú. Preséntale la cuestión con
tacto y diplomacia.
 
AUGUSTA.
 
¿Yo...? (_Cortada._)
 
OROZCO.
 
Y te encargo expresamente que procures alejar de su ánimo toda idea
de gratitud.
 
AUGUSTA.
 
¡Por María Santísima, Tomás! ¿Cómo pretendes que no agradezca...?
¿Quieres que sea tan monstruo como su padre?
 
OROZCO.
 
No es eso. Que agradezca en su fuero interno todo cuanto le plazca;
pero que no lo manifieste á nadie, y menos á mí. Me gustaría que no
viese en esto una generosidad mía, sino un caso legal. Persuádase
de que el donativo le viene de su padre, no por voluntad de éste,
sino por una combinación que los favorecidos no deben examinar ni
discutir... En fin, que no puedo descender á estos pormenores.
Fácilmente concibo una idea, y la convierto en hecho con poderosa
voluntad; pero en la aplicación flaqueo..., lo reconozco. (_Con
inquietud._) Encárgate tú de estas menudencias de la realidad.
Hazle ver que esto no es donación, que es más bien una triquiñuela
encaminada á fines de justicia... (_Nota que Augusta, profundamente
pensativa, no presta atención á sus palabras._) ¿Te enteras de lo que
digo? ¿En qué estás pensando?
 
AUGUSTA, _turbada_.
 
Nada...; pensaba... Sí... te escucho... Justo, una triquiñuela...
Perfectamente. Estamos conformes.
 
OROZCO.
 
Mis pretensiones van más lejos aún. Yo aspiro á que Federico y
Clotilde se reconcilien, á que vivan juntos los dos, es decir, los
tres, y que Santanita y Federico se miren como lo que deben ser,
como hermanos.
 
AUGUSTA.
 
Paréceme mucho pretender, Tomás.
 
OROZCO.
 
Te advierto que Santana es una gran capacidad para la administración.
Yo que Federico, me entregaría á él en cuerpo y alma para el gobierno
de mi casa y de mis intereses. Conviene indicarle esto para que se
vaya acostumbrando á la idea de las paces con sus hermanos.

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